lunes, 11 de septiembre de 2017

POEMAS DE VICENT ANDRÉS ESTELLÉS

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(4 de septiembre de 1924, Burjasot, España -  27 de marzo de 1993, Valencia, España)

LAS COSAS

Quan, entre gents, estic mut e pensiu.
Ausiàs March

En la oscuridad, había mujeres en los bordillos.
Decían cosas obscenas, amablemente obscenas,
de una halagadora obscenidad quizás.
Y fumaban. Recuerdas que, en la oscuridad, fumaban.
La calle Ribot tenía un viejo prestigio.
No la habías visto nunca. Y no la verías nunca.
Un amigo te llevó. Había luces siniestras.
Pasasteis de largo. Con las piernas abiertas,
las mujeres se abanicaban la ingle con la falda.
Me cuentan que, durante la guerra, los soldados hacían cola.
Al acabar la guerra, ¿hubo, entre aquellas mujeres,
una depuración? No lo he sabido. No lo sé.
Como el mar devuelve a los ahogados, la guerra
devolvía aquellos grandes cuerpos a la oscuridad.
Si no recuerdo mal, por aquel tiempo leías
—y quizás te sabías algunos fragmentos de memoria—
los poemas de Rilke. De Aleixandre te venía
el placer de la luz —limpieza o pureza,
o la impureza que la limpieza podía
redimir, y hablas demasiado, ¡oh, no te metas en honduras!
Pasasteis de largo. En la esquina de la calle
llamada de Guillem de Castro, vomitaste, indigno.
En "El Siglo" te tomaste un café sin azúcar.

LOS AMANTES

La carn vol carn.
Ausiàs March

"No había en Valencia dos amantes como nosotros.
Ferozmente nos amábamos de la mañana a la noche.
Lo recuerdo todo mientras tiendes la ropa.
Han pasado años, muchos años; han pasado muchas cosas.
De pronto aún me atrapa aquel viento o el amor
y rodamos por el suelo entre abrazos y besos.
No comprendemos el amor como una costumbre amable,
como una costumbre pacífica de cumplidos y telas
(y que nos perdone el casto señor López-Picó).
Se despierta, de pronto, como un viejo huracán,
y nos tumba a los dos en el suelo, nos junta, nos empuja.
Yo deseaba, a veces, un amor educado
y el tocadiscos en marcha, negligentemente besándote,
ahora un hombro y después el lóbulo de una oreja.
Nuestro amor es un amor brusco y salvaje,
y tenemos la añoranza amarga de la tierra,
de andar a revolcones entre besos y arañazos.
¡Qué queréis que haga! Elemental, ya lo sé.
Ignoramos a Petrarca e ignoramos muchas cosas.
Las Estancias de Riba y las Rimas de Bécquer.
Después, tumbados en el suelo de cualquier manera,
comprendemos que somos unos bárbaros, y que esto no puede ser,
que no estamos en la edad, y todo esto y aquello.
No había en Valencia dos amantes como nosotros,
porque amantes como nosotros se han parido muy pocos."

MAÑANA SERÁ UNA CANCIÓN

Ab dol, ab gauig, ab mal, ab sanitat.
Pere March

Animal de recuerdos, lento y triste animal,
ya no vives, sólo recuerdas. Ya no vives, sólo recuerdas
haber vivido alguna vez en alguna parte.
Felicidad suprema, la hora de escribir los versos.
No los versos astillados, apresurados, que escribías,
sino los versos solemnes —¿solemnes?— del recuerdo.
Te permites recordar con un paisaje y todo:
las butacas del cine, el film que se proyectaba,
al que no hicisteis ningún caso, claro está;
y evocas la Albereda, las ranas del río,
las carcasas abriéndose en el cielo de la feria,
toda Valencia en llamas la noche de San José
mientras hacíais el amor en aquella terraza.
Animal de recuerdos, lento y triste animal,
ahora evocas y piensas en la carne fresca y suave
por donde tus manos o tus besos andaban,
la gloria de unas telas alegres y ligeras,
los caballetes de tejas enmohecidas, la maleza
que crecía, adorable, de pronto, entre unas tejas.
Animal de recuerdos, lento y triste animal.


A SAN VICENTE FERRER (Epístola con sello de urgencia)


Escribo bajo una luna amarga como la hiel.
(Ya sé que esto que me pasa no es nada del otro mundo...)
Tengo el alma escocida como la planta de un pie.
Me pesan los zapatos cual si fueran de plomo.
Sólo tengo ganas de escribirte, si quieres que hable claro.
Nada más tengo ganas de rascarme la rodilla.
Me he sentado un momento mientras se calienta la cena.
Se oye, abajo, la melodía tierna de «Limeleight».
Un niño llora y llora en el piso de al lado.
Mi mujer yace, hace diez días, en la cama.
No tenemos ya ganas de hablar, de decir nada.
Por la ventana, abierta, viene el escándalo de los grillos.
He de ponerme a escribirte, porque no hay otro remedio.
Te escriben los poetas, y yo soy un poeta.
He de escribir un poema a san Vicente Ferrer.
Esto es todo: aquí me tienes. Siento que el alma me quema,
aquí, como un talón que escuece, bien amargo.
El aire fino del mar me golpea la espalda.
¿He de decir que tú fuiste un gran valenciano
y he de decir todo esto y aquello de «nostra parla»
y he de cantar tu lucidez allá, en Caspe,
y tu verbo, y tu voluntad unitaria
en los mapas y en la Iglesia, y el gozo de tus milagros,
y tu nombre como la piedra que cae, de pronto, en el agua?
Me aflojaré los cordones —permite— de los zapatos.
O me quedaré, de pie, descalzo sobre los ladrillos,
diré una letanía de cuatro cosas claras.
Me afilaré la lengua, si quieres, en un bordillo.
Me limpiaré las manos con agua y con jabón.
Me cortaré las uñas muy cuidadosamente.
Mira: he de luchar. Dios me quiere vencedor.
No me des, pues, la paz, que me la quiero ganar.
El corazón me crece y crece como el pan
mientras voy, vengo y vuelvo. No me des, pues, la paz,
ni la serenidad: son, tan sólo, un lujo,
y no estamos para lujos. Quiero ir y volver
y hacer mi camino, cada día, ardientemente.
Mi camino, mis cosas, calientes, mías.
Dame lucha, y yo ya pondré lo demás.
Que me hagan las palabras servicio concreto de piedras
para tirarlas a un río o tirarlas a una cabeza.
Déjame así, de pie: esto, nada más, te ruego.
Dame lucha, porque no quiero ponerme a adorar
los ídolos imbéciles de las palabras, ahora
que es tiempo de cogerlas como cuchillos o mazos.
Es el tiempo de cogerlas y hacerlas fuego y llama,
de decir esto y aquello clara y tenazmente.
Dame lucha y motivos de llanto o de esperanza.
Si no tuviera qué decir, tápame la boca con barro.
No me dejes a la orilla de la égloga y las dalias.
No quiero traicionar a quien lucha, a quien pasa sueño o hambre.
No me dejes a la orilla del río de las palabras.
No quiero saber nadar y guardar bien la ropa.
Quiero lanzarme, de cabeza, y jugar a las claras.
No me des, pues, la paz. Te pido otra cosa.
Solamente, que me sostengas bien caliente, bien humano.
El camino de la espina concluye siempre en la rosa.
Yo soy uno entre tantos: me siento uno entre tantos
que toman el tranvía y lloran, cada día,
silenciosamente, casi sin llorar.
Europa me duele y los días de tristeza.
Europa me duele y me duele bien concreta y caliente,
como el pan que se agria de no llevarlo al horno.
Como un pan, entre las mantas de un miedo inconcreto,
que crece y crece con un tristísimo vacío.
¡Es la hora de cruzarlo con un cuchillo,
es la hora violenta, por fin, de la sazón!
Es la hora, clara y alta, de los corazones y los pies abiertos.
De decir aquello que falta. Y de llevar el pan al horno.
De quemar las palabras y hacer, del humo, el lienzo
que llene el mundo, la tarde, otra vez el mundo.
Es la hora de hablar claro y raso, san Vicente.
(¿O de sentarse en una piedra y callar ya del todo?)

  

CRÓNICA ESPECIAL


La muerte de Manolete en las hojas de un diario,
mientras en Benimaclet yo estaba esperando.
O las ejecuciones en un patio de Nüremberg,
mientras te veía pasar por la calle de las Barcas.
Un amor en un tiempo, ¡qué tiempo, oh qué amor!
Un amor inscrito para siempre en la historia.
El «Monasterio de Santa Clara» crecía en el aire.
El Tyris lleno de gente, el olor de la gente.
Las parejas salían, llevaban las mejillas rojas.
Las madres no sabían qué hacer para cenar.
Los padres escuchaban radios extranjeras.
Y todos pensaban que era cosa de cuatro días.
O de cuatro semanas a más poner, quién sabe.
Los hijos hacían el amor en el hueco de la escalera.
El padre conversaba con la madre en la cocina.
Envejecía la madre sobre los pucheros absurdos,
blanqueaban las greñas sobre el hueso de su frente.
Cosa de cuatro días o de cuatro semanas.
Y pasaban los días, las semanas, los años.
Y la marcha de Mao por el continente de China.
Después vino Corea. Después vino el Vietnam.
El padre murió, murió la madre.
La hija se casó con otro, años después.
Algunas veces se encuentra con aquel primer amor.
Cosa de cuatro días o de cuatro semanas.
Como si entre ellos no hubiera habido la intimidad
en el hueco de la escalera, hablan de sus hijos.
«El mío va al Instituto», «La mía tiene sarampión».
Han ganado una triste, sucia civilidad.
De pie en la calle, hablan cuando se encuentran.
Y cada uno sigue después su camino.
¡Oh el amor inscrito, qué cosa, en la historia!


HORACIANAS


II

Nada me gusta tanto
como enramarme de aceite crudo
el pimiento asado, cortado en tiras.
Canto entonces, distraído, converso con el aceite crudo, con los productos de
[la tierra.
Me gusta mucho el pimiento asado,
mas nunca demasiado asado, que lo desgracia,
sino con aquella carne mollar que tiene
al quitarle la corteza socarrada.
Lo expongo dentro del plato en puñados incitantes,
lo enramo de aceite crudo, con un pellizco de sal,
y mojo mucho pan,
como hacen los pobres,
en el aceite, que tiene sal y ha tomado un sabor de pimiento asado.
Después, en un pellizco
del dedo gordo y el dedo índice, con un trozo de pan,
cojo un trozo de pimiento, lo elevo ávidamente,
eucarísticamente.
Me lo miro en el aire.
A veces llego al éxtasis, al orgasmo.
Cierro los ojos y me lo zampo.
 
  
XVII

Buenos días, puñado de agua,
peine, gilette, jabón, dentífrico,
buenos días, normalidad u hostilidad del tiempo,
volumen de mierda que he soltado y miro.
Oh buenos días, vecina, que vuelves del mercado.
Esta buena mierda, sazonada y frágil,
da ganas
de invitar a mojar al vecindario.
Como la mierda se va, al tirar de la cadena,
así son de fugitivos los placeres
que la vida nos depara, los amores, todo eso.
Nos parieron con mierda y otras amenidades semejantes,
y nuestro último acto o última voluntad
será también una cagada gratuita, unos orines.
 
  
XLII

He amado mucho la vida,
no como plenitud, cosa total,
sino, pongamos por caso, como me gusta la mesa,
ahora un pellizco de esa salsa,
oh, y este rabanito, aquel ajo tierno,
qué decís de esta merluza,
es sorprendente el hecho de una cereza.
Me gusta la vida así,
este vaso de agua,
una joven que pasa por la calle,
este verde,
                  este pétalo, aquello,
una pareja que se coge de las manos y se mira a los ojos,
y todo con su nombre pequeño siempre en minúscula
como este verderón,
                                 aquel ombligo,
como el primer diente de un niño.
 
  
LI

Este año miserable,
m.cm.lxiii d. de c.,
será muy recordado y muy amargamente.
Vicent Ventura desterrado en Munich o París,
Joan Fuster en Sueca
—dicen por el vecindario que escribe de noche a máquina y circula un
[tenebroso prestigio—,
Sanchis Guarner recorre perplejo la ciudad. 
Yo escribo y espero en Burjassot, 
mientras por las calles de Valencia 
la gente, obscena, grita y quema un libro. 
  
  

LXXIX

Los cónsules, los procónsules,
qué mezquina raza oficiosa de hijos de puta, cautísimos,
de manera que nunca se note demasiado.
Bastardos,
hablan siempre en voz baja
y tienen muy propicia una brillante sintaxis de mármoles y espadas.
Son conmemorativos,
y practican un vicio que se llama necrología. 

LAS POSTRIMERÍAS DE CATULO


IX

Trabajo mucho y con una dulce rabia.
Trabajo mucho y con frecuencia no leo
aquello que escribo —sigo un hilo oculto.
Me he retirado a Verona otra vez.
Me he retirado a Verona para siempre.
Mis amigos quieren que vuelva a Roma.
He de seguir, perseverar como nunca,
porque como uno sabe, cautamente adivina
algún amor, o su amor, yo sé,
por tan secreto procedimiento que ignoro,
que ya la muerte no debe de tardar mucho.
A la mañana, temprano, cuando no hay sol todavía
salto de la cama como por remoto temor.
Con unos puñados de agua me lavo y me pongo a escribir, ya, estos papeles informes,
este fervoroso, muy amargo testimonio.
Aquello que nunca consiguieron
con las palabras graves de los dictados los sabios
—escribe, escribe: has nacido para escribir—
lo ha conseguido este último temor.
Escribo nada más porque es lo que sé hacer.
También sé hacer el amor y beber vino,
pero el amor y el vino me dan asco.
No sé por qué ni para quién escribo.
¿Sabrá, alguien, escuchar, entre estas palabras,
los pasos graves, esquinados, de la muerte?
Traducción de Vicent Andrés Estellés 
Antologia, Ed. Visor, Madrid, 1983.


la noche 

 
 

LA vida contada A UN NIÑO DEL VECINDARIO 
Y entonces, Dios le dio 
la Vida al hombre, 
y era tan hermosa y delicada 
que el hombre no sabía 
qué hacer con ella 
y sólo era feliz durmiendo. 
Por la mañana, sin embargo, 
volvía la angustia 
y le venía aquel 
deseo enorme de llorar, 
y llevaba en sus brazos la Vida 
como quien lleva un niño de pañales, 
como quien lleva una aceitera de nitroglicerina ... 
A veces la llevaba a modo de real 
y quería a mostrar-la, 
pero todos tenían y no le hacían caso, 
y callaba, tristísimo ... 
¿Ya te has comido la merienda? 
 
 
LA MUERTE, contadas AL NIÑO DEL VECINDARIO 
La Muerte venía a veces, 
pero nunca se quería ir, 
pues se encontraba bien, 
lo que se dice muy bien, 
ya sabes, 
como tú cuando sales al corral y juegas 
con los pollitos y con los conejos 
y coges una piedra verde 
y la rompes con una piedra blanca 
y te pones a llorar de repente 
porque sí, sin morís,
y como nadie te hace caso 
callas, 
y luego vuelves a jugar 
con esto o con aquello ... 
Nunca se fue , la Muerte, 
y se quedó para siempre con nosotros, 
la Muerte, ya sabe 
 
  

el amante de toda la vida


Sabía que vendrías, que ya era 
la hora de poner la mesa dignamente, 
de abrir la puerta y enramar el viento 
con las palabras de la primavera. 
Amor y más amor de aquel que espera, 
amor y más amor de aquel que siente 
la pentecostés del amor, el adviento, 
y en el viento el gran grito de la bandera. 
Tenía a punto, amor, todas las cosas 
porque sabía que vendrías, ahora, 
con un escándalo de sonetos y rosas. 
Amor y más amor y más aún, 
y avemarías y vitrales y alondras, 
y todos los trigos noveles de la tarara. 
 
 

Amor y amor cuando llueve y cuando hace sol, 
amor cuando es de día o es de noche, 
y en la mesa y en la cama, al primer grito, 
y el aceite achicharrado en el crisol. 
El amor, que es una pena y un consuelo, 
un diciembre lluvioso y abril florido, 
atrevido, enardecido y decidido, 
que todo lo tiene y lo da y todo lo quiere. 
Llueve y llueve en finísimas agujas, 
llueve y llueve en la basura, en la azotea, 
llueve y llueve en la ropa y en las hojas ... 
De amor de pies a cabeza vengo empapado, 
de amor y de furor cuando te desnudas 
borde la cama donde te espero desnudo. 
 
EL AMIGO
            A Vicent Ventura, cuando estaba en el exilio
Amigo del corazón, del alma, del hígado,
yo no sé hacer relojes, yo quisiera
ir llorando por el boulevard, la niebla,
y preguntarle a Brassens si has comido.
Enamorados que se palpan en el metro,
patrias del neon, sonetos grasos,
el vaho de col hervida, la nostalgia,
la larga escalera de peldaños de madera.
Que estoy triste, que te recuerdo, que no puedo,
un ahogado en el tonel del vino,
músicas de Vivaldi por la alfombra.
Vuelvo a la vida miserablemente
lleno de papeles, desistimientos, silencio,
con calcetines de lana todos los días.
 

 

el inventario clemente 

 
POST-MORTEM 
Hay días, hay ciertos días, ya ves ahora, 
estoy muriéndome de tristeza, lloro, 
pienso en ti y te querría a mi lado: 
ahora sí que estaríamos bien felices. 
Todo te lo perdone, vida mía, todo, 
te lo perdone, lo olvide, nada de nada, 
ahora sería tu amante solícito, 
trataría de entenderte, de comprenderte. 
Que me note solo, respecto soledad, 
que no puedo más, recuerde y te recuerdo, 
recuerdo todo lo que no hemos vivido. 
Que estoy muriéndome, que quiero vivir, que 
quiero que vuelvas y tomarte una mano, 
agarrarme a la vida, que me acabo. 
 
PROFESIÓN DEL VIEJO roderas 
A mi me gusta el vino 
de las tabernas, el 
vino potente del camino. 
Ay de mí! 
A mi me gusta el vino 
que me tumba de un empujón 
a mitad del camino. 
Ay de mí! 
A mi me gusta el vino 
de las tabernas, que 
me es un vino y un camino. 
Ay de mí! 
 
 

la llave que abre todas las cerraduras 

 
CON UN FONDO subversivo
Ya no hay más que eso:
Muerte.
Este, Oeste, Sur y
Norte.
Muerte. Muerte solamente.
Lugares
de
muertos.
Unos larguísimos
despensas
llenas de
muertos.
Muertos por todas partes,
camuflados detrás unas flores.
Un día,
sin embargo,
surgirán de sus
lugares,
caerán encima de las ciudades -un
alboroto
de
muertos-
y ya sólo habrá
eso:
muertos.
Ellos mandarán, tendrán sus
Cortes,
dirán:
"Esto
es malo y eso es
bueno"
y darán faltas y buenas.
Pero ahora esperan a sus sitios.
Esperan la orden de lanzarse.
Debe venir un orden nuevo.
El instaurarán los
muertos,
de la noche a la mañana, un día
cualquiera.
Todo cambiará de arriba abajo:
los vivos estaremos sometidos a los muertos.
Hay,
pues,
hacerse amigos entre los muertos.
 
primera audición
CORRE
el
sol
como
un
niño
por el
pasillo.
Sube el sol como un amante sobre tu cama,
sobre
el
tu
desnudo.
Canta el sol como un pájaro en el balcón.
Pita
el
sol
de
buen
mañana
como
el 
tren
que
cruza
la huerta
y
los cañaverales.
Toda desnuda,
desnuda
y
alta,
dentro
la
cámara,
alegraban tus pechos,
-caderneres,
pardillos
y gorriones,
lagartija
a
la
pared-,
llenos
de
sol
de la mañana.
 

libro de maravillas 

 
*
Aquí me parieron y aquí estoy.
Y como me pasan ciertas cosas,
aquí las cante, aquí las digo.
Aquí me parieron, aquí estoy.
Aquí trabaje y dé besos.
Aquí agonitze y aquí me río.
Aquí defense unas cosechas.
Diez veirtats y cuatro mitos.
Aquí me parieron y aquí estoy,
pobre de bienes y rico de días,
pobre de versos, de afanes rico.
Canto el amor y las parejas
que viven, beben y se van.
Cante un amor de contrabando.
Canto al amor, cante los amantes.
No sé tampoco si esto son cantos.
Digo las cosas que vienen, van,
vuelven un día, otro se van,
la esperanza de contrabando.
 
POSTAL
     De ellos ahunits sale amor, de algún acto .
              Ausiàs March.
Árboles de la Alameda, aquella fuente amable
que suena entre las hojas, la calle de Colón,
la calle de Ruzafa, y allá la calle de Xàtiva.
Caminábamos los dos ese día de agosto.
Tú llevabas un jazmín, distraída, en una mano.
Llevabas un vestido blanco que ceñía tu cuerpo.
No osaba tocarte. Te miraba, sólo,
con un amor tan grande como la Catedral de Mallorca,
un amor casto y humilde, un amor religioso,
con unas ganas de llorar de agradecimiento
porque te había dicho que te quería y me habías
contestado que me querías . Irrumpieron de pronto
las trompetas de jazz, la calle de Ruzafa
tan diverso de los neones en los establecimientos,
alegre de teatros, de cafés y de vida.
Tú llevabas un fesmil en una mano; recuerdo 
como el varas cortar mientras te hablaba yo.
Al llegar a casa, el llevabas en la boca.
 
POR EJEMPLO
     Entre estos dos estados es todo el pueblo 
     y yo confeso ser de este número. 
              Ausiàs March.
Los años de la posguerra fueron unos años amargos,
como no lo fueron antes los tres años de la guerra,
para ti, para mí, para tantos como nosotros,
para los mismos hombres que hicieron la guerra.
La posguerra era sorda, era amarga y feroz.
No pedía cóleras, pedía cautelas,
y pedía pan, medicinas, amor.
Años de cautelas, de preocupaciones y tactos,
de pactos clandestinos, conformidades crueles.
Nos dijeron, un día: La guerra ha terminado.
Y bota los márgenes y arrancamos las cañas
y bailamos los márgenes y arrancamos las cañas
y bailamos alegres encima toda la vida.
Terminada la guerra, fue lo la posguerra.
Apagaron las risas astillados en los labios.
Y sobre los ojos cayeron telarañas de duelo.
Se anunciaban los pechos, punzantes, bajo las telas.
Un bulto dpamor crecía, tenaz, en la entrepierna.
Eran tiempos de posguerra. Se imponía el amor;
brutalmente imponía sobre hambre y cautelas.
Y fue un amor triste, el amor sucio, desgarrado.
Un sentimiento, sin embargo, redimió la vileza
que hicimos perpetrar, inocentes y crueles,
llenos ya de pies a cabeza de obscenidad y barro.
Nada, ya, tenía objeto. La guerra, la posguerra ...
¿Y quién sabe, al final? Sólo nos hacía falta vivir.
Y después de palpar hacernos ferozmente, brutalmente,
llegábamos a caso y llevábamos las manos vacías,
y todavía nos miramos ahora las manos vacías a veces,
y ahora sentimos el espanto que entonces no sentíamos
y lloramos por aquella pureza que no fue,
por aquella pureza que nunca hemos podido vivir,
que no hemos podido probar en ninguna de lado, nunca. 

libro de exilios (1971)


No puedo decir tu nombre. O lo digo negligentemente. 
No puedo decir tu nombre. Ciertos días, ciertas noches, 
me pasan ciertas cosas. Tengo el deseo de ti. 
Conviertes, entonces, mi sola patria. 
No puedo decir tu nombre. Esbelta, tierna, cálida. 
Terriblemente esbelta, de pie, como una patria. 
No puedo decir tu nombre. Caro, si el dique, la tengo que decir 
con cierta negligencia. No puedo decir tu nombre. 
No es un deseo tan sólo sexual, conyugal. 
Es el deseo del río, y la sábana, y la basura. 
Es un instinto de patria. Es el deseo del árbol, 
y del cielo, y del cántaro, y la jarra, y la arcilla. 
De ser y ser del todo, plenamente: tener patria. 
Y una patria libre, y luminosa, y alta. 
*
No te diré "Vamos aquí". No te diré "Vamos allá".
Sólo te diré "Vamos". Cuando ya sea llegada
la hora, yo te tengo que decir esto sólo: "Vamos".
Y yo sé que entonces te vendrás. Yo cierra 
dentro de mi mano tu, me mirarás
apenas -yo me risa-, estarás nerviosa,
y mirarás el suelo, y de repente, después,
me mirarás también y también te reirás;
así, quiero decir riéndonos, y con tu mano cerrada
dentro mi, iremos. No dejaremos de risa.
Y dejaremos detrás casi todas las cosas:
pueblo, casa, calle, padres, amigos, parientes.
Y no las dejaremos: no las recordaremos.
De repente todo ello dejará de existir,
o nunca habrá existido. Como nosotros. Nosotros
tampoco éramos antes. Seremos, sólo, de repente.
(Un inciso: me acuerdo, irremediablemente,
de Adán y Eva surgiendo del Paraíso, todos desnudos, 
con la cabeza abatido sobre el pecho ... ¿Te acuerdas?)
 
*
Yo he amado mis padres, he amado mis hermanos,
he amado mi hija, he amado mi mujer,
he amado mi oficio, he amado mi casa,
he amado mi calle, como he amado mi pueblo
y he amado mi patria; he amado mi vida,
he amado las gentes anónimas, he amado todas las cosas,
he pecado mucho, Señor, he sufrido mucho, Señor.
He amado la Muerte porque ella me ha hecho amar mucho más. 


1 comentario:

  1. excelente!!! qué placer descubrir un poeta así! muchas gracias... me gustaron especialmente horaciana xvlii y crónica especial... abrazo desde argentina...morón, buenos aires

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