domingo, 3 de enero de 2016

POEMAS DE CARL SANDBURG


Carl sandburg.jpg
( ESTADOS UNIDOS, 1878- 1967)


De "Poemas de Chicago":


Acumulaciones


Han azotado las tormentas la tierra en este punto
y aquí se han ido a pique los barcos
                 y los transeúntes lo recuerdan
                 charlando en el puente de noche
                 cuando allí se aproximan.

Han golpeado los puños la cara de ese viejo boxeador
     profesional
                 y han aparecido sus combates en las páginas
                 de deportes y por la calle lo señalan con el
                 índice extendido por ser uno que una vez tuvo
                 el cinturón de campeón.

Se han publicado cientos de historias y se han rumoreado
     mil
a propósito del porqué ese hombre alto y tenebroso se ha
                 divorciado de dos jóvenes hermosas
para casar con una tercera que se parece a las otras dos
                 y sacuden la cabeza y comentan «ahí va»
                 cuando pasa de largo, con buen tiempo o con
                 lluvia, por las calles de la ciudad.

Versión de Miguel Martínez-Lage

Bajo el ala de un sombrero


Mientras el murmullo y las prisas
de los pasos que de largo pasan
resuena en mi oído como las olas inquietas
de un mar que azota el viento,
vino a mí un alma
asomada a la mirada de un rostro.

Ojos como un lago
donde ruge un viento de tormenta
me sorprendieron bajo
el ala de un sombrero.
            Pensé en un naufragio en alta mar,
            los dedos magullados y aferrados
            a la puerta desvencijada del comedor.

Versión de Miguel Martínez-Lage


Baño


Un hombre vio el mundo entero como una calavera
riente y un par de huesos cruzados. La carne rosada de la
vida se encogió hasta desaparecer de todos los rostros.
Nada cuenta, nada. Todo es falsedad. Polvo al polvo, ceniza
a las cenizas, y una antigua tiniebla y un silencio inútil.
Lo había visto todo. Fue entonces a un concierto de Mischa
Elman. En dos horas, las olas de sonido le golpetearon los
tímpanos. La música se llevó por delante algo, no sé qué,
de su interior. La música derribó y reconstruyó algo en su
cabeza, no sé bien qué, o en su corazón. Aplaudió durante
los cinco bises que dio el joven judío ruso con el violín. Al
salir, dio con las suelas en la acera de una manera nueva.
Era el mismo hombre, en el mismo mundo de antes. Sólo
que existía un fuego que canta y un ascenso de rosas
perennes sobre el mundo entero que contemplaba.

Versión de Miguel Martínez-Lage

Chicago


Salchichería del mundo,
Fábrica de Útiles. Almacén de Trigo.
Juego de Vías Férreas. Tirada de Mercaderías de la Nación;
ciudad tempestad, enronquecida, vocinglera,
ciudad de anchas espaldas.

Me dicen que eres perversa y lo creo, porque he visto a
tus mujeres acicaladas bajo los reverberos esperando a
los mozos del campo.
Y me han dicho que eres canalla y yo respondo: Sí, es
cierto, yo he visto al hombre con revólver matar y
quedar libre para volver a matar.
Y me han dicho que eres brutal y yo respondo: Sobre el
rostro de tus mujeres y de tus niños he visto las señales
del hambre desenfrenado.
Y habiendo contestado así me vuelvo aún una vez hacia
aquellos que desprecian esta ciudad, mi ciudad y les
devuelvo su desprecio y les digo:
mostradme otra ciudad que cante con la cabeza alta,
tan orgullosa de ser viva, robusta, fuerte y astuta.
Con sus juramentos magnéticos lanzados,
contristándose de hacinar obra sobre obra, he aquí una
gran alegre dadora de puñetazos que corta sobre las
pequeñas aldeas reblandecidas.
Feroz como una perra con la lengua alargada por la
acción, astuta como un salvaje, con el desierto como
adversario.
Cabeza desnuda
moviendo la pala,
rompiendo,
proyectando,
construyendo, demoliendo, reedificando.
Bajo el humo la boca manchada de polvo, riendo con blancos dientes.
Bajo el peso terrible del destino, riendo como ríe una mujer joven,
riendo como ríe un luchador ignorante que no ha perdido jamás en un combate,
fanfarroneando, riendo de que bajo su muñeca está el
pulso y bajo sus costillas el corazón del pueblo
¡Riendo!
Riendo con la risa de la tempestad de la juventud,
enronquecidas, vocinglera, medio desnuda, sudando
orgullosa de hacer Salchichas, de Fabricar Útiles, de
almacenar el Trigo, de Jugar con las Vías Férreas y de
repartir las Mercaderías de la Nación.

Versión de Ángel Cruchaga Santamaría

Dos vecinos


Rostros de dos eternidades me miran sin cesar.
Uno es de Omar Jayam y la roja materia
             en que los hombres olvidan el ayer y el mañana
             y recuerdan sólo las voces y las canciones,
             los relatos, los periódicos y las peleas de hoy.
Otro es de Louis Cornaro y el flaco favor
             de las lentas, breves comidas a través de los lentos,
                   breves años,
             para dejar que la Muerte abra la puerta lentamente,
                   una breve rendija.
Tengo un vecino que jura por Omar.
Tengo un vecino que jura por Cornaro.
                                                           Los dos son felices.
Rostros de dos eternidades me miran sin cesar.
                                                           Que miren.

Versión de Miguel Martínez-Lage

Dunas


Qué vemos aquí, en las dunas arenosas de la luna blanca,
             a solas con nuestros pensamientos, Bill,
a solas con nuestros sueños, Bill, suaves como las mujeres
             que se atan una pañoleta a la cabeza al bailar,
a solas con una imagen y una imagen tras otra, imágenes
             de todos los muertos,
más muertos que todos esos granos de arena apilados
             uno a uno aquí, en la luna,
apilados contra la línea del cielo que adquiere formas tal
             como quiera la mano del viento,
qué vemos aquí, Bill, fuera de aquello en que se rompen
             la cabeza los más sabios,
fuera de lo que claman los poetas, fuera de lo que buscan
             con denuedo los soldados, hasta dejarse por ello
             el cráneo al sol... ¿,Qué será, Bill?

Versión de Miguel Martínez-Lage

En un suspiro


                                                    (A los hermanos Williamson)

Mediodía. La blancura del sol destella en el asfalto de la
           Avenida Michigan. El tambor de los cascos, el
           zumbar de los motores. Las mujeres de acá para
           allá con sus vestidos endebles; en sus pieles y en
           sus ojos juega el fuego del sol.

En el teatro, películas submarinas. Del calor de las aceras
           y el polvo de las cunetas, los transeúntes entran en
           un suspiro para atestiguar la existencia de grandes,
           frescas esponjas, de grandes, frescos peces, de
           grandes, frescos valles y cordilleras de coral
           tendidas en silencio, bajo el agua, en el lecho del
           océano, miles de años.

Se zambulle un buceador desnudo. En su mano derecha,
           un cuchillo lanza un tajo al vientre de un tiburón.
           El tiburón larga un coletazo. Un simple coletazo
           acabaría con el buceador... Pronto, el cuchillo se
           hunde hasta las cachas en el gañote del pez que
           vira... Las fauces llenas de dientes, cada diente una
           daga, hilera tras hilera, brillan cuando el cadáver
           estremecido es izado en un bostezo por los
           hermanos del buceador.

Fuera, en la calle, el murmurar y el canturrear de la vida
           al sol... caballos, coches, mujeres de acá para allá
           con sus vestidos endebles; en su sangre juega el
           fuego del sol.

Versión de Miguel Martínez-Lage

Estatuas de bronce


I
La estatua de bronce del General Grant montado en su
         caballo de bronce, en Lincoln Park,
se apergamina al sol cuando pasan los automóviles
         ronroneando en largas procesiones, camino de
         alguna parte, para llegar a la cita prevista para la
         cena, o al cine, o a comprar y vender
aunque con el atardecer y de noche, cuando saltan las
         altas olas
en las lajas del paseo, a la orilla del lago, ahí cerca,
he visto al general retar a los basureros a que se acerquen
y pongan a galopar a su caballo de bronce, espoleado por
          los cascos y las armas de la tormenta.

II
Atravieso Lincoln Park en una noche de invierno
           mientras nieva.
En su estatua de bronce, Lincoln descuella entre la
           blancura de la nieve, su frente de bronce altiva
           ante los ecos de los vendedores de periódicos, que
           vocean que cuarenta mil hombres han muerto en
           el Yser, sus oídos de bronce atentos al amortiguado
           rugir de la noche que llega a sus pies de bronce.
Un indio ágil en un caballo pequeño, de bronce,
           Shakespeare sentado en bronce con sus largas
           piernas, Garibaldi con su capote de bronce,
           montan guardia en la fría y solitaria nieve que esta
           noche cubre sus pedestales, y así aguantarán hasta
           pasada la medianoche, hasta que raye el alba.

Versión de Miguel Martínez-Lage

Mag


Juro por Dios, Mag, que ojalá nunca te hubiera visto.
Ojalá nunca dejaras tu trabajo para venirte conmigo.
Ojalá jamás hubiéramos pagado el permiso, ni comprado
          un vestido blanco,
para que te casaras el mismo día en que fuimos corriendo
          a ver al cura
y le dijimos que nos amaríamos y cuidaríamos uno al otro
por siempre jamás, siempre que el sol y la lluvia perdurasen
          en algún rincón.
Sí, ahora es mi deseo que vivieras en otra parte, bien lejos
          de aquí,
y que yo fuera un vagamundo montado en un mercancías,
          a dos mil kilómetros, totalmente en la ruina.
          Y ojalá nunca hubiéramos tenido niños
          ni el alquiler, el carbón, la ropa por pagar,
          ni el recadero de la tienda que viene a cobrar lo suyo,
          a cobrar en metálico por alubias y ciruelas.
          Ojalá nunca te hubiera visto, Mag
          Ojalá nunca hubiéramos tenido niños.

Versión de Miguel Martínez-Lage

Negro


Soy el negro.
El que canta canciones,
el que baila...
con más suavidad que el algodón...
con más dureza que la tierra oscura,
los caminos apisonados por el sol,
por los pies descalzos de los esclavos...
espumarajos entre los dientes... estridentes carcajadas...
amor rojo por la sangre de la mujer,
amor blanco por los negritos que trastabillan...
amor perezoso por el tañer del banjo...
sudoroso, obligado al jornal de la siega,
altas risotadas con las manos como dos jamones,
endurecidos los puños con el mango,
la sonrisa de los sueños, la duermevela en las junglas de
     antaño,
loco como el sol y el rocío y el goteo, como la poderosa
     vida en la jungla,
meditabundo, triste, farfullando los recuerdos de los
     grilletes:
                    soy el negro.
                    Mírame.
                    Soy el negro.

Versión de Miguel Martínez-Lage

Personalidad


(Cavilaciones de un policía adscrito al Despacho
de Identificación)

Has amado a cuarenta mujeres, pero sólo tienes un
     pulgar.
Has llevado cien vidas secretas, pero sólo dejas una huella
     dactilar.
Vas por el mundo y combates en un millar de guerras y
     obtienes todos los honores del mundo, pero
     cuando regresas a tu hogar la huella de uno de los
     pulgares que te dio tu madre es la misma huella
     del pulgar que tenías en el asilo, donde tu madre
     te besó para despedirse.
Del útero revuelto del tiempo provienen millones de
     hombres, cuyos pies atestan la tierra, y se rajan el
     cuello unos a otros por un lugar donde seguir en
     pie, y entre todos ellos no hay dos huellas de
     pulgar que sean iguales.
En alguna parte debe haber un Gran Dios de los Pulgares,
     capaz de contar por dentro la historia de todo esto.

Versión de Miguel Martínez-Lage


De "Puñados":

Elige

      Un solo puño cerrado está en lo alto, listo,
si no, la mano abierta, tendida, a la espera, con su pregunta.
                                  Elige:
nos hemos de encontrar en uno o en otra.
Versión de Miguel Martínez-Lage




Octubre


Procedente del verano roto
la solitaria hoja roja es un recuerdo aplastado
muriendo mientras el viento y la lluvia
lloran el balbuceo de muerte del verano.
Los tambores de la lluvia tocan una marcha fúnebre a lo largo del día
y a lo largo de la noche el viento llora en lo alto de un árbol
el dolor del corazón por la separación
y la ruina de las rosas.

October

Out of the broken summer
The lone red leaf is a crushed memory
Dying while the wind and I rain
Mourn the death babble of the summer.
The rain drums playa dead march daylong
And nightlong the wind cries in a treetop
The heart's regret of parting
And the ruin of the roses.

Domingo


Campanas de domingo en septiembre
sonaban por los tejados
llamando a la gente sin importancia.
En mi jardín
donde los pétalos morados temblaban
recuerdo macizos amarillos de asteres
que se combaban bajo un viento suave y lento.
Un abejorro de vientre amarillo
zumbaba alrededor de un rojo dragón rojo.


Sunday

Bells of Sunday in September
Clanged across the roofs
Calling all the little people.
In my garden
Where the purple petals wavered
I remember yellow aster masses
Sagging under a slow soft wind.
A yellow-bellied bumblebee
Buzzed around a red, red dragon.

Febrero


Sin hojas, descarnados, inmemoriales,
los árboles han contemplado fijamente la hierba desolada.
Bajo la nieve han dormido las colinas
y el corazón del verano hace tiempo perdido.
Escondida en el centro
de las hondonadas y las tierras altas
espera, sólo espera, como el cielo y la tierra,
la silenciosa y hermosa niña Primavera.


February

Leafless, stark, immemorial,
The trees have gazed down on the desolate grass.
Under the snow the hills have slept
And the heart of the long-gone summer.
Deep and far
In the core of the hollows and u lands,
Waits, only waits, like sky and sod
The silent and beautiful girl-child, Spring.


ESTILO


Estilo, sí: adelante, hablad del estilo.
Es fácil saber de dónde saca un hombre su estilo,
como fácil es saber de dónde saca la Pavlova sus
piernas
o Ty Cobb el ojo con que mira al batear.

Que sigan hablando.
Eso sí: a mí que no me quiten mi estilo.
Es mi rostro.
Tal vez no sirva para nada,
pero es de todas formas mi rostro.
Hablo con él, canto con él, gusto y siento con él.
Sé por qué quiero conservalo.

Matad mi estilo
y le partiréis las piernas a la Pavlova,
y cegaréis el ojo con que mira Ty Cobb al
batear.

ELIGE


Un solo puño cerrado está en lo alto, listo,
si no, la mano abierta, tendida, a la espera, con su pregunta.
Elige:
nos hemos de encontrar en uno o en otra.

LEALTADES


Polvo amarillo
en el ala de un abejorro,
luces grises en los ojos
de una mujer que pregunta,
rojas ruinas a la luz cambiante
de los rescoldos del crepúsculo:
os tomo y amontono
los recuerdos.
La muerte ha de romperse las garras
en algunos a los que guardo.

Y OBEDECEN


Aplastad las ciudades.
Haced añicos las murallas.
Destrozad fábricas y catedrales, almacenes y hogares;
apiladlos como caigan, entre escombros y madera
renegrida y quemada:
sois soldados y os lo hemos ordenado.

Construid las ciudades.
Levantad de nuevo las murallas.
Reparad fábricas y catedrales, almacenes y hogares;
adpiladlos en fora de edificios para la vida y el trabajo:
sois obreros y ciudadanos todo, y os lo hemos
ordenado.



Un Revólver

He aquí un revólver.
Tiene un asombroso lenguaje propio.
Entrega ultimátums infaliblemente.
Es la última palabra.
Un simple, pequeño dedo índice puede contar una historia terrible con él.
Hambre, miedo, venganza, robo, se esconden tras él.
Es la garra de la selva vuelta rápida y poderosa.
Es el garrote del salvaje dotado de precisión magnífica.
Es más expedito que cualquier juez o tribunal.
Es menos sutil y traicionero que cualquier abogado o diez de ellos.
Cuando ha hablado, el caso no puede ser apelado a la suprema corte, no hay recurso alguno, ninguna acción de amparo, ninguna suspensión judicial que interfiera con el propósito original.
Y nada en la filosofía humana persiste más extrañamente que la vieja creencia de que Dios está siempre del lado de aquellos que tienen más revólveres.

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