(23 de febrero de 1929, Gobernador Mansilla, Argentina - 15 de enero de 2015, París, Francia)
La rata lazarilla
A mi
lado, que es el este, hay un hombre que es el este, está
mirando,
tiene la cara inclinada, acaso espera de ese lado, acaso
solo
sabre esperar de ese lado, de todos los modos de espera de ese lado.
En
algunos rincones del muelle crecen abandonados los yuyos, los
yuyos
que no se dan con nadie, no se apasionan por casi nada.
Aunque
tal vez no lo sepa, el hombre de la cara inclinada, de
alguna
manera está dedicado a ese pastizal hirsuto.
El
ciego de la rata pasa con una cuerda de pescar objetos, el
ciego
es el sur.
La
rata que lo acompaña se le apersonó una vez y se quedó a
vivir
con él para siempre.
Trabajos que cumplir:
fotografía
al desconocido que avanza a tientas por el muelle, es
tu
pensamiento;
entrar
de nuevo en las cabinas de la derecha, las moscas siguen
golpeando
enloquecidas contra los vidrios, vivas. Abrir los
ojos
de buey clausurados con papel de diario engomado, no mirar
lo que
no está, lo que no entró contigo;
ir con
la Medida de Aquel patio Que Sabes una ESE Lugar desconocido de Diario del fumigador de guardia
Costumbres en casa
La
primera estrella
traspasa
la ventana
y
descansa del viaje
en el
centro de mesa.
Jarra
fresquita
olorosa
a primavera,
ropero
de la
pieza de al lado,
un
traje persiste
en el
olor de la muerta,
silla
que mira al campo.
Campo.
Colonias
de malvones
golpean
a las puertas.
Si
Virgilio viviera
diría
lo
rosadas que parecen esas nubes.
El
alma ya pronta
a la
muerte por sueño.
Te
llevaré la mañana temprano
en un
vaso de agua.
Iniciación poética
Atacar
con una trompeta a las palabras, irlas reduciendo a polvo mientras el silencio
espiralea, se combustiona, se apacigua en esa trompeta.
Esperar
que el silencio se apague hasta el silencio.
Concentrarse,
mientras tanto, entre la ceniza, mientras más silencio acude desde siempre (que
es desde más lejos ahora), se quema, alienta, espiralea en esa trompeta.
Seguir
acechando entre la ceniza de todos los idiomas por si alguna palabra quisiera
renacer (contraatacar) de nuevo.
Palabra
en el tiempo, palabra cielo toldado, a mitad de camino se
desvía,
en un sesgo de sílaba se te acerca al oído –te parece que la
oyes-,
te llega en redondo el tañido de la campana bajando por lo
mismo
de tarde, tarde de ayer tarde, tarde de esta tarde, la rima de
sombra
y acacia, nada se mueve, nada se mueve.
*********************
Palabra
en trance de esperarte, en su compañía nace la palabra cielo
toldado.
Una mitad es silencio que destinas al verso, palabra en
espera
de la lluvia, se lleva bien con tu esperar que llueva, en un
verso
te muestra la grandilocuencia del patio, una mitad es silencio.
********************
Corazón
bajo tierra, la palabra escrita se borra, hace como que se
borra.
Y al llegar la madrugada ya estará pronta su mitad de
barrilete.
tapa-Diario-de-eleusis
De El hombre del Luxemburgo
(1997)
A
lo largo, a lo ancho de
espejo
de la fuente alivianado por nubes, la mancha de aceite, la
palabra.
Cunde, es página –precipicio en blanco y negro-, encierra
el
arrojo, encierra la intrepidez de significar, ser agua que corre,
agua
de una fuente, pasión imposible de contener, acuñando en su
huida
una imagen en los pocos que pasan, música que se destruye ni
bien
oída, ocasiona praderas.
Gratitud para con esas
historias
que lo ayudan a vivir y, llegado el caso
se
deja investir por la
canción
improbable.
El
poeta Arnaldo Calveyra.
El
poeta Arnaldo Calveyra.
De Libro de las mariposas (2001)
Olía triste. Nos llegaba la voz antes que el cuerpo, su voz
cansada por
el bajo. Y en la callecita, esa voz se callaba, los
paraísos,
para que la hilacha del cuerpo se detuviera atónita, se
quedara
mirándonos esperarla, su renguera se llevaba bien con el
mentón.
Era tan
triste esa llegada.
Y
entonces no era una voz sino un velorio, un velorio con
inacabables
migas de pan sobre la falda.
De Maizal del gregoriano (2005)
Acudimos al
espectáculo en derredor de un plato incandescente y de
una danza,
y yo, entrerriano recién llegado a la abadía de Solesmes
en busca de
retiro y de silencio, me siento en un lugar apartado de la
iglesia a
oír el gregoriano que cunde a lo maizal
de nave a nave en
procura de
los techos entibiados por la luz de las velas, oigo al
monje a
mano derecha, de pie junto a la columna, en busca de notas
que se
amen.
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Noche
cuerdas adentro. Con noche afinan. Cuerdas en lo desierto
del patio,
con él afinan. En este invierno que dura siglos.
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