(5 de agosto de 1910, Luleå, Suecia - 31 de mayo de 1968, Estocolmo, Suecia)
ARIOSO
Estamos siempre juntos,
en alguna parte dentro de nosotros nuestro
amor nunca puede huir.
En alguna parte
en alguna parte
todos los trenes han partido y todos los
relojes se han parado:
en alguna parte dentro de nosotros estamos
siempre ahora y aquí,
somos siempre tú hasta confundirnos y
fundirnos,
metamorfosis y la maravilla de maravillarnos,
ola que se quiebra, nieve y llama de la flor.
En alguna parte dentro de nosotros donde los
huesos han blanqueado
después de la sed del buscar y la sed del
dudar
hasta la huidiza negación
hasta el secreto de ceder
¡nube de consuelo!
en alguna parte dentro de nosotros
donde estos huesos blanquean
y los espejismos se reconocen
brota la certeza en la lejanía como la ola en
la oleada
reflejas nuestra lejanía como la estrella en
la ola
y el sueño deja siempre la máscara y se vuelve
tú
que te escapas
para volver a volver
para volver
más y más dentro de
nosotros
más y más tú.
VII
aquí en este silencio que extermina el límite
entre los muertos vivos y el vivo deseo de los
muertos
allí dos mitades se asocian en doble ceguera
para mejor aún poder oír cómo cae la luz
lenta, traicioneramente como si supiese qué
quiere
cuando la noche entró y el día está vacío
y el sentido se tiende saliendo de su torre
con sigilo de miedo por mejor conservarse
en la penumbra de las gargantas donde el
guardaespaldas lancea
bloquea toda salida y la sabiduría de los
ahogos
aquí en este silencio que extermina el límite
donde la luz cae y agrisa la angustia
licita la tormenta de la aniquilación la seca
tierra del futuro
mientras la cegera sonríe sarcástica a través
de su ventana sin cristal
Gladiador moribundo
¿Quién rasgó tu cintura con tridente?
¿Quién te arrojó la red a la cabeza
y jaló -en un ardiente triunfo-
para que tú cayeras
pataleando en la arena?
No ese cuyas piernas
ves como dos columnas sobre ti.
No esa mano de puñal mordiente
que lanza larga sombra
en la arena oscura de la noche,
no él, no el esclavo del grosero César.
Pero ¿quién te ve a ti?
¿Y acaso me oyes?
Ciego está el público.
En parte por oscuridad:
una ola blanca cual espuma que
golpea la cabeza contra la roca del Hades.
En parte por deseo:
una última frontera en la sangre de la niebla
que tiene miedo de sí misma en ti.
¿Quién te ha derribado?
¿Quién te ve?
Tú lo sospechas
mas no llegas a tiempo.
Por un instante
luchas eternamente.
Así tu vida se hace tuya.
Así surge tu muerte.
I
(en la sala de
los espejos donde no sólo Narciso
campea sin
vértigo en el pilar de su desesperación
amamantaba la
eternidad con una mueca
el país de las
ilimitadas posibilidades
en la sala de
los espejos donde un solo gemido infectado
escapó a las
espadas cruzadas de la indiferencia
y transformó el
aire en promesa y humus
que se deslizó
por todas las ventanas de la ciudad
en la sala de
los espejos donde la perfección se estampa
en chapa y se
lleva como un preso en el pecho uniforme
donde la
palabra se hace haraquiri a la luz de las explosiones
y la trompeta
sabe a porcelana destrozada y a sangre moribunda
en la sala de
los espejos donde uno deviene los muy demasiados
y sin embargo
querría caer como rocío en la tumba del
tiempo)
V
la mano tiembla
de vértigo en la escalera de los estranguladores
ávidas lágrimas
rechinan en la jaula vacía del ruiseñor
hasta el propio
duelo se cobra más muertos
incluso un
accidente de ferrocarril balbucea perdón
un ojo
descascarillado arde: cortocircuito y soledad
y el destino
fotografía otro cadáver asombrado
el fuego
devasta también el corazón no asegurado
y el vigilante
del sufrimiento huye hacia un fondo de fe
espinas
anónimas se sueñan una realidad
y meciéndose en
la pendiente de la realidad se hacen espinos
pero un grito
de dolor asciende rodando a una montaña
y se arroja por
una pendiente para destrozarlo todo
grandioso
descansa el vuelo del dolor en el paño de las águilas
mientras el viento
baraja las naipes de educados rostros
XI
Y me voy
hundiendo cada vez más en la primavera de la tierra
que germina en
mi boca en mis manos mi garganta
mientras el
crepúsculo acelera sus pasos en el valle
y las sombras arrojan
lejos de sí las brasas de la impaciencia
como si oyesen
los sordos gritos de la tierra que salen de mi boca
y quisiesen
encender las alas que arrastran los abetos
para huir de
tormentos demasiados secretos:
el impulso de
la sangrienta espuela de ir a ninguna parte-
pero junto a
las brillantes raíces de las fuentes donde el ojo del gigante
se deslizó de
mi abrazo y ascendió hasta la camilla de las estrellas
encontré un
claustro de fuerza con corrientes debilitadas
la mano de un
silencio que amasaba arcilla
y yo descansé
seguro bajo el peso de las piedras
bajo la
protección del peso en la sangrienta primavera del crepúsculo
XXIII
el angosto
corazón sufre pero las cicatrices bronceadas
resplandecen en
el perfil cortado a cuchillo del amor
y por eso caen
los amarillos medallones del abedul
tan serenos en
esta profundidad de labios de piedras
y la lengua de
piedras no disuelve la hostia
en recuerdo de
las venas hinchadas de las montañas estivales
pero el crujido
de la telaraña rota
asustó al
pájaro del olvido haciéndolo alas de hierro
que arañaron el
musgo azul celeste del cielo
y salpicaron de
rojo la poderosa mano cerrada
hasta que el
sonido hirvió y se abrieron las cimas de las montañas
para que el sol
se demorase largo tiempo
enfriase la
sangre convirtiéndola en otoñal espuma
martillease las
cicatrices hasta un golpe pendular de luz
XXXVIII
Sueño con el recuerdo de la pezuña de la
cierva en el laberinto
como las
palabras del impasible a aquel que le salvó la vida
sueño con
espejos y agua corriente como humo de eternidad
como fe
amontonada sobre fe en el capitoné de la miseria
sueño con todo
lo que se repitió y creció hasta la irrealidad
como la canción
de los labios rojos sobre amado y ausencia
oh recuerdo: oh
furia y dios que funden todo
convirtiéndolo
en nada y persiguen lo asible hasta la muerte
dile a alguien
si tal vez los pies de los días caminan
sobre el tambor
de la verdad con una mejoría para nosotros
di al viento
que se arremolina entre las puertas de los horizontes
buscando su
posición entre lo ingrávido y lo pesado
di al caminante
que camina hundiéndose más en el mundo
buscando su
talismán de tinieblas y luz
El hombre sin
camino, Erik Lindegren
Ed. Bassarai.
Fotografías.
Juan Frechina.
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