Sonetos
I
Afuera está el otoño, las hojas han caído,
y el viento al cristal tira grandes gotas de agua;
y tú lees las cartas de mustios, sobre viejos
y en una sola hora pasa entera tu vida.
Cuando pierdes tu
tiempo en dulces pequeñeces,
quisieras que tu puerta nadie la golpeara,
pues es más deseable, cuando graniza afuera,
dormir cortos instantes soñando junto al fuego.
Así es como mis
ojos pensativos contemplan,
sentado en mi sillón, un viejo cuento de hadas;
en torno mío llegan oleadas de bruma.
De pronto, oigo
pasar el fru-frú de un vestido,
unos pasos ligeros tocan el suelo apenas...
Y manos finas, frescas se posan en mis ojos.
II
Los años han
pasado y otros más pasarán
desde la hora sagrada en que nos encontramos.
Yo pienso sin cesar en cuánto nos quisimos,
maravilla de ojos grandes y manos frescas.
¡Oh, regresa de
nuevo! Inspírame palabras,
que otra vez tu mirada descienda sobre mí,
que bajo su reflejo me devuelva la vida
y arranques nuevos cantos de mi lira otra vez.
Tú ni siquiera
sabes que tu sola presencia
mi corazón confuso profundamente calma,
como la silenciosa aparición de un astro.
Y cuando yo te veo
riente como un niño,
en mí se extingue entonces el dolor de vivir,
mi pupila se incendia y se alegra mi alma.
III
Cuando hasta la
voz misma del pensamiento calla,
vuelve a mí la canción de un afecto muy dulce,
y entonces yo te llamo. ¿Es que oyes mi llamada?
¿De las brumas que habitas, conseguirás librarte?
¿La intensidad
nocturna la volverán serena
tus grandes ojos claros portadores de paz?
Ven desde las tinieblas de los tiempos a mí,
para que pueda verte regresar como un sueño.
Desciende
suavemente... más cerca, sí, más cerca,
inclínate de nuevo sonriente en mi rostro,
muéstrame en un suspiro cómo es todo tu amor,
tócame tú los
párpados con tus pestañas suaves,
hazme sentir de nuevo el temblor de tus brazos,
tú por siempre perdida, eternamente amada.
Adiós
Ya nunca te veré más,
queda en paz, que Dios te guarde,
que yo evitaré en mi ruta
encontrarte.
Haz desde hoy lo
que quieras,
desde hoy ya nada me importa;
la más dulce entre las dulces
me deja.
Que ya no tengo
costumbre,
como antes me sucedía,
de emborracharme de luces
de estrellas.
Cuando, galán
tantas veces,
yo miraba entre las ramas,
esperaba para verte
en los vidrios.
¡Oh, qué feliz me
sentía
cuando salíamos juntos,
bajo el encanto tranquilo
de la luna!;
cuando en secreto
pedía
que la noche se parase,
para poderte guardar
por mujer.
En su vuelo yo
alcanzaba
la dulzura de tu voz,
voz de la que apenas queda
un recuerdo.
Porque si escucho
de nuevo
aquellas cosas pasadas,
me parecen un lejano
cuento viejo.
Y si la luna
ilumina
los mismos bosques y prados,
me parece que los siglos
transcurrieron.
Los ojos del
primer día
ya no te contemplarán...
Porque estás lejos de mí,
¡adiós!
¿Qué es el amor?
¿Qué es el amor? Un continuo,
largo y profundo
dolor.
Las lágrimas no le bastan
y siempre pide más
llanto.
A una señal fugitiva
tu alma a la suya
se une
para que nunca la olvides
mientras te dure
la vida.
Mas si ella está esperándote
en los rincones de
sombra,
si te da amor por amor
cual tu corazón
desea;
entonces desaparecen
cielo y tierra, y
tú palpitas;
todo está en una palabra
que apenas es
susurrada.
Te obsesiona noche y día
un paso dado al
descuido,
una mano que se estrecha,
un batir de sus
pupilas.
Él te persigue radiante
como el sol sigue
a la luna,
a veces, durante el día,
durante la noche,
siempre.
Pues fue escrito que tu vida
por ella pasión
desborde,
ya que ella te ha entrelazado
como las lianas
del agua.
sonriendo de nuevo.
Gemirá apasionado
el canto del mar áspero...
y me volveré tierra
en mi honda
soledad.
Yo quisiera dormirme...
(Variante)
Yo quisiera dormirme,
perdido en la
noche.
Condúceme en silencio
al borde del mar.
No quiero ataúd rico,
luces ni oriflamas,
trénzame solo un lecho
de jóvenes ramos.
Que el sueño me sea dulce
y el bosque
cercano,
que brille un cielo limpio
en las hondas
aguas.
Que del dolor brotando
suban a la orilla,
que a las rocas se abracen
sus brazos de
olas.
Se levantan y caen
murmurando
siempre,
mientras sobre los pinos
resbala la luna.
Que nadie junto a mí
llore en mi
almohada,
que la muerte haga hablar
las hojas resecas.
Que el todopoderoso
en el viento pase,
que en mí el sagrado tilo
sacuda su flor.
Y como no andaré
nunca más errante,
caerán sobre mí
los tiernos
recuerdos
que no sabrán que miro
la inquietud del
mundo
mientras que las lianas
mi soledad cubren.
Anterior
¿Por qué no vienes?
Ves, las golondrinas vienen,
el nogal pierde sus hojas,
la bruma cubre las viñas,
¿por qué no vienes, no vienes?
¡Oh, retorna hasta
mis brazos,
que estoy sediento de verte,
y de apoyar mi cabeza
sobre tu seno, tu seno!
¿Te acuerdas como
hace tiempo,
cuando por valles y alcores
te levantaba del talle
tantas veces, tantas veces?
Hay mujeres en el
mundo
de ojos que despiden chispas...
¡Pero por nobles que sean,
como tú no hay nadie, nadie!
Porque tú das a mi
alma
toda una vida serena,
más hermosa que un lucero,
¡dulce amada, dulce amada!
El otoño ya ha
llegado,
los campos están desiertos
y las sendas llenas de hojas...
¿Por qué no vienes, no vienes?
Tomado de:
Cantar de la luna vacía
¡Calla, mi bien! No grites, no llores,
no tengas miedo de la noche oscura,
no te agarres a mí con los temblores
del que ha visto un león en la espesura
y le asustan los ojos brilladores.
Y a soñar con los ángeles de oro
¡duerme, duerme, mi niño!
Teniendo el corazón hecho ternura
en las estrofas pasa más dulzura
¡canción de cuna que rimó el cariño!
La voz ya no resuena
calmando los temores
del hijo ¡esa es su pena!
que al cielo sus amores
Dios se llevó esta nochebuena.
Ya no calma en la noche tenebrosa
del hijito el pavor
que del rosal florecido, la rosa,
se llevó el segador.
La guadaña implacable que siega
lo mismo el bien que el mal
no ha visto que al cortar el capullo
agostaba el rosal.
Tomado de:
https://elmirondesoria.es/soria/capital/expoesia-presenta-cantar-de-la-luna-vacia-de-teresa-leon
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