viernes, 28 de junio de 2024

POEMAS DE BASILIO SÁNCHEZ


I

Fue el año de la sed.

 

No se veía a nadie

ni en las bifurcaciones de la noche

ni en el alumbramiento del relámpago.

Un territorio estéril

había convertido la distancia en un espacio insalvable.

 

En todas las iglesias

se escuchaban los cantos, las plegarias,

los antiguos lamentos de los hombres.

 

Muchos se embadurnaron

cubiertos de arpillera

con la pez del destierro y con los lodos

oscuros del desánimo.

Otros, aleccionados por los suyos,

previendo los asaltos, protegieron sus puertas

y ventanas

y ocultaron de noche sus ajuares

bajo las losas de los patios.

 

Pero fui yo el que estuvo

sentado junto al pozo

esperando las noticias del agua.

 

 

X

 

No nos reconocimos en la noche,

 

dice él,

 

hasta que intercambiamos

 

nuestras lámparas

 

y nos iluminamos cada uno

 

con el fuego del otro.

 

Una nobleza antigua

 

ha abierto nuestros ojos

 

y excavado en las grietas de nuestro corazón,

 

ha hecho aflorar la veta de lo humano

 

del pedernal inerte.

 

 

XXIV

 

Hemos dejado atrás,

bajo las luces

comunitarias de la infancia,

el universo limpio de las cosas

que no pueden nombrarse sin asombro.

 

Al pasado le sobra

transparencia,

nunca nos reencontramos con aquellos

que llegamos a ser:

las inscripciones

que graba la memoria

sobre lo ya vivido sólo honran

a muertos que no existen.

 

 

XXV

 

El otoño

 

me ha hecho caminar sobre un sembrado

 

de mariposas muertas.

 

Un silencio tranquilo

 

me lastra las palabras

 

y las vuelve inaudibles.

 

Vislumbres,

 

percepciones,

 

el lenguaje de signos de las enredaderas,

 

el rumor de las hojas vinculadas

 

con los desprendimientos

 

y las imantaciones

 

del abismo.

 

La vida ya vivida

 

crepita en el recuerdo de su primera brasa.

 

El que pude haber sido

 

y el que soy

 

dirimimos

 

nuestras contradicciones

 

tumbados en la hierba que nos filtra la luz.

Tomado de:

https://amarandaalvea.wordpress.com/2023/07/04/poemas-de-basilio-sanchez/

 

 

ÁRBOLES

El buscador de sombra

reconoce en un árbol su majestuosidad,

pero elige en secreto su pobreza.

 

El rastreador de símbolos

encuentra en la corteza arrancada de los árboles

una caligrafía primitiva,

las huellas de una forma en desuso

de comunicación con la existencia:

una expresión remota, la más rudimentaria,

del agradecimiento.

 

No hay consuelo para los desterrados:

para ellos el bosque es la quimera

de un retorno imposible,

la lluvia de otros días,

la memoria de un árbol levantándose

entre el cielo y los hombres

ante la puerta de la casa,

el ruido de sus hojas disputándose el aire.

 

 

CORDEL DE CIEGOS

Descendemos,

en la estratigrafía de los sentidos,

desde la superficie

a las proximidades de la veta profunda.

 

Propietarios, entre los poderosos, de la debilidad,

llegamos al poema atravesando

una serie de círculos concéntricos

al final de los cuales,

en el pequeño centro irreducible,

o no encontramos nada o allí estamos nosotros.

 

Sabemos nuestros límites,

toleramos nuestra insignificancia.

 

Sin sentimentalismos,

pero con el rigor del sentimiento,

recurrimos a la inmovilidad

para reproducir el movimiento

entre un extremo y otro del vacío:

el salto en el poema desde lo que ignoramos

a lo que no podemos conocer.

 

Errabundos en nuestras confidencias,

partidarios aún de la palabra

capaz de acompasarse con la vida,

convencidos de nada, reincidentes

en la melancolía, esperanzados

en la desesperanza,

seguimos ocultándonos para temblar a solas.

 

 

CORRESPONDENCIAS

Mientras llega la tarde con su peso

de cristal de Murano

y el horizonte traza a la altura del cielo de los ojos

la línea imaginaria del origen del mundo,

te paras a pensar que la existencia

mantiene entre nosotros

y las cosas con las que convivimos

una oculta cohesión; que hace crecer

a nuestro alrededor

un orden silencioso de pequeños afectos

en el que todo gira alrededor de todo:

un sistema perfecto, pero desmoronable,

tan insustituible como frágil.

 

Es por eso, quizás, por lo que ahora,

mientras llega la tarde, arrodillándote

como los paleontólogos,

inclinas la cabeza y te incorporas

de nuevo a tus asuntos como si nada hubiese sucedido.

Resuelto a ser paciente,

a no desdeñar nada por insignificante.

 

 

LA NOCHE DESMANTELA LAS OBRAS DE LOS HOMBRES

La luna está debajo de su cáscara,

la noche es tan perfecta que hasta Dios se incomoda.

 

Aunque lo que llamamos infinito

nos parezca más grande,

las distancias más largas, nuestros pasos

aún más imperceptibles, el horizonte gira

a nuestro alrededor como el anillo

de una recién casada.

 

En noches como esta, a los requerimientos de la vida,

cualquiera de nosotros podría cruzar la calle

y abandonarlo todo.

 

En noches como esta,

en el silencio inmenso de uno mismo,

cualquiera de nosotros podría escuchar de pronto

al mendigo de Hölderlin

buscando a quien le cambie

un pensamiento inútil por un sueño.

 

 

COORDENADAS

Los poemas se escriben

para que caminemos entre ellos.

El lenguaje es un bosque.

Entre la oscuridad y las palabras

hay un pacto secreto como el que se establece

entre el aire y las hojas.

 

El poeta se detiene en los signos,

elige del lenguaje

los que tienen que ver con su manera

de acercarse a las cosas, de interpretar el mundo,

de dirigirse a aquello que lo nombra.

Cada poema asume una reconstrucción,

cada una de sus palabras

un intento más o menos consciente

de devolverle a algo su sentido.

 

No nos basta solo con su presencia:

las cosas necesitan ser salvadas,

verse restituidas en su pérdida antes de que suceda.

 

En lo oscuro del bosque, en su espesor,

fermentan las palabras

en todos los idiomas que nos han precedido.

Entre las conjeturas,

buscando hacerse un hueco en esa oscuridad,

el poema posible se abre paso,

nos da las coordenadas de un espacio

que inevitablemente tendremos que habitar,

solos o en compañía, para siempre.

 

 

FRACTURAS

Donde se desmoronan las ciudades,

junto a los sumideros,

los muchachos se entretienen jugando

con las llantas metálicas

que afloran en el agua como los promontorios

de un mar sin pretensiones.

 

En las salas comunitarias de los asilos,

las vísperas de fiesta los ancianos

siguen con movimientos de cabeza

el ritmo de la música

con la que se acostumbran a la muerte.

 

Acechante, sentado ante mí mismo

como un gato silvestre ante la puerta

cerrada de una casa,

en el jardín tranquilo que rodea al hospital

nadie me reconoce

mezclado con los locos.

 

 

CUADRANTE SOLAR

En un mundo con más cielo que tierra,

como en las perspectivas serenas de van Ruisdael,

la mañana comienza a acumularse

sobre los edificios

y las escalinatas de las plazas,

en las franjas de luz de los balcones.

 

Con su semilla dentro,

envolviendo las cosas con el lenguaje del cuidado,

la claridad se instala entre nosotros,

reivindica para los sentimientos

la precisión de los matices.

 

Tiene la porcelana de este día

el descascarillado de una antigua pobreza,

pero lleva su luz a casi todas

las casas de los hombres:

la luz mediterránea,

la luz continental, el cielo clásico,

los metales dolientes de un paisaje

que el alma, preservándolo, condena a repetirse.

 

Me asomo a la ventana como a un libro de imágenes.

 

Nuestra estirpe lleva sobre sus hombros

la alta aguja del sol.

Los días que salen buenos, a la vida

le perdonas la ofensa de la muerte.

 

 

MATERNIDAD

Cada mañana, a solas,

antes de que regresen los bañistas,

de que empiecen a posarse los pájaros

sobre la arena fina,

puramente geológica,

que el aire de la noche ha ido cerniendo,

la vemos por la orilla recolectando conchas,

cristalillos pulidos,

escamas transparentes

que dejan en sus manos un rescoldo violeta:

la brasa aún no encendida

de esa forma sumaria de la luz con la que irrumpe,

desde sus fundiciones,

un sol recién nacido que bebe silencioso

de la leche del mar.

 

 

EL INCENDIO EN LA CASA DE LAS LÁMPARAS

Igual que en un incendio

el reflejo rojizo de los cubos

de metal para el agua

cruza de mano en mano la impiedad de la noche,

en su interior conservan las palabras

el relámpago de las herramientas

con las que las creamos.

 

Como el fuego

que el hombre primitivo hace brotar a oscuras

ante el bajorrelieve de una roca,

lo humano del poema

restablece en nosotros una lámpara.

 

La escritura es el cruce de dos intimidades

en el espacio de las cosas.

En su perplejidad irredimible,

las palabras nos dan lo que no tienen.

 

 

LO QUE NO NOS DECIMOS

Apreciamos,

como los que regresan del desierto,

la textura del agua,

los matices secretos de su necesidad.

 

Sabemos orientarnos en la noche

como la madreselva o los murciélagos.

Nuestra boca, como un horno de arcilla,

es la que le confiere a las palabras

la impresión de firmeza.

 

Porque a veces nos sentimos turbados

por el desasosiego de los niños,

quizá echemos de menos,

cuando estamos a solas,

la protección de los mayores.

El miedo esconde siempre la intuición de la pérdida,

la posibilidad de que las cosas

no consigan enraizar en nosotros.

 

Solo somos felices cuando no lo sabemos.

De las vicisitudes del lenguaje,

el poema es solo la herida que se recuerda.

El silencio generando su habla.

 

 

SEMEJANZAS

Las luces de las casas

atraviesan las ramas de los árboles

como dardos en un puesto de feria.

Bruñida por la tarde,

cada piedra refleja su porción de universo.

 

Nuestra ruina hace hermosos

los viejos edificios,

sobre nuestros despojos se levantan las ciudades antiguas.

 

Como la rosa árabe

que el vaho de las palabras hace crecer a ciegas

desde las comisuras de los muertos,

sobre la piedra roja del pasado

cantan para nosotros las aves del futuro.

 

En los templos ocultos

en las profundidades de las plazas

nace el espino blanco de la melancolía.

 

En el cielo violeta de las torres,

en las puntas doradas de todas las iglesias,

revolotean los pájaros

con la misma piedad con que lo hacen,

en tardes como esta,

sobre la catedral de San Basilio en un verso de Milosz.

Tomado de:

https://basiliosanchez.info/obra-cristalizaciones.htm

 

 

AÚN ALTOS EN LA NOCHE

 

Aún altos en la noche,

 

despojados de hojas,

 

apacibles

 

en la melancolía de su herida,

 

los árboles se mueren hacia adentro:

 

no hay más duelo

 

que el de sus propias ramas

 

resistiéndose erguidas

 

ni más llanto que el de sus gorriones.

 

 

 

Bajo una luna roja

 

que remansa su luz en los cercados

 

que han quedado desiertos,

 

los miro, silencioso, como lo harían conmigo:

 

sin moverme,

 

como si en este instante

 

no pudiese haber nada ante mis ojos

 

con tanta dignidad

 

y con tanta grandeza.

 

 

 

La vida nos enseña a soportar la intemperie.

 

 

 

Pasaremos nosotros

 

y los árboles

 

seguirán siendo fieles al horizonte y a la luna.

 

 

LA MESA DE MADERA

 

La mesa de madera

 

de mi alcoba

 

nunca ha echado raíces,

 

pero guarda en sus vetas

 

el temblor de los pájaros.

 

 

 

Ninguna voz es dueña

 

de sí misma,

 

toda voz es reflejo de otra voz,

 

toda palabra,

 

refracción de la luz de otra palabra.

 

 

 

Subido a lo más alto de mi sangre

 

sobrevivo a la deriva del siglo

 

respirando por ti.


De Esperando las noticias del agua, 2018

 

  

LA LUZ DEL MEDIODÍA

 

La luz del mediodía,

 

como un pájaro ciego,

 

se sostiene en lo más alto del aire.

 

Las raíces del mosto sacan agua

 

de las profundidades de la tierra.

 

 

 

Hay un hermanamiento,

 

una especie de familiaridad entre las cosas

 

que conforman el mundo,

 

como si cada una cuidara de la otra,

 

como si la alegría en la que viven inmersas

 

fuera un logro de todas,

 

la conquista de una comunidad.

 

 

 

Acercarnos con afecto a las cosas

 

nos permite intimar con lo sagrado

 

que permanece en ellas.

 

 

 

La mañana está en deuda con la cosecha de las flores.

 

El que entiende de pájaros entiende de narcisos.

 

 

AMO LO QUE SE HACE LENTAMENTE 

 

Amo lo que se hace lentamente,

 

lo que exige atención,

 

lo que demanda esfuerzo.

 

 

 

Amo la austeridad de los que escriben

 

como el que excava un pozo

 

o repara el esmalte de una taza.

 

 

 

Mi habla es un murmullo,

 

una simple presencia que en la noche,

 

en las proximidades del vacío,

 

se impone por sí sola contra el miedo,

 

contra la soledad que nos revela

 

lo pequeños que somos.

 

 

 

El poeta no ha elegido el futuro.

 

El poeta ha elegido descalzarse en el umbral del desierto.

 

 

EN EL VALLE, UN CASTAÑO

 

En el valle, un castaño

 

ha elevado sus hojas

 

sobre el tejado rojo de una casa

 

y ahora puede mirar al horizonte.

 

 

 

La noche entre los árboles

 

es una oscuridad iluminada, un silencio de pájaros

 

en los que confiar, una espesura

 

de ramas transparentes,

 

de pañuelos azules,

 

de animales benévolos.

 

 

 

Necesito vivir en un país

 

que no haya renegado de sus árboles,

 

necesito vivir en una tierra que envejezca a su sombra.

 

                  De He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, 2019

Tomado de:

https://paginadeandresmorales.blogspot.com/2022/04/ocho-poemas-del-gran-poeta-espanol.html

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