Canción para un poeta viejo
A Vicente Aleixandre
Muy cerca de la vida. Así tu hablar.
Llegaste a viejo cual se llega al mar.
Azotado del viento y de los años
fuiste la vida, no sus desengaños.
Tu voz sonaba a viento y caracolas,
viejo de luz, hermano de las olas,
Conocimiento fue tu reposar.
Llegaste a viejo cual se llega al mar.
Llegaste a viejo cual se llega a ser
la luz delgada del amanecer.
La luz delgada del saber callar,
del saber conocer y callar.
Del saber esperar, callar, seguir
hasta las olas del saber vivir.
Hasta las olas del saber amar
profundamente y como es quieto el mar.
Y como es quieto el mar se pone en pie
la insurrección del nunca moriré.
Y así tu ser, escrito en agua y sal
y en viento fue, y en todo lo inmortal.
Corazón partidario
Mi corazón, lo sabes,
no está con el que triunfa o que lo espera,
con el juramento mercader
que acecha el buen provecho,
se agazapa, salta sobre la utilidad, que es su querida,
busca ganancia en el abrazo,
obtiene renta de las mariposas y pone rédito a la luz,
cobra recibo por los amaneceres milagrosos,
por cambiante gracia del color
de una invisible rosa apresurada,
dulce y apresurada
como si fuese un hombre o una llama
o una felicidad humana: sí.
Mi corazón no está con el hombre que sabe
de la verdad todo lo necesario
para olvidar el resto de ella,
satisfecho del viento, poderoso del humo,
canciller de la niebla,
rey acaso, pero nunca de sí.
Dime que era verdad aquel sendero
Dime que era verdad aquel sendero
que se perdía entre la paz de un prado;
aquel otero puro que he mirado
yo tantas veces con candor primero.
Dime que era verdad aquel lucero
que se incendia casi a nuestro lado.
Di que es verdad que vale un mundo amado
y un cuerpo roto en un vivir sincero.
Di que es verdad que vale haber sufrido
y haber estado entre la mar sombría;
que vale haber luchado, haber perdido.
Haber vencido a la melancolía,
haber estado en el dolor, dormido,
sin despertar, cuando llegaba el día.
Elegía
Te he dicho que los hombres no contemplan
el puro río que pasa,
la dulce luz que invade las riberas
cuando fluye hacia el mar el agua casta.
Te he dicho ayer…Y yo veo ahora
fluyendo dulce hacia la mar lejana,
mientras los hombres ciegos, ciegamente
se embisten con furor de piedra helada.
Con desolada luz vas olvidado,
pero yo te contemplo, agua irisada,
silente amigo, y veo mi figura
triste, mirándose en tus aguas.
Amigo solitario:
esto te digo mientras pasas.
Repite luego mi voz triste
allá en las rocas desoladas.
Porque has de ver tierras estériles
y muertos sin remedio ni esperanza.
Tomado de:
https://www.zendalibros.com/5-poemas-carlos-bousono/
El amante viejo
¡Amabas tanto...! Acaso
con amargura, acaso con tristeza
lo dijiste. ¡Amabas tanto! En el espejo
viste tu faz que se iba haciendo vieja,
y tomaste a decir: «...amor...» Soñabas,
y en la alta noche silenciosa y queda,
lejos se oía lento el rumor manso
de un agua que pasaba mansa y lenta.
El ciclón
Tú que me miras, mírame hasta el fondo.
Tú que me sabes, sábeme.
Porque falta muy poco, porque el tiempo
arrecia vendavales
que se llevan ventanas y gemidos,
besos, ruidos de calles,
este silbido agudo que ahora escuchas
en el vecino parque,
las nubes delicadas que se juntan
en los azules gráciles
y el corazón con que me miras hondo
queriendo acariciarme.
Nada puedes hacer. Nada podrías
hacer. Déjate suave.
Es más fácil así. Vayamos juntos,
llevados por el aire,
si envejeciendo en el ciclón horrible,
unidos, esenciales,
mirándonos al fondo de la vida
y viendo allí la imagen
de nuestros cuerpos paseando dulces
por huertos virginales....
Eras tan clara. Junto al aire tanto
te amé.... En la tristeza grave
tú me arrancabas la melancolía
como una espina aguda de la carne;
me acompañabas en las horas puras;
me rozabas tan suave
con tus dedos sutiles, con tu dulce
modo de acompañarme....
(...)Fuiste como una niebla, como un vaho
de amor, como un vapor imponderable
que me envolviese en cálidas vislumbres
las duras realidades,
y que después, pasadas las aristas
crudas, me rodease
y me dijese: -Existes en el mundo.
Ven ya hacia el mundo. Ámame. (...)
El vivir de la amada
Yo sé que de tu pecho los latidos
están contados. Corazón, haz lento
tu misericordioso movimiento
y leves tus quejidos doloridos
por ese cuerpo, donde mis sentidos
ponen todo su amor, donde me siento
morir a cada golpe ceniciento
de tus redobles graves y oprimidos.
Y tú, ventana de mi amor, aldea
mía de paz, caricia que sestea,
umbral del mundo, amor de cada día.
Dame tu fe, tu claridad, mi estrella,
dime que existe lo que yo sabía
cuando era niño en la ciudad aquella...
En este mundo fugaz
Pozo de realidad, nauseabunda
afirmación, nocturno
cerco de sombras. Todo
hasta la muerte. Somos
aciago resplandor insumiso, noche
florecida. Oh miseria
inmortal. Tú, mi alondra
súbita, mi pequeño colibrí delicado,
flor mecida en la brisa,
tú, dichosa, tú, visitada por la luz,
lavada en su jardín que desciende
despacio,
pequeñez tan querida.
Aquí estás resistiendo,
viva, lúcida,
sostenida
en el sacro relámpago,
alumbrada y dichosa
en el trueno.
tú, mi pequeña
rosa encendida siempre,
pétalo delicado,
húmeda nota,
tú, resistiendo aquí.
Tú, resistiendo,
como si fueses basa
columna, catedral,
como si fueses arco,
romana gradería, circo, templo,
como si fueses número,
incorruptible idea,
tú mi pequeña Yutca,
mi pasajera soledad, mi fugaz entusiasmo,
tú, brevedad, caricia.
Tú, con brazos
débiles como flores,
con cintura,
con quebradizo cuerpo,
con delgadez, con ojos,
con espanto, con risa,
con noche a tu mirada,
tú, mi pequeña Yutca,
tú, resistiendo aquí.
Eres feliz
Eres feliz. Saber no quieras
lo que brilla en los ojos humanos.
Sonríe tú como mañana fresca,
como tarde colmada en su ocaso.
Porque eres eso, sí: la tarde pura
en que a veces yo mojo mis manos,
en que a veces yo hundo mi rostro.
¡La tarde pura en su placer dorado!
La savia dulce de la primavera,
toda la luz de la tarde en un cántico,
sube entonces feliz y presurosa
desde tu corazón hasta mis labios.
Introducción a la noche
1
Con la honda mirada
un día contemplaste
tu honda pasión de ser
en vida perdurable.
Hoy contemplas acaso
con mirada más grave
el parpadeo puro
de la noche sin márgenes;
el sollozo inoíble
de un arroyo alejándose
en la sombra; la mole
de la noche indudable.
2
Y sin embargo, eres.
Y sin embargo naces
como las hierbas verdes
y los nudosos árboles.
Compruebas con delicia
que existen matorrales,
y tus manos apresan
piedras de aristas grandes.
Saltas sobre los ríos,
subes desde los valles,
cantas desde las cumbres,
vives, existes, ardes.
Contemplas la llanura
crepuscular; renaces
como los campos vivos
que en la aurora son arces,
cañadas y caminos,
prados, riberas, cauces
de amor, donde quisieras
vivirte y olvidarte.
3
Y aquí estás. Aquí pones
tus dos manos tenaces.
Te agarras a las cosas:
maderas, piedras, carnes,
Te aferras a la vida
como el río a su cauce,
cual la raíz de un hondo
vegetal insaciable.
Invasión de la realidad
I
Y aquí estás verdadero,
Oh déjame tocarte.
Tu piel en donde pones
un límite a los aires.
Tu don de serte vivo,
tu realidad, me baste.
Dejadme que compruebe
su ser. ¡Oh, sí, dejadme!
II
Dejadme. Yo no quiero
las nieblas pertinaces.
Tras el humo dibuja
su vago ser un valle.
Allá tras la cortina
incierta, hay verdes sauces,
un prado con sus flores
diminutas y suaves.
En la noche terrible
yo soñaba una imagen.
Hela aquí. Son colores:
blancos, verdes, granates.
III
Dejadme con las cosas
también. Son realidades
súbitas que se crean
duras a cada instante.
Emergen con firmeza
cruel. Se satisface
con su presencia misma
dicen: «¡Toma, regálate!»
IV
Regálate. Contempla
la piedra, el cielo, el aire.
Respira entre las luces.
Desciende hasta los cauces.
Toca la piedra. Mira.
Huele la rosa. Sáciate.
Gusta, mira, comprueba,
duele, solloza: sabe.
Ensánchate en el alba.
Al mediodía, ensánchate.
Sube a la tarde y mira
todo en ella ensanchándose.
Irás acaso por aquel camino en el chirriante
atardecer...
Irás acaso por aquel camino en el chirriante atardecer
de cigarras, cuando el calor inmóvil te impide, como un
bloque, respirar.
E irás con la fatiga y el recuerdo de ti, un día y otro
día,
subiendo a la montaña por el
mismo sendero,
gastando los pesados zapatos contra las piedras del
camino,
un día y otro día gastando contra las piedras la
esperanza, el dolor,
gastando la desolación, día a día,
la infidelidad de la persona que te supo, sin embargo,
querer
(gastándola contra las piedras del camino), que te supo
adorar,
gastando su recuerdo y el recuerdo de su encendido
amor,
gastándolo
hasta que no quede nada,
hasta que ya no quede nada
de aquel delgado susurro, de aquel silbido,
de aquel insinuado lamento;
gastándolo hasta que se apague el murmullo del agua en
el sueño,
el agitarse suave de unas rosas, el erguirse de un
tallo
más allá de la vida,
hasta que ya no quede nada y se borre la pisada en la
arena,
se borre lentamente la pisada que se aleja para siempre
en la arena,
el sonido del viento, el gemido incesante del amor, el
jadeo del amor,
el aullido en la noche
de su encendido amor y el tuyo
(en la noche cerrada
de su abrasado amor),
de su amor abrasado que incendiaba las sábanas, la
alcoba, la bodega,
entre las llamas ibas abrasándote todo hacia el quemado
atardecer,
flotabas entre llamas sin saberlo hacia el ocaso mismo
de tu quemada vida.
Y ahora gastas los pies contra las piedras del camino
despacio, como si no te importara demasiado el sendero,
demasiado el arbusto, la encina, el jaramago,
la llanura infinita, la inmovilidad de la tarde
infinita, allá abajo, en el valle de piedra
que se extiende despacio, esperando despacio
que se gasten tus pies, día a día,
contra las piedras del camino.
La mañana
Errante por la luz, en primavera
recóndita y azul y de oro y grana,
mi corazón recoge esta mañana
todo el amor que llueve en lisonjera
tempestad de frescor. La noche afuera.
Afuera el cierzo y la ansiedad lejana.
Se pone en pie la claridad temprana,
alza sus brazos, yergue su bandera,
grita su luz, avanza arrolladora
por la pradera vencedora y mueve
el árbol todo del espacio ahora.
Todo en el aire, luminoso, llueve,
gira, delira entre la luz sonora,
y allí suspira entre el follaje leve.
La tristeza
Tal vez el mundo sea bello,
cuando el sol claro lo ilumina,
pero yo sé que hay hombres tristes
como la lluvia gris y fría.
Yo sé que hay hombres sobre cuyas almas
pasó de Dios quizá la sombra un día.
Pasó, y hoy queda sólo ausencia
en donde la tristeza brilla.
Hombres tristes en todos los caminos
con la tristeza pensativa.
Tal vez la aurora sea pura,
el aire delicado, claro el día.
Mas muchos hombres hay como la lluvia
oscura e infinita.
Escúchame, Señor. Mi voz hoy sólo
tiene palabras de melancolía.
Sobre la tarde inmensa cae la lluvia
monótona, fría.
Letanía del ciego
Soy como un ciego...
Rubén Darío
Y tú que tanto amas, tanto ríes,
tanto adivinas y conoces tanto,
¿dónde el escudo para que te fíes,
dónde el pañuelo de enjugar tu llanto?
¿Dónde el camino que no veo ahora?
Dímelo o llora y el mirar suprime.
¿Es ya la noche que no tiene aurora?
Dímelo, dime.
Y sin embargo tu vivir empaña
mi vivir con un vaho que es ternura,
que es caliente rumor que me acompaña
la noche oscura.
Y sin embargo con tu mano guías
y a tientas toco lo que apenas veo
y digo acaso para que sonrías
lo que no creo.
Y toco apenas y tu bulto aprendo
y torpe sigo lo que tú me indicas.
Lo que no miro, lo que no comprendo,
tú multiplicas.
Tú multiplicas, o quizás es tu invento
porque lo vea aunque quizá no exista.
Entre la noche de mi pensamiento
dulce es tu vista.
Dulce es tu vista, tu mirar risueño
que mira un llano donde estaba un monte
y que a mi alma de temblor pequeño
llamó horizonte.
Dulce es tu vista que miró aquel lago
y lo llamaba alegre mar bravío.
Tu generoso corazón es mago.
¡Lo fuese el mío!
De "Noche del sentido" 1957
Letanía para decir cómo me amas
Me amas como una boca, como un pie, como un río.
Como un ojo muy grande, en medio de una frente
solitaria.
Me amas como el olfato, los sollozos,
las desazones, los inconvenientes,
con los gemidos del amanecer, en la alcoba los dos, al
despertar;
con las manos atadas a la espalda
de los condenados frente al muro; con todo lo que ves,
el llano que se pierde en el confín, la loma dulce y el
estar cansado,
echado sobre el campo, en el estío cálido,
la sutil lagartija entre las piedras rápidas;
con todo lo que aspiras,
el perfume del huerto y el aire y el hedor
que sale de un apútrida escalera;
con el dolor que ayer sufriste y el que mañana has de
sufrir;
con aquella mañana, con el atardecer
inmensamente quieto y retenido con las dos manos para
que
no se
vaya a despertar;
con el silencio hondo que aquel día, interrumpiendo el
paso de
la luz,
tan repentinamente vino entre los dos, o el que invade
la
atmósfera justo un momento
antes de la tormenta;
con la tormenta, el aguacero, el relámpago,
la mojadura bajo los árboles, el ventarrón de otoño,
las hojas y las horas y los días,
rápidos como pieles de conejo,
como pieles y pieles de conejo, que con afán corriesen
incansables,
con
prisa
hacia un sitio olvidado, un sitio inexistente, un día
que no existe,
un día enorme que no existe nunca, vaciado y atroz
(vaciado y atroz como cuenca de ojo, saltado y
estallado por una
mano vil);
con todo y tu belleza y tu desánimo a veces cuando
miras el techo
de la
alcoba sin ver, sin comprender,
sin mirar, sin reír;
con la inquietud de la traición también, el miedo del
amor y el
regocijo del estar aquí,
y la tranquilidad de respirar y ser.
Así me quieres, y te miro querer como se mira un largo
río
que transparente y hondo pasa,
un río inmóvil,
un río bueno, noble, dulce,
un río que supiese acariciar.
Más allá de esta rosa
(Meditación de postrimerías)
1
Una rosa se yergue.
Tú meditas. Se hincha
la realidad, y se abre, se recoge, se cierra.
Cuando miras, entierras. Oh pompa
fúnebre. Azucena: Relincho
espantoso, queja oscura, milagro. Tú que la melodía
de una rosa escuchaste, sangrienta
en el amanecer cual llamada
de una realidad diminuta,
miras tras ella el hondo
trajinar de otra vida, la esbelta
rapidez con que algo se mueve en la noche
con prisa, como si quisiera llegar a una meta
insaciable. Hay detrás de esta rosa, que yergue
suavemente su tallo, una pululación hecha náusea,
un horrible jadeo,
una ansiedad frenética, un hediondo existir que se
anuncia.
Una trompeta dispara
su luz, su entusiasmo sonoro
en el estiércol. ¿Qué dices,
qué susurras, qué silbas
entre la oscuridad, más allá de esta rosa,
realidad que te escondes? ¿Qué melodía
articulas y entiendes y desdices y ahogas,
qué rumor de unos pasos
deshaces, qué sonido
contradices y niegas? La cadencia está dicha,
realizado el suspiro.
El rumor es silencio,
la esperanza, la ruina. Todo silba y espera,
silencioso, engreído,
más allá de esta rosa.
2
Más allá de esta rosa, más allá de esta mano
que escribe y de esta frente
que medita, hay un mundo.
Hay un mundo espantoso, luminoso y contrario
a la luz, a la vida.
Más allá de esta rosa e impulsando su sueño,
paralelo, invertido
hay un mundo, y un hombre
que medita, como yo, a la ventana.
Y cual yo en esta noche, con estrellas al fondo,
mientras muevo mi mano,
alguien mueve su mano, con estrellas al fondo.
y escribe mis palabras
al revés, y las borra.
"Oda a la ceniza" 1967
Muchacha dulce: no me amas...
Muchacha dulce: no me amas.
Tú no conoces mi figura,
mi triste rostro que lejano vela
tu faz borrosa entre la lluvia.
Muchacha dulce: aquí en mis ojos
brilla un otoño que rezuma
oro de amor, de amor por ti que tienes
entre tus manos una aurora púrpura.
Soy como tú. Soy como tú. ¿Me oyes?
¡Soy como tú! ¡Oh, no me escuchas!
Mira, mira mi amor... ¡Cómo me brota
del corazón este alba rubia!
Tomado de:
http://amediavoz.com/bousono.htm
Precio de la verdad
Poema publicado el 30 de Noviembre de -0001
En el desván antiguo de raída memoria,
detrás de la cuchara de palo con carcoma,
tras el vestuario viejo ha de encontrarse, o junto al
muro
desconchado, en el polvo
de siglos. Ha de encontrarse acaso más allá del pálido
gesto de una mano
vieja de algún mendigo, o en la ruina del alma
cuando ha cesado todo.
Yo me pregunto si es preciso el camino
polvoriento de la duda tenaz, el desaliento súbito
en la llanura estéril, bajo el sol de justicia,
la ruina de toda esperanza, el raído harapo del
miedo la desazón invencible a mitad del sendero que
conduce al torreón
derruido.
Yo me pregunto si es preciso dejar el camino real
y tomar a la izquierda por el atajo y la trocha,
como si nada hubiera quedado atrás en la casa desierta.
Me pregunto si es preciso ir sin vacilación al horror
de la noche,
penetrar el abismo, la boca del lobo,
caminar hacia atrás, de espaldas hacia la negación
o invertir la verdad, en el desolado camino.
O si más bien es preciso el sollozo de polvo en la
confusión del verano
terrible, o en el trastornado amanecer del alcohol con
trompetas de sueño
saberse de pronto absolutamente desiertos, o mejor,
es quizá necesario haberse perdido en el sucio trato
del amor,
haber contratado en la sombra un ensueño,
comprado por precio una reminiscencia de luz, un
encanto
de amanecer tras la colina, hacia el río.
Admito la posibilidad de que sea absolutamente preciso
haber descendido, al menos alguna vez, hasta el fondo
del edificio oscuro,
haber bajado a tientas el peligro de la desvencijada
escalera, que amenaza a
ceder a cada paso nuestro,
y haber penetrado al fin con valentía en la indignidad,
en el sótano oscuro.
Haber visitado el lugar de la sombra,
el territorio de la ceniza, donde toda vileza reposa
junto a la telaraña paciente. Haberse avecinado en el
polvo,
haberlo masticado con tenacidad en largas horas de sed
o de sueño. Haber respondido con valor o temeridad al
silencio
o la pregunta postrera y haberse allí percatado y
rehecho.
Es necesario haberse entendido con la malhechora verdad
que nos asalta en plena noche y nos devela de pronto y
nos roba
hasta el último céntimo. Haber mendigado después largos
días
por los barrios más bajos de uno mismo, sin esperanza
de recuperar lo perdido,
y al fin, desposeídos, haber continuado el camino
sincero y entrado en la noche
absoluta con valor todavía.
Tomado de:
http://www.poemaspoetas.com/carlos-bousono/precio-de-la-verdad
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