martes, 12 de agosto de 2014

UN CUARTO AZUL PARA DORMIR LA SIESTA
Fausto Marcelo Ávila Ávila/Bogotá agosto de 2014
Al llegar al pueblo de Mariela, un pueblo chico y muy frío, almorzamos en un restaurante acogedor con paredes de barro y piso de tierra, los manteles eran de flores, muy coloridos, al llegar los primeros platos me percaté que casi toda la vajilla estaba extrañamente envejecida y rota… pero tenía tanto apetito que no hice más que una mueca de aprobación y me lancé hacia el plato que soportaba una sopa muy caliente, pero al primer bocado entendí que tal vez el frío había cumplido su tarea y la sopa era soportable a mi paladar, una deliciosa sopa de harina amarillenta, que acompañé con una suerte de ají de la región… muy picante, no conforme repetí la operación por tres platos más. Al cabo de unos 20 minutos llegó Alcira la prima de Mariela, una jovencita de veintitantos que se ofreció amablemente a mostrarme el caserón de Mariela. Caminamos por el parque, comimos unos dulces y Alcira se llevó su mano al sostén, de donde sacó un manojo de llaves, atadas de un lazo de cuero, procedió a abrir el portón y me lanzó dentro. Mariela no se encontraba, así que Alcira se fue a la cocina a calentar café.  Al rato apareció con dos pocillos metálicos llenos de café, luego de tomarlo hablamos unos minutos de tonterías… mis ojos empezaron a molestar y ella se percató. Se dirigió a mí y me preguntó si deseaba descansar a lo que asentí bostezando.
De la mano me llevó por el pasillo largo que estaba adornado alegremente por una exposición religiosa… una cantidad de cuadros de santos desconocidos para mí… pero que ella parecía conocer al dedillo.
Finalmente paramos antes del patio frente a una puerta marrón que abrió. Me guió entre una suerte de trastes viejos, canecas, armarios y sillas. Al fondo quitó unos maderos y descubrió una cama bastante vieja, pero que se antojaba cómoda. Me tiré sobre la cama y acomodé las almohadas. Alcira se retiró velozmente indicándome donde se encontraba el interruptor de la luz
-          Deja así, le grite
-          Está bien, respondió encogiendo los hombros.
Me tiré de espalda y empecé a mirar a mi alrededor, era un cuarto, en medio de su caos muy acogedor, en especial por el tono azul fuerte de su interior.
No podía descansar, algo me mantenía muy inquieto, no sé si el cuerpo grande de Alcira, o el sentimiento de culpa por pensar en eso mientras esperaba a Mariela.
Igual no le di más vueltas al asunto y caí absorto en una suerte de pensamientos vagos, me di cuenta de una serie de grietas en el techo y me empecé a divertir construyendo figuras con la mente.
Un momento más y caí en una suerte de ensoñación, dormí…
Al cabo de un rato desperté y vi la silueta de Imelda envuelta en un vestido sencillo y casi traslucido, que no dejaba nada a la imaginación… se acercó al borde de la cama y me tomó de la mano, la llevó hasta su mejilla y un frío recorrió toda mi espina dorsal hasta el pié.
Me sentí intimidado, pero animoso, la tomé del cuello y suavemente acerqué su rostro al mío… respiraba con dificultad… la culpa atormentaba mi cuerpo, pero me sentía incapaz de soltar aquel cuello, de piel templada y suavidad al roce, su perfume era fuerte, pero agradable, era como algo salvaje, pero muy llamativo. Seguí jugando con su cuello y sus manos, mientras más culpa sentía más agradable era el momento. Por un instante me retiré y me di cuenta que era cierto, esa dama estaba aquí conmigo, en este cuarto que parecía un cielo de trastos…, pero el olor, su olor era penetrante, como un veneno me atraía… la acerqué más, me quería ver reflejado en sus ojos, pero una súbita oscuridad me impedía ver mi reflejo, igual seguí acariciando su rostro en medio de la tiniebla momentánea. Tal vez su vestido finalmente cayó, porque sentí el calor de su piel en mi piel… la humedad de su sudor en mi cuello, y de un momento a otro empezó a llorar. Le pregunté ¿por qué?, me respondió que se sentía mal por Mariela, yo la tranquilicé diciéndole que me sentía mal también, pero no por eso dejó de llorar. Toqué a gusto su cuerpo y me sentí feliz.

Me recosté de nuevo en la cama, supe que no podía continuar, si bien no era amor lo que sentía por Mariela sí sentía lealtad, y esto tal vez va más allá del amor; Retomé mi juego con las grietas y volví a dormir, o eso creo… las figuras se atropellaban en mi cabeza, ahora pensaba en Imelda y su cálida piel, en Mariela y sus ojos negros, y pensaba que tal vez no las merecía, pero era todo lo que tenía.

Sentí de repente una gritería en la casa, un alboroto se armó de la nada…
Me sentí desconcertado, me levanté y arreglé mi ropa, Imelda me había dejado medio desnudo, pero con un sabor dulce en mis labios, terminé de abotonar mi camisa y el pantalón.

Salí peinando mis cabellos del cuarto, y me encontré con la extraña escena de gritos y lágrimas, Mariela llevaba su vestido gris de diario, unos jeans ajustados, como me gusta verla así, pero estaba totalmente consternada, su madre, doña Ana la sostenía y a su vez pasaba el pañuelo por sus ojos:
-Tranquila, Mariela tranquila niña de Dios no llores más
-No es posible mamá, no es posible-,
Un escalofrío recorrió mi cuerpo,
Lo peor pasó por mi cabeza, ¿se daría cuenta de lo que pasó con Imelda?,
Ni idea pensé mientras esperaba lo peor, que Mariela me mandara de paseo.
Imelda no estaba y me sorprendí mucho al percatarme de esto, si ella había estado allí apenas unos minutos antes,
Se ¿darían cuenta que salió del cuarto?,
¿Terminaría mi relación con Mariela?
Estas dudas se arremolinaban en mi ya confusa cabeza.
Daba todo por terminado, cuando doña Ana abrió sus brazos y le dijo a Mariela:
-          No es tu culpa, las cosas pasan por algo¡
-          Pero es mi culpa mamá¡
-          Respondía a gritos Mariela-con su rostro descompuesto.
Esta conversación me ponía más nervioso aun.
Todo parecía apuntar a mí, o eso sentí.
Ya me daba por perdido cuando todo se puso patas arriba
Un agente de la policía entró con su libreta y empezó a preguntar cosas a Mariela…
Ahora me asusté más, pues recordé que Imelda apenas iba a cumplir la mayoría de edad.
No reparé más en estas cosas o me iba a volver loco…
Y casi lo logro.
Mariela volteó bruscamente hacia mí y me interrogo con fuerza:
-¿Qué piensas de Imelda?
-Que es una gran muchacha, que este año termina de estudiar, y que es muy tímida…
-¿Verdad, Amor?,
-Verdad, Amor es lo que pienso.
Entonces, replicó Mariela, explícale al señor
Por qué no es posible que haya muerto.
El corazón me saltó hasta la garganta…
Ahora no solo iba a ser culpado de ¿infiel?
Explíquense les dije, yo hace rato la vi en la casa, nos saludamos y no sé más.
¡Imposible ¡ gritó el agente de la policía
¿Imposible? Pregunté.

Por supuesto respondieron al unísono
Si acaban de encontrar su cadáver y llevo por lo menos tres días en la curva del violín cerca a su finca
No caí al suelo porque una vieja mecedora me recibió. Como iba a ser posible, si hace menos de media hora estábamos jugando al amor…
No es posible repetí para mis adentros, una y otra vez…
Recordaba cada caricia, la textura de su piel, su vaporoso vestido
Y sus grandes ojos
No dije nada, esto ni yo me lo creería…, pero era verdad…
No podía decir nada, que ¿iba a pensar Mariela?
Nada… No dije nada…
Nada…
Recordé una y otra vez…
Repasé su cuerpo… su tibieza…
Han pasado 10 años y aun recuerdo su perfume.
10 Años de dudas, de búsqueda…
No sé lo que pasó, ¿Pasó?
He vuelto a esa casa, y he dormido noches enteras esperando a Imelda,
A sus tiernos años, a esa aventura. Pero nada… nada…
Adoro este cuarto azul con la mejor siesta de mi vida…
Espero Imelda, te espero en otro cuarto, en otro cuerpo, en otro sueño…
En otra vida ¿Tal vez?




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