La nueva religión
El cuerpo es una nación que no he conocido.
La pura alegría del aire: el momento en medio del
saltar
de un acantilado hacia la pared de azul que hay abajo.
Algo así como eso.
O sentir el frote de los pulmones cansados contra los
huesos cubiertos por la piel,
como la mano contra una áspera corteza. Algo así como
eso.
“El cuerpo es un salvaje”, dije. Durante años dije que
el cuerpo es un salvaje.
Como si esta seguridad de la mente fuera una virtud y
no una cobardía.
Durante años descuidé este oscuro problema
y me decía, “Yo soy mejor, Señor, yo soy mejor”,
pero a veces, en un soleado momento de descuido,
recuerdo el olor a boñiga de la piel cuando era niño
gruesa de mugre y sudor, y la hierba aullante.
Pero esta distancia que guardo no es divina,
pues ¿qué fue Cristo si no el deseo de Dios de oler su
propia axila?
Y cuando lo vea, sé que se va a sonreír
con un dedo pegado a su nariz, y que va a decir:
“La próxima vez te envío a la tierra como perro
para que sepas lo que es el hambre”.
Di algo sobre un juego de niños
El soldado le pregunta al niño: elige cuál brazo te
quiebro,
¿el izquierdo o el derecho?
El niño de diez o tal vez de nueve le dice: ninguno
porque cuando juegue como un pájaro con un ala rota
voy a borronear las líneas de la rayuela
y dejaré entrar a la oscuridad.
El soldado pregunta de nuevo, elige cuál te quiebro
¿la pierna derecha o la izquierda?
El niño le dice: ninguna, o cuando baile la danza de
los espíritus
voy a tropezarme y patear arena en la faz de la luz.
Este niño, llama negra de la esperanza ardiendo contra
la noche
dice: toma mi ojo derecho pues ha visto demasiado,
pero déjame el izquierdo, voy a necesitarlo para ver a
Dios.
Historias
1
A los niños les enseñan a matar pronto.
De cinco años
maté un pollito en mi primer ritual.
A los ocho
ya me quedaba fácil matar pollos.
A los diez
maté una cabra. Me hicieron mirarla fijo
a los ojos antes
de cortarle el cuello. Amén.
Pensé que era para enseñarme la agonía
de la matanza. Tal vez fue para
para que me habituara a la sangre.
A no darle importancia a la resistencia irregular de la
carne,
Para familiarizarme con el olor del óxido y el metal y
la mierda.
Nunca he matado a un hombre,
pero sé cómo, sé que puedo,
y sé que en el momento preciso lo haría.
Temo que pueda no arrepentirme.
Temo que lo vaya a disfrutar.
3
¿Qué puede usted decir sobre criarse en Nigeria?
¿Le importa a alguien que recogieras anacardos rojos
y amarillos de los árboles y te los comieras bajo el
sol
y que el pegajoso jugo se escurriera por tus brazos?
Y después recogieras y tostaras las semillas para sacar
la nuez.
Y en prisión, los hombres escribían nombres sobre sus
cuerpos con la savia.
Nombres para ocultar su verdadero yo,
nombres para proteger lo que podría quedar
cuando regresaban al mundo desde el infierno.
Es una vieja treta, para burlarse de la muerte
escribiendo un nuevo nombre en el cuerpo.
Temía que mi alma se iba a oscurecer,
y en cobarde escritura casi invisible
al ojo, garabateada con la punta de una aguja:
“Saddam”.
Se ha desvanecido hasta ser una mancha en el vientre,
donde una red de pelos y de arrugas
hacen de cuenta que nunca pasó.
En prisión aprendí la alquimia.
Las palabras sólo significan lo que uno quiera.
Dices “luz del sol” y quieres decir “esperanza”.
Dices “comida” y quieres decir “refugio”.
Dices “arena” y quieres decir “juego”.
Dices “piedra” y quieres decir nunca olvidaré.
Pero lo haces, lo haces,
gracias a Dios, gracias a Dios.
Traducción de Nicolás Suescún
Tomado de:
https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/poeta/67acd96c5e6b70962e6b98be
1971
El diario de Dafne hiló un deseo demasiado precioso
para decirse.
Quiero un hombre que sonría cuando hable de mí.
Que sonría porque sabe todo de mí y ama todo de mí
y no quiere que cambie algo de mí.
Quiero un hombre así.
Un hombre cuya voz es la presión en mis caderas
cuando dice mi nombre.
Cuya leve respiración trace la excitación de mis
pezones
mientras le preparo la comida.
Cuya risa se hunda entre mis piernas,
tomándome por sorpresa y meciéndome.
Cuyas manos sean ásperas cuando me toque la cara
honestamente.
Cuyo abrazo sea desesperado como si
yo fuera lo único que pudiera evitar que él se ahogue.
Cuyos labios estén húmedos de deseo cuando me bese
y cuyos ojos dancen con un fuego peligroso.
Yo quiero, yo quiero, yo quiero un hombre así.
Una pequeña oración
Nada sé de la verdad
imponiéndose como esa primera luz,
inconmovible río sagrado.
Pero mi corazón es inacabable,
Girando en un rosario que cae pesadamente. Fruto
De la mano fatigada de la piedad
Y hay ese rumor —Esto es amor, esto es amor
¿pero qué sé yo de sus solitarias estaciones,
el peso completo de una cruz, la ternura de los
remaches?
Pero hay redención en esta aventura
—la verdad como la mejor adivinanza de la memoria—.
Así que rebusco con manos mugrientas dando forma
con un poco de cartón grueso y engrudo, a sus ayeres,
reclamando algo atrapado en la sombra
entre coplas rebosantes de promesa
inventándome, este niño pequeño, este niño, este hombre
y mi corazón conoce las estrellas que veo,
y sabe que otros han viajado antes por esta oscura
senda: hacia la poesía.
Tomado de:
https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/91-92/abani.html
AFASIA
Mi lenguaje está muriendo del mismo modo
que a mi padre le sucedió:
Solo. En la noche. Y sin tormentas. Sólo
el claro de luna colándose a través de agujeros en un
tejado
Y la suave exhalación en los labios
fruncidos como si dijeran: Uwa'm.
Tomado de:
https://www.masliteratura.com.mx/2025/04/afasia-un-poema-de-christopher-abani.html
Viuda de guerra
El teléfono nunca suena. Aun así
lo levantas, sonríes hacia la interferencia de la línea
muerta,
el aliento de esos que has amado; que hace mucho se
marcharon.
La hoja que levantas del otoño
asciende y se hunde en la lejanía con cada tirón del
viento.
Con los dedos rígidos por el tiempo, le sigues el paso.
Mientras miras a la distancia iluminada por
las cataratas y otros escombros que fuiste
coleccionando,
no has olvidado nada de la dicha de hace años
de los camiones de helado y su canción de verano.
Entre el pavimento de piedra;
entre el té, la taza y el sonido de tu llanto;
entre el momento en que despertaste
y el momento en que llegó la carta,
un lamento agotado: como un viejo flagelante
sólo capaz de atormentar con una débil punzada.
Tomas el elevador todo el día,
Piso tras piso tras piso,
cada parada una pequeña victoria tallada
en la dura piedra de la muerte, y sonríes.
Solían escribir epopeyas sobre momentos como este.
Durban, Sudáfrica, algunas notaciones
de valor
Jirafas de metal suben por el borde del acantilado
hacia el faro. A la luz de la luna,
ballenas, o sus fantasmas, ensucian la arena.
Hay un museo cerca del parque que da hogar al
apartheid contenido en tiesas figuras de cera.
El autobús turístico se detiene a la orilla del camino.
A la derecha, un pueblo negro; a la izquierda, uno
indio.
mientras señala, dice: esta es la división racial.
Si uno se detiene en el bar, el menú de bebidas ofrece
Divas de Red a sólo 5 rands cada una.
Todavía el amor reverbera como un diapasón
y el sonido que desaparece y se expande
es algo más que está creciendo.
Su ausencia resuena y ansío
el palpitar colorido de las mariposas.
Los mataderos ensucian el paisaje con el siniestro
aire de la muerte, letreros que proclaman: Carnicería
Zumba,
como si aquí fuera donde la sed
de sangre de Zumba los hubiera derrotado.
El aire acondicionado en mi cuarto canturrea
una elegía a un mar que está muy ocupado murmurando.
La muerte salta entre los niños de la calle
jugando bebeleche en medio del tráfico.
La mujer que canta en zulu, en un bar jamaiquino,
está invocando incendios, invocándolos.
No existe contradicción.
Sinfonía inconclusa
La luz de esta mañana es un aria.
Me giro para seguir revolviendo el café.
Una manera de aterrizar este momento
entre el silencio y el vaivén.
Afuera un ruiseñor está esparciendo rumores
entre las flores. Incluso ahora.
Incluso después de que todas las heridas sanaron,
me rasco alrededor de una costra fantasma,
evitando lo que hay debajo.
Cuando abro la ventana,
el tomillo y el romero se desparraman hacia dentro.
Después pondré abono en el jardín de hierbas,
desmenuzaré la tierra, musitaré cantos fúnebres,
sazonaré las plantas con mordacidad. Por ahora,
me acompañan el fuego pintado de Percival
y el café. A veces
son suficientes.
Tomado de:
https://idiomatica.enallt.unam.mx/index.php/idiomatica/article/view/76/73
Conjuro
¿Qué palabras puedes envolver?
Un hermano moribundo, que sigue muriendo, incluso
ahora.
Un hombre que no ha comido durante un mes.
Bebe agua y dice que incluso la sed es un regalo.
Él pregunta qué otros dones le han dado Dios.
Soy tu regalo, dice su hija desde un rincón.
Y él sonríe y dice con voz áspera:
Sólo puedes desenvolver a un niño una vez.
El resto es oración y más oración.
Le cantas suavemente en un idioma
Sólo ustedes dos hablan y él
ronca suavemente en tu palma, aliento y sangre.
Tomado de:
https://poets.org/poem/incantation-0
Despellejar
La punta de un bolígrafo abre un agujero.
en el abandono de un alma. Esta búsqueda
Porque la palabra justa atraviesa la piedra.
La luz del sol no mide aquello a lo que se aferra.
Un hombre puede colocar la media cúpula.
de un tomate, cortado en rodajas,
y cortó una isla de pérdida. Migrante,
castigado por las especias y el olor de la cocina,
Te despiertas en un día frío en otro país.
y pon tu fe en el arroz caliente y el cabrito estofado,
y el regusto persistente de un hogar perdido.
Los evangelios están hechos de menos que esto.
Pero afuera es de mañana. Una brisa de verano.
se quema hasta el agua y comienza el océano.
Tomado de:

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