I
Fue el año de la sed.
No se veía a nadie
ni en las bifurcaciones de la noche
ni en el alumbramiento del relámpago.
Un territorio estéril
había convertido la distancia en un espacio
insalvable.
En todas las iglesias
se escuchaban los cantos, las plegarias,
los antiguos lamentos de los hombres.
Muchos se embadurnaron
cubiertos de arpillera
con la pez del destierro y con los lodos
oscuros del desánimo.
Otros, aleccionados por los suyos,
previendo los asaltos, protegieron sus puertas
y ventanas
y ocultaron de noche sus ajuares
bajo las losas de los patios.
Pero fui yo el que estuvo
sentado junto al pozo
esperando las noticias del agua.
X
No nos reconocimos en la noche,
dice él,
hasta que intercambiamos
nuestras lámparas
y nos iluminamos cada uno
con el fuego del otro.
Una nobleza antigua
ha abierto nuestros ojos
y excavado en las grietas de nuestro corazón,
ha hecho aflorar la veta de lo humano
del pedernal inerte.
XXIV
Hemos dejado atrás,
bajo las luces
comunitarias de la infancia,
el universo limpio de las cosas
que no pueden nombrarse sin asombro.
Al pasado le sobra
transparencia,
nunca nos reencontramos con aquellos
que llegamos a ser:
las inscripciones
que graba la memoria
sobre lo ya vivido sólo honran
a muertos que no existen.
XXV
El otoño
me ha hecho caminar sobre un sembrado
de mariposas muertas.
Un silencio tranquilo
me lastra las palabras
y las vuelve inaudibles.
Vislumbres,
percepciones,
el lenguaje de signos de las enredaderas,
el rumor de las hojas vinculadas
con los desprendimientos
y las imantaciones
del abismo.
La vida ya vivida
crepita en el recuerdo de su primera brasa.
El que pude haber sido
y el que soy
dirimimos
nuestras contradicciones
tumbados en la hierba que nos filtra la luz.
Tomado de:
https://amarandaalvea.wordpress.com/2023/07/04/poemas-de-basilio-sanchez/
ÁRBOLES
El buscador de sombra
reconoce en un árbol su majestuosidad,
pero elige en secreto su pobreza.
El rastreador de símbolos
encuentra en la corteza arrancada de los árboles
una caligrafía primitiva,
las huellas de una forma en desuso
de comunicación con la existencia:
una expresión remota, la más rudimentaria,
del agradecimiento.
No hay consuelo para los desterrados:
para ellos el bosque es la quimera
de un retorno imposible,
la lluvia de otros días,
la memoria de un árbol levantándose
entre el cielo y los hombres
ante la puerta de la casa,
el ruido de sus hojas disputándose el aire.
CORDEL DE CIEGOS
Descendemos,
en la estratigrafía de los sentidos,
desde la superficie
a las proximidades de la veta profunda.
Propietarios, entre los poderosos, de la
debilidad,
llegamos al poema atravesando
una serie de círculos concéntricos
al final de los cuales,
en el pequeño centro irreducible,
o no encontramos nada o allí estamos nosotros.
Sabemos nuestros límites,
toleramos nuestra insignificancia.
Sin sentimentalismos,
pero con el rigor del sentimiento,
recurrimos a la inmovilidad
para reproducir el movimiento
entre un extremo y otro del vacío:
el salto en el poema desde lo que ignoramos
a lo que no podemos conocer.
Errabundos en nuestras confidencias,
partidarios aún de la palabra
capaz de acompasarse con la vida,
convencidos de nada, reincidentes
en la melancolía, esperanzados
en la desesperanza,
seguimos ocultándonos para temblar a solas.
CORRESPONDENCIAS
Mientras llega la tarde con su peso
de cristal de Murano
y el horizonte traza a la altura del cielo de los
ojos
la línea imaginaria del origen del mundo,
te paras a pensar que la existencia
mantiene entre nosotros
y las cosas con las que convivimos
una oculta cohesión; que hace crecer
a nuestro alrededor
un orden silencioso de pequeños afectos
en el que todo gira alrededor de todo:
un sistema perfecto, pero desmoronable,
tan insustituible como frágil.
Es por eso, quizás, por lo que ahora,
mientras llega la tarde, arrodillándote
como los paleontólogos,
inclinas la cabeza y te incorporas
de nuevo a tus asuntos como si nada hubiese
sucedido.
Resuelto a ser paciente,
a no desdeñar nada por insignificante.
LA NOCHE DESMANTELA LAS OBRAS DE LOS HOMBRES
La luna está debajo de su cáscara,
la noche es tan perfecta que hasta Dios se
incomoda.
Aunque lo que llamamos infinito
nos parezca más grande,
las distancias más largas, nuestros pasos
aún más imperceptibles, el horizonte gira
a nuestro alrededor como el anillo
de una recién casada.
En noches como esta, a los requerimientos de la
vida,
cualquiera de nosotros podría cruzar la calle
y abandonarlo todo.
En noches como esta,
en el silencio inmenso de uno mismo,
cualquiera de nosotros podría escuchar de pronto
al mendigo de Hölderlin
buscando a quien le cambie
un pensamiento inútil por un sueño.
COORDENADAS
Los poemas se escriben
para que caminemos entre ellos.
El lenguaje es un bosque.
Entre la oscuridad y las palabras
hay un pacto secreto como el que se establece
entre el aire y las hojas.
El poeta se detiene en los signos,
elige del lenguaje
los que tienen que ver con su manera
de acercarse a las cosas, de interpretar el mundo,
de dirigirse a aquello que lo nombra.
Cada poema asume una reconstrucción,
cada una de sus palabras
un intento más o menos consciente
de devolverle a algo su sentido.
No nos basta solo con su presencia:
las cosas necesitan ser salvadas,
verse restituidas en su pérdida antes de que
suceda.
En lo oscuro del bosque, en su espesor,
fermentan las palabras
en todos los idiomas que nos han precedido.
Entre las conjeturas,
buscando hacerse un hueco en esa oscuridad,
el poema posible se abre paso,
nos da las coordenadas de un espacio
que inevitablemente tendremos que habitar,
solos o en compañía, para siempre.
FRACTURAS
Donde se desmoronan las ciudades,
junto a los sumideros,
los muchachos se entretienen jugando
con las llantas metálicas
que afloran en el agua como los promontorios
de un mar sin pretensiones.
En las salas comunitarias de los asilos,
las vísperas de fiesta los ancianos
siguen con movimientos de cabeza
el ritmo de la música
con la que se acostumbran a la muerte.
Acechante, sentado ante mí mismo
como un gato silvestre ante la puerta
cerrada de una casa,
en el jardín tranquilo que rodea al hospital
nadie me reconoce
mezclado con los locos.
CUADRANTE SOLAR
En un mundo con más cielo que tierra,
como en las perspectivas serenas de van Ruisdael,
la mañana comienza a acumularse
sobre los edificios
y las escalinatas de las plazas,
en las franjas de luz de los balcones.
Con su semilla dentro,
envolviendo las cosas con el lenguaje del cuidado,
la claridad se instala entre nosotros,
reivindica para los sentimientos
la precisión de los matices.
Tiene la porcelana de este día
el descascarillado de una antigua pobreza,
pero lleva su luz a casi todas
las casas de los hombres:
la luz mediterránea,
la luz continental, el cielo clásico,
los metales dolientes de un paisaje
que el alma, preservándolo, condena a repetirse.
Me asomo a la ventana como a un libro de imágenes.
Nuestra estirpe lleva sobre sus hombros
la alta aguja del sol.
Los días que salen buenos, a la vida
le perdonas la ofensa de la muerte.
MATERNIDAD
Cada mañana, a solas,
antes de que regresen los bañistas,
de que empiecen a posarse los pájaros
sobre la arena fina,
puramente geológica,
que el aire de la noche ha ido cerniendo,
la vemos por la orilla recolectando conchas,
cristalillos pulidos,
escamas transparentes
que dejan en sus manos un rescoldo violeta:
la brasa aún no encendida
de esa forma sumaria de la luz con la que irrumpe,
desde sus fundiciones,
un sol recién nacido que bebe silencioso
de la leche del mar.
EL INCENDIO EN LA CASA DE LAS LÁMPARAS
Igual que en un incendio
el reflejo rojizo de los cubos
de metal para el agua
cruza de mano en mano la impiedad de la noche,
en su interior conservan las palabras
el relámpago de las herramientas
con las que las creamos.
Como el fuego
que el hombre primitivo hace brotar a oscuras
ante el bajorrelieve de una roca,
lo humano del poema
restablece en nosotros una lámpara.
La escritura es el cruce de dos intimidades
en el espacio de las cosas.
En su perplejidad irredimible,
las palabras nos dan lo que no tienen.
LO QUE NO NOS DECIMOS
Apreciamos,
como los que regresan del desierto,
la textura del agua,
los matices secretos de su necesidad.
Sabemos orientarnos en la noche
como la madreselva o los murciélagos.
Nuestra boca, como un horno de arcilla,
es la que le confiere a las palabras
la impresión de firmeza.
Porque a veces nos sentimos turbados
por el desasosiego de los niños,
quizá echemos de menos,
cuando estamos a solas,
la protección de los mayores.
El miedo esconde siempre la intuición de la pérdida,
la posibilidad de que las cosas
no consigan enraizar en nosotros.
Solo somos felices cuando no lo sabemos.
De las vicisitudes del lenguaje,
el poema es solo la herida que se recuerda.
El silencio generando su habla.
SEMEJANZAS
Las luces de las casas
atraviesan las ramas de los árboles
como dardos en un puesto de feria.
Bruñida por la tarde,
cada piedra refleja su porción de universo.
Nuestra ruina hace hermosos
los viejos edificios,
sobre nuestros despojos se levantan las ciudades
antiguas.
Como la rosa árabe
que el vaho de las palabras hace crecer a ciegas
desde las comisuras de los muertos,
sobre la piedra roja del pasado
cantan para nosotros las aves del futuro.
En los templos ocultos
en las profundidades de las plazas
nace el espino blanco de la melancolía.
En el cielo violeta de las torres,
en las puntas doradas de todas las iglesias,
revolotean los pájaros
con la misma piedad con que lo hacen,
en tardes como esta,
sobre la catedral de San Basilio en un verso de
Milosz.
Tomado de:
https://basiliosanchez.info/obra-cristalizaciones.htm
AÚN ALTOS EN LA NOCHE
Aún altos en la noche,
despojados de hojas,
apacibles
en la melancolía de su herida,
los árboles se mueren hacia adentro:
no hay más duelo
que el de sus propias ramas
resistiéndose erguidas
ni más llanto que el de sus gorriones.
Bajo una luna roja
que remansa su luz en los cercados
que han quedado desiertos,
los miro, silencioso, como lo harían conmigo:
sin moverme,
como si en este instante
no pudiese haber nada ante mis ojos
con tanta dignidad
y con tanta grandeza.
La vida nos enseña a soportar la intemperie.
Pasaremos nosotros
y los árboles
seguirán siendo fieles al horizonte y a la luna.
LA MESA DE MADERA
La mesa de madera
de mi alcoba
nunca ha echado raíces,
pero guarda en sus vetas
el temblor de los pájaros.
Ninguna voz es dueña
de sí misma,
toda voz es reflejo de otra voz,
toda palabra,
refracción de la luz de otra palabra.
Subido a lo más alto de mi sangre
sobrevivo a la deriva del siglo
respirando por ti.
De
Esperando las noticias del agua, 2018
LA LUZ DEL MEDIODÍA
La luz del mediodía,
como un pájaro ciego,
se sostiene en lo más alto del aire.
Las raíces del mosto sacan agua
de las profundidades de la tierra.
Hay un hermanamiento,
una especie de familiaridad entre las cosas
que conforman el mundo,
como si cada una cuidara de la otra,
como si la alegría en la que viven inmersas
fuera un logro de todas,
la conquista de una comunidad.
Acercarnos con afecto a las cosas
nos permite intimar con lo sagrado
que permanece en ellas.
La mañana está en deuda con la cosecha de las
flores.
El que entiende de pájaros entiende de narcisos.
AMO LO QUE SE HACE LENTAMENTE
Amo lo que se hace lentamente,
lo que exige atención,
lo que demanda esfuerzo.
Amo la austeridad de los que escriben
como el que excava un pozo
o repara el esmalte de una taza.
Mi habla es un murmullo,
una simple presencia que en la noche,
en las proximidades del vacío,
se impone por sí sola contra el miedo,
contra la soledad que nos revela
lo pequeños que somos.
El poeta no ha elegido el futuro.
El poeta ha elegido descalzarse en el umbral del
desierto.
EN EL VALLE, UN CASTAÑO
En el valle, un castaño
ha elevado sus hojas
sobre el tejado rojo de una casa
y ahora puede mirar al horizonte.
La noche entre los árboles
es una oscuridad iluminada, un silencio de pájaros
en los que confiar, una espesura
de ramas transparentes,
de pañuelos azules,
de animales benévolos.
Necesito vivir en un país
que no haya renegado de sus árboles,
necesito vivir en una tierra que envejezca a su
sombra.
De He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, 2019
Tomado de:
https://paginadeandresmorales.blogspot.com/2022/04/ocho-poemas-del-gran-poeta-espanol.html
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