La baigneuse [1]
Quién sabe si fue vida o no fue vida,
pero me ilumina en la estrecha orilla
un reflejo bruñido de agua hendida,
una barca, un romo arado, labra el canal
y yace la ciudad, desde los puentes
hasta las techumbres goteantes
como un fruto partido en dos
sobre el cristal fangoso. Frescas encrespaduras
(mejor diría silencio) baten con terquedad
la orilla. Una ola arrolla un anónimo jirónde laguna. Celestes telas cortan sesgadamente
ladrillos mohecidos. Oscurece el color,
y está Guardi en la retina, espetado por el viento.
Calli, campi, campielli. Una piedra atezada,
en las arcadas, un húmedo carácter lagunar,
cielos de rancios siglos. Una Clío cegada
no percibió estos muros, ajados por los limos,
agua alta y gravedad terrestre. Los cimientos
se hunden sin apremio en el quieto elemento
y la ciudad vadea el espacio. Sube hasta las calles
de fachadas de mármol, con vahos de podredumbre
y malolientes légamos, una cálida espuma de mar,
y en lo alto, donde apenas alcanza la mirada,
un león blanco con el más sabio de los libros,
henchido de compasión por los muertos y los vivos,
mas la revelación le es confiada a él, y no a nosotros,
aquélla a la que obedece la duración del tiempo
y de todas las formas, del ángel al trilobites,
y la concha incrustada y ahusada en el frontón,
y la isla, donde la hierba recubrió los huesos
en espera de la mañana sin alba del Señor.
El siroco raspa los resquicios de los muros. Oculta
el rostro tras una máscara (un rostro que no es), arroja
la acritud oscura de la cúpula y el cobre de las veletas.
Nada la ciudad en el fondo primigenio, donde reina
una fauna acuórea y viscosa:
rayas, platijas, ascidiáceos, frutti di mare.
Una copa de vino, al anochecer, en la taberna.
Más allá de la plaza, el monocromo e inclemente
abismo, que resiste en las tinieblas de los párpados,
arca nupcial, templo anguloso; las campanadas
sobrecogen la cúpula, y la mano asida a otra mano,
tensa, es capaz de aniquilar al dolor y al tiempo.
[1] Se habla aquí de la ciudad de Venecia (nota del autor).
UN POEMA SOBRE LA MEMORIA
¿Esperas a los que partieron? A los abismos
partieron. Y los muros los abandonaron,
las pinturas y lápices, la arena y la nieve,
los relojes, las almas, la lluvia y el Juicio,
las hojas del abeto, la victoria sobre la muerte.
Ya no queda quien diga quién es justo,
y cuando sumas todas las partidas,
tu suma sin total explota en tu interior,
se hace añicos en voces, ferozmente enemigas.
Esto queda: el dibujo de un círculo a cuchillo,
el polvo en los estantes, una marca en un plato,
tal derroche de libertad, versos y mentira,
como escasez de auténtico destino.
Además de dos voces: acarician el cálido,
el incómodo cuerpo de esta urbe.
Les fue dada una gota de memoria.
Suya es. Y no pertenece a nadie.
Corre sin rumbo, alada, ciega de nacimiento,
como una golondrina se arroja de su nido.
¿Y qué es tu dignidad, tu clasicismo,
tu escuela de rituales y de divertimentos?
Y así la hora, apartándolo todo de nosotros,
a muerte condenada, se mece como un chal
cayendo en escaleras, en cuartos y pasillos,
y en el hueco que yace, con desgana,
y en el hueco que yace, con desgana,
entre el tiempo pasado y el tiempo por venir.
Tomas Venclova
Traducción del inglés de Abraham Gragera
Hommage to Shqipëria
Aprecia ese cielo desplomadizo del anfiteatro.
El semicírculo rocoso y los rayos como pausas
en el monólogo. La escena poco menos que ideal.
Nos hace señas el parásito de la más celebrada
comedia de Plauto. Una vez estuvo aquí Epidamnos,
en este pobre país, tan realista ahora.
Lo que queda: papel de estraza en la palma de la mano
con el perfil de un monte y dos palabras: pesë lekë [2]
y una locomotora negra que existe sólo, al parecer,
en los billetes de banco. Luego ventanas huecas y podridas,
paja en las pestañas del camino y la sombra de un búnquer
junto a la giba parda y deslucida de un asno.
En la hondonada donde flamea el Flegetonte
rompen el espejo lampiños oteros armados.
Europa, digámoslo así, es un sistema solar
(oscilaciones de planetas, eco de conjunción de esferas)
y este país, aun siendo ardiente, resulta ser Plutón,
refugiado en la brecha y el silencio.
Se está bien aquí, donde yo no estoy. Me aferro una vez más
a esta sentencia. Los granados no han madurado
y se han malogrado las milgranas. He sobrevivido
a tres dictadores y a otros tres vi a prudente distancia
en el exilio. Pero el que medra aquí es digno
de seis o siete como él. Parece haber dado portazos
acá y acullá. Crujen los cristales bajo los pies.
Las huellas de metralla son como iris pútridos
en calaveras de marcianos. La malla del refugio
se clava en la caliza para que las generaciones del futuro
recuerden que esto nunca será paraíso o purgatorio,
ni aire, ni agua, pero sí, al menos, será fuego.
A la hora del ocaso, al olfato remilgado llegarán indolentes efluvios de basura, heces, rakia [3] y ratas.
La constelación crepita bajo un hilo de ceniza.
¡Cómo susurran las muertas y blancuzcas hojas del acanto!
¡Cómo atrae el vacío! Pide prestado el peso
de los cuerpos y madura quedamente en el espacio.
Sobre el árido mármol se pudren cáscaras de fruta
y se dibuja el perfil del viejo cómico
en el humo del tabaco. Escucho en sueños:
“Donde hubo rebalse es donde insiste el panta rhei:
y nadie sabe, ni siquiera Dios, lo que conviene.
Para vino, un dólar. Para un aforismo se requieren dos”.
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