lunes, 30 de noviembre de 2015

Poemas de Olindo Guerrini

Olindo Guerrini: Nozze

 (1845 - 1916)


Las lucientes cabelleras



Las lucientes cabelleras
de las amantes queridas
son lujuriosas banderas
desplegándose guerreras
sobre las carnes vencidas.

              
¡Ni redecillas ligeras,
ni diademas brillantes!
Las lucientes cabelleras
de las jóvenes amantes
son lujuriosas banderas.

              
Y cuando chocan crujientes
las secas bocas ardientes,
se tuercen estremecidas
las cabelleras lucientes
de las amantes queridas.

              
Versión de Manuel Reina

Era en invierno...


Era en invierno. Estábamos, ya tarde,
sentados junto al fuego, muy turbados,
y con hablar de tiempo, enrojecíamos
cual niños de colegio enamorados.
Sus ojos al bordado ella inclinaba
y al techo los tenía yo clavados;
no se dijera que ambos observásemos
sino que ambos éramos observados.
Pensaba yo: "Por sólo una sonrisa
le daría la sangre de mis venas,
y de las flores de mi ingenio el ramo".
Cuando de pronto, alzose ella muy pálida,
sus manos escondió entre mis cabellos
y "Escucha -dijo susurrante-: "Te amo".

Mendiga


Terminado el festín, la mesa alzada.
Salía yo al acaso,
Cuando encontré en el fango arrodillada
Una niña a mi paso.
Las ropas desceñidas y andrajosas. 
Pálida y balbuciente. 
Imploraba con manos temblorosas 
La piedad de la gente.
Arrojando en su falda una limosna 
Dije a la pordiosera: 
-Corre ¡infeliz! y hacia tu madre torna, 
¡Quizá llora y te espera!-
Una errante sonrisa de pasada 
Plegó su labio yerto, 
Y fijando en el cielo la mirada. Dijo: 
-¡Mi madre ha muerto!-
Dijo:-Mi madre ha muerto; el hambre aterra; 
La estación es muy cruda; 
¡Nadie en mí piensa ya sobre la tierra, 
Huerfanita y desnuda!-
Fuerza es sin duda que el dolor nos venza 
Viendo al menesteroso;
Yo ante miseria tal sentí vergüenza 
De ser casi dichoso.

sábado, 28 de noviembre de 2015

POEMAS DE PETRARCA


(ITALIA 1304- 1374)



POEMA SI NO ES AMOR, QUE ES ESTO 



Si no es amor, ¿qué es esto que yo siento?
Mas si es amor, por Dios, ¿qué cosa es y cuál?
Si es buena, ¿por qué es áspera y mortal?
Si mala, ¿por qué es dulce su tormento?

Si ardo por gusto, ¿por qué me lamento?
Si a mi pesar, ¿qué vale un llanto tal?
¡Oh! viva muerte, oh delectuoso mal,
¿por qué puedes en mí, si no consiento?

Y si consiento, error grave es quejarme.
Entre contrarios vientos va mi nave
- que en altamar me encuentro sin gobierno -

tan leve de saber, de error tan grave,
que no sé lo que quiero aconsejarme y,
si tiemblo en verano, ardo en invierno.



Amor lloraba, y yo con él gemía...


Amor lloraba, y yo con él gemía,
del cual mis pasos nunca andan lejanos,
viendo, por los efectos inhumanos,
que vuestra alma sus nudos deshacía.

Ahora que al buen camino Dios os guía,
con fervor alzo al cielo mis dos manos
y doy gracias al ver que los humanos
ruegos justos escucha, y gracia envía.

Y si, tornando a la amorosa vida,
por alejaros del deseo hermoso,
foso o lomas halláis en el sendero,

es para demostrar que es espinoso,
y que es alpestre y dura la subida
que conduce hacia el bien más verdadero.

Versión de F. Maristany


En la muerte de Laura


Sus ojos que canté amorosamente,
su cuerpo hermoso que adoré constante,
y que vivir me hiciera tan distante
de mí mismo, y huyendo de la gente,

Su cabellera de oro reluciente,
la risa de su angélico semblante
que hizo la tierra al cielo semejante,
¡poco polvo son ya que nada siente!

¡Y sin embargo vivo todavía!
A ciegas, sin la lumbre que amé tanto,
surca mi nave la extensión vacía...

Aquí termine mi amoroso canto:
seca la fuente está de mi alegría,
mi lira yace convertida en llanto.

Versión de Alejandro Araoz Fraser



Mi loco afán está tan extraviado...

Mi loco afán está tan extraviado
de seguir a la que huye tan resuelta,
y de lazos de Amor ligera y suelta
vuela ante mi correr desalentado,

que menos me oye cuanto más airado
busco hacia el buen camino la revuelta:
no me vale espolearlo, o darle vuelta,
que, por su índole, Amor le hace obstinado.

Y cuando ya el bocado ha sacudido,
yo quedo a su merced y, a mi pesar,
hacia un trance de muerte me transporta:

por llegar al laurel donde es cogido
fruto amargo que, dándolo a probar,
la llama ajena aflige y no conforta.



Mis venturas se acercan lentamente...


Mis venturas se acercan lentamente,
dudando espero, el ansia en mí renace,
y aguardar y apartarme me desplace,
pues se van, como el tigre, velozmente.

Ay de mí, nieve habrá negra y caliente,
sierras con peces, mar que olas no hace,
y el sol se acostará por donde nace
Eufrate y Tigris de una misma fuente,

antes que ella una tregua, o paz, me ofrezca,
o Amor otro uso enseñe a mi señora,
que en contra mía ya han pactado alianza:

que si algo hay dulce, tras la amarga hora,
hace el desdén que el gusto desfallezca;
y de sus gracias nada más me alcanza. 



Porque una hermosa en mí quiso vengarse...

Porque una hermosa en mí quiso vengarse
y enmendar mil ofensas en un día,
escondido el Amor su arco traía
como el que espera el tiempo de ensañarse.

En mi pecho, do suele cobijarse,
mi virtud pecho y ojos defendía
cuando el golpe mortal, donde solía
mellarse cualquier dardo fue a encajarse.

Pero aturdida en el primer asalto,
sentí que tiempo y fuerza le faltaba
para que en la ocasión pudiera armarme,

o en el collado fatigoso y alto
esquivar el dolor que me asaltaba,
del que hoy quisiera, y no puedo, guardarme. 


Si el fuego con el fuego no perece...


Si el fuego con el fuego no perece
ni hay río al que la lluvia haya secado,
pues lo igual por lo igual es ayudado,
y a menudo un contrario al otro acrece,

Amor -que un alma en dos cuerpos guarece-,
si has siempre nuestras mentes gobernado,
¿qué haces tú que, de moda desusado,
con más querer, así el de ella decrece?

Tal vez igual que el Nilo que, cayendo
desde muy alto, su contorno atruena,
o cual sol que, al mirarlo, está ofuscando,

el deseo que consigo no consuena,
en su objeto extremado va cediendo
y, al espolear demás, se va frenando.




Soneto

Bendecidos el año, el mes, el día
y la estación y el sitio y el instante
y el hermoso país en que delante
de su mirar mi voluntad rendía.

Y bendecida la tenaz porfía
de amor entre mi pecho palpitante,
y el arco y la saeta y la sangrante
herida que en mi corazón se abría.

Bendecida la voz que repitiendo
va por doquier el nombre de mi amada,
suspiros, ansias, lágrimas vertiendo.
Y bendecido todo cuanto escribe
la mente que al loarla consagrada
en Ella y sólo para Ella vive.
Versión de Carlos López Narváez

viernes, 27 de noviembre de 2015

Pearl Jam - Rearview Mirror Live @ Pink Pop

POEMAS DE NIKOLAI GUMILIOV

NIKOLAI GUMILIOV
(1886-1921)

Me He Burlado De Mí Mismo...


Me he burlado de mí mismo
Me he engañado
Al pensar que en el mundo
Podría haber algo mejor que tú.

Vestida con tu ropa blanca
como el pelo de una diosa antigua
Sostienes una esfera cristalina
Entre tus dedos transparentes y tiernos

Y todos los océanos, todas las montañas,
Los arcángeles, la gente, las flores,
Todo se refleja
En tus ojos juveniles y diáfanos.

Es extraño pensar que en el mundo
Pueda haber algo mejor que tú.
Quizás yo no sea más que una canción
Inventándote en las noches insomnes.

Llevas tanta luz sobre tus hombros
Una luz tan cegadora
Que se forman largas llamas
Como dos alas doradas. 


EL SEXTO SENTIDO

Maravilloso tener vino enamorado,
Y pan amoroso en el horno para nosotros,
Y una mujer, extenuada, a quien
Le ha sido dado deleitarnos.
Qué podemos hacer con esta aurora rosada
Que cobija los cielos helados,
Donde reina el silencio y el sosiego celeste,
¿Qué podemos hacer con tantos versos ineludibles?
Ni comer, ni beber, ni besar.
El instante vuela incontenible,
Y aunque nos esforcemos
Estamos condenados a pasar sin detenernos.
Somos como el niño que olvidando sus juegos
Espía, a veces el baño de las muchachas
Y sin saber nada acerca del amor
Se atormenta con tantos deseos misteriosos.
Como otrora en los bosques tupidos
Criaturas huidizas, bramando de impotencia,
Presentían sobre sus hombros
Las alas que aún no salían.
De igual manera, siglo tras siglo,
Bajo el escalpelo de la naturaleza y el arte,
grita nuestro espíritu, desfallece la carne,
Originando el órgano del sexto sentido.


EL TELÉFONO

Una voz femenina en el teléfono
Se escucha inesperada y audaz.
Cuánta dulce armonía hay
En esa voz sin cuerpo
La Suerte en su transcurrir benévolo
No siempre pasa de largo:
El sonido del laúd del serafín
Es como tu voz en el teléfono.


ELLA

Yo conozco una mujer: el silencio,
El cansancio amargo de las palabras,
Vive en el centelleo furtivo
De sus pupilas dilatadas.
Su alma ansiosa está abierta
A la música metálica del verso.
Ante la vida lejana y placentera
Es sorda y altiva.
Sus pasos son extraños,
Lentos e inaudibles,
No se puede decir que sea bella
Pero en ella encuentro mi felicidad.
Cuando necesito fortaleza
Valiente y orgulloso la busco
Para aprender de su tierna sabiduría
Con todo delirio y languidez.
Ella es luz en las horas inciertas
Sostén cuando todo parece perdido
y sus sueños exactos son como sombras
Sobre la arena ardiente del paraíso.


La palabra


En aquel tiempo, cuando Dios giraba
su rostro sobre el mundo nuevo, entonces,
detenían el sol con la palabra
y con ella se arrasaban torreones.
El águila no osaba alzar las alas
y los astros se anclaban a la luna,
si la palabra alguna vez volaba
como una llama roja en las alturas.
Y el número se usaba en lo mundano,
como un buey que trabaja uncido al yugo;
pues los matices del significado,
los transmiten los números fecundos.
El patriarca canoso, en tiempo antiguo,
que del bien y del mal sacó riqueza,
con su vara, por miedo a los sonidos,
el número trazó sobre la arena.
Pero olvidamos que, de lo terreno,
tan sólo en la palabra hay salvación,
y que en algún lugar del Evangelio
está escrito que la palabra es Dios.
Le impusimos los límites estrechos
que nos dictaba la naturaleza;
y como abejas de un panal desierto,
así se pudren las palabras muertas.


El tranvía extraviado


Para mí aquel barrio era desconocido,
de repente oí unos graznidos de grajo,
notas de un laúd, un lejano rugido:
volaba un tranvía por la calle abajo.
Por algún misterio sucedió que luego
me encontraba montado en aquel tranvía;
dejaba a su paso una estela de fuego
que brillaba incluso a plena luz del día.
Alado ,corría, negra tempestad,
volaba extraviado a través del abismo
del tiempo... «Atención, conductor, por piedad,
detén el vagón, detenlo ahora mismo».
Tarde: hemos pasado hasta la última almena,
todo un palmeral se perdió a nuestro lado,
y a través del Neva, del Nilo y del Sena
por tres puentes nuestras ruedas han chirriado.
Surgió en la ventana, por sólo un momento,
mirando hacia dentro con un gesto huraño
un viejo mendigo —si no me lo invento—
aquel que murió en Beirut el pasado año.
¿En dónde me encuentro? Afligido, angustiado,
el corazón dice latiendo a raudales:
«Ves la estación donde se vende al contado
el billete a las Indias Espirituales».
Un cartel... en una escritura sangrienta
se lee: «verduras»; pero sé de cierto:
aquí no se trata de nabos en venta,
aquí se comercian cabezas de muerto.
En camisa roja, con su cara de ubre,
también mi cabeza rebana el verdugo
y en una gran caja pringosa la cubre
con otras cabezas rezumando jugo.
El gris de la hierba... Una casa, mirad,
con sus tres ventanas: en el callejón,
tras el seto—: «para, conductor, por piedad,
para ahora mismo, detén el vagón.»
Aquí tú, María, has cantado y vivido,
aquí para mi bordaste una cubierta;
tu cuerpo y tu voz, ¿hacia dónde se han ido ?
¿acaso es posible que ahora estés muerta?
En tu cuarto estabas en plena agonía,
y, mientras, con una empolvada peluca,
fui a la emperatriz a rendir pleitesía
y ya no volví a mirarte en vida nunca.
Nuestra libertad es la luz emanada
—hoy lo sé— en lejanas regiones etéreas.
Hombres y animales están a la entrada
del jardín de fieras que son los planetas.
Pero siento un aire, familiar, ligero:
desde la otra orilla, una embestida cruel:
la mano de cobre del jinete fiero
y las arboladas patas del corcel.
Para la ortodoxia, fortaleza y guía,
San Isác se esculpe sobre el cielo: allí
haré rogativas en pro de María
y dirán la misa de réquiem por mí.
Pero el corazón está desconsolado,
cuesta respirar y la vida es dolor:
María, jamás me hubiera imaginado
que pueda existir tanta pena y amor.


Duda

Estoy solo en esta tarde silenciosa
Y sólo pienso en ti, en ti.
Tomo un libro y te descubro en cada página
Vago en ti ebrio y perturbado.
Me dejo caer sobre la cama
La almohada me quema…no, no puedo dormir, sólo esperar.
Inseguro, me acerco a la ventana.
Contemplo la luna y la humeante pradera.
En un rincón del huerto me dijiste “sí”
Y ese “sí” me ha acompañado toda la vida.
De pronto caigo en cuenta
Que siempre fuiste indómita.
Que ese “sí”, ese estremecimiento tuyo allá en el huerto,
Esos besos -fueron tan sólo un delirio en la primavera y el sueño.

VOS Y YO


Ya sé que no soy uno de los vuestros;
y es cierto que he nacido en otra cuna:
y a la dulce guitarra yo prefiero
la melodía indómita del zurna.

No leo por las salas y salones
para vestidos y chaquetas negras
sino que son las nubes, los dragones
y cascadas quien oye mis poemas.

Amo, como el beduino en el desierto,
que inclina todo el cuerpo y bebe el agua;
no como el caballero sobre el lienzo,
que mira las estrellas y que aguarda.

Y no pienso morirme en una cama
-el notario y el médico a la vera-,
sino desamparado en una zanja
oculta en la espesura de la hiedra,

para ir no al paraíso inmaculado
y abierto para todos, protestante;
sino don del bandido, el publicano
y la ramera gritarán: «Levántate».

OCHO VERSOS


Ni el rumor de las lejanías,
ni las canciones que le oímos
a la madre: nunca entendimos
aquello que lo merecía.
Y, símbolo de gracia eterna,
como un benigno testamento,
el don de un alto balbuceo
ha recaído en ti, poeta.

LA TARDE


Inútil, otro día pasa,
majestuoso e inservible.
Ven, sombra cariñosa, y viste
mi desasosegada alma
con una túnica de nácar.

Llegas para ahuyentar los pájaros
de mal agüero, mis quebrantos.
No hay nadie, ¡oh, noche soberana!
que pueda sujetar el paso
arrollador de tus sandalias.

La luna –tu pulsera- brilla,
vuela el silencio de los astros
y en sueños, nuevamente mía,
gozo la Tierra Prometida,
la dicha que tanto he llorado.

PRESAGIO


Abandonábamos Southampton
y el mar estaba azul celeste;
cuando atracamos en Le Havre
se había puesto todo negro.
Siempre he creído en los presagios,
como en los sueños matutinos.
Señor, piedad de nuestras almas:
una desgracia se avecina.

(sin título)


Vienen, se van, indiferentes,
los tristes días de mi vida:
así las rosas se marchitan,
así los ruiseñores mueren.

Pero también está sufriendo
ella, mi amor, mi destinada,
y bajo aquella piel, tan blanca,
la sangre fluye con veneno.

Y si aún vivo en esta Tierra
es solamente por un sueño:
iremos, como niños ciegos,
los dos, hacia las altas sierras,

por donde yerran los rebecos
y el mundo es sólo blanca niebla;
en busca de las rosas secas
y de los ruiseñores muertos.

jueves, 26 de noviembre de 2015

POEMAS DE JORGE BOCCANERA





Ella



Viene despacio
       entra
tropieza con mi tos
con mi costumbre de dejar la nuca
en cualquier parte
       viene despacio
ordena mis silencios
desata las palabras necesarias
recibe la correspondencia de mis ojos
       viene despacio
a tender sus manteles de ternura
       viene despacio
apenas hecha humo para no despertarme
se abre paso entre vasos arrojados al día
        retratos de mujeres
noches de bronca y noches de ginebra
       viene despacio
con su enchape celeste subiéndose a mis mástiles
       viene despacio
       entra
se arrodilla al borde de mi alma
y junta los fragmentos de mi risa
después... se vuela azul como la tarde.

  

Envíos



Todo lo que se da llega a destiempo.
           No existe otra manera.
Entre el ojo y la mano hay un abismo.
Entre el quiero y el puedo hay un ahogado.
Un país que asoma su cabeza deforme en una
           carta,
y va a darse a destiempo, nada es lo que
           esperabas.
Y lo que llega envuelto en papel de regalo se irá
           sucio de odio.

Bailamos entre los escombros de una cita.
Dibujamos una taza de café en el desierto.
Vivimos de sumar y de restar:
lo que te da el amor, lo que te quita el miedo.
Al final nos entregan los huesos de un perfume.

Aún así persistimos.
En alguna montaña vive un pez resbaloso.
Entre números rotos se desliza una estrella.




Polvo para morder



I

A veces la palabra
como una copa rota donde morder el polvo
y otras veces un agua
de alumbrar.

Asomada a los cielos, la palabra,
es un tambor de polvo deshecho al primer golpe.
remando en el infierno, la palabra,
es un agua posible sobre un manto de cólera.


Entonces, la palabra,
¿polvo, para morder en la oscuridad?
¿Agua, para alumbrar este cuerpo callado?



II


 

Una lágrima sola para nombrarlo todo,
escasa es ella
digna de cuidado
Hay una
para la luz que queda, para el aire,
como la última bala contra todo el peligro,
una lágrima sola para toda la vida.

Como todo alimento y para respirar,
esa única bengala en medio de la noche.

Sin embargo este puño la aprieta con dulzura.
Va a hacerla polvo (dicen).
Va a hacerla polvo.




III

 

Bésale las piernas a la poesía
aunque diga que no que aquí nos pueden ver.
Bésale las palabras, hurga su lengua hasta
que abra los brazos y diga ¡Santo Dios!
o hasta que santodios abra los brazos de escándalo.
Bésale a la poesía a la loba
aunque diga que no que hay mucha gente que aquí
nos pueden ver. Bésale las piernas las palabras
hasta que no de más, hasta que pida más
hasta que cante.


V

 

¿Y las palabras?
Funeral, silencio.
El cielo es una esponja que devora los pájaros.
¿Y las palabras?
Como arrumbadas ellas,
como escombros,
como montón o nada que decir,
como basura humeando.
¿Y las palabras?
Unas: como un altar de clavos.
Otras: como luto en las mangas.
Como rotas de amor y para siempre.
Una bestia emplumada mete su hocico, escarba,
pero ellas arrumbadas como huesos pelados o
    nada que decir.
¿Quién arriesgará un ala?
¿Quién meterá su lengua sin temor a una herida?


Autoplagio

Latigazos de sombra desordenan tu cuerpo,
en la fotografía donde te estoy pensando,
y soy el extranjero que descubrió tu rostro
y se animó a escribirlo, que era como besarlo.



Besos

La vida no es
la cara ni el llanto de la cara
ni la mano ni el golpe de la mano en la cara
ni el viaje de la mano ni la estéril huida de la
           cara
es el hilo de sangre que sale de tu boca.


 

El ángel de la muerte


Oigo pasos ¿será la boca de tiznar y el navajazo
             en pleno rostro?
Así te acechan como ¿será la antorcha de otra voz
             que va sobre la tuya?
Escucho pasos y ¿será el escupitajo en la tela de
             araña de tu infancia?
Así te azuzan como ¿será la cruz al rojo en tu
             mejilla?
Oigo pasos cerca de ¿será como esos guantes
             rozando tu estación?

En la memoria hay una puerta rota.
Los sueños son distintos y el final es el mismo:
            el asesino que te besa.


Hilachas

Es el silencio el guante de una voz?
¿Se podría tocar?
Recordaríamos el silencio de un día cualquiera
             cuando niños?
¿Acaso vuela al ras del suelo?
El poeta que se llama a silencio, ¿va
             voluntariamente o el silencio lo llama?
El que calla, ¿otorga?

Son respuestas que yo no puedo preguntar.
No le temo al silencio,
aun cuando se estrelle con sus alas de polvo en
              mi ventana.
No da miedo escucharlo.
Tengo miedo de verlo.
 

 

Historieta


La niña abre el baúl y una mano le echa tierra
                en los ojos.
Ella dice: ¡qué hermoso paisaje!
Ahora mezcla pinturas,
revuelve los vestidos de tías adornadas con juegos
                de palabras.
Se amorata, se luce angelical, gira mangosta,
                novia de esparadrapo,
se mira en los espejos que trabajan sin que nadie
                los mire.
En este último cuadro la niña se pinta y se
               despinta, aparece y se borra.
Yo cierro el libro de cuentos infantiles pensando
               que mi lengua es esa niña Sordomuda,
probándose vestidos a la hora en que los demás
               duermen.




Ilusión


Está dormida, sueña, sus párpados esconden un
            aplauso cerrado, un puñal de hojalata, un
            castillo de mimbre.
Seguro que en su sueño alguien está soplando un
            almohadón de plumas y ella viaja y visita.
Los 33 Billares o El Blanquita
(Hoy: Los Imperio, Ana Libia, Los Tres Ases,
Paco Miller y su muñeco don Roque),
y trae una botella en cada mano.

-Ahora está soñando. ¿Con quién sueña? ¿Lo
            sabes?
-Nadie lo sabe.
-Sueña contigo. Y si dejara de soñar, ¿qué sería
            de tí?
-No lo sé.
-Desaparecerías. Eres una figura de su sueño. Si
            se despertara ese Rey te apagarías como
            una vela.


Pero ella está borracha y lo que sueña es tan
            vertiginoso que no puedo seguirla.
Habrá que adivinar, mis ojos fijos en su cuerpo
            que se estremece,
                          se sacude,
que respinga,
                          que tiembla,
como una telaraña en la cuna vacía.




Los papeles del nadador


                                                            a Rodolfo Dada

I

Si el nadador tristea,
                     todo el mar es su lágrima,
todo el ruido del mar
                        es su tonada,
todo el mar es de vino.

II

Prueba otra vez, prueba una y otra vez.
El nadador sube hasta el trampolín,
entre las nubes altas,
los aviones que escriben en el cielo con humo,
las bandadas de patos.
Ya está en puntas de pie, ya flexiona las piernas,
                  estira bien los brazos.

Prueba otra vez, una y otra, una y otra, se
                  concentra, respira,
el agua hace silencio.
La ventolera tira sus manotazos y le arranca el
                  gorrito de baño, escupe en su antiparra.
Pero él insiste y otra vez, prueba una y prueba
                  otra.
Es un ovillo el nadador entre las nubes altas,
el humo que dejaron los aviones,
las plumas de los patos que emigraron al norte.
Puntas de pie, no vayas a fallar.
Vuela en picada el nadador, su dibujo es perfecto,
                  su boca entra al desierto.

III


de ser posible, leer con música de fondo
                                                          de  Bob Marley


Mal rayo me parta, e cielo está muy resbaloso,
el vino escaso, la caricia extraña en estos días,
tu nombre llega como un golpe de vino a la
                  cabeza,
mal rayo me parta en tan inoportuna ocasión.

Simulo leer un diario bajo el aguacero de tu
                  cuerpo,
bienganado el diluvio, malhaya la tormenta,
pasa un cuerpo flotando bocabajo
y mal rayo me parta tan lejos de tu cuello.

Los cielos se mezclaron en tu boca pequeña,
los gatos se revuelcan en tu mano,
adelante el insomnio es un campo minado,
hay besos enterrados que pueden estallar.

Corro a campo traviesa con fósforos mojados,
¿qué es esta polvareda sino un fantasma tuyo?
El futuro es un traje pero para otro cuerpo,
los espejos del bar no preguntan por mí.

Hoy cargo mis valijas por el fondo del mar,
tengo pocas palabras
mis dos lenguas tropiezan dentro de una botella
y mal rayo me parta en tan inoportuna ocasión.

IV


Nadador
la verdad es una piedra pulida por el agua,
una estrella aplastada por algún tren carguero,
yace en el fondo, extraña, entre una multitud de
                 formas ondulantes.
Alguien tejió esa piedra para que te miraras con
                 tu viejo sombrero, tu sonrisa maltrecha.
Alguien dice tu nombre en la oscuridad de esa
                 piedra,
y te narran girando por los espesos caldos del
                 alcohol.
Se agotó la paciencia de tus labios que ahora
                 viven adentro de una piedra.
Los pliegues de tu miedo van a pudrirse allí.
Tu quieres preguntar y para preguntar primero
                 hay que morirse.
Nadie puede bailar en esos pasadizos.
Nadador,
mira como se apagan tus gestos en los bordes
                 redondos de esa piedra.
Empolla en esa piedra la canción del naufragio.



 

Noticias de una mujer cualquiera


entramos a la pieza casi sin reconocernos
sus ojos eran pactos de ternura y violencia
yo la miraba todo el tiempo
      habrá pensado en mi cansancio
      habrá pensado -está borracho-
      habrá pensado en irse pronto
      habrá pensado tantas cosas

me acerqué a sus dos manos
sin dejar de mirarla
desde mi soledad hasta su boca
      habrá pensado en enojarse
      habrá pensado -no es un hombre-
      habrá pensado ¿en qué quedamos?
      habrá pensado tantas cosas

cuando entró el sol cuando se fue
desde mi boca hasta su adiós
y aún en el viaje de regreso
      habrá pensado tantas cosas
      habrá pensado tantas cosas.




 

Oasis


Caminé en el desierto de tu lengua.
De cada polvareda hice un recuerdo grato.
De una piedra redonda, un amuleto.
De las verdes tormentas hice un bosque.
De cuatro lagartijas, un amigo.
Caminé,
                  ¿Para qué?
Si el que habla de estas cosas es apenas el viudo de tu lengua.
                  ¿Para qué?
Caminé,
                  Caminé.
El bosque, el amuleto, el amigo, el recuerdo, son puñados de polvo.

¡Tanto excavar por una sola perla de agua!
¡Todo mi harén es una Sordomuda!


miércoles, 25 de noviembre de 2015

ExoMars prepares to leave Europe for launch site

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POEMAS DE ALEJANDRO AURA


(México 1944- Madrid 2008)

Allá ella, abandonada


4


Ya entiendo:
la ciudad vivirá más que yo
que la he amado.
Allá ella,
abandonada.
Su corazón será
un inmenso cacto,
cubierto de primores
y de muertos.

5


Sin embargo me iré a hacer otras ciudades;
por un leve tiempo dejarás de importarme;
aunque me vaya te estaré haciendo falta.
Olvidaré por completo
tus complicados números de teléfono,
tus direcciones
cada vez más inaccesibles y lejanas,
no pensaré en ir a tal o cual cine,
a tal o cual mercado, parque, paseo,
monumento, galería, oficina;
todo será nuevo:
calles desechables, casas de papel,
tiendas de una sola vez, platillos imposibles,
rutas de autobuses que corren
nada más sobre el papel de un plano.
Me sentiré feliz como una flecha suelta,
hasta que alguna cosilla accidental en la memoria
me haga pegar de nuevo un grito de dolor
y me clave otra vez en tu pecho,
y para siempre.

8


El resto de la aurora
no caerá de mi mano,
lo aseguro,
mas tampoco el frío impredecible
que me dejó temblando
perdurará.
Acepto la derrota
pero que la ciudad
acepte también
que la he vencido.

NIÑO SIN NOMBRE

Para mí no acaba el plazo de la vida 
porque morí al nacer,
no hay fecha que desazone mi espíritu pensando en el horror del vacío porque antes de conocer siquiera las caricias de mi madre pasé a mejor vida, como dicen,
aunque no hay vida mejor que ese breve momento en el que tuve sangre circulando caliente por mis venas y oí en mis propios oídos un ruido que salía de mí mismo como un líquido dulce
pues todo lo demás –cuál mejor– fue pudrirme, secarme luego y comenzar el único trabajo posible del amor que es deshacerse,
volver a ser de nada
ah, si hubiera tenido un rato más para probar a qué sabía mi madre,
para oír su voz enseñándome con paciencia de carne una a una las palabras con que se hace el cuerpo de la vida,
–cuerpo, carne, sangre, sabor, qué apetecibles palabras–
si hubiera visto sus ojos enfrentito de los míos proyectando en mi retina lisa toda su historia y la de sus antepasados, fuera lo que fuera y como fuera,
habría dado mi vida –es un decir– por tener un recuerdo palpable de besos, de caricias, de cuerpo contra cuerpo, 
como esas vírgenes desnudas que sueñan los herejes o algunos cristianos muy puros 
abrazando a sus niños con emoción de madre nueva,
si hubiera dado tiempo de algo,
pero apenas había corrido el trámite de pasar de líquido a corpóreo,
apenas había podido desfruncir mis párpados y labios para aspirar los listones del aire
cuando el color amarillo verdoso me llevó a la muerte sin que hubiera voz que apelara la sentencia
porque mi madre permanecía sedada y mi padre era un cretino
al revés de como es la vida yo he ido decreciendo en donde no estoy,
un conjunto de negaciones fue mi infancia, mis juegos infantiles, mis aprendizajes, 
las rayas regulares del piso son los escalones de ascenso, las rayas irregulares son asechanzas chistosas, 
los claros en que piso son lo único que puedo hacer,
si piso raya mi destino cambia, el universo revienta 
y los muertos desaparecemos,
mal que bien tuve que ir educando a mis padres para que me quisieran,
ellos no lo saben pero entre maldiciones y blasfemias he intercalado besos, caricias dolorosas, abrazos apretados llenos de fiebre y miedo, de una pesadez horrible que he sentido en mi cuerpo negado
para que ellos, al contacto conmigo, vuelvan a creer en la fertilidad que se frustró con mi deceso
bien que ya es imposible remediarlo
porque el seno en el que estuve tramitando el corto viaje también ya está del otro lado
pero la enmienda de las torceduras espirituales 
igual sucede en tiempos que no son los tiempos reales de la vida
por eso me aplico
y lleno de fervor amoroso hacia mis padres trato de enderezar el naufragio de mi precaria vida.
¡Cuál vida!
¡Si yo hubiera vivido!
Si el miedo hubiera estado allí con su humedad para causar esa alegría sorda de los sudores infantiles 
envuelta la cabeza para no ver los fantasmas que me asediaban,
si la avena, el plátano, la leche, el pan dulce, hubieran nutrido mi niñez saludable, rubicunda, ay qué bonito, qué llenito,
poco a poco habría ido conociendo las palabras
mientras viera mi piel extendiéndose para cubrir la carne con que se formaban.
Porque sí digo, pero con lo que digo no digo nada pues todo se quedó en veremos.
Salí en una cajita ridículamente adornada de encajes azules 
bajo el brazo de mi padre, como un libro,
una novela cuyos primeros capítulos estaban plenos de carnalidad, saliva, risas y acumulación de vacíos; 
y el muchacho, que me iba leyendo 
con esa voracidad con que a veces se devoran las historias, 
arrancaba las páginas para no caer en tentación de releerlas, 
desde que salimos del Centro Médico hasta que llegamos al cementerio –yo no sé su nombre, no sé cómo se llama el depósito en donde fui dejado; ahora me da risa pero en ese momento
tuve la tentación de reflexionar sobre el destino de mi alma 
pues el de mi cuerpo estaba más que claro– hasta que sin una sola lágrima que lo ayudara a soportar la desolación infinita, la más arenosa y seca de las aflicciones, me dejó enterrado,
mas como uno de los capítulos se llamaba El deseo
ando aquí medrando en los páramos más tristes de la memoria.
De tal modo, pues, se reproduce la vida, 
vuelve a ser en donde menos se espera; 
a diferencia de la vida vegetal, 
la vida humana retoña en donde no hay tronco ni rama ni agua ni sol ni aire ni un demonio.
Así que además de ser ya nada, soy recuerdo.
¿Qué diferencia hay entonces entre vivir y no vivir?
Puedo tener, ya tengo, la vida pormenorizada en la que cada segundo
está lleno de olor, asombro, sentimiento, reflexión, acopio,
de simultaneidad tal que en ella pueden abrirse 
cada uno de los capítulos desde cuando fui universo indiscriminado
hasta estas pocas horas en las que luché por conservar la vida.
¿O qué fui? ¿En donde terminé apenas empezaba?¿Esa entidad no temporal, ese fugaz evento?
Qué gracia: aquí, donde me toca estar, en este Limbo, 
no hay autoridad que decida qué hacer con el caudal de almas
todas sin usar
que se amontonan sin ningún sentido práctico ni mucho menos común
y a un lado de este digamos territorio
está la fábrica de almas nuevas que se van poniendo a toda velocidad
en ejercicio. Un almario febril y enloquecido, una sanfrancia almal
que llena de estrépito las esferas celestes, como ya se sabe.
Ninguna diferencia hay entre vivir y no vivir porque ruido de todos modos se hace
y esos ruidos hay momentos en que hasta son armónicos 
y combinados con sus buenos silencios alcanzan a empalmarse en un coro cósmico descomunal con la música de las esferas
que aquí entre nos no es otra cosa que la danza bellísima, efusiva, entusiasmada 
de lo que no existe
como yo.


PETRUS


Petrus Aura,
el más remoto de mis antepasados
de que tengo noticia,
fue quemado al pie del castillo de Montsegur,
por hereje,
en el lugar que desde entonces se llama
Val de Chemé.
Con ello perdió la tierra,
los frutales,
el solar,
la mujer (también quemada),
y seguramente libros, manuscritos, actas,
y el cuerpo provenzal, la vida entera.
Pero Petrus,
el más remoto de mis antepasados,
con sus hechos,
ganó su nombre.

CASA DEMOLIDA

Del viejo señorío sólo quedan estos viejos escombros que veo
y que celebro.
Aquí habrá estado la sala donde se recibía
(alguien aparecía con el servicio del té),
se hablaba en esta sala, de seguro, de los caminos del tiempo;
alguna mano rozó alguna mejilla,
alguna mirada rozó el lindero del silencio
y se concertaron almas con encanto.
Se habrán tratado también asuntos de negocios,
herencias, ires y venires de otras propiedades,
cuestiones entre caballeros,
damas en juego…
Me acuerdo de las plantas que escurrían por las ventanas
y de las que subían y bajaban por la fachada,
las trepadoras y las buganvilias.
Yo por aquí pasaba:
las rodillas raspadas, el cabello corto,
el miedo a los fantasmas,
el amor al diablo y el temor a Dios.
No se veía la gente de esta casa.
En esa parte llena de escombros
pudo haber estado el comedor
con una mesa de roble al centro,
y a la pared, una vitrina grande con las cristalerías;
quizás la familia tenía escudo de armas
que presidiera las horas de los sagrados alimentos.
En aquella otra parte, una escalera
(la ascención, la ascención, mis soledades)
que habrá llevado a donde esos pedazos de muro tapizado
lucían en su sitio, cobijando;
alguna vez abrieron la ventana
y vi ese tapiz en la pared de la recámara
y un gran espejo ovado;
allí se cumplirían amores,
conciertos de soledades espejeadas,
rompimientos y ayuntamientos de almas.
En esta y otras recámaras de la casa
habrán nacido, crecido, amado y muerto
dos o tres generaciones.
Yo recogía las buganvilias para el té.
Era muy antigua mi infancia.
La casa está demolida;
en unos días más
se llevarán todo el cascajo,
las armazones de las ventanas,
el bidet roto,
las tuberías semipodridas
que se arrojan como periscopios a la luz.

HELENA A LA MURALLA

De manera que estás, bellísima Helena, arrepentida
y cuando llega Iris mensajera en forma de tu cuñada Laódice, la primera en hermosura,
a buscarte con susurros de telas que al paso de sus pasos parecen palmas de manos que se frotaran las unas con las otras,
que subas a los torreones a ver a tu exmarido y a Alejandro pelear por ti
para que ya se acabe de una buena vez esa maldita guerra que lleva ya diez años, ya, ya,
tú estás muy modosita bordando en un manto de púrpura las caras de los troyanos que siempre se te han figurado, a pesar del esfuerzo que hacen, muñecos con los que te apetece jugar,
y de los aqueos a quienes te ha dado por extrañar últimamente,
en particular al rubio Menelao que aquí estás prefigurando y en cuyos robustos brazos tantas veces…
Para qué recordarlo. Con un espejo de bronce en tus manos te asomabas entonces al vacío
y loca, te daba por delirar imaginándote amada, arrancada, desgarrada, comida por el amor.
Ahora que te ven pasar esos ancianos rumbo a la muralla y se quedan murmurando lascivias de ti, desvergonzados,
que a su edad no les importa esconder lo que saben que nadie puede cobrar al espacio sin dientes de sus bocas,
con cuánto amor piensas en tu primer hogar
con las muchachas, la lana esperando ser cardada, el perfumero,
la resina de aquel árbol en que te gustaba subirte de niña y hasta ya bien entrada en mujer. La presentación formal de Menelao pretendiente.
Tu primer hogar, tu casa, tu hermana Clitemnestra, y a propósito: ¿estás enterada que el bruto de tu excuñado Agamenón, al que ahora vas a ver desde la altura sobresalir entre todos los guerreros,
tanto por su estatura de gigante como por su porte de primero entre los príncipes,
quiso sacrificar a la núbil Ifigenia
para propiciar que los dioses le soplaran las velas de los barcos en que venían por ti?
¿Y sabes que hace ya diez años que, sin que nadie lo sepa, convertida en vestal de Artemisa,
ha sido negada a todo amor de varón, con lo que tú no te avendrías?
Piensas: no sé por qué tiene todo esto un olor a tragedia; y eso que no sabes nada, mas que lo poco que ves y la mucha sangre vertida,
mientras vas hacia la muralla desde donde tu suegro Príamo, el bueno de Príamo que si no se atrevió a intentar tener hijos contigo
fue sólo porque a todos les habría parecido un escándalo imperdonable,
aunque ganas no le faltaran, como a todos,
está mirando el desarrollo de los acontecimientos
como suele decirse desde tiempo inmemorial. Y ya está viejo también.
De manera que extrañas, que estás arrepentida; ah, caramba. Leda, madre, piensas,
cuando con mi padre Zeus en figura de cisne nos engendraste a mí y a Polideuces,
¿no habrás tomado por casualidad una ponzoña al estar rasguñando la tierra con las uñas ansiosas
y tenido el descuido de contaminar con ella
la semilla turgente de mi corazón todavía no formado siquiera?
¡Ay Zeus! También Alejandro está allá, donde van a pelear por mí.
Yo qué hago. Diez años ha que yazgo con él en su lecho blando. ¿Habrá un solo modo de su cuerpo que me quede aún por conocer? Qué hago.
Perra de mí, que habré de ser materia de cantos y reproches merecidos en el inclemente futuro,
así me doy a la vista de todos con los brazos desnudos y mi cara de perra y esta túnica talar que viste mi desvergüenza.
Helena. Helena en la torre de Ilión.
Los dioses apocados por tus recursos primorosos labraron tan ingrato destino como el que hoy te trae a la muralla.

Tambor interno 23


23



Duérmame yo, pesadamente silencioso
pensando ser estrella;
prófugo del día pasado de la fuga,
compañero de nadie,
perseguido, perseguido
–ya sé que me persigo.

Despertar
es un juego de asombros
que embellece.

Tambor interno 22


22



Las palabras rosadas
sorprendidas en el vaivén del titubeo
le dan vena y vestido
al mundo que vivimos.

No digo que el amor es esto y es aquello
porque no vine a decirlo.

No digo más sino que estoy floreado de la piel del alma
y así
saludo el día.

Ay, qué corto tiempo,
qué pequeña canción.

No en vano


No en vano
se llena uno de cosas;
las paredes se cubren:
óleos, dibujos, acuarelas.
No de balde
los libreros aumentan:
maderos y maderos
y lomos y acomodos.
No es inútil 
que la casa se llene de papeles,
de muebles, de juguetes. 
No es gratuito
el cúmulo de objetos
que hablan en la casa de nuestra historia de amor.

Se me acaba de ocurrir


Se me acaba de ocurrir que el verdadero
gran hombre, el gigante – no el fatuo
que se abanica con muchas palabras-
es silencioso.
Habla para saludar, para pedir su comida,
para bajar del camión,
para alegrar a la mujer amada
o para llamar a los animales domésticos,
y toda la charlatanería
desarrollada al pie del asombro de los otros
no va con él.
Para recitar está bien saber muchas cosas de memoria,
para impresionar al suegro, tal vez hasta
para ganar dinero; pero un vaso de brandy
una buena mirada, una mano que sabe tocar,
hacen del silencioso una laguna de agua dulce
donde hasta el más tonto sabe 
que se puede sumergir tranquilo.
El silencioso es casi un dios, 
está a punto de ser una paloma, un barco, 
y nos enseña a todos con la mano en la cintura, 
cómo se hace la vida sin aspavientos, 
cómo lo poco que se tiene que decir 
debe guardarse un ratito en la boca
a que se entibie.

Volver a casa



1


Un día
abandonaremos
la ciudad de México;
la dejaremos en pie y desierta
para que
las conjeturas
crezcan,
y nos iremos a fundar
en otra parte
nuestras maravillas.




2


El jueves en la mañana
despertamos alegres,
llenos de sueños.
Desayunamos dorados panes
y jugos de las frutas;
bañamos en agua tibia
nuestros cuerpos sencillos
y salimos a mirar el sol.
Redonda y fina en calidad
fue la voz grande
de los demás.
–Vámonos,
ya vámonos,
se oía cantar.




3


Los bienes de la ciudad
fueron hechos
por los que estuvieron antes
y por nosotros.
Como flores
nos salieron de las manos
todas estas casas
y estas calles
y estos líricos hilos de la luz.
Y este humo espeso
que nos volvió ciudad de llanto.




4


Fuimos hechos con líquenes
y con palabras divinas;
amasaron
con jugos de flores
nuestra sustancia;
allá hicieron sacrificios,
en donde el tiempo pasa.
Está escrito:
cierta forma de
bocas
que abiertas
hasta la
obscenidad
miran al cielo.
Merecimos la sangre,
fuimos dotados
con el soplo de la conciencia
atribulada.
Fuimos hechos.





5


Se nos salieron las lágrimas
cuando vimos sucio
lo blanco de nuestros ojos.
¿Qué transparencia queda ahora
para mirar el amor?
¿Cómo he de llegar
llorando mugre
a las sábanas blancas
de mi amada?






6


Nos convidábamos agua
unos a otros;
el que tenía sed
abría el grifo
por donde la buena voluntad
de los demás
salía;
luego le agregábamos azúcar
y zumo de limón
y nos bebíamos la frescura
de nuestras comuniones.
Así éramos,
no os quepa duda.





7


Nuestra crueldad
no tenía límites;
sacrificábamos
a la doncella
y al mancebo
para que con su natural inquieto
no removieran
nuestras viejas armonías.
Quizá fue en esto
en lo único
en que encontramos
escueta y redonda
la verdad.

Carta a mis amigos pintores


Iba por las calles viendo el esplendoroso andar de las mujeres bellas, compungido por mi azarosa consistencia de venado;

a través de la campana de humo, que tarde o temprano tañerá por nuestra retirada, hendía el prepotente sol

y nos tocaba con indiferencia las fibras aquellas que mueven de un lado para otro nuestros estados de ánimo.

La belleza, por esta luminosidad fue puesta en evidencia.

Que la última palabra que yo diga se refiera a ustedes, que hablando de mí mismo me diluya en puras manchas de color.

Vi la piedad y la sombra enmarcadas en épocas remotas —llenos están los museos de piedad y sombra en oro.

Andando vi delante mío las caderas apenas redondas de las paseantes y el atractivo mate de las perdidizas corvas.

Un millón de años no bastaría para delinear mejor algunos cuerpos de muchacha.

Oh mediodía, oh más que momentáneo soplo del tiempo, cabálgame, déjame cabalgarte, carga con todos nosotros en tu lomo ligeramente espeluznante.


El sol nos pintará de un ocre claro la conciencia, andaremos mostrando un derredor de luz, así seremos.

Mi inclinación me llevó por sitios que la pobreza no frecuenta; fui dichoso con ansedumbre y con real sacudimiento;

fui sagaz ante lo que mi memoria hubiera querido ponerme enfrente como un vidrio oscuro: me declaré nuevo y puntagudicé todos mis sentidos.

En estas calidades de color y luz me vi estar con ustedes enamorado de las cosas primitivas: el cuerpo, la ciudad, el aire, el dardo de Cupido.

Un estruendo de pechos transparentes como un coro de aleluyas me detuvo, fui obligado con gracia a ser poeta, improvisé deleites, canté para que mi sangre nunca envejeciera:

Que la sabrosa tierra nos vuelva a dar su fruto, que la sabrosa ciudad nos dé su fruto, oh pechos eternamente refrescantes, que lo que inventamos —porque lo inventamos— nos devuelva la luz y la fresca, la cándida, la sencilla posibilidad de elaborar la belleza.


Desayuno de trabajo


Éste que sale del baño no soy
el que entré en la regadera.

Era otro. Tenía un topacio en cada ojo.

Venía de ver la verdad escueta
y la trenzada hilatura de los sueños.

Era un yo mismo mucho más potente,
capaz de salir de sí, de su piyama
y ponerse en la tierra de los otros,
con la mirada interna del que sueña
extendida a la vista de todos,
a tomarse su jugo de naranja.

Estaba concentrado y seguro
en el aspecto, en el sudor,
en el espíritu redondo y sin espinas
y esta serenidad me daba luz
para andar sin tropiezo entre alegrías.

Ahora en cambio estoy desnudo,
rasurado, indefenso, con corbata,
con el chanel que pone en evidencia
mi indefensión total.

Cualquier poema que pudiera asomarse
durante este desayuno de trabajo
me tomaría en rehenes el músculo del corazón,
el tiempo laboral,
las promesas que hice,
los deseos,
el vuelo de los sueños,
y el otro,
el que fui de verdad antes del baño.

Gato en la noche


El gato no se sube a la mesa,
ni menos a las siete de la tarde
cuando en julio comienza a oscurecer.

Ronda por toda la casa, inquieto,
buscando el paso entre el día y la noche,
asuntos diferentes de tratar.

Ha comido, ha bebido, ha dormido
su porción de reposo de las horas de luz
y ahora se prepara para cumplir
su profesión minúscula de gato de la casa.

La sociedad con la que trata
mientras el sol empuja al mundo
dobla su servilleta cotidiana
y ya no pide más para alimentar su fantasía.
Él abre el socavón de su alma.

En algún rincón de la morada
se fabrican las verdades jugosas
y el gato, que lo sabe, sin estorbos morales
se apresta a mordisquear, goloso,
la carne sabrosa de la noche.


Mi hermano mayor


Yo tenía un hermano mayor; 
era siempre cinco años más amable y más sereno; 
quería un escritorio y un caballo 
y una manera nueva de contar los sueños 
y una mina de azúcar, de seguro. 
Le gustaba leer y razonaba, 
a veces era tierno con las cosas 
pero yo nunca vi que fuera un niño. 
Era un hermano mayor con todo su traje azul marino, 
con toda su camisa blanca blanca, 
con toda su corbata guinda oscura muy de gala. 
Yo tenía un hermano mayor 
de pie sobre la luz; 
me daban miedo las calles en la noche 
y el corredor oscuro de la casa, 
me daba miedo estar a solas con mi abuela, 
pero tenía un hermano mayor 
sobre la luz cantando. 
Mi hermano mayor también era un fantasma, 
una calavera dientona, 
una carcajada de monje a media noche. 
Mi hermano era un muchacho blanco y sin anginas. 
Por eso nunca nos comimos juntos 
ninguna jícama del camino 
ni rompimos de guasa los vidrios de las ventanas 
ni nada que yo recuerde hicimos juntos. 
Ni jugamos ni fuimos enemigos. 
Éramos buenos hermanos, como dicen. 
Se habló de inteligencias y de escobas, 
se discutió sobre los pantalones cortos y las hostias 
y el carrito con ruedas de patines; 
se supo y se dijo que mi modo era grosero 
y mi cabello oscuro. 
Él era siempre mejor que yo 
cinco años. 
Hace cinco años se casó mi hermano. 
El que se casa pobre 
tiene que andar cuidando su manera de contar estrellas, 
tiene que andar despierto y trabajando, qué remedio. 
Se tiene que acabar de cuajo con los sueños, dicen, 
porque vienen los hijos, la suegra, los cuñados, 
y lo dicen, aquello de los sueños, sin decoro, 
sin tocarse la vena, sin énfasis ni estilo, 
como el que dice que no sabe de dónde viene el hombre. 
Hace cinco años que no crece ya mi hermano. 
Mi hermano, 
mi hermanito menor, mi consentido.