viernes, 18 de octubre de 2024

POEMAS DE EDOARDO ZUCCATO

 



LAS ALCANTARILLAS

 

Como el arte, no existen en la naturaleza

 

y ni siquiera cuando somos pocos.

 

 

 

Como el lenguaje la rueda el fuego

 

o las lavadoras no se sabe quién las inventó,

 

lo que quiere decir que son muy importantes.

 

 

 

Donde llegaban, los romanos construían

 

carreteras puentes teatros y tumbas: y alcantarillas,

 

enseñando a todos como esconder

 

lo que molesta. Imperios y alcantarillas.

 

 

 

Las alcantarillas no están más cerca de San Vittore [1]

 

que, de San Pedro, de los hospitales que, de las salas de fiestas,

 

de las escuelas que, de los establos, de los mataderos que, de los bancos,

 

de los manicomios que de los ministerios

 

 

 

y en La Meca no se puede prescindir de ellas

 

más que en Las Vegas, en Courmayeur y en Pero [2],

 

en Silicon Valley más que en Gardaland

 

en Suiza más que en Swaziland.

 

 

 

Puedo concebir Nueva York sin corriente eléctrica

 

pero Nueva York sin alcantarillas ni pensarlo.

 

 

 

Nuestras calles están llenas de bocas de alcantarilla

 

que parecen los sellos de una civilización,

 

y abriéndolos, aquellos documentos, trampas

 

de donde aparece y desaparece el deus ex máchina,

 

las partes que seguimos olvidando,

 

se podría escribir una historia de la Historia

 

vista desde abajo.

 

 

 

Notamos que existen si algo se deteriora,

 

si hay obras en una boca,

 

si un conducto se ha obstruido o el tiempo está mudando

 

y de los lavabos sube el olor

 

también al trigésimo piso con los grifos de oro.

 

 

 

En India las alcantarillas son a cielo abierto

 

total, allí ¿qué tienen que esconder?

 

 

 

Es inútil torcer la nariz

 

antes o después yo también tendré que usarlas.

 

 

EL BOSQUE DE LOS CELTAS

 

Escondidas entre las hojas están las ramas

 

y en las ramas está el aire, la sangre verde,

 

y cuando ya no quedan hojas

 

las ramas son como los cuernos

 

en la cabeza de la tierra.

 

 

 

Las plantas son animales

 

y te asustan las castañas de los erizos abiertos

 

que apenas si te miran puntiagudas y oscuras,

 

el rostro sin rostro de la naturaleza

 

que abre los ojos para morirse.

 

 

 

El lago es un ojo gris o negro o azul

 

siempre abierto para mirar el cielo

 

y cuando hay sol entre arena y agua

 

se ve una red de luz,

 

que he visto junto a ti en la cama

 

encenderse en tus ojos.

 

 

 

El mundo es un nudo,

 

como los bordados de los átomos en el vacío,

 

el lago cosido por la luna cuando oscurece,

 

como en el cráneo está el cerebro

 

y en el cerebro una maraña de química y niervos

 

y allí dentro un ovillo de recuerdos

 

y en los recuerdos estamos tú y yo y el mundo.

 

 

 

Los animales son plantas y piedras

 

pero de prisa, porque les queda poco tiempo:

 

he visto una hoja en las venas de una mano,

 

el corazón que puede caer como una manzana madura

 

y un perfil - un perro, una cara - emergiendo

 

despacio de la niebla espesa

 

como un retrato en la hoja de un pintor.

 

 

 

Hoy hace frio y he visto la niebla,

 

la tierra que respiraba.

 

 

TAMBIÉN el verdugo tiene sus horas de pausa:

 

claro, se queja con su mujer

 

porque el lazo no se deslizaba bien

 

y le han cortado durante media hora la corriente

 

 

 

pero luego se calma, juega con su perro,

 

riega las plantas y cuelga un cuadro

 

(naturalezas muertas casi siempre) más se sobresalta

 

de repente al transponerse en una silla.

 

 

 

En fin, entran en su casa como en la del doctor:

 

solos, en un sitio discreto, limpio

 

que se parece a un quirófano

 

y él se hace cargo de todos los males.

 

 

 

Tendrá a lo mejor algún amigo,

 

o estrecha manos afables e ignaras

 

o sube del jardín con las manos sucias

 

y no ha encontrado aún el jabón justo.

 

 

 

Cuando no lo oyen, sus vecinos

 

piensan: se ha adormecido, pero es larga

 

demasiado larga esta sobremesa y las ventanas

 

de vez en cuando tiemblan por los aviones.

 

 

[1] Nombre de una cárcel de Milán

 

[2] Pequeña ciudad de Lombardia

Tomado de:

https://www.omni-bus.com/n42/sites.google.com/site/omnibusrevistainterculturaln42/creacion/edoardo-zuccato.html

 

 

Balzarine

Son un puñado de granjas

en un flanco de Lombardía

con las casas sentadas en torno a los corrales

como viejas alrededor de una mesa,

contando historias de antaño.

Alguna

más tambaleante, se apoya

en un bastón

mientras pedazo a pedazo

vuelve

a la tierra.

En esta basílica abandonada,

que se desmigaja llena de grietas

como una hogaza chamuscada

por lo años, mucha gente ha venido

a llenarse la panza de la conciencia,

gente que a duras penas podía vivir.

La construyeron en una colina

que como muchos lugares sagrados domina los pueblos

y hoy vendría bien para una antena

aunque ellos hablaban con el cielo

y nosotros a duras penas hablamos entre nosotros.

¿Qué estoy buscando aquí?

¿Una grieta en el muro de la historia?

Pienso en ello, y pensando yo,

que no tengo hambre, me siento más saciado

saltando una comida del menú universal

de la dieta de hoy,

un peso en el estómago de doce canales.

 

 

Los chicos

Bautizados por la gasolina, los chicos

en las motos como animales en jaula

salen disparados de sus cancelas;

son mujercitas ya, y hombrecitos,

la primera estación del amor ya está aquí

y las glándulas parecen locas.

Sosos, ni guapos ni feos

ni grandes ni pequeños, solo los ves

como los granos en la cara, en grupos.

En las cazadoras llevan palabras inglesas

y les parece normal no entender nada

hoy y aún menos dentro de un mes;

pero vete a tomar me cago en diez

es el vocabulario que chapurrean por ahí

para alzarse un palmo por encima de los demás.

En casa el gran ojo de la maestra, con la bola

de astróloga siempre encendida, les da clase

hinchándoles como pavos en Navidad.

La luz acerba de marzo cubre los pupitres

e incluso entre los que se aburren están

surgiendo mil dudas, mil preguntas.

Pero por hoy ya hay bastante, la hora está vieja…

alegres, no saben qué les espera.

 

Per B.

Tú también recuerdas las rebanadas de luna,

cuando en el cielo no se veía nada,

había una oscuridad descolorida, bochornosa,

y las clases con fiebre y las fiestas

modestas, de pueblo o de barrio,

en las que la gente reposaba los brazos en las mesas.

Bajo los toldos estaba la sombra de la oscuridad,

pero entonces ni tú ni yo nos preguntábamos

qué era lo que en el mundo hacía el mundo;

para nosotros había cubos de agua fresca,

pilas de sandías como si hubieran rodado del cielo

y las mesas atestadas de vasos, cuchillos y lunas,

grandes rebanadas de luna roja

para devolver el alma al cuerpo, y las caras redondas

que no parecían menos buenas... Tú te ríes,

y yo también me río, pero no nos equivocábamos

y también ellas, en realidad, eran la luna.

Tomado de:

https://ojs.uv.es/index.php/zibaldone/article/view/9516

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