miércoles, 30 de octubre de 2024

POEMAS DE ANDRÉ CHÉNIER


Texto de “L´improvviso”

Un día miré el profundo espacio azul,

y sobre los prados llenos de violetas

llovía el oro del sol y brillaba de oro el mundo;

la Tierra parecía un inmenso tesoro,

y el firmamento le servía de cofre.

De la tierra a mi frente

llegó una caricia, un beso.

¡Grité, ganado por el amor:

Te amo, a ti que me besas,

patria mía divinamente hermosa!

¡Y, lleno de amor, quise rezar!

Crucé el umbral de una iglesia;

un cura, en las hornacinas

de los santos y de la Virgen, acumulaba dones

y a su sordo oído, un viejo tembloroso

pedía pan en vano, y en vano tendía la mano!

(El abate y con él otros abates se levantan escandalizados)

¡Crucé d umbral de las viviendas!

Un hombre, blasfemando,

maldecía la tierra

que apenas le daba para el erario,

y contra Dios

y los hombres arrojaba

las lágrimas de sus hijos!

(Todos gesticulan vivamente rojos de ira contra Chénier. Sólo Gérard lo escucha desde

el fondo del invernadero, muy agitado. Los demás fingen no escucharlo)

Entre tanta miseria,

¿qué hace la gente distinguida?

(a Maddalena)

Sólo vuestros ojos

expresan humanamente

una mirada de piedad,

en la que os he visto

como a un ángel.

Y dije: "¡Ésta es la belleza de la vida!"

Pero luego, con vuestras palabras,

un nuevo dolor me ha golpeado en pleno pecho.

¡Oh jovencita hermosa,

no despreciéis lo que os dice un poeta.

¡Oíd! ¡No conocéis el amor?,

el amor, don divino, no lo escarnezcáis,

alma y vida del mundo es el amor!

Tomado de:

http://www.edu.xunta.gal/centros/iesblancoamorculleredo/system/files/L%C2%B4+improvviso.pdf

 

 

INVOCACIÓN A LA POESÍA

¡Ninfa tierna y bermeja, oh joven Poesía!

¿Qué bosque en este día elige tu retiro?

¿Qué flores, tras la onda en que se van tus pasos,

bajo pies delicados, se inclinan suavemente?

¿Dónde te buscaremos? Mira la estación nueva:

sobre su blanco rostro, ¡qué purpúreo destello!

Cantó la golondrina; Céfiro está de vuelta:

regresa con sus bailes; amor renacer hace.

Sombra, praderas, flores son sus gratos parientes,

y Júpiter se goza contemplando a su hija,

esta tierra en que dulces versos, apresurados,

brotan, por todas partes, de tus dedos graciosos.

En el río que baja por los húmedos valles

para ti ruedan versos dulces, sonoros, líquidos.

Versos, que en masa se abren por el sol descubiertos,

son las fecundas flores de cáliz encarnado.

Y montes, en torrentes que blanquean sus cimas,

lanzan versos brillantes al fondo del abismo.

 

 

La joven tarentina

Dulces alciones, oh pájaros sagrados, llorad,

Llorad, oh, dulces alciones, amados por Thetis,

Pues su vida ha vivido la joven tarentina.

A la playa de Camarina un barco la llevaba.

La boda, las canciones, las flautas, lentamente

Debían conducirla al umbral del amante.

La llave vigilante guardó para ese día

En el cofre de cedro tu vestido de bodas,

El oro que en la fiesta adornaría tus brazos

Y los perfumes listos para tu rubio pelo.

Pero, sola en la proa invocando los astros,

El viento impetuoso que distiende las velas

La envuelve, la sorprende, y de los marineros

Lejos, grita cayendo en medio de las olas.

En medio de la mar, la joven tarentina.

El bello cuerpo cae en las olas marinas.

Thetis en la oquedad de una roca, llorando,

A los monstruos voraces se encarga de ocultarla

Y siguiendo su orden las nereidas hermosas

La levantan encima de sus húmedas casas,

La llevan a la playa, y en ese monumento,

en el cabo del céfiro, la acuestan suavemente

Y, con voz desgarrada, llaman a sus amigas.

Y las ninfas del bosque, del monte y de las fuentes

Golpeándose los pechos y vestidas de negro

En torno de su féretro repiten su lamento.

¡Ay!, hasta tu amante ya no te llevarán.

No vestiste el vestido de tus bodas, ni el oro

En torno de tus brazos ha apretado sus nudos,

Ni han mojado los suaves perfumes tus cabellos.

 

 

La joven cautiva

Se alza la espiga naciente

Y hoz no la toca impaciente,

Y el pámpano en la ladera

La estación disfruta entera

Que el cielo le concedió.

También soy bella, estoy joven;

No es tiempo de que me roben

La vida; y aunque mis ojos

Sólo ven ruinas y abrojos,

Aun no quiero morir yo.

 

Arrostre el estoico fuerte

Con faz enjuta la muerte:

Yo, mujer, lloro y espero;

Si vendaval sopla fiero,

Me encojo, y cubro mi sien.

Si horas hay de amargo llanto,

Otras son tan dulces, ¡tanto!

¿Qué bien no tuvo sus penas?

Ondas que duermen serenas

Guardan borrascas también.

 

Breve trecho andado queda

De esta frondosa arboleda

Del camino de mi vida;

¡Tan distante la salida

Que aun no se descubre allá!

Al festín en este instante

Sentada, el labio anhelante.

Entre la festiva tropa,

Apenas llegué á la copa

Que en mis manos llena está.

 

Hoy luce mi primavera;

Cual astro que su carrera

Consuma, y llega a su ocaso,

Quiero gozar, paso a paso.

De todo lo por venir.

Hoy es mi primer mañana;

Yo flor esbelta y lozana,

De que el jardín hace alarde,

Ver de mi vida la tarde

Quiero, y entonces morir.

 

Así se queja y suspira

Cautiva joven que mira

El amago de la muerte,

Y mientras llora su suerte,

Torna mi lira a soñar.

Cautivo, postrado, mudo,

El desaliento sacudo,

Y vierto en medido canto

Aquel candoroso llanto,

Aquel dulce lamentar.

Tomado de:

https://www.isliada.org/poetas/andre-chenier/

 

 

A Versalles

(Traducción de Miguel Antonio Caro incluida en el libro Traducciones poéticas, 1889)

 

¡Oh pórticos! ¡Oh mármoles vivientes!

¡Oh bosques de Versalles!

¡Sitios más deleitosos y rientes

¡Que los Elíseos valles!

 

Los dioses y los reyes a porfía,

Recinto almo y sereno,

Tesoros de hermosura y lozanía

Vertieron en tu seno.

 

Frescura, al verte, y suavidad recibe

El pensamiento mío,

Y como hierba lánguida revive

A quien bañó el rocío.

 

No anhelo de París la varia escena:

Quiero ver a mis Lares

Bajo tu sombra reposar amena

En rústicos hogares,

 

De donde al campo, yo, circunvecino

Llevar tranquilo pueda

Los pasos, estrechándome el camino

Tresdoblada alameda.

 

¿Dónde están de ciudad armipotente

Las regias maravillas...?

Regalas tú con aromado ambiente,

Con trofeos no brillas.

 

El apacible sueño, el manso olvido,

El estudio y el arte,

Castas divinidades, han venido

Por suyo a consagrarte.

 

¡Ay! Ociosa indolencia me devora,

Y cosechar no intento

El fruto sazonado que elabora

Activo entendimiento.

 

Consumido de tedio me abandono;

Ni gárrula alabanza,

Ni públicos favores ambiciono;

Ha muerto la esperanza.

 

Y sólo ya la sombra taciturna

Dulce parece a un alma

Desengañada; la quietud nocturna,

La solitaria calma.

 

Si es vivir mi destino, en paz profunda

Calladamente viva;

Cebe amor de mi antorcha moribunda

La llama fugitiva.

 

Amo, ¡oh placer! Y tú, rincón florido,

Aquella imagen pura

Conoces; aquel nombre tú has oído

De inefable dulzura,

 

Que a tu silencio tímido confío

Cuando de tarde vengo,

Y en pensar que la he visto me extasío

O que de verla tengo.

 

Si por ella mi labio amor suspira,

Tus umbríos boscajes

En ecos dignos de celeste lira

La ofrendan homenajes.

 

Por ella la onda sacra de armonías

Que tierra y cielo inunda,

Hoy de mis labios como en otros días

Torna a correr fecunda.

 

¡Oh! Si el que ama el honor y la justicia,

Cuando el malvado impera

De olvidar y vivir a la delicia

El pecho abrir pudiera,

 

Tu silencio, Versalles, tus risueños

Asilos de verdura,

Nido fueran de cándidos ensueños

Y de perenne holgura.

 

Mas tus alegres ámbitos, el verde

Césped, la fresca gruta,

Todas sus galas ¡ay! súbito pierde

Y a mis ojos se enluta;

 

¡Y de un pueblo inocente, acuchillado

Por tribunal sangriento,

Pasar veo delante el no vengado

¡Espectro macilento!

 

 

La joven cautiva

(Traducción de Miguel Antonio Caro incluida en el libro Traducciones poéticas, 1889)

 

Se alza la espiga naciente

Y hoz no la toca impaciente,

Y el pámpano en la ladera

La estación disfruta entera

Que el cielo le concedió.

También soy bella, estoy joven;

No es tiempo de que me roben

La vida; y aunque mis ojos

Sólo ven ruinas y abrojos,

Aún no quiero morir yo.

 

Arrostre el estoico fuerte

Con faz enjuta la muerte:

 

Yo, mujer, lloro y espero;

Si vendaval sopla fiero,

Me encojo, y cubro mi sien.

Si horas hay de amargo llanto,

Otras son tan dulces, ¡tanto!

¿Qué bien no tuvo sus penas?

Ondas que duermen serenas

Guardan borrascas también.

 

Breve trecho andado queda

De esta frondosa arboleda

Del camino de mi vida;

¡Tan distante la salida

¡Que aún no se descubre allá!

Al festín en este instante

Sentada, el labio anhelante.

Entre la festiva tropa,

Apenas llegué a la copa

Que en mis manos llena está.

 

Hoy luce mi primavera;

Cual astro que su carrera

Consuma, y llega a su ocaso,

Quiero gozar, paso a paso.

De todo lo por venir.

Hoy es mi primer mañana;

Yo flor esbelta y lozana,

De que el jardín hace alarde,

Ver de mi vida la tarde

Quiero, y entonces morir.

 

Así se queja y suspira

Cautiva joven que mira

El amago de la muerte,

Y mientras llora su suerte,

Torna mi lira a soñar.

Cautivo, postrado, mudo,

El desaliento sacudo,

Y vierto en medido canto

Aquel candoroso llanto,

Aquel dulce lamentar.

Tomado de:

https://grandespoetasfamosos.blogspot.com/2009/01/andre-chenier.html

 

 

El sol de Mayo

Nota: Traducción de Miguel Antonio Caro incluida en el libro Traducciones poéticas (1889).

 

 

¡Oh pórticos! ¡Oh mármoles vivientes!

¡Oh bosques de Versalles!

¡Sitios más deleitosos y rientes

¡Que los Elíseos valles!

 

Los dioses y los reyes á porfía,

Recinto almo y sereno,

Tesoros de hermosura y lozanía

Vertieron en tu seno.

 

Frescura, al verte, y suavidad recibe

El pensamiento mío,

Y como hierba lánguida revive

A quien bañó el rocío.

 

No anhelo de París la varia escena:

Quiero ver á mis Lares

Bajo tu sombra reposar amena

En rústicos hogares,

 

De donde al campo, yo, circunvecino

Llevar tranquilo pueda

Los pasos, estrechándome el camino

Tresdoblada alameda.

 

¿Dónde están de ciudad armipotente

¿Las regias maravillas? ....

Regalas tú con aromado ambiente,

Con trofeos no brillas.

 

El apacible sueño, el manso olvido,

El estudio y el arte,

Castas divinidades, han venido

Por suyo a consagrarte.

 

¡Ay! ociosa indolencia me devora,

Y cosechar no intento

El fruto sazonado que elabora

Activo entendimiento.

 

Consumido de tedio me abandono;

Ni gárrula alabanza,

Ni públicos favores ambiciono;

Ha muerto la esperanza.

 

Y sólo ya la sombra taciturna

Dulce parece á un alma

Desengañada; la quietud nocturna,

La solitaria calma.

 

Si es vivir mi destino, en paz profunda

Calladamente viva;

Cebe amor de mi antorcha moribunda

La llama fugitiva.

 

Amo, ¡oh placer! Y tú, rincón florido,

Aquella imagen pura

Conoces; aquel nombre tú has oído

De inefable dulzura,

 

Que á tu silencio tímido confío

Cuando de tarde vengo,

Y en pensar que la he visto me extasío

O que de verla tengo.

 

Si por ella mi labio amor suspira,

Tus umbríos boscajes

En ecos dignos de celeste lira

La ofrendan homenajes.

 

Por ella la onda sacra de armonías

Que tierra y cielo inunda,

Hoy de mis labios como en otros días

Torna á correr fecunda.

 

 

¡Oh! si el que ama el honor y la justicia,

Cuando el malvado impera

De olvidar y vivir á la delicia

El pecho abrir pudiera,

 

Tu silencio, Versalles, tus risueños

Asilos de verdura,

Nido fueran de cándidos ensueños

Y de perenne holgura.

 

Mas tus alegres ámbitos, el verde

Césped, la fresca gruta,

Todas sus galas ¡ay! súbito pierde

Y á mis ojos se enluta;

 

¡Y de un pueblo inocente, acuchillado

Por tribunal sangriento,

Pasar veo delante el no vengado

¡Espectro macilento!

Tomado de:

https://canticoprimaveral.blogspot.com/2015/05/andre-marie-chenier-santi-lomarca.html

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