En el borde
Lo terrible es el borde, no el abismo.
En el borde
hay un ángel de luz del lado izquierdo,
un largo río oscuro del derecho
y un estruendo de trenes que abandonan los
rieles
y van hacia el silencio.
Todo
cuanto tiembla en el borde es nacimiento.
Y sólo desde el borde se ve la luz primera
el blanco–blanco
que nos crece en el pecho.
Nunca somos más hombres
que cuando el borde quema nuestras plantas
desnudas.
Nunca estamos más solos.
Nunca somos más huérfanos.
Vigilante
Pinté un perro para que cuidara mi puerta,
un perro triste y feroz al mismo tiempo
que disuadiera a cualquier atacante.
Pero cuando fui a colgar el perro en mi
puerta,
vi que no había puerta ni ventanas.
Pasé mi mano por la pared rugosa buscando
una grieta,
tal vez un agujero. Comprendí que yo era la
pared,
que iba a morir sin aire,
que la única grieta estaba en mis adentros
y que por los agujeros de mis ojos,
miraba un perro triste,
triste y feroz al mismo tiempo.
Tomado de:
https://editorial.ucentral.edu.co/ojs_uc/index.php/hojasUniv/article/download/2514/2322/6288
Suma y resta
Nace el cuerpo a la luz
relámpago del hombro
repentino
por la espalda resbala
el muslo tenso
curva el arco del pie viril
asciende
se enmaraña en el sexo
repta
anuda un brazo de mujer
sombra del cuello
oquedad de la nuca que recoge la noche
caracol del abrazo
de dos que suman uno
línea recomenzando sin principio ni fin
como un capricho
trazado por un dios sobre la sábana
y sin embargo
dos sueños como alas escindidas
y en el centro
el cero abriendo sus caminos de aire.
Centelleo del instante
Unas veces las manos se tocan
y otras ni siquiera se tocan.
Los ojos sí se tocan
o algo que está atrás de los ojos.
Roberto
Juarroz
Cuando a pesar de los hábitos inútiles,
de los tristes rituales,
de la terca ceguera que nos lleva
al tanteo a los viejos rincones,
abruptamente
una mirada toca otra mirada,
toca su oscuro fondo y temblorosa,
plena de desnudez, resbala en ella
como una perla cae a una garganta,
el centelleo del instante ilumina
aquello que los hombres buscamos desde
siempre
y que los dioses mezquinos se obstinan en
no darnos.
Madre e hijo
El poeta
bebe el agua del Tigres y del Eufrates,
se desvela y a veces tiene caspa,
y en los salones tiene reservado su puesto
y los zorros lamen su mano antes de huir
espantados
por el bronco sonido de su verso.
De púas, de cuchillos, es la piel del
poeta.
Con el despertar de la luz sangra la piel
del poeta.
A veces, desalado, silencioso,
desierto de los pies a la cabeza,
anochece de bruces en su cama.
La envidia del poeta es amarilla,
su ilusión es azul como un cielo sin
guardas.
A ratos a sí mismo se devora, se corta en
pedacitos, se reparte,
se mira en el espejo, escupe, llora
sobre los baldosines de la infancia.
El poeta envejece, engorda, eructa,
y en ocasiones el poeta muere.
La poesía, que es inmortal, lo mira desde
arriba,
ciega de luz y ajena como una estrella
antigua.
El poema
El
mayor enemigo de la poesía
es el
poema
Vicente
Huidobro
Anterior al poema el árbol en la arena,
iluso
faro de las focas marinas.
Anterior al poema, el grito,
El beso de los adolescentes, sus manos que
se
buscan en el sopor del verano.
Anterior al poema, inútil como un prendedor
sobre el pecho de una muchacha, la luna.
El árbol,
el grito,
el beso,
la luna,
hechos plegaria en medio del poema,
hechos de sal, de sombra, de metal, de
hueso,
en medio del poema,
desesperadamente, rabiosamente plantados en
medio del poema,
árbol de oes,
grito de aes,
beso de ues,
luna de papel.
Sobre la arena el árbol persevera.
Dentro del alma el grito persevera.
Y los besos se multiplican en el aire y la
luna
impasible canta su aria
sobre el cielo de tinta del poema.
Despedida
a
Lorenzo Jaramillo
Dejas
lo que llamamos mundo:
los ríos impasibles, tumultuosos
cementerios de dioses,
la furia de las avispas ciegas,
el murmullo
de la savia trepando hacia la luz,
la roja tierra
donde habita el zulú que nunca viste.
Pero a ser fieles
dejas de veras el calor del lecho,
la incertidumbre matinal,
el olor a aguarrás y a trementina,
una calle en tu tarde y otra calle
de tiempo, caminada
por unos pocos hombres. Eso es todo.
Con un rostro reciente, construido
a la medida exacta de la muerte,
material, como un nudo de algas sobre una
playa,
comienzas a ser cedro y a ser trébol,
a ser nube que llueve en nuestras frentes.
Despojado,
desnudo, en las manos la cuerda
del falso equilibrista,
te vas tan solo como puede irse
un hombre muerto:
solo apenas tanto
como puede quedarse un hombre vivo,
como puede nacer, a cada instante, un
hombre
Réquiem
Resulta
que ya nada es igual, nada es lo mismo,
que algo se ha muerto aquí
sin llanto,
sin sepulcro,
sin remedio,
que otro aire se respira ahora en el alma,
patio oloroso a humo donde cuelgan
tantos locos afectos de otros días.
Tendría que decir
que ha llovido ceniza tanto tiempo
que ha tiznado por siempre las magnolias,
pero es pueril la imagen y me aburro.
Me aburro dócilmente, blandamente,
como cuando era niña y me tiraba
a ver pasar las nubes,
y la vida
era larga como una carrilera.
Ahora el tren da la vuelta y unos rostros
borrosos me saludan desde lejos:
yo amé a aquel hombre que va hablando solo.
Aquel otro me amó y no sé su nombre.
La tarde se silencia y todos parten.
Soy yo la que hace tiempo ya se ha ido.
Tarot
Rebeca Pizarro era silenciosa como un lago
nocturno
en cuya superficie caen
graves, profundas,
las rocas que oscuros moradores arrojan.
Cabalgaba en el aire altanero con su coraza
puesta
y la espada en reposo,
dura como su nombre y frágil en su llama.
En sus ojos azules habitaba el misterio del
mundo.
Oficiaba de maga y en su luna
vio mi futuro feliz, mis insensatos
miedos que la hacían reír,
y mientras iban cayendo la emperatriz, el
loco,
la papisa,
adivinó mi muerte doméstica y lejana.
Abría su pañuelo de estrellas con sus manos
de niña
y entre el cubiletero y la papisa
vio un hombre que me espera no sé dónde,
y descubrió la sal y el yodo de mis años.
Mi brújula de hielo se extravió en su
planeta
y naufragué en el pequeño pozo de su
ternura.
Pero somos oscuros,
somos sombras,
y la vida es apenas un puñado de gestos.
A veces, desde el tiempo muerto de los
espejos
mi dedo la dibuja en la arena del sueño.
En consideración a la alegría
A qué llorar, me digo,
todo estaba previsto,
me
muerdo las falanges
los asombros por qué
miro
la luna
ajena y sola y sobria en su talante
si desde siempre
desde el nacer, desde el morir y en cada hora
pacientemente crece el hilo, crece,
y también crece
la baba del gusano y esta piedra
atravesada aquí,
bebo
y saludo
y
soy cordial con mi vecino ciego
pues no son estos tiempos dados a
patetismos,
ni es elegante
exhibir el dolor.
A qué llorar, me digo:
sería
inoportuno con la muchedumbre
que ríe afuera con su risa de siglos.
Para el velorio del niño muerto
Para el velorio del niño muerto
han planchado los hombres su camisa
y el luto de la brisa
golpea puerta a puerta barrio abajo
endomingado y sordo de campanas.
Hay un hueco en el vientre de las mujeres,
y trepa las paredes
la luz anonadada y vespertina
mientras en las cocinas
amarga ha detenido su sombra el humo.
Hombro a hombro va la resignación
estupefacta
y llora la cebolla y llora el delantal.
La mirada de cal
ya no tiene cometa ni hambre al desayuno,
y todo el mundo sabe que mañana
es lunes albañil.
Mapa
En un hangar vacío un hombre muerto.
En un vagón donde la hierba muele su
sombra,
en una escuela,
crucificado,
ardido,
un hombre muerto
con un nombre inservible como un cántaro
roto.
Un hombre muerto de cara a la luna,
o de bruces quizá, como un chico rabioso
anonadado y solo, cejijunto,
un hombre muerto-muerto a pesar suyo.
Sin talismán, sin aire, sin esperma,
un hombre sin domingo por la tarde
muere a las dos,
muerte a los dos y media,
muere tres veces hoy y seis mañana
de muerte natural en esta guerra.
Tomado de:
https://www.uexternado.edu.co/wp-content/uploads/2017/01/20-nadieCasa-PiedadBonnett.pdf
Las herencias
Hilo mío, me duelen las herencias.
Esta culpa, zarza que arde y me quema,
y que no me concede saber cuál fue el
pecado.
En tu inocencia se mira mi inocencia
como en un ojo de agua que me cuenta una
historia
que ya ha sido olvidada,
y otros hablan entre tus voces turbias
y otros sufren de nuevo entre tus sueños
y en tu silencio sufren
otra vez más aquellos que están muertos,
y tu herida
es una pena antigua que por mi sangre pasa
y estalla en las entrañas en que nadaste un
día.
S.O.S.
Estoy pensando qué cuerda podría lanzarte
yo,
qué salvavidas.
Y pensando también
-con el alma estrujada en un turbión de
pena-
en el hondo sofoco de tus aguas,
en tu esfuerzo
de nadar y nadar la vida entera,
en tus ojos que buscan, como peces
sonámbulos
ensombrecidos de algas y de arena.
En tu cansancio,
en tu desgarradura.
Pero no tengo cuerda
ni red para salvarte
ni oración que conjure las tinieblas
o que sirva de tabla de naufragio
y ni siquiera
-ahí donde me ves, cargada con mis jarcias-
tengo orilla certera.
Tomado de:
https://hjck.com/libros/cinco-poemas-de-piedad-bonnett-rg10
Asedio
Si te ponen miedo mis ojos ausentes, mis
ojos noctámbulos,
mis ojos dementes…
León de Greiff
No me culpes.
Por rondar tu casa como una pantera
y husmear en la tierra tus pisadas.
Por traspasar tus muros,
por abrir agujeros para verte soñar.
Por preparar mis filtros vestida de
hechicera,
por recordar tus ojos de hielo mientras
guardo
entre mis ropas un punzón de acero.
Por abrir trampas
y clavar cuchillos en todos tus caminos.
Por salir en la noche a la montaña
para gritar tu nombre
y por manchar con él los blancos paredones
de las iglesias y los hospitales.
Hay en mí una paloma
que entristece la noche con su arrullo.
Mi noche de blasfemias y de lágrimas.
Biografía de un hombre con miedo
Mi padre tuvo pronto miedo de haber nacido.
Pero pronto también
le recordaron los deberes de un hombre
y le enseñaron
a rezar, a ahorrar, a trabajar.
Así que pronto fue mi padre un hombre
bueno.
(«Un hombre de verdad», diría mi abuelo).
No obstante,
—como un perro que gime, embozalado
y amarrado a su estaca— el miedo persistía
en el lugar más hondo de mi padre.
De mi padre,
que de niño tuvo los ojos tristes y de
viejo
unas manos tan graves y tan limpias
como el silencio de las madrugadas.
Y siempre, siempre, un aire de hombre solo.
De tal modo que cuando yo nací me dio mi
padre
todo lo que su corazón desorientado
sabía dar. Y entre ello se contaba
el regalo amoroso de su miedo.
Como un hombre de bien mi padre trabajó
cada
/mañana,
sorteó cada noche y cuando pudo
se compró a cuotas la pequeña muerte
que siempre deseó.
La fue pagando rigurosamente,
sin sobresalto alguno, año tras año,
como un hombre de bien, el bueno de mi
padre.
Labores manuales
Sobre el cuerpo desnudo —tan reciente—
sobre la piel azul de transparencia,
ejerzo mi ritual: agua que corre
en tibio bautizo, aceite, talcos,
pedazos de algodón.
Tierno animal que late en desamparo.
Hay que sacar agujas para tejerle un traje
de alambre, estopa, púas,
pues muerde el aire afuera.
Daniel creciendo
Con el oído del corazón oigo la música
secreta de tu
cuerpo,
el crepitar de tus huesos creciendo,
un animal poderoso que te sube en la voz,
la turba de tus sueños, las mareas
que con fuerza te alejan de mi orilla.
Por los rincones todos de la casa
vas dejando tu antigua piel,
y abrumado y espléndido descubres
tu desnudez que humilla los espejos.
Yo torpe, yo asustada,
desde mi torre ondeo mis pañuelos.
Abandonas
tu tierra de milagros donde es rey el
silencio,
tu universo de ciegos resplandores
sin mirar hacia atrás.
En la mañana
en que trémulo vuelvas la cabeza
para leer las cifras de aquel tiempo,
un mar de sal te velará los ojos.
Diario
Cada mañana es ahora un rectángulo blanco
una
pulcrísima hoja
que despierta mi miedo
qué hacer con el dolor dónde ponerlo
aplicarse a la vida con método con furia
con tinta ir
cometiendo
el limpio asesinato
matar matar el tiempo oh dulce paradoja
acuchillar los días mientras tú vives sano
como un
animal joven
garrapatear borrar poner las tildes
organizar sobre las horas limpias la fiebre
la obsesión el
desamparo
y esperar otra noche
y esperar otro día
una rayuela eterna pintada con tiza de
colores
y saltar arrastrando la pizarra
domingo
lunes
martes
y al final ningún cielo.
Los estudiantes
Los saludables, los briosos estudiantes de
espléndidas
sonrisas
y mejillas felposas, los que encienden un
sueño en otro
sueño
y respiran su aire como recién nacidos,
los que buscan rincones para mejor amarse
y dulcemente eternos juegan ruleta rusa,
los estudiantes ávidos y locos y
fervientes,
los de los tiernos cuellos listos frente a
la espada,
las muchachas que exhiben sus muslos
soleados
sus pechos, sus ombligos
perfectos e inocentes como oscuras corolas,
qué se hacen
mañana qué se hicieron
qué agujero
ayer se los tragó
bajo qué piel
callosa, triste, mustia
sobreviven.
Oración
Para mis días pido,
Señor de los naufragios,
no agua para la sed, sino la sed,
no sueños
sino ganas de soñar.
Para las noches,
toda la oscuridad que sea necesaria
para ahogar mi propia oscuridad.
Los hombres tristes no bailan en pareja
Los hombres tristes ahuyentan a los
pájaros.
Hasta sus frentes pensativas bajan
las nubes
y se rompen en fina lluvia opaca.
Las flores agonizan
en los jardines de los hombres tristes.
Sus precipicios tientan a la muerte.
En cambio,
las mujeres que en una mujer hay
nacen a un tiempo todas
ante los ojos tristes de los tristes.
La mujer-cántaro abre otra vez su vientre
y le ofrece su leche redentora.
La mujer-niña besa fervorosa
sus manos paternales de viudo desolado.
La de andar silencioso por la casa
lustra sus horas negras y remienda
los agujeros todos de su pecho.
Otra hay que al triste presta sus dos manos
como si fueran alas.
Pero los hombres tristes son sordos a sus
músicas.
No hay pues mujer más sola,
más tristemente sola,
que la que quiere amar a un hombre triste.
Las herencias
Enfermedades
en mi casa
Pablo
Neruda
Hijo mío, me duelen las herencias.
Esta culpa, zarza que arde y me quema,
y que no me concede saber cuál fue el
pecado.
En tu inocencia se mira mi inocencia
como en un ojo de agua que me cuenta una historia
que ya ha sido olvidada,
y otros hablan entre tus voces turbias
y otros sufren de nuevo entre tus sueños
y en tu silencio sufren
otra vez más aquellos que están muertos,
y tu herida
es una pena antigua que por mi sangre pasa
y estalla en las entrañas en que nadaste un
día.
Desgarradura
Otra vez sales de mí, pequeño, mi
sufriente.
Otra vez miras todo con mirada reciente,
y llenas tus pulmones con el aire gozoso.
Ya no lloras.
El mundo, de momento, no te duele.
Todo es tibio esta vez, caricia pura,
como una prolongada primavera.
Ignoras
mi útero vacío, mi sangrado.
Desconoces
que el grito de dolor de parturienta
va hacia adentro y se asfixia, sofocado,
para que no trastorne
el silencio que ronda por la casa
como una mosca azul resplandeciente.
Mis manos ya no pueden cobijarte.
Sólo decirte adiós como en los días
en que al girar, ansioso, tu cabeza,
mi sonrisa se abría detrás de la ventana
para encender la tuya. Cuando todo
era sencillo transcurrir, no herida,
ni entraña expuesta, ni desgarradura.
La piedra
Tengo en la lengua
la maldición, el rabioso improperio,
y en mi mano la piedra vengadora,
la que mi pena adensa, afila.
Pero no hay blanco,
ni rostro,
ni oído.
Y ni siquiera un nombre que yo pueda
apostrofar.
Dios está muerto
hace tanto
y el
destino
es tan sólo una máscara que el vacío se
pone.
Sólo puedo
acariciar la piedra, su fría contundencia,
reconocer
su modo impenetrable de ser contra mi mano.
Dolor fantasma
El miembro
que el bisturí ha arrancado limpiamente
palpita sin embargo de dolor
perseverante.
Y escuece,
y afiebrado se resiste
a no ser.
Prueba de que el vacío también duele.
De que no siempre alivia
amputar lo que daña.
De que lo muerto
puede heder ya y seguir siendo punzada.
Nosferatu
Es fácil convocarte,
hacer que bajes
convertido en un ángel que me bebe.
Ahora
henchido de mi sangre te veo alzar el
vuelo.
Maldición
Tú, el huido,
el del soberbio cuerpo que me excluye,
fornicarás conmigo sin saberlo
cuando seamos dos nadas en la nada.
La fiesta
Aquel alegre ebrio se ha marchado por fin
dando un
portazo,
y tres, cuatro invitados y el anfitrión
—que ha manchado de grasa su solapa—
esperan, alrededor de mesas llenas de
sobras,
silenciosos y ajenos,
algo que no ha llegado todavía.
Tomado de:
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