La bóveda de piedra
Una serpiente sin alas (fragmento)
Bajo los destellos de la lluvia,
Antígona ahuyenta las bestias en la sombra,
se columpia entre las nubes, oscurece,
casi llega la noche,
el sueño
,
mira el jardín en el crepúsculo,
atisba lo finito,
percibe lo ausente,
su ausencia,
la lejanía
,
el coro de voces,
murmura junto al llanto en el cerco,
a lo lejos en el riachuelo,
recorre la espalda del cerro
cantando al vacío,
a la inmensidad indiferente del entorno,
a la bóveda de piedra
,
el siseo de los árboles se aproxima al cerro
junto a los pájaros que duermen,
atraviesa los campos
,
la fosa supura en los ojos,
el barro en la niebla,
en los dientes
,
la lluvia negra de un sol negro
disipa el sentido,
en el río,
en la
pus del espejo,
en la laguna muerta,
en la ausencia
Tomado de:
https://periodicodepoesia.unam.mx/texto/la-boveda-de-piedra/
Cuando pregunté a las maestras por Comala,
lugar del que había escuchado en alguna parte,
y me dijeron que aún no lo podía visitar,
me distancié de ellas,
(de las clases, de la escuela
de la rutina). Sin oírlas,
haciendo caso omiso de las objeciones,
leí el libro a los pocos días,
en un par de horas,
mezclado al murmullo, al correr de las hojas,
a las sombras,
al eco en la voz de los muertos,
alejándome de la desidia, de la censura,
de lo imposible
;
la oquedad,
que encubría el polvo entre las casas,
la ausencia de árboles y pájaros, inundaba cada rincón,
dialogaba con todos y con nadie,
transformándome en Juan Preciado,
en Susana San Juan,
en fantasma
;
podía estar allá estando aquí,
como hacemos con los sueños
o los anhelos,
poseído por presencias que pululaban en las calles,
reencontrándome con ellas en los patios,
en las casas,
en otros lugares,
mientras las historias iban y venían de un tiempo a
otro,
volvían sin retornar. Pasados los meses,
muchos días, algunos años,
de ir y regresar
sin querer volver,
seguía sumido en Comala,
en las voces en los nichos,
en la soledad de las cruces y
los mausoleos,
entre el murmullo de las fosas,
entre las hojas arrastradas por la ceniza,
en un astillero, en un castillo,
junto al azor y el granito de un alcázar
;
donde Juan Preciado,
ahogado por el miedo,
penetraba en la oscuridad quedándose en ella,
escuchando
el decir del polvo que golpeaba las tumbas,
el parloteo de los muertos,
sin dejar de perseguir a su padre,
en el eco, en las hojas, en el viento,
a Pedro Páramo
.
***
Al regresar,
después de haberme ido con viento
y nubes detenidas,
inmerso todavía en lo lejano,
envuelto en el rumor de las campanas,
me encontré con algunas voces que aún
pregonaban en los cuartos,
con el clamor de las sombras junto al polvo,
entre libros cubiertos de mugre y ceniza,
algunos recuerdos entre los bocetos
en los escritos,
algunas hojas carcomidas por el tiempo
en los escombros,
por lo ausente,
por el vacío
;
me adentré,
en aquella casa de la que había salido en un día
temprano aventurándome,
escondido en la penumbra hacia los cerros,
sin saber quién era, qué hacía ahí,
cuál era mi rostro, cuál mi voz,
palpando las paredes,
los pasillos,
sintiendo los tablones flojos en el piso
;
quedaban algunos cuadros,
algunos muebles,
los tallos de flores secas en los vasos
y la cama sola en el cuarto,
el crucifijo,
las velas desgastadas,
los estantes,
los libros quemados
;
la casa no era mi casa,
era un lugar sin lugar,
sin nombre
;
un rato después salí al patio,
miré sin mirar los árboles
confundidos en la hojarasca,
a lo lejos,
en la planicie,
mientras llegaba la lluvia,
mientras bañaba la ceniza
y la nieve era perseguida por el viento
y el ruido del granizo,
;
era un día como cualquier otro,
un día en el que me sentía más solo,
en una tarde como cualquier otra,
sumido en la bruma
.
.
Noches después
de dialogar con voces y sombras,
con la nieve, el viento,
……el mutismo de la hojarasca
regresé a las calles entre los cerros
……………….. todavía adormecidos,
caminé por lugares que no recordaba,
por las sombras en las lomas en los bosques,
por las planicies que cubrían el desierto,
en la espesura
en la lejanía
;
en los caminos,
habían algunos fantasmas que corrían detrás de los
perros,
los pájaros mudos entraban
y salían de las casas entre las sombras,
volvía a los árboles, a las hojas de ceniza,
al cementerio
;
era un pueblo que no era un pueblo,
teñido por la polvo
;
entre las losas
busqué sin buscar un destello,
me perdí en los reflejos,
en un algo que presentía el horizonte,
pero los cerros oscurecían detrás de las nubes,
anocheciendo,
huyendo
;
volví sin llegar,
iba y venía sin irme,
no estaba,
era el humo, era yo,
era un sol, un astro,
una ostra,
el otro lado de sí:
los pájaros mudos,
la sombra, la hojarasca,
el desierto en la planicie oscurecido por la ceniza,
por el polvo,
los fantasmas entre las nubes
detrás de la niebla
persiguiendo el fulgor
.
.
.
.
.
Ir y venir es una ilusión,
Tomado de:
https://www.carruajedepajaros.com.mx/poemas-del-libro-un-pais-sin-nombre-de-alvaro-mata-guille/
DE SU LIBRO SOBRE LOS FRAGMENTOS
Ósip
“¿Será posible que yo exista realmente,
y que la muerte verdadera llegue?
se preguntaba Ósip Mandelstam,
en un texto transcrito,
no se sabe por quién,
tampoco cuándo,
en una de las paredes del reclusorio,
bañadas por un sol negro,
en espera de la noche,
de las fosas
;
ir y venir
es una ilusión,
otro espejismo,
me decía,
mientras escuchaba sin escuchar la lluvia,
mientras miraba sin mirar los pájaros,
mientras escapaba sin escapar de aquel lugar
sin lugar,
del país de lo ausente,
de los nombres,
mientras la hojarasca,
como nieve,
tintineaba en las piedras,
preguntándole al espejo enclaustrado en el tiempo,
por el abismo,
por el abandono,
por mi muerte
;
lejos de ahí,
los árboles huían del horror,
tratando de descifrar el canto de los pájaros tirado en
la nieve,
mientras Ósip,
seguía entre las fosas,
en la palidez del aliento,
en los dientes secos. El reclusorio
se extendía a las calles,
a las ciudades,
llegaba a los pasillos,
a los cuartos,
a las bancas,
se mezclaba al viento. Ósip,
intentaba disimular su mutación en polvo,
hablando con las nubes,
con los parques,
con otros árboles
5.
En nuestros días
(días alejados del estupor de los campos
del hedor calcinado de hueso en los hornos de hueso
del ahogo y el miedo de gas y dientes de polvo en el
lodo,
en las grietas del ahogo,
del terror de los ojos en los dientes
en la hendedura negra del ojo,
en los dientes,
de rezos aplastados en las vigas,
en las manchas del cuerpo y el cuerpo que mancha el
color destiñendo los ladrillos
los trazos
los vagones
el rostro hundido en las columnas,
de sal negra en la nieve negra del fango,
del sopor en la ausencia,
en los huecos que perforan la carne de hueso en las
piedras,
del susurro en los huecos de las urnas,
en las cámaras,
en el silencio que vulnera el sopor muerto del silencio
asimilado en el tiempo, violando el mutismo sosegado en la costumbre,
en el tiempo
en el túmulo
los tablones
los insectos),
el otro
–lluvia que encubre la niebla
humedeciendo el cuerpo,
el rozar de la boca–
desaparece como un espejismo en la avidez del prisma,
como una fosa perdida en la oscuridad del brillo,
como un espectro que persigue al moho en el fulgor del
moho,
reflejo de una alucinación sin pétalos,
ni fulgor.
Se han ido los pájaros
y la mirada se ausenta en la ceniza,
en la bruma
en la tiniebla,
en el llanto al lado del riachuelo próximo al cerco,
que atrapa el susurro que baja de las ramas en las nubes
en la brisa,
poseído por un brillor de abolorio muerto;
esplendor gris de lo que ocurre,
acumula rostros como celdas de una colmena,
pudre lo luminoso,
la soledad en la ausencia,
en el miedo,
en el vacío que cobija la sonrisa en la sombra,
encubriendo las arrugas de pus en los ojos, en los dedos en la pus,
en el espejo,
piel enmohecida de herrumbre en los huesos,
en el umbrío de ceniza en la oscuridad,
en los resquicios de los sepulcros
como ópalos oscuros.
La lluvia
oscurece la poza estancada en la imagen de piedra,
las piedras del riachuelo,
los pétalos de piedra,
en el adobe, en los vanos, en los tablones,
los dedos en la tierra desprendidos de los brazos,
sangre coagulada en la ceniza,
en los hornos,
en los agujeros que carcomen de negro los ojos,
los dientes,
los insectos.
18.
Estamos hechos de fantasmas,
de pulsiones hechas limo,
polvo olvidado en el lodo del polvo,
silencio que escribe en la bruma,
en el silencio,
pájaros como gotas que carcomen las ramas en las nubes,
perseguidos por las voces de los árboles,
presencias que subyacen como sombras en los adentros de
los vocablos,
en los gritos disueltos en recuerdos,
lo que era, lo que fuimos,
lo que ya no palpamos
lo que somos:
balbuceo transformado en palabras, presintiendo los
destellos de sí en la imagen y los recupera,
el sonido del silencio que se expresa en la imagen:
eco rememorando los cantos de niebla del eco,
el llanto que deambula junto al río en el monte,
el jardín de piedras de granito próximo al cerco, en
los adentros de las montañas en los árboles,
las nubes del espejo de pus empozadas en el riachuelo,
en el humo;
ecos que rememoran los cantos de niebla del eco,
llevando en sí las conversaciones con los muertos,
su impresión
sus miedos
sus asombros,
aire convertido en premisa,
en sortilegio.
A través del pigmento de los vocablos
(de la imagen que desaparece en la bóveda de huesos del
entorno,
como un sueño sumido en lo eterno,
que no despierta no ve nada,
como un deseo,
una ruptura
una despedida enterrada en la niebla que vuelve a la
niebla,
a la penumbra),
retorna el sentir de abuelos y ancestros,
a nosotros viéndonos ya muertos,
la orfandad de sabernos en tránsito hacia lo finito que
yace en el infinito:
sombras que vienen de la sombra,
regresan a ella,
polvo que muerde al polvo,
al humo, a la ceniza.
Aun así,
a pesar de la ilusión que fustiga hasta el cansancio,
del espejismo que golpetea intentando hacernos olvidar,
el pasado no vuelve, tampoco existe el futuro aunque
creamos en los ciclos y nos aferremos a la certidumbre que ilusiona lo eterno,
aunque el sol se acueste recluido en las nubes, en las
sombras de los cerros y se sumerja en la tierra, provocando alucinaciones que
parpadean con su reflejo;
aunque la luna se deshaga en fragmentos que transcurren
entre escombros de otros fragmentos, cavilando en silencio hacia el crepúsculo,
hacia las nubes en el ocaso del crepúsculo,
buscando el jardín de estrellas de granito
en las sombras,
en el silencio;
aunque lo cotidiano perviva como una mancha, poseído
por lo sempiterno que concibe la muerte como una caída,
como una continuación que va hacia el allá sin ir al
allá,
el allá que es el aquí siendo el allá,
un sitio al que vamos sin ir pero vamos carcomiéndonos
en la ceniza de los huesos,
en el humo de la urnas
en el viento,
en la niebla,
donde se repiten los lugares como espectros,
como animales
como piedras
como flores:
Yo me pongo triste, mortalmente palidezco.
¡Allá a donde vamos!
¡Si pudieran llevarse a su casa
las flores y los cantos!
Me vaya yo adornando
con áureas flores del cuervo,
con bellas flores de aroma:
¡Oh, ya no hay regreso:
ya nadie retorna acá.
¡De una vez por todas nos vamos
allá donde vamos!
29.
Todo
vuelve al mismo sitio:
la ciudad con el escozor de su brillo,
el rumor que bosqueja el río en los bosques de musgo,
alejados del
cielo en el agua de piedra:
el centelleo opaca el sopor en las sombras,
el vislumbre de las luces,
el murmullo empozado en el riachuelo al lado del llanto
en el cerco, junto a los pétalos mecidos en las nubes y las ramas que cercenan
los árboles
y su luto:
la noche está afuera,
es adentro,
permuta en el sigilo de pasos de noche,
en los surcos que agrietan el párpado,
en las urnas,
en el humo de barro del humo
(busqué los pájaros en los árboles
y los muertos se habían ido,
solo apareció un perro con cadenas que corría hacia el
monte
traspasando el herrumbre que goteaba en las columnas
–los gritos en las puertas,
el rumor en los sepulcros,
en los nichos clausurados–
golpeando la arena del túmulo de polvo
la ceniza
la sal de la estatua derruida en la nieve
los barrotes de la iglesia,
las calles de susurros inundadas por una flor de
pétalos de piedra
desmoronándose en los caminos
en los cerros,
en la arena del rostro en el viento
en las alas de un dios muerto),
la noche es afuera,
está adentro,
muta sin mutar en el crepúsculo
(los árboles
venían detrás de nosotros
con los pájaros
con los grillos,
buscando el nacimiento del eco
y la sangre de un becerro muerto florecía en el ara en
las piedras, en la lumbre de la sangre en las velas, las manos y uñas del sudor
del lodo en la carne y el altar del sacrificio,
junto a la casa de los venados
que recibía los rezos y ofrendas en silencio,
en ese lugar
donde nace el sol
y la sombra baña la espalda del cerro
y lo quema,
donde nace el viento
y las cosas vuelven sin volver
al principio),
la historia,
es bruma, vacío,
el vacío en la sombra,
yo mismo en el umbrío, en la flor que transparenta en
la laguna de piedra,
en el llanto de los pétalos en el árbol,
en el ladrido del perro arrastrando las cadenas en el
trecho,
en el monte al lado del cerro,
entre huesos y ramas escondidas en las nubes
en los ojos de las urnas:
los insectos ululan en el jardín prohibido,
camino hacia la laguna muerta,
en busca de las estrellas de granito:
la vida aquieta la vida
la nada se disgrega en la nada
en la niebla,
en el viento.
Tomado de:
https://www.poesiabogota.org/alvaro-mata-guille/
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