Canción de las voces serenas
Se nos ha ido la tarde
en cantar una canción,
en perseguir una nube
y en deshojar una flor.
Se nos ha ido la noche
en decir una oración,
en hablar con una estrella
y en morir con una flor.
Y se nos irá la aurora
en volver a esa canción,
en perseguir otra nube
y en deshojar otra flor.
Y se nos irá la vida
sin sentir otro rumor
que el del agua de las horas
que se lleva el corazón...
Carta
Amada, en las palabras que te escribo
quisiera que encontraras el color
de este pálido cielo pensativo
que estoy mirando, al recordar tu amor.
Que sintieras que ya julio se acerca
-el oro está naciendo de la mies-,
y escucharas zumbar]a mosca terca
que oigo volar en el calor del mes...
Y pensaras: "¡Qué año tan ardiente!",
"¡Cuánto sol en las bardas!"... y, quizás,
que un suspiro cerrara blandamente
tus ojos... nada más... ¿Para que más?
Civilización
Un hombre muere en mí siempre que un hombre
muere en cualquier lugar, asesinado
por el miedo y la prisa de otros hombres.
Un hombre como yo; durante meses
en las entrañas de una madre oculto;
nacido, como yo,
entre esperanzas y entre lágrimas,
y -como yo- feliz de haber sufrido,
triste de haber gozado,
hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.
Un hombre que anheló ser más que un hombre
y que, de pronto, un día comprendió
el valor que tendría la existencia
si todos cuantos viven
fuesen, en realidad, hombres enhiestos,
capaces de legar sin amargura
lo que todos dejamos
a los próximos hombres:
El amor, las mujeres, los crepúsculos,
la luna, el mar, el sol, las sementeras,
el frío de la piña rebanada
sobre el plato de laca de un otoño,
el alba de unos ojos,
el litoral de una sonrisa
y, en todo lo que viene y lo que pasa,
el ansia de encontrar
la dimensión de una verdad completa.
Un hombre muere en mí siempre que en Asia,
o en la margen de un río
de África o de América,
o en el jardín de una ciudad de Europa,
una bala de hombre mata a un hombre.
Y su muerte deshace
todo lo que pensé haber levantado
en mí sobre sillares permanentes:
La confianza en mis héroes,
mi afición a callar bajo los pinos,
el orgullo que tuve de ser hombre
al oír -en Platón- morir a Sócrates,
y hasta el sabor del agua, y hasta el claro
júbilo de saber
que dos y dos son cuatro...
Porque de nuevo todo es puesto en duda,
todo se interroga de nuevo
y deja mil preguntas sin respuesta
en la hora en que el hombre
penetra -a mano armada-
en la vida indefensa de otros hombres.
Súbitamente arteras,
las raíces del ser nos estrangulan.
Y nada está seguro de sí mismo
-ni en la semilla en germen,
ni en la aurora la alondra,
ni en la roca el diamante,
ni en la compacta oscuridad la estrella,
¡cuando hay hombres que amasan
el pan de su victoria
con el polvo sangriento de otros hombres!
Confianza
Esta noche tu amor me penetra
como llanto de lluvia en negrura,
o, más bien, ese ritmo sin letra
que de un verso olvidado perdura;
y me torna profundo y sencillo
como el oro del sol tamizado
que renueva, en hipnótico brillo,
el barniz de algún cuadro apagado.
Final
Vuelves de andar a solas por la orilla de un río.
Estás llena de música, como un árbol al viento.
Has dejado correr tu pensamiento
viendo en el agua el paso de una nube de estío...
Traes tejido al alma el olor de una rosa.
En lo blando del césped te prolonga tu huella...
Has vivido ¡has vivido!... Y vas, como la estrella,
a perderte en el mar de un alba silenciosa.
Fuga
¡Huyes,
pero es de ti!
J. R. Jiménez
Huías... pero era en mí
y de ti quien huías.
¿Cómo? ¿Adónde? ¿Para qué?
Por todo lo que es vial,
ascensor, tragaluz, puerto
para fugarse del hombre
en el hombre: por la voz,
por el pulso, por el sueño,
por los vértigos del cuerpo...
Por todo lo que la vida
ha puesto de catarata
-en el alma y en el alba-
huías... Pero era en mí.
Invitación al viaje
Con las manos juntas,
en la tarde clara,
vámonos al bosque
de la sien de plata.
Bajo los pinares,
junto a la cañada,
hay un agua limpia
que hace limpia el alma.
Bajaremos juntos,
juntos a mirarla
y a mirarnos juntos
en sus ondas rápidas...
Bajo el cielo de oro
hay en la montaña
una encina negra
que hace negra el alma:
Subiremos juntos
a tocar sus ramas
y oler el perfume
de sus mieles ásperas...
Otoño nos cita
con un son de flautas:
vamos a buscarlo
por la tarde clara.
La doble
Era
de noche tan rubia
como de día morena.
Cambiaba, a cada momento
de color y de tristeza,
y en jugar a los reflejos
se le iba la existencia,
como al niño que, en el mar,
quiere pescar una estrella
y no la puede tocar
porque su mano la quiebra.
De noche, cuando cantaba,
olía su cabellera
a luz, como un despertar
de pájaros en la selva;
y si cantaba en el sol
se hacía su voz tan lenta,
tan íntima, tan opaca,
que apenas iluminaba
el sitio que, entre la hierba,
alumbra al amanecer
el brillo de una luciérnaga.
¡Era de noche tan rubia
y de día tan morena!
Suspiraba sin razón
en lo mejor de las fiestas,
y puesta frente a la dicha,
se equivocaba de puerta.
No se atrevía a escoger
entre el oro de la mies
y el oro de la hoja seca,
y -tal vez por eso- no
supe jamás entenderla,
porque de noche era rubia
y de mañana morena...
Mujer
¿Qué palabras dormidas
en páginas de líricos compendios
-o al contrario, veloces,
azules, verdes, blancas, recorriendo
los tubos de qué eléctricos letreros-
debo resucitar para expresarte,
cielo de un corazón que a nadie aloja,
anuncio incomprensible,
mujer: ¿adivinanza sin secreto?
Música
Amanecía tu voz
tan perezosa, tan blanda,
como si el día anterior
hubiera
llovido sobre tu alma...
Era, primero, un temblor
confuso del corazón,
una duda de poner
sobre los hielos del agua
el pie
desnudo de la palabra
Después,
iba quedando la flor
de la emoción, enredada
a los hilos de la voz
con esos garfios de escarcha
que el sol
desfleca en cintillos de agua.
Y se apagaba y se iba
poniendo blanca,
hasta dejar traslucir,
como la luna del alba,
la luz
tenue de la madrugada.
Y se apagaba y se iba,
¡ay!, haciendo tan delgada.
Palimpsesto
A través de las frases
que dices, adivino las que callas
como, bajo los versos
de un pergamino antiguo -mal borradas
por la mano del monje
que para un jefe gótico miniara
en su blancura el trance de un martirio-
aparecen de pronto,
a contraluz de un sueño,
las líneas de un colérico epigrama.
Paz
No nos diremos nada. Cerraremos las puertas.
Deshojaremos rosas sobre el lecho vacío
y besaré, en el hueco de tus manos abiertas,
la dulzura del mundo, que se va, como un río...
Retrato
Tu amor es todo de ausencia.
Llegan a mi alma
-como el aroma de un jardín oculto-
tus palabras, vagas.
No sabes durar. Tu esencia
como el agua pasa.
Como el agua el alma del cielo que miras
es, sólo, tu alma.
Para otros fuera como arcilla dócil,
como yedra blanda.
Yo no logré verte quieta un solo instante
en la misma rama...
Ruptura
Nos hemos bruscamente desprendido
y nos hemos quedado
con las manos vacías, como si una guirnalda
se nos hubiera ido de las manos;
con los ojos al suelo,
como viendo un cristal hecho pedazos:
el cristal de la copa en que bebimos
un vino tierno y pálido...
Como si nos hubiéramos perdido,
nuestros brazos
se buscan en la sombra... Si embargo,
ya no nos encontramos.
En la alcoba profunda
podríamos andar meses y años, en pos uno del otro,
sin hallarnos
Sitio
Penetro al fin en ti,
mujer desmantelada.
que -al terminar el sitio-
ya sólo custodiaban
monótonos tambores
y trémulas estatuas.
Penetro en ti, por fin.
Y, entre la luz delgada
que filtran, por momentos,
estrellas y palabras,
encuentro a cada paso
que doy sobre los fríos
peldaños que conducen
al centro de tu alma
-un cuerpo junto a otro-
cien horas derrotadas.
Me inclino... Una por una
las reconozco, a tientas.
Contra una jaula exacta
en ésta, oscuramente,
un ruiseñor estuvo
rompiéndose las alas.
En ésa... No sé ya
lo que en esa existencia
moría o principiaba:
esquivas formas truncas,
presencias instantáneas,
deseos incompletos,
dichas decapitadas...
Soledad
Si das un paso más te quedas sola...
En el umbral de un tiempo
que no es el tuyo aún y no es ya el mío.
sobre el primer peldaño
de una escalera rápida que nadie
podrá jamás decir si baja o sube.
En el principio de una primavera
que, para tu patético hemisferio,
nunca resultará
sino el reverso casto de un otoño...
Porque la frágil hora
en que tu pie se apoya en un espejo,
si das un paso más te quedas sola.
Tiempo
La noche se rompía en nuestras manos.
Nos sitiaba el invierno.
Y tú estabas allí, desde la almena
de unos ojos adversos,
engañándome, irguiéndote, llamándolo.
Sin palabras. Sin gestos.
En tu mirada, un río de diamante
me arrojaba, sin cólera, del tiempo.
Túnel
Una antorcha enemiga
alumbra, mientras duermes, el profundo
túnel que de mi amor a tu alma lleva.
Con invisibles puños
¿qué guardia la sustenta?
Quiero avanzar... Y me detiene un muro.
Pretendo entonces
retroceder y siento que una puerta
se cierra tras de mí siempre que dudo...
En pleno sol me quedo
-trémulo, terco, ciego- imaginando
no más el golpe brusco
con que, al cortar tu sueño,
me arrojará a la noche, sin antorchas,
otro invisible centinela mudo.
Tomado de:
http://amediavoz.com/torresbodet.htm
Arte poética
Agosto endulza, inteligencia,
el grano en que el racimo al esbozarse piensa
y en gotas de ámbar lúcido condensa
el frenesí del cielo meridiano.
Lo que de la mirada hasta la mano
tarda la sed en consumar su ofensa
te deja recibir, uva indefensa,
el último derroche del verano.
Ay, pero entre los dedos transparentes
con que la asiduidad de la caricia
para una sabia copa te resume
¿de qué azúcar sincero te arrepientes,
tú, que la lentitud vuelves delicia,
arte el sabor y crítica el perfume?
(1949: 8-9)
Tomado de:
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-25462011000100008
Nunca
Nunca me cansará mi oficio de hombre.
Hombre he sido y seré mientras exista.
Hombre no más: proyecto entre proyectos,
boca sedienta al cántaro adherida,
pies inseguros sobre el polvo ardiente,
espíritu y materia vulnerables
a todos los oprobios y las dichas…
Nunca me sentiré rey destronado
ni ángel abolido mientras viva,
sino aprendiz de hombre eternamente,
hombre con los que van por las colinas
hacia el jardín que siempre los repudia
hobre con los que buscan entre escombros
la verdad necesaria y prohibida,
hombre entre los que labran con sus manos
lo que jamás hereda un alma digna,
¡porque de todo cuanto el hombre ha hecho
la sola herencia digna de los hombres
es el derecho de inventar su vida!
Tomado de:
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