domingo, 27 de octubre de 2024

POEMAS DE DYLAN THOMAS EN SU NATALICIO


Amor en el manicomio

 

Una extraña ha venido

a compartir mi cuarto en esta casa que anda mal de la cabeza,

una muchacha loca como los pájaros,

 

traba la puerta de la noche con sus brazos, sus plumas.

Ceñida en la cama revuelta

alucina con nubes en esta casa a prueba de cielos,

 

hasta alucina con sus pasos este cuarto de pesadilla.

libre como los muertos

o cabalga los mares imaginarios del pabellón de hombres.

 

Ha llegado posesa

la que admite la alucinante luz a través del muro saltarín,

posesa por los cielos

 

ella duerme en el canal estrecho, hasta camina el polvo,

hasta desvaría a gusto

sobre las mesas del manicomio adelgazadas por mis lágrimas.

 

Y tomado por la luz de sus brazos, al fin, mi Dios, al fin

puedo yo de verdad

soportar la primera visión que incendia las estrellas.

 

 

Diablo encarnado

Diablo encarnado en una serpiente balbuceante,

Las planicies centrales de Asia fueron tu jardín,

En tiempo corpóreo el círculo fue despertado,

Tocando la hirsuta manzana en las formas del pecado,

Y Dios caminando por allí, como un guardián con su lira,

Tocaba su perdón desde las colinas del cielo.

 

Cuándo éramos extraños por los guiados mares,

Una media luna artesanal, santa, colgada en las nubes,

Los sabios me dicen que aquel jardín de los dioses

Conjuraba el bien y el mal en un árbol oriental;

Que cuando la luna se alzaba en la brisa virginal

Era negro como la bestia y más pálido que la cruz.

 

En el jardín conocimos a nuestro guardián,

En las aguas sagradas que no se congelan en invierno,

Lo sentimos en las poderosas mañanas del destierro

Vimos el infierno en un cuerno de sulfuro, el mito eterno,

Todo el cielo en la medianoche del sol,

Y una serpiente con su música en las formas del tiempo.

 

 

Al principio

Al principio era la estrella de tres puntas,

única sonrisa de luz a través de la cara vacía;

única rama de hueso a través del aire enraizado

la sustancia partida que fue la médula del sol primero;

y ardientes cifras en el curvo espacio

iban mezclando el cielo y el infierno en su ronda.

 

Al principio era la firma pálida,

trisílaba y estrellada como la sonrisa;

y vinieron después las huellas sobre el agua,

el sello de la cara acuñada en la luna;

la sangre que tocaba el árbol de la cruz y el cáliz

tocó la primera nube y en ella dejó un signo.

 

Al principio era el fuego ascendente

que encendía con una chispa las atmósferas,

chispa de ojos rojizos, chispa de triplicados ojos,

brusca como una flor;

se irguió la vida a chorros de los mares rodantes

estalló en las raíces, arrancó de la tierra y la roca

los aceites secretos que impulsan la hierba.

 

Al principio era la palabra, la palabra

que de las sólidas bases de la luz

le sustrajo todas las letras al vacío;

y de las bases nubladas del aliento

la palabra fluyó, y al corazón tradujo

los primeros indicios de nacimiento y muerte.

 

Al principio era la mente secreta,

la mente estaba encarcelada y soldada al pensamiento

antes que la pendiente se bifurcara rumbo a un sol;

antes que las venas se sacudieran en sus cedazos

se disparó la sangre y esparció hacia los vientos de la luz

la costilla original del amor.

 

 

Poema en octubre

En mi trigésimo año camino del paraíso

fui despertado al oído desde el puerto y el bosque vecino

desde la playa con su banco de almejas

y su garza diciendo misa.

La mañana me hacía señas

Con el agua que reza y los responsos de la gaviota y la corneja

y el cabeceo de los botes de vela contra el palmeado muro de redes

invitándome a levantarme

en ese instante

en el puerto aún dormido para ponerme en camino.

 

Mi agasajo empezó con aves de agua

y pájaros de alados árboles llevando en vuelo mi nombre

sobre las granjas y los caballos blancos.

Me puse de pie

en medio de un lluvioso otoño

y eché a andar bajo el chubasco de todos mis días.

Marea alta: la garza se zambulló cuando tomé la senda

de la ribera,

y la ciudad,

al despertar, cerró sus puertas.

 

Toda una primavera de alondras en el rodar de una nube.

Los sotos bordeaban el sendero rebosante de mirlos jacareros

y el sol de octubre

veraneaba

al hombro de la colina.

Entonces irrumpieron climas apasionados y dulces cantores,

esa mañana en que iba yo errante y solo,

escuchando la lluvia que se retorcía.

Frío soplaba el viento

en el lejano bosque a mis pies.

 

Pálida lluvia sobre el puerto encogido

y la iglesia mojada por el mar, diminuta como un caracol

con los cuernos envueltos en bruma;

y sobre el castillo pardo como búho,

pero todos los jardines

de primavera y de verano florecieron en los cuentos fantásticos

en la otra ribera, bajo una nube negra de alondras.

Allí pude admirarme

en mi cumpleaños,

pero el clima en la distancia dio un vuelco.

 

Del país de la dicha se volvió,

y en una atmósfera distinta, bajo un cielo de otro azul,

hizo brotar de nuevo un prodigio de verano

con manzanas

peras y rojas grosellas.

Y en la mudanza vi pasar, muy nítidas

las olvidadas mañanas de un niño cuando caminaba con su madre

Entre las parábolas

de la luz solar

y las leyendas de las capillas verdes.

Y oí también, dos veces recitados, los campos de mi infancia

que abrasaron mi mejilla con sus lágrimas y cuyo corazón latió en el mío.

Esos fueron los bosques, el río y el mar

son de un niño

en el absorto

verano de los muertos que susurró la verdad de su alegría

a los árboles, a las piedras y al pez de la marea.

Y el misterio cantó

todavía vivo

con el agua y el silbo de los pájaros.

 

Allí pude admirarme en mi cumpleaños,

pero el clima en la distancia dio otro vuelco. Y el gozo puro

del niño muerto hace mucho, cantó llameante

en el sol.

En mi año trigésimo

camino del paraíso, enhiesto en pleno mediodía de verano,

aunque el puerto yaciera a mis pies, con la sangre de octubre

¡Ojalá pueda yo cantar de nuevo

la verdad de mi corazón

desde lo alto de esta colina, a la vuelta de un año!

 

 

Soñé mi Génesis

Soñé mi Génesis en sudores de sueño, irrumpía

a través de la valva giratoria, fuerte

como un músculo motor en el taladro surgía

de la visión y de los nervios espesos como vigas.

 

Desde los miembros a la medida del gusano, se soltaba

de la carne estriada. Desfilaba

por todas las cadenas de la hierba, metal

de soles en la noche que derrite al hombre.

 

Heredero de las venas quemantes, guardianes de la gota de amor,

preciosa criatura en mis huesos

yo rondé velozmente el globo que heredara, travesía

por hombre ataviado de noche.

 

Soñé mi Génesis y morí otra vez, granada

prisionera del corazón en marcha, agujero

en la herida hilvanada y en el viento grumoso, muerte

embozada en los labios que comían el gas.

 

Puntual en mi muerte segunda señalé las colinas, las cosechas

de cicuta y las matas, mi sangre

enmohecida sobre los calmos muertos, forzaba

mi segunda batalla desde el pasto.

 

Y el poder contagió mi nacimiento, el segundo

elevarse del esqueleto

y el volver a vestir el fantasma desnudo. La humanidad

escupida desde una pena vuelta a padecer.

 

Soñé mi Génesis en sudores de muerte

caída por dos veces en el nutricio mar,

vástago rancio de las saladas lágrimas de Adán. Visión

de nueva fuerza humana. Busco al sol.

Tomado de:

https://ciudadseva.com/autor/dylan-thomas/poemas/

 

 

Este pan que yo parto fue alguna vez avena...

Este pan que yo parto fue alguna vez avena,

este vino en un árbol extranjero

se zambulló en su fruta;

durante el día el hombre y por la noche el viento

segaron las cosechas, rompieron el gozo de la uva.

Alguna vez, en este vino, la sangre del verano

golpeteaba en la carne que vestía la viña,

un día en este pan la avena al viento era alegría,

el hombre rompió el sol, abatió el viento.

Esta carne que partes, esta sangre a la que dejas

sembrar desolación entre las venas

fueron avena y uva

nacieron de la raíz sensual y de la savia;

mi vino que te bebes, el pan que me arrebatas.

 

 

Y la muerte no tendrá dominio

Y la muerte no tendrá dominio.

Los hombres desnudos han de ser uno solo

con el hombre en el viento y la luna poniente;

cuando sus huesos queden limpios y los limpios huesos se dispersen,

ellos tendrán estrellas en el codo y en el pie;

aunque se vuelvan locos serán cuerdos,

aunque se hundan en el mar de nuevo surgirán,

aunque se pierdan los amantes, no se perderá el amor;

y la muerte no tendrá dominio.

 

Y la muerte no tendrá dominio.

Los que hace tiempo yacen

bajo los dédalos del mar no han de morir entre los vientos,

retorcidos de angustia cuando los nervios cedan,

atados a una rueda no serán destrozados;

la fe, en sus manos, ha de partirse en dos,

y habrán de traspasarles los males unicornes;

rotos todos los cabos, ellos no estallarán.

 

Y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.

Y las gaviotas no gritarán en los oídos

ni romperán las olas sonoras en las playas;

donde alentó una flor, otra flor tal vez nunca

levante su cabeza a los embates de la lluvia;

y aunque ellos estén locos y totalmente muertos

sus cabezas martillearán en las margaritas;

irrumpirán al sol hasta que el sol sucumba,

y la muerte no tendrá dominio.

Tomado de:

https://hjck.com/libros/cinco-poemas-de-dylan-thomas-rg10

 

 

El jorobado en el parque

 

El jorobado en el parque

solitario señor

apuntalado entre los árboles y el agua

desde que el candado del jardín se abre

para que entren los árboles y el agua

hasta la lóbrega campana dominguera en el crepúsculo,

 

come el pan que ha traído en un diario

bebe el agua del jarro encadenado

que los niños llenaron de pedruscos

en el estanque donde hice navegar mi barco,

por la noche durmió en una perrera

pero sin que nadie le pusiera cadenas.

 

Como los pájaros del parque ha venido temprano

se sentó como el agua

y señor lo llamaban eh señor

los chiquillos bribones del lugar

que escapaban apenas los oía

hasta alejarse de su vista

 

más allá del lago y los rosales

riéndose cuando el otro agitaba su diario

encorvado en la burla

pasaban por el zoológico sonoro de la arboleda de los sauces

esquivando al cuidador del parque

con su palo de juntar las hojas.

 

Y el viejo perro aletargado

solitario entre las niñeras y los cisnes

mientras desde los sauces los chiquillos

hacían que los tigres saltaran de sus ojos

para rugir entre las piedras rocosas

y los bosques se azulaban de marineros

 

trabajó el día entero hasta la hora de cerrar

en una figura de mujer sin fallas

erguida como un joven olmo

alta y erguida surgió de sus huesos torcidos

para que de noche se pusiese de pie

tras los cerrojos y las cadenas

 

Toda la noche en el parque deshecho

tras los arbustos y las rejas

los pájaros el pasto los árboles el lago

y los niños inocentes como fresas

habían ido en pos del jorobado

hasta su perrera en las sombras.

 

Versión de Elizabeth Azcona Cranwell

 

 

En mi oficio o mi arte sombrío...

 

En mi oficio o mi arte sombrío

ejercido en la noche silenciosa

cuando sólo la luna se enfurece

y los amantes yacen en el lecho

con todas sus tristezas en los brazos,

junto a la luz que canta yo trabajo

no por ambición ni por el pan

ni por ostentación ni por el tráfico de encantos

en escenarios de marfil,

sino por ese mínimo salario

de sus más escondidos corazones.

 

No para el hombre altivo

que se aparta de la luna colérica

escribo yo estas páginas de efímeras espumas,

ni para los muertos encumbrados

entre sus salmos y ruiseñores,

sino para los amantes, para sus brazos

que rodean las penas de los siglos,

que no pagan con salarios ni elogios

y no hacen caso alguno de mi oficio o mi arte.

 

Versión de Elizabeth Azcona Cranwell

 

 

Mi mundo es pirámide

 

Mitad del padre camarada

cuando imita al Adán que el mar sorbiera

en su casco vacío,

Mitad de la madre camarada

cuando salpica con su leche lasciva

la zambullida del mañana,

las sombras bifurcadas por el hueso del trueno

saltan hacia la sal que no ha nacido.

 

La mitad camarada era de hielo

cuando una primavera corrosiva

brotaba en la cosecha del glaciar.

la sombra y la simiente camarada

murmuraban el vaivén de la leche

encrespado en el pecho,

pues la mitad del amor era sembrada en el fantasma

estéril y perdido.

 

Las mitades dispersas se han vuelto camaradas

en un ente lisiado

la muleta que la médula golpea sobre el sueño

renguea en la calle del mar, entre la turba

de cabezas con lengua de marea y vejigas al fondo

y empala a los durmientes en la tumba salvaje

donde ríe el vampiro.

 

Las mitades zurcidas se partían huyendo

por el bosque de los cerdos salvajes y la baba en los árboles,

sorbiendo las tinieblas sobre el cianuro se abrazaban

y desataban víboras prendidas en su pelo;

las mitades que giran perforan como cuernos

al ángel arterial.

 

¿De qué color es la gloria? ¿La pluma de la muerte?

tiemblan esas mitades que taladran el ojo de la aguja en el aire

y a través del dedal horadan el espacio, manchado de pulgares.

El fantasma es un mudo que farfullaba entre la paja,

el fantasma que tramaba el saqueo en su vuelo

enceguece sus ojos rastreadores de nubes.

 

II

Mi mundo es pirámide. La sigilosa máscara

llora sobre el ocre desierto y el verano

agresivo de sal.

Con mi armadura egipcia fundiéndose en su sábana

araño la resina hasta un hueso estrellado

y un falso sol de sangre.

 

Mi mundo es un ciprés y un valle de Inglaterra

yo remiendo mi carne que retumbó en los patios

roja por la salva de Austria.

Oigo a través del tambor de los muertos, que mutilados jóvenes

mientras siembran sus vísceras desde un cerro de huesos

gritan Eloi a los cañones.

 

El cruce del Jordán arrasa mi sepulcro.

El casquete del Ártico y la hoya del sur

invaden mi jardín de casa muerta.

El que me busca lejos señalando en mi boca

las pajas de Asia me pierden cuando doblo

por el maíz atlántico.

 

Las mitades amigas, partidas mientras giran

en redes de mareas, se enredan a las valvas

y hacen crecer la barba del diablo no nacido,

sangran desde mi horquilla ardiente y huelen mis talones

las lenguas celestiales murmuran mientras yo me deslizo

atando la capucha de mi ángel.

 

¿Quién sopla la pluma de la muerte? ¿De qué gloria es el color?

en la vena yo soplo esta pluma lanuda

es el lomo la gloria en una laboriosa palidez.

Mi arcilla ignora el pecho y mi sal no ha nacido,

niño secreto, yo vago por el mar

en seco, sobre el muslo a medias derrotado.

 

Versión de Elizabeth Azcona Cranwell

 

 

Nuestros sueños de Eunuco

 

I

Nuestros sueños de eunuco, sin semillas en la luz,

de luz y amor, los vaivenes del corazón,

castigan los miembros de sus hijos,

y amortajados su manto y su sábana,

acicalan a las novias oscuras, las viudas de la noche

presas entre sus brazos.

 

Las sombras de las niñas, con sudarios fragantes,

cuando se esconde el sol se apartan del gusano,

de los huesos del hombre, quebrados en sus lechos,

por nocturnas roldanas que vacían la tumba.

 

II

En ésta, nuestra época, el bandido y su hembra

fantasmas de una sola dimensión se aman sobre un carrete,

ajeno a la verdad de nuestros ojos,

y dicen engreídos sus naderías de media noche entre poses banales;

cuando paran las cámaras corren a su agujero

bajo el jardín del día.

 

Bailan entre nuestra calavera y sus linternas

imponen sus imágenes y echan fuera las noches;

miramos esa función de sombras que se besan o matan,

con fragancia de celuloide la mentira es amor.

 

III

¿Cuál es el mundo? ¿Cuál de nuestros dos modos de dormir

despertará cuando el bálsamo y su sarna

levanten esta tierra de ojos rojos?

Desatará las formas del día y sus aprestos,

los señores soleados, los ricachos galeses,

o impulsará a quienes se atavían en la noche.

 

La fotografía hizo sus bodas con el ojo,

y clavó en su pareja cáscaras fragmentarias de verdad;

el sueño ha sorbido desde su fe al durmiente

pues los amortajados se tornan médula en su vuelo.

 

IV

Este es el mundo: la engañosa semejanza

de nuestras trizas de materia que caen como harapos

desde los ademanes del amor y el rechazo;

el sueño que echa a los enterrados de su bolsa

venera a estos despojos tanto como a los vivos.

Este es el mundo. Tened fe.

 

Porque seremos como el gallo que grita

dispersando a los muertos; golpearán nuestras balas

la imagen de las planchas;

y dignos compañeros seremos de por vida,

y aquél que permanezca florecerá mientras ellos se aman,

gloria a nuestros errantes corazones.

 

Versión de Elizabeth Azcona Cranwell

Tomado de:

http://amediavoz.com/thomas.htm

 

 

Si me hiciera cosquillas el roce del amor

 

Si me hiciera cosquillas el roce del amor,

Si una tramposa chica me robara a su lado,

Y quebrara su nido rompiendo mi cuerda vendada,

Si el rojo cosquilleo como el parir del ganado

Pudiera arrancar una risa de mi pulmón,

No temería al diluvio ni a la manzana

Ni a la maligna sangre de la primavera.

 

¿Será hombre o mujer? Se preguntan las células,

Dejando caer la ciruela como fuego de la carne.

Si me hiciera cosquillas la cabellera incubadora,

El hueso alado que crece en los talones,

La picazón del hombre en el muslo del bebé,

No temería al hacha ni a la horca

Ni a las cruzadas varas de la guerra.

 

¿Será hombre o mujer? se preguntan los dedos

Que llenan con tiza las paredes de hombres y mujeres inmaduras.

Si me hiciera cosquillas el hambre de erizo

No temería a la musculatura del amor

Ensayando calor sobre un nervio en carne viva.

No temería al diablo en su lomo

Ni a la abierta tumba.

 

Si me hiciera cosquillas el roce de los amantes

Que no borra la pata de gallo ni el cerrojo

De la vieja y enferma virilidad en las mandíbulas caídas,

El tiempo y los cangrejos y la dulce cuna¹

Me dejaría frío como manteca para las moscas,

La escoria del mar podría ahogarme al romper

Muerto en los pies de los novios.

 

La mitad de este mundo es del diablo, la otra mitad es mía,

Tonto por esa droga fumada en una chica

Y enredado en el brote que su ojo bifurca.

La pierna de un anciano con una médula en mi hueso,

Y todos los arenques que huelen en el mar,

Me siento y miro el gusano debajo de mi uña

Desgastando la vida².

 

Y éste es el roce, el único roce que hace cosquillas.

El nudoso mono que se balancea a lo largo de su sexo

Desde la húmeda oscuridad hasta el tirón de la enfermera

No puede hacer surgir la medianoche de una sonrisa,

Ni cuando encuentra la belleza en el pecho

Del amante, la madre, los amantes o sus seis

Pies en el polvo que se frota.

 

¿Y cuál es el roce? ¿La pluma de la muerte en el nervio?

¿Tu boca, amor mío, el cardo en el beso?

¿Mi broma³ de Cristo nacida sobre el árbol entre espinas?

Las palabras de la muerte4 son más secas aún que su rigidez,

Mis verbosas heridas están impresas con tu cabello.

Me haría cosquillas el roce del amor, entonces:

Hombre, sé mi metáfora.

Tomado de:

https://juanarabia.com/2021/01/31/18-poemas-dylan-thomas-coleccion-abracadabra-buenos-aires-poetry-2021-trad-juan-arabia/

 

 

DONDE UNA VEZ LAS AGUAS DE TU ROSTRO

Donde una vez las aguas de tu rostro

giraron impulsadas por mis hélices, sopla tu áspero fantasma,

los muertos alzan la mirada;

donde un día asomaron el pelo los tritones

a través de tu hielo, el viento áspero navega

por la sal, la raíz, las huevas de los peces.

 

Donde una vez tus verdes nudos hundieron su atadura

en el cordón de la marea, allí camina ahora

el vegetal destejedor,

con tijeras filosas, empuñando el cuchillo

para cortar los canales en su origen

y derribar los frutos empapados.

 

Invisibles, tus mareas medidoras del tiempo

irrumpen en las camas galantes de las algas;

el alga del amor se vuelve mustia;

allí en torno a tus piedras

sombras de niños van, que desde su vacío

lloran ante el mar colmado de delfines.

 

Secos como la tumba, tus coloreados párpados

no serán aherrojados mientras la magia se deslice

sabia sobre el cielo y la tierra;

habrá corales en tus lechos,

habrá serpientes en tus mareas,

hasta que mueran todos nuestros juramentos del mar.

 

 

UN CAMBIO EN LOS CLIMAS DEL CORAZÓN

Un cambio en los climas del corazón

vuelve seco lo húmedo, la bala de oro estalla

sobre la tumba helada.

Un clima en la comarca de las venas

cambia la noche en día; la sangre entre sus soles

ilumina al viviente gusano.

 

Un cambio en el ojo advierte a tiempo

la ceguera hasta el hueso; y el útero incorpora

una muerte mientras surge la vida.

 

Una sombra en el clima del ojo

es a medias su luz; el mar sondeado irrumpe

sobre una tierra sin arpones.

La semilla que del lomo hace una selva

divide en dos su fruto; y la mitad se escurre

lenta en un viento dormido.

 

Un clima en la carne y el hueso

es seca y húmeda; el viviente y el muerto

se mueven como espectros ante el ojo.

 

Un cambio en el clima del mundo

vuelve espectro al espectro; y cada niño dentro su madre

se repliega en su doble de sombra.

Un cambio echa la luna dentro del sol,

tira de las ajadas cortinas de la piel;

y el corazón entrega a sus muertos.

Tomado de:

https://poemas.yavendras.com/dylan-thomas/#google_vignette

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