Luisiada
Soy mitad ancla
fincada en el mar,
mitad guitarra
que puntea el fadista.
Arraiga en el corazón
traigo la saudade
de los que fondearon
el lecho del mar
para no volver jamás.
Soy la triste caricia
de un fado amargo
perdido en mi memoria,
en el plañir de una guitarra.
Poema
Soy anónima arena, piedra, cactus, palabra,
pero amigos —tres o cuatro—, suban las escaleras,
no sean ceremoniosos, abran las puertas,
de par en par las ventanas,
sírvanse vino de Madera y disculpen la sobriedad
de los muebles y los gestos:
muero mañana.
Alguno con la muerte, carga secretos
y las manos llenas de sangre, de dinero:
yo no.
Alguno con la muerte, inventa dialectos
que justifican frustraciones:
yo no.
Alguno con la muerte, interrumpe el fabulario:
yo no.
Oh, morir de amor, de amibas, ambarino,
embajador y de amargura,
entre un auto deshecho, de infarto, de ajenjo, esdrújulo,
¡apuñalado por el marido de la amante!
Amor, amar, vivir, amar el amor, amar la vida,
y silbar, en el destierro de las madrugadas
fragmentos de melodías que me quedaron de otra
existencia.
Desde la terraza miraremos la luna, de bruces, sobre el
mar.
¿Y por cuánto tiempo?
¿Arena de qué playa,
piedra de qué peñasco,
cactus de qué soledad,
palabra de qué vivencia?
1956
Verano
La naranja madura en silencio,
pende dorada y cae cual poema
definitivo.
Hay poemas que jamás nacen:
no fueron flor.
El águila veloz desciende
para permanecer y sobrevivir;
la sombra asusta y esconde el sol
a la víctima. Muerta,
los diminutos la diluirán
inconscientes de tiempo.
Sumados los días,
Homero se fragmentará.
Amor maduro, el verano
es la plenitud obsequiosa
a la solicitud;
el camino es el otoño,
después la muerte.
Grávidos, los frutos asoleados
dejan entrever, en sus
subterráneos, lagartijas
menudas y repugnantes.
Invierno
Nos silban, venidos de un sur
frígido, vientos
que nos queman la boca y las rosas;
el colibrí se paraliza,
el agua se congela e inmoviliza al pez.
Mas el hombre permanece —y es necesario
que sea recordado en una estatua—
desvía ríos, abre canales, construye ciudades,
vuela y nada.
Y procrea sin necesitar la primavera.
Pastoral
Inmóvil, la amante aguarda,
abierta como un lirio;
tonos y palabras escurren
de su cuerpo y su boca;
no la toca el polvo, ni
la muerte la sombra violeta;
en el suelo, entre margaritas,
la amo, agreste, amanecida.
Nova Friburgo,
18 de enero de 1961
Poema de los 30 años
Decoloradas por el tiempo
y desfiguradas por la distancia
que me separa de ellas y de tales días,
fruto y motivo de mis meditaciones,
palabras que siento
sin la intensidad de entonces,
remotas y latentes
resonando como ecos
de sueños idos y por vivir,
creciendo unas, otras diluyéndose.
Vladivostok, Valladolid, Volga,
Guadiana, Guadalquivir, Málaga y Mallorca,
paisajes y emociones no concluidos
y que no serán.
Puentes, valles, ríos, litorales,
nada más me aumentan.
Me enraizan en este suelo,
y envejezco, de bruces en una página,
saboreándola, condenado a la vida. ;
Elegía de la calle Itaú
Una simiente lanzada a la tierra florece
también en mí, y fructifica.
Planta
un árbol, hace del desierto una floresta.
La palabra grita y entorpece, opiada,
flácida, y sus aristas cortan el cuero
de mis zapatos, me flagelan.
Consumirlas
cuando sea necesario, no desperdiciarlas.
El uso las empalidece.
Madrugadas,
oh madrugadas de junio, frías y nebulosas,
¿dónde izar la bandera de mi soledad?
Madrugadas que estallan en sueños,
que anticipan y justifican el momento vivido
y por vivir, astillón de la bola de cristal,
que abruman mi reino y sus caminos.
El sol beneficia la mañana, el humus
transforma el tallo en árbol y sombra;
todo crece alrededor del poeta,
los hijos se hacen hombres, dioses.
Crece la ciudad y disminuyen los corazones.
El espantapájaros
Azada al hombro,
en el centro del mundo,
Juan mira la planicie
y soñando se sueña.
Tiene hambre —revuelta—,
gusanos y un deseo,
que lo íntimo que no sabe
traducir, sabrá.
El sol cae y refresca;
las sombras del maizal
corren veloces como galgos
encharcados.
Anochece.
Poema para los estudiosos y biógrafos
No me expliquen:
prisma de mil caras,
soy insondable, abisal.
La poesía no es un espejo,
es un estado momentáneo.
Si me retrato, luego me desdigo,
me transfiguro, horizontalizando
mis emociones e incertidumbres.
Amo lo imprevisto,
me duele lo que adivino;
no me ofrezcan banquetes masticados.
La claridad no la llevo en la superficie:
es necesario un cuchillo para hacerla brotar;
id a la médula, soy cuarto creciente en la luna llena.
No me expliquen por las palabras,
por el bigote o por la pipa.
Campo minado
Mi certeza es la más genuina,
más pétrea mi solidez,
pero si me pienso,
mi duda es la más dolorosa.
Me duele la evidencia, me oxida.
Murmuren apenas mi nombre
sin la complicidad del eco
que lo deforma.
Mi defensa es el silencio
y la soledad.
Soy como el vidrio y el agua,
translúcido, íntegro, potable.
Poema de los cuarenta años
Veinte años perdí
para que en el desierto
recogiese rosas.
Hoy las tengo en la mano
mas ya no me arrebata
lo encarnado y el perfume.
Poema del nudo gordiano
Las grandes ciudades industrializan la soledad.
Frustrada está la búsqueda de amores fragmentados
para justificarse, justificar,
un desajuste o una insuficiencia.
Las grandes fábricas de cigarros continúan facturando
sobre la soledad,
y no se declaran en quiebra las fábricas de bebidas.
Los hombres y los autobuses se roznan y se desgastan;
los árboles sin paisaje, se desfiguran, y sus raíces
como ataduras,
bajo el asfalto, agonizan sin un lamento.
Se licúa la burguesía y se diluye
en la límpida linfa: la enturbia,
y el áspero paladar estimula mi grito.
Golpea con fuerza el viento los verdes frutos;
maduros, caen.
Hay quien procure la vida en las plazas, en la orla
marítima, en los hospitales
—algunos, ya condenados, se pudren, otros vegetan. La
muerte —¿quién la dice inverosímil como un
premio de la lotería? —
llega puntual,
por télex o teléfono.
Mueren todos los pasajeros de un avión que cae;
un edificio se derrumba y vuelve antorcha humana a la
mujer del corneta.
Mil niños, cifra redonda, mueren diariamente de
hambre:
jugamos fútbol, queremos dormir con la aeromoza,
vamos al cine,
restregamos los pies en la playa.
—¿Me dejo el bigote o no?
Nuestra tragedia sólo a nosotros llega:
para los demás, es encabezado de periódico.
Sobre los andes
La precariedad de la vida me ahoga y halaga.
Precario es el amor, el desamor, medida de la noche y
de la madrugada,
sedosa trama de plena expectativa
ante la aurora.
Y la aurora es sólo una palabra: amatista y fría.
Precaria es la muerte, sementera: la cultivo hace
cuarenta años,
y ella crece, sin abono ni poda.
Precaria es la palabra, tangible flor intangible: en mi
solapa no me explica,
roja o diáfana, amuleto sortílego blasón.
Nada me explica.
Soy el resultado de innúmeras contradicciones:
encadenado por el sol y encubierto por la sombra.
La noche me sujeta y estorba como un océano para el
cual no dispongo de ganzúas;
el día florece rosáceo, más allá del horizonte
desencarnado,
desnudando las tierras sepias y estériles:
busco la sustantivación, conjugaré lo insólito
—mi ventana es la capital del mundo.
Fluyen los ríos en declives abruptos, cabalgan hacia el
mar potros indomables,
y los poetas reverencian al Sol y la suerte,
cómplices de las tinieblas y del azar.
Oh mágicas manos —cada araña teje su tela—
que situáis las coordenadas de mi camino, ¿hacia
dónde voy?
Quítense el sombrero poetas de mi tierra frente a la
palabra opalina, asoleda, de alegre brillo:
ella os viste y es vuestro pan: griten.
América, agreste y calcinada, bajo mis pies se explaya
sin esperanza:
crece el hambre y escasea la libertad.
Camino de Uxmal
No coseches verde el poema
ni lo madures en la estufa.
Teme los partos prematuros:
como hilo de agua brotará.
El héroe es un cobarde arrinconado.
La victoria, obtenida por casualidad,
transforma en estratega
al mediocre general.
No enturbies el pozo para que
le adivinemos una profundidad
mayor. Ni finjas. Sé genuino,
el fracaso sale a la superficie mañana o el sábado.
No coseches verde el futuro
ni lo madures en la estufa.
Teme los partos prematuros:
un día el día amanecerá.
Elegía de la calle Luis Moya
Reitero mi pesar.
Tu cadáver, ante unos ojos de mujer, discurre,
se pierde en meandros.
Aún te abrigas de la lluvia y de la ambigüedad;
bebes y fumas y estudias los pájaros, las hormigas y
las abejas;
como las flores que veo en los jarrones,
tienes los días contados.
Saborea el pedazo de pan y la sardina frita.
La revolución tarda, entretente con el vaso de cerveza,
mueres a cada trago; no verás la aurora.
El atardecer, la marejada y el oboe son bellos.
Ante la desnudez de la mujer o de la palabra, vive.
No memorices: nadie te argüirá.
Cuando tu cuerpo esté rígido, cuando se seque la voz,
y los ojos nada lleven a tu abismo laberíntico,
no te veas tentado a una última frase.
Que te digan begonia o mandacaru1 .
1Variedad
de cactus
De mi ventana, en un Domingo
El sol nacía más allá de mi ventana con la ternura de
los girasoles,
en un dúctil cielo de sulfato, de azul y espera.
Hoy sólo el gallo lo festeja, sensorial golpe,
anunciándolo.
Los hombres, siempre los hombres, portavoces de la
civilización y del bienestar colectivo,
vinieron y removieron los escombros con pesadas
máquinas,
donde los girasoles reían al viento
—y destruyeron al poeta y al paisaje.
Nada temo. Los muros de mi casa y el andamiaje nada
esconden.
Juego con moneda de oro: ¿cara o cruz?
y limitaciones y límites son obstáculos transponibles:
al norte, la hoja desnuda, mapa del tesoro donde
diseños itinerarios;
al este, fragmentos de poemas esparcidos que jamás
realizaré;
me realizo al oeste, llegan cartas de Antofagasta,
Tegucigalpa y Algeciras;
y al extremo sur, mis problemas o la ausencia de ellos.
Si hablo de tedio, jamás lo conocí;
la soledad nunca me visitó .ni me telefonea.
Sólo son bloques de piedra que sobrepongo
en un cimiento ficticio.
Carta a un joven poeta
Un tigre de paja no es un tigre.
En un espectáculo donde un mago se presenta ante una
platea de magos,
es tedioso ver surgir un conejo de un sombrero de
copa.
De la minucia de un examen depende la constatación
de las diferencias;
los poetas, hoy, tienen la misma boca, vocabulario y
vómito:
no distinguimos a Juan de Juana.
El poema, hecho de nadas, es intrínseco,
no depende de la miel o de la lluvia;
poetízalo o no, como quieras, perfuma la flor,
burla al defensa, al toro, o a la señora fulana de tal.
Desconfía de las palabras, te traicionan, y de los
recursos gráficos:
pasa por ellos como por mullidas alfombras.
No traspases las inoxidables rejas que te limitan:
palabra, mujer, casa, cachorro, teléfono,
la marca de tu cigarro, la cerveza:
eres un condenado a lo cotidiano,
prisionero de la corbata y del autobús.
La Remington, la máquina de afeitar y los calzones son
tus amigos: ¿para qué más?
Cércate de un foso donde edificarás tu soledad y bebe
una cerveza, no más de una:
todas las mujeres son inferiores a las fantasías.
Todo es moneda falsa: quema todos los poetas.
Rompe las cámaras fotográficas, falsean la realidad,
acampa en la fuente.
No serás mejor poeta si matas al presidente de la
república:
la evidencia engaña, no la violentes;
manzana madurando o gusano de seda, cuídate,
cultiva la rosa, no la hagas de papel.
Para Octavio Paz
En el salitre fatigado de los vencedores hipoteco
mis zapatos andariegos
y la palabra hastío.
A los vencidos —nunca magnánimos— queda la
esperanza,
ala de tigre, cactus de fallidas flores.
1980
Kuala Lumpur
a Álvaro Mutis
Arrastrado por la fuerza que lleva a las aves a emigrar,
mudo y estático,
se quedaba mirando los navíos y los aviones que
llegaban y partían dándoles procedencia o itinerarios
coralinos.
De tanto soñarse pasajero, humus pretérito, cicatriz de
un deseo
remoto, tripulante o clandestino, cultivaba la
frustración, abonándola
y regándola, para segregar repetidamente el nombre de
las ciudades lejanas
en donde las imaginaba.
Envejeció a la sombra cauterizada de la continuidad
obsesiva, con el
imponderable ponderable para fustigarlo, y, opiado,
las manos, fuente de gaviotas,
ya no vibraban cuando nos hablaba de Kuala Lumpur,
los cuernos de la luna.
Sabiendo que jamás tendría alas para volar, aletas para
nadar, volvía
todos los sábados, en la tarde, al punto de observación,
donde, subyugado,
moría preferentemente una semana. Ebrio, trazaba
mapas, definía concavidades,
y bajo el peso del malogro levantaba la copa y
brindaba: Kuala Lumpur, Kuala Lumpur,
como algo inasible, más allá de los límites de la razón.
Y a los amigos
hablaba de Bélgica, Trinidad, Hong Kong y Port-Said
con intimidad y colores
tales, del clima y del comercio, de las calles y de las
mujeres, de los prostíbulos
y de los atardeceres, que jamás alguno se mostró
incrédulo, marineros, marginales,
prostitutas.
Hablan de su muerte; hace dos meses que no aparece:
si se mutiló, no fue del todo;
vive, fragmentado, en cada uno de nosotros, míseros y
sedentarios, adventicios
firmes en el suelo, maniatados por compromisos, a lo
superfluo.
No era humano: pájaro de ala quebrada, pez retenido
en el acuario, o vegetal,
quién sabe?
1980
Para Jorge Guillén
¿En qué calendario está la fecha de mi muerte,
qué carta de amigo la detalló, imprevista
bajo el impacto del miedo o consciente del fin?
Inventamos palabras para justificar emociones
suscitadas y las sentimos y vivimos a través
de las que incorporamos a nuestro vocabulario.
El sol no nace ni se pone.
1980
Chichicastenango
a Claudia Guillen
Cada gota de lluvia tiene un color
y la vegetación explota con violencia.
El tiempo pasa gritando, opaco y pesado,
preñado de sortilegios;
todos los pájaros son quetzales: los escucho,
y las palabras, cajas donde salta una sorpresa.
1980
J. T. Hopkins, soldado
Sus dudas y temores
con la humedad de su cuerpo,
bajo escombros, en Vietnam,
alimentaron una simiente,
y en un arbusto continuará.
Dios es el acaso, la continuidad
de la materia engendrando vida.
1980
Tomado de: