Itimad
I nvisible a mis ojos, siempre estás presente en
mi corazón.
T u felicidad sea infinita, como mis cuidados,
mis lágrimas y mis insomnios.
I mpaciente al yugo, si otras mujeres tratan de
imponérmelo, me someto con docilidad a tus deseos más insignificantes.
M i anhelo, en cada momento, es tenerte a mi
lado: ¡Ojalá pueda conseguirlo pronto!.
A miga de mi corazón, piensa en mí y no me
olvides aunque mi ausencia se larga.
D ulce es tu nombre. Acabo de escribirle, acabo
de trazar estas amadas letras: ITIMAD
La aurora ladrona
Disfrazó la pasión que quería ocultar,
más la lengua de las lágrimas se negó a callar;
Partieron, y ocultó su dolor, más lo divulgó
el llanto de la pena, tan evidente y balbuceante;
les acompañé mientras la noche descuidaba su
vestidura,
hasta que apareció ante sus ojos una señal
evidente:
Me detuve allí perplejo: la mano de la aurora
me había robado las estrellas.
El corazón
El corazón persiste y yo no cesa;
la pasión es grande y no se oculta;
las lágrimas corren como las gotas de lluvia,
el cuerpo se agosta con su color amarillo;
y esto sucede cuando la que amo, a mí está unida:
¿Qué sería, si de mí se apartase?
El copero, la copa y el vino
Apareció, exhalando aromas de sándalo,
al doblar la cintura por el esbelto talle,
¡Cuántas veces me sirvió, aquella oscura noche,
en agua cristalizada, rosas líquidas!
A mi cadena
Cadena mía, ¿no sabes que me he entregado a ti?
¿por qué, entonces, no te enterneces ni te
apiadas?
Mi sangre fue tu bebida y ya te comiste mi carne.
No aprietes los huesos.
Mi hijo Abu Hasim, al verme rodeado de ti,
se aparta con el corazón lastimado.
Ten piedad de un niñito inocente que nunca temió
tener que venir a implorarte.
Ten piedad de sus hermanitas, parecidas a él y a
las que has hecho tragar veneno y coliquíntida.
Hay entre ellas algunas que ya se dan cuenta,
y temo que el llanto las ciegue.
Pero las demás aún no comprenden nada y no
abren la boca sino para mamar.
Muerte
Mi parte de la vida ha terminado; Estoy acostado
en mi lecho de muerte.
¿No murió él, nuestro padre Adán, también,
y Muhammad?
Muertos están los príncipes y los potentados
Y nadie los despertará.
Diles que triunfan con mi muerte, que la muerte
los
alcanzará.
La fuente
El mar lo ha templado; el poderoso sol
pulió la espada,
y de la vaina límpida saltó la espada;
El hombre no ha
mejorado A en Damasco, aunque para la matanza
tiene algo de ventaja sobre el agua sobre el
agua.
El médico
Los dedos pálidos del amanecer somnoliento han
desgarrado la
prenda de la noche, y tú, amado,
Tearest las malas hierbas de mi descontento
con los dedos con punta de amanecer.
Por eso invento
una medicina de la humedad de tus labios
y de las rosas que tus mejillas han prestado,
para curar mi melancolía.
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