(2 de marzo de 1954 (edad 62), Herveo)
El geólogo
Aquí hubo un mar hace un millón
de años.
El hombre no lo sabe, más la piedra se acuerda.
Pártela: hay un cangrejo en sus entrañas,
Todo de piedra ya, forma magnífica
Que se negó a ser polvo.
Ante el peñasco y el guijarro, piensa
Que acaso fueron seres dolorosos,
Sangre y pulmones palpitantes.
Entre la ciega roca
Y el trémolo extasiado de la salamandra
Tan sólo hay tiempo.
¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua?
Si tú me vieras caminando a esta hora hacia el
río
me dirías: mujer ¿en dónde está tu hogar? ¿dónde
tus hijos?
¿Dónde los sacos de lana, el tambor de bordar,
la sartén en el fuego,
el té del atardecer, las cortinas de flores, las
lámparas con su limitado crepúsculo?
¿Dónde las tardes sepia de las fotografías?
¿Dónde la soledad que el fonógrafo arrulla?
¿Y el cofre con las cartas y las blusas de seda
y el gato que se ovilla sobre el piano como un
pacto secreto con una
selva antigua?
¿Y qué podría responderte yo, hermoso viajero
invisible?
Hombre o Dios que imagino para que me
interrogues en esta
hora extrema.
Sí sueño tus labios latinos, no habrá besos en
ellos sino terribles
preguntas
Si sueño tus ojos de hogueras distantes no
encontraré ternura
en su mirada.
Si sueño desnudo tu pecho, y enorme en el cielo,
sobre las dudas
de la guerra y del Támesis,
oiré palpitar en el fondo un corazón valeroso y
ausente.
Tú tienes el deber de ser valiente; la guerra
cierra sus alas sobre
Inglaterra.
Tú tienes el deber de vigilar las bandadas de
hierro, la basura
del cielo, los pájaros del Führer.
Tú tienes el deber de salvar a Inglaterra, de
salvar de la peste
del odio piedras y almas.
Para mí se han cerrado los caminos, se han
cerrado los días, las
flores;
en el jardín los picos de los últimos pájaros ya
por última vez
dialogaron en griego,
y entendí que algo más triste que la guerra, más
triste que la
codicia y el odio
se está cerrando lentamente sobre los mudos
cielos de mi alma.
Tal vez todo está bien, tal vez así fue el mundo
siempre.
Monstruosas cabalgatas con sus lunas de cráneos
aplastando las
pequeñas ciudades
que intentaron un poco de fe y un poco de
belleza y un poco de
orgullo
frente al sollozo interminable del mar.
Reyes y santos y pontífices que no sienten que
hielan sus rostros
los vientos inicuos.
Y un desamparo de jardines sin sol, cuya humedad
recorren con
sus corazas rotas los ciegos caracoles.
¿A quién le estarán explicando estas cosas mis
labios?
¿Quién estará llenando con su forma ilusoria mis
últimos instantes?
Oh piadoso testigo, resto tal vez de un sueño.
Último moro de labios triunfales, ofrecedor del
último violín
de la noche.
Tú que no has existido jamás, y sin embargo,
llenas con tu presencia mi camino hacia el río,
la pesada labor de recoger estas cómplices piedras
Que he puesto en mis bolsillos, las muchas,
negras, firmes,
antiguas, prodigiosas, inexplicables piedras,
cuyo peso tasado por Dioses ya imposibles,
me retendrá en el fondo de las aguas.
Tú que incesantemente, sensual hijo de mi alma,
reiteras tus preguntas, tus gritos, tus
reproches,
tratas de arrebatarme mi secreto que ignoro,
demorarme en la tierra
que se están disputando los verdes rojos ácidos
venenos,
los sonoros cuchillos, los ángeles horrendos.
Tratas de retenerme pero ya nada soy
que pueda herir el mundo.
Fui el alma de mi patria una mañana;
hice sonar de estrella a estrella, hice sonar de
espuma a espuma,
hice sonar de sueño a sueño la sensitiva lengua
inglesa;
dije a las hondas madres sumergidas
tan hermosos secretos,
que una a una se alzaron del mar con sus flores
de púrpura,
tremolaron hilarantes y hermosas entre las nubes
de oro,
y perfumaron de hierbas salvajes las cavernas de
agosto.
Pero ya nada soy, hombre o duende que enredas
mis pasos
para que nunca encuentren la orilla del río que
debe arrastrarme.
Las ninfas de las aguas morderán estas manos,
masticarán mis cabellos como una hierba
misteriosa y nocturna.
Como el gato que escapa hacia la selva
escapó de la lámpara el crepúsculo;
el piano enloquecido cantó una tonada brutal al
fulgor de las
bombas
y va por las cortinas el incendio marchitando
las rosas de Morris.
Ya sólo soy el peso de estas piedras,
las piedras que arrojaban las hondas de los
padres antiguos,
restos despedazados de una ciudad de los tiempos
de Alfredo,
piedras que hicieron tropezar a los potros
romanos,
piedras de indescifrables inscripciones
que puso en estos bosques un Dios inaccesible,
que sembró en estos bosques, antes que hubiera
humanos,
un poderoso ser
para
ayudarme.
Oración de Albert Einstein
Advierto con profunda perplejidad
que el hermoso guijarro que abandono en el aire
se precipita recto hacia la tierra.
Tal vez para una hormiga que fuera en el guijarro
seria más bien la tierra lo que cae,
verde planeta que se precipita.
Para el soldado inmóvil
antes de halar la cuerda de su paracaídas
vertiginosamente asciende el mundo.
Y si al pasar el tren ante su cobertizo
el mendigo no viera los vagones
sino al niño que en ellos deja caer la manzana,
vería que la manzana toca el suelo
lejos del sitio donde el niño la suelta,
que la manzana cae oblicuamente.
Advierto que la firme realidad de este mundo
cambia de ser a ser, de conciencia a conciencia.
El gato observa las felinas estrellas.
Nunca verá el astrónomo
que mira el arco de la medialuna
el sobrehumano rostro que esa luna diadema
o esos pies de una virgen que la huellan.
Es tan sincero el mundo
que ni una piedra olvida tener sombra.
La memoria del prado
recuerda el rojo de las amapolas
y al primer soplo tibio lo despliega.
¿Cómo agradeceré que el agua no se incendie
aunque asile en su rostro sereno las hogueras?
¿Cómo agradeceré que las alondras canten
aunque Julieta las maldiga a todas?
Sé que esta luz de estrellas es más vieja que el mundo.
Que estas constelaciones son como un plano fósil
de lo que fue hace siglos el firmamento.
Sé que la masa enorme de los cuerpos celestes
altera el curso de la luz de la estrella
y que ese punto inmóvil que brilla en las alturas
innumerables veces se retorció en su curso,
trazó letras de luz en la piel de los siglos.
Todo rayo de luz porta antiguas imágenes,
y la energía es la terrible victoria
de la materia sobre el tiempo.
Las caprichosas nubes einstenianas
fulminan con sus rayos einstenianos los árboles
y rota la ecuación del vapor leve y del líquido peso
dulcemente se perlan las llanuras.
Me gusta el mundo dócil donde atrapo mis peces
con el anzuelo de un interrogante,
y pregunto en mi alma
cómo agrava la música la substancia del mundo,
qué es lo que escapa del violín y nos hiere.
Se marchita la música
en las elipses de la sinagoga
y Castor envejece más que Pólux.
Gracias, Señor, porque no tienes rostro,
porque eres rosa y dédalos de azufre
y muerte tras la herida y tras la muerte larvas
y previsibles astros tras los discos de eclipses.
Permíteme atrever mis inútiles fórmulas,
líricos mecanismos, serventesios de cuarzo,
trinos brotando de un vértigo de átomos.
¿Qué puedo hacer contra el ángel que altera?
¿Contra el que cambia todo azul en cianuro,
toda belleza en daño?
Algo mayor que el mal rige estos mundos.
Cada mañana pido a mi silencio
que el corazón gobierne al pensamiento,
y cada noche pido perdón a las estrellas.
Pero después olvido
y sé, mientras la luna danza en el pozo,
que Dios será sutil, pero no es malicioso.
que el hermoso guijarro que abandono en el aire
se precipita recto hacia la tierra.
Tal vez para una hormiga que fuera en el guijarro
seria más bien la tierra lo que cae,
verde planeta que se precipita.
Para el soldado inmóvil
antes de halar la cuerda de su paracaídas
vertiginosamente asciende el mundo.
Y si al pasar el tren ante su cobertizo
el mendigo no viera los vagones
sino al niño que en ellos deja caer la manzana,
vería que la manzana toca el suelo
lejos del sitio donde el niño la suelta,
que la manzana cae oblicuamente.
Advierto que la firme realidad de este mundo
cambia de ser a ser, de conciencia a conciencia.
El gato observa las felinas estrellas.
Nunca verá el astrónomo
que mira el arco de la medialuna
el sobrehumano rostro que esa luna diadema
o esos pies de una virgen que la huellan.
Es tan sincero el mundo
que ni una piedra olvida tener sombra.
La memoria del prado
recuerda el rojo de las amapolas
y al primer soplo tibio lo despliega.
¿Cómo agradeceré que el agua no se incendie
aunque asile en su rostro sereno las hogueras?
¿Cómo agradeceré que las alondras canten
aunque Julieta las maldiga a todas?
Sé que esta luz de estrellas es más vieja que el mundo.
Que estas constelaciones son como un plano fósil
de lo que fue hace siglos el firmamento.
Sé que la masa enorme de los cuerpos celestes
altera el curso de la luz de la estrella
y que ese punto inmóvil que brilla en las alturas
innumerables veces se retorció en su curso,
trazó letras de luz en la piel de los siglos.
Todo rayo de luz porta antiguas imágenes,
y la energía es la terrible victoria
de la materia sobre el tiempo.
Las caprichosas nubes einstenianas
fulminan con sus rayos einstenianos los árboles
y rota la ecuación del vapor leve y del líquido peso
dulcemente se perlan las llanuras.
Me gusta el mundo dócil donde atrapo mis peces
con el anzuelo de un interrogante,
y pregunto en mi alma
cómo agrava la música la substancia del mundo,
qué es lo que escapa del violín y nos hiere.
Se marchita la música
en las elipses de la sinagoga
y Castor envejece más que Pólux.
Gracias, Señor, porque no tienes rostro,
porque eres rosa y dédalos de azufre
y muerte tras la herida y tras la muerte larvas
y previsibles astros tras los discos de eclipses.
Permíteme atrever mis inútiles fórmulas,
líricos mecanismos, serventesios de cuarzo,
trinos brotando de un vértigo de átomos.
¿Qué puedo hacer contra el ángel que altera?
¿Contra el que cambia todo azul en cianuro,
toda belleza en daño?
Algo mayor que el mal rige estos mundos.
Cada mañana pido a mi silencio
que el corazón gobierne al pensamiento,
y cada noche pido perdón a las estrellas.
Pero después olvido
y sé, mientras la luna danza en el pozo,
que Dios será sutil, pero no es malicioso.
La luna del dragón
Hablábamos de los dones de la tiniebla.
De los amores muertos.
Cuando se perfiló sobre el Oeste
El oro espeso de la media luna.
'Mira: es la Luna del Dragón' me dijiste.
Y los dos la miramos
Como si algo terrible pesara sobre el mundo.
El hemisferio gris parecía lleno
De hondos presentimientos.
No había una estrella sobre el mar en calma
De humaredas y torres.
Nadie dijo: 'Es la luz que hace al Dragón
visible'.
Nadie dijo: 'Es la casa donde el Dragón habita'.
Nadie dijo: 'Es la luna que ampara a los dragones'.
Miramos simplemente el cuerno rojo.
La sobrehumana forma que doblegaba al cielo.
Y pensamos acaso en los terrores
De la culpa y la fiebre.
'Sólo es la Luna del Dragón' me dijiste.
Pero algo negro ascendió de mi infancia
Y di gracias a Dios de no estar solo.
Seguimos en silencio
Mientras las nubes negras cercaban en la hondura
Aquel objeto de alta magia y belleza.
'Tal vez
el nombre viene de las baladas celtas'.
'Yo no sé
por qué pesa y aflige como un sueño'.
Era la Luna del Dragón, y nadie
Parecía comprenderlo.
Iban las multitudes, bulliciosas, urgentes,
Atentas sólo a su pequeño misterio,
Mientras sobre las hondas avenidas
Un oro atroz vertía su intemporal influjo,
Y algo terrible y bello batía sus alas rojas
Como un polvo impalpable sobre las tristes
tierras.
El espejo
Una región del muro está hechizada.
Sólo el ojo lo sabe.
Un cristal incansable paso a paso repite
las rectas sombras que la tarde desplaza.
Terriblemente dócil, no desdeña
la vertical sinuosa de una hormiga extraviada
y al fondo de sus cámaras
también crecen las plantas.
A veces miro ese país extraño
cuyos hombres no tienen más lenguaje que el
gesto,
ese país sin música.
Sé que no puedo ser ese hombre que me mira,
sé que a él no lo alcanzan el temor ni la idea.
Cuando la noche apaga las letras y los ángulos,
en su país de eclipses él no te ama.
Teléfono
A medianoche, en Nueva York,
ella, emergiendo de los mares del sueño,
escucha esa palabra cargada de agua azul
como otro sueño: Adriático,
y sobre un ajedrez de hierro y luna
acaso ve las naves.
Franz Kafka
Padre, le digo, dame tres granos de cebada para despertar al
durmiente.
Pero mi padre no responde:
es un enorme jinete de bronce, alto sobre
colinas y sinagogas.
Madre, le digo, aparta tanta niebla,
muéstrame un rostro dulce, del que broten
palabras ingenuas.
Pero ella se ha perdido por los callejones de
piedra
y sólo encuentro en el espejo sus ojos inmensos.
Abuelo, digo entonces, ya no luches más con el
ángel,
ven a contarme historias junto al niego, mientras
se hiela el Elba.
Pero el viejo me mira con ojos ausentes, y
comprendo
que no es éste mi abuelo sino un viejo gitano
que quiere venderme
un recuerdo.
Hermana, bella hermana, le digo,
toma mi mano que está oscuro en esta casa
inmensa.
Pero a mi lado pasa una condesa polaca
monumental y arrogante
y se escucha un violín, y se cierra una puerta.
Hermano, digo, qué bello cabalgas sobre el potro
de madera y
de laca,
¿hacia dónde nos llevan estas tardes inciertas?
Pero él es sólo una imagen, una gris fotografía
en mis nimios,
y a lo lejos, atroces, los cañones resuenan.
Goethe, le digo, cántame una canción romana,
haz que yo sienta en mi corazón esta antigua
tristeza.
Pero la tumba calla y sobre ella vuelan grises
palomas
y no puedo abrir este libro porque sus páginas
son de ceniza.
Milena, digo luego, tal vez tú puedas finalmente
salvarme,
dime que soy de carne y de sangre, que esto que
me atenaza es un deseo
Pero ella se afantasma entre miles de seres
escuálidos
y apenas si percibo dos llamas que se apagan muy
lejos.
¿Entonces es delirio todo esto? ¿A quién puedo
llamar que me
salve?
Su reino es de este mundo. Todos están aceptados
y absueltos.
Son demasiado humanos, son demasiado justos,
y yo no logro hablarles con mi estruendo de
élitros.
y no aprendí a cruzar las puertas,
y no sé defenderme.
Si ves dos grises ojos de gato en la gótica
noche de Praga
comprenderás que temo morir si me duermo.
Si oyes una canción en la gótica noche de Praga
comprenderás que intento saber dónde me
encuentro.
Si oyes un corazón en la gótica noche de Praga
comprenderás quién sostiene todo este sueño.
POEMA
Estuvo aquí hace poco. Como una diosa en fuga
llevaba débilmente sus temblores divinos.
Por un instante el cielo detuvo a la hilandera
y la muchacha hermosa se detuvo un momento.
Ahora ha partido. Carne que sabe la sentencia,
comprendo que mis ojos la han perdido por siempre.
Roja sombra, has de ser la ceniza de un sueño.
Dulce, fugaz sonrisa... ¿No estarás en mi cielo?
Nada nos pertenece. Todo sigue um oscuro
rumbo. Son sueño el árbol, el castillo, la esfinge.
El mar abre sus líquidos brazos de cruel sirena
hacia donde incesantes naves se precipitan.
Adiós, sagrada imagen. En la tarde solemne
despido astros y Dioses que otorgan oro y sangre.
Muero un poco con todas las flores abatidas
y se apaga el crepúsculo, pero la noche es grande.
AMOR
La piedra ama a la nube,
pero ese amor es sólo desesperación de su propia
quietud.
Se lo dije, pero ella replico
que ese amor también es siglos de nube en su alma.
POE
Edgar Poe se miró al espejo y se dijo:
— Ese hombre del espejo no sufre,
es un actor que imita mi sufrimiento.
El hombre del espejo se dijo:
— Ese hombre no sufre,
finge sufrir para que yo sufra imitándolo.
SABRÉ EL SECRETO
Sabré el secreto de estos viejos bosques
al apartarse la niebla indecisa.
Algo como un faisán vendrá a mis ojos,
Denso de orgullo y vida,
y habrá un verde en mis labios como de ramas
nuevas.
Sabré el secreto de esta noche em ascuas,
extinguidas las lámparas,
cuando uma piel de luna cubra el campo.
Sabré lo que ocultan estas grutas
cuando, bajo los árboles del alma,
la red de lo visible se aparte en las pupilas
y surja, al fin, el rostro
del que todos mis sueños eran máscaras.
NIETZSCHE
Está muriendo un Dios en el centro de un ópalo del
color del crepúsculo,
Está muriendo una hoja de hierba en el pecho de
Cristo
Está muriendo una rosa en el aire estancado de la
catedral de Maguncia,
Traspasada en el aire por una quemante aguja de
sol.
Está muriendo una llanura donde retozan embriagados
leopardos.
Está muriendo un ángel sobre un glaciar
blanquísimo.
Está muriendo un barco lleno de ancianos en una
colina del cielo,
en un aire cargado de delfines livianos y azules.
Está muriendo una cúpula bajo el asedio de las
mariposas.
Está muriendo un lupanar lujoso y sonoro de besos
enfermos.
Está muriendo mi corazón bajo los crueles halcones
del olvido de Lou.
Me estoy borrando en sus pupilas bellas y
esperanzadas como comienzos.
Está muriendo un pájaro en un bosque de nubes.
Está muriendo uma luna glacial bajo mis sábanas de
seda.
Algo muy bello está borrándose por las bahías de mi
infancia.
Algo muy triste calla en sus violines.
UN ANARQUISTA
Yo no soy el que mata a distancia, escudado en el
aire invisible.
Yo no soy el que hace inviolable su crimen bajo el
ropaje de uma ley o
una iglesia.
Salgo de en medio de las multitudes, ebrio de indignación y de cólera;
no me importa morir, sé que mi muerte es poco comparada con esta
empresa espléndida
de mostrar al tirano que su carne es mortal, que hasta el último esclavo
puede tocar
la estrella con la frente, puede tomar el hacha de la justicia;
que no
hay nadie tan mísero que no pueda despojar a un Rey de su trono;
que hasta
el último hombre puede ser en su hora es estruendo y el rayo de
un dios de cólera.
Avanzo
hacia el cortejo marcial; quedan atrás la multitud y el pasado.
Tomo las
riendas del caballo del príncipe, miro su rostro elegante y perplejo.
Apunto el
arma hacia su pecho cargado de medallas y emblemas.
Ya en
vano corren hacia mí los sobresaltados esbirros.
El
caballo me salpica de espuma. La barbada boca del príncipe intenta una
maldición o una orden.
Este seco estampido se está escuchando hasta en los
últimos confines del
mundo.
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