viernes, 27 de noviembre de 2015

POEMAS DE NIKOLAI GUMILIOV

NIKOLAI GUMILIOV
(1886-1921)

Me He Burlado De Mí Mismo...


Me he burlado de mí mismo
Me he engañado
Al pensar que en el mundo
Podría haber algo mejor que tú.

Vestida con tu ropa blanca
como el pelo de una diosa antigua
Sostienes una esfera cristalina
Entre tus dedos transparentes y tiernos

Y todos los océanos, todas las montañas,
Los arcángeles, la gente, las flores,
Todo se refleja
En tus ojos juveniles y diáfanos.

Es extraño pensar que en el mundo
Pueda haber algo mejor que tú.
Quizás yo no sea más que una canción
Inventándote en las noches insomnes.

Llevas tanta luz sobre tus hombros
Una luz tan cegadora
Que se forman largas llamas
Como dos alas doradas. 


EL SEXTO SENTIDO

Maravilloso tener vino enamorado,
Y pan amoroso en el horno para nosotros,
Y una mujer, extenuada, a quien
Le ha sido dado deleitarnos.
Qué podemos hacer con esta aurora rosada
Que cobija los cielos helados,
Donde reina el silencio y el sosiego celeste,
¿Qué podemos hacer con tantos versos ineludibles?
Ni comer, ni beber, ni besar.
El instante vuela incontenible,
Y aunque nos esforcemos
Estamos condenados a pasar sin detenernos.
Somos como el niño que olvidando sus juegos
Espía, a veces el baño de las muchachas
Y sin saber nada acerca del amor
Se atormenta con tantos deseos misteriosos.
Como otrora en los bosques tupidos
Criaturas huidizas, bramando de impotencia,
Presentían sobre sus hombros
Las alas que aún no salían.
De igual manera, siglo tras siglo,
Bajo el escalpelo de la naturaleza y el arte,
grita nuestro espíritu, desfallece la carne,
Originando el órgano del sexto sentido.


EL TELÉFONO

Una voz femenina en el teléfono
Se escucha inesperada y audaz.
Cuánta dulce armonía hay
En esa voz sin cuerpo
La Suerte en su transcurrir benévolo
No siempre pasa de largo:
El sonido del laúd del serafín
Es como tu voz en el teléfono.


ELLA

Yo conozco una mujer: el silencio,
El cansancio amargo de las palabras,
Vive en el centelleo furtivo
De sus pupilas dilatadas.
Su alma ansiosa está abierta
A la música metálica del verso.
Ante la vida lejana y placentera
Es sorda y altiva.
Sus pasos son extraños,
Lentos e inaudibles,
No se puede decir que sea bella
Pero en ella encuentro mi felicidad.
Cuando necesito fortaleza
Valiente y orgulloso la busco
Para aprender de su tierna sabiduría
Con todo delirio y languidez.
Ella es luz en las horas inciertas
Sostén cuando todo parece perdido
y sus sueños exactos son como sombras
Sobre la arena ardiente del paraíso.


La palabra


En aquel tiempo, cuando Dios giraba
su rostro sobre el mundo nuevo, entonces,
detenían el sol con la palabra
y con ella se arrasaban torreones.
El águila no osaba alzar las alas
y los astros se anclaban a la luna,
si la palabra alguna vez volaba
como una llama roja en las alturas.
Y el número se usaba en lo mundano,
como un buey que trabaja uncido al yugo;
pues los matices del significado,
los transmiten los números fecundos.
El patriarca canoso, en tiempo antiguo,
que del bien y del mal sacó riqueza,
con su vara, por miedo a los sonidos,
el número trazó sobre la arena.
Pero olvidamos que, de lo terreno,
tan sólo en la palabra hay salvación,
y que en algún lugar del Evangelio
está escrito que la palabra es Dios.
Le impusimos los límites estrechos
que nos dictaba la naturaleza;
y como abejas de un panal desierto,
así se pudren las palabras muertas.


El tranvía extraviado


Para mí aquel barrio era desconocido,
de repente oí unos graznidos de grajo,
notas de un laúd, un lejano rugido:
volaba un tranvía por la calle abajo.
Por algún misterio sucedió que luego
me encontraba montado en aquel tranvía;
dejaba a su paso una estela de fuego
que brillaba incluso a plena luz del día.
Alado ,corría, negra tempestad,
volaba extraviado a través del abismo
del tiempo... «Atención, conductor, por piedad,
detén el vagón, detenlo ahora mismo».
Tarde: hemos pasado hasta la última almena,
todo un palmeral se perdió a nuestro lado,
y a través del Neva, del Nilo y del Sena
por tres puentes nuestras ruedas han chirriado.
Surgió en la ventana, por sólo un momento,
mirando hacia dentro con un gesto huraño
un viejo mendigo —si no me lo invento—
aquel que murió en Beirut el pasado año.
¿En dónde me encuentro? Afligido, angustiado,
el corazón dice latiendo a raudales:
«Ves la estación donde se vende al contado
el billete a las Indias Espirituales».
Un cartel... en una escritura sangrienta
se lee: «verduras»; pero sé de cierto:
aquí no se trata de nabos en venta,
aquí se comercian cabezas de muerto.
En camisa roja, con su cara de ubre,
también mi cabeza rebana el verdugo
y en una gran caja pringosa la cubre
con otras cabezas rezumando jugo.
El gris de la hierba... Una casa, mirad,
con sus tres ventanas: en el callejón,
tras el seto—: «para, conductor, por piedad,
para ahora mismo, detén el vagón.»
Aquí tú, María, has cantado y vivido,
aquí para mi bordaste una cubierta;
tu cuerpo y tu voz, ¿hacia dónde se han ido ?
¿acaso es posible que ahora estés muerta?
En tu cuarto estabas en plena agonía,
y, mientras, con una empolvada peluca,
fui a la emperatriz a rendir pleitesía
y ya no volví a mirarte en vida nunca.
Nuestra libertad es la luz emanada
—hoy lo sé— en lejanas regiones etéreas.
Hombres y animales están a la entrada
del jardín de fieras que son los planetas.
Pero siento un aire, familiar, ligero:
desde la otra orilla, una embestida cruel:
la mano de cobre del jinete fiero
y las arboladas patas del corcel.
Para la ortodoxia, fortaleza y guía,
San Isác se esculpe sobre el cielo: allí
haré rogativas en pro de María
y dirán la misa de réquiem por mí.
Pero el corazón está desconsolado,
cuesta respirar y la vida es dolor:
María, jamás me hubiera imaginado
que pueda existir tanta pena y amor.


Duda

Estoy solo en esta tarde silenciosa
Y sólo pienso en ti, en ti.
Tomo un libro y te descubro en cada página
Vago en ti ebrio y perturbado.
Me dejo caer sobre la cama
La almohada me quema…no, no puedo dormir, sólo esperar.
Inseguro, me acerco a la ventana.
Contemplo la luna y la humeante pradera.
En un rincón del huerto me dijiste “sí”
Y ese “sí” me ha acompañado toda la vida.
De pronto caigo en cuenta
Que siempre fuiste indómita.
Que ese “sí”, ese estremecimiento tuyo allá en el huerto,
Esos besos -fueron tan sólo un delirio en la primavera y el sueño.

VOS Y YO


Ya sé que no soy uno de los vuestros;
y es cierto que he nacido en otra cuna:
y a la dulce guitarra yo prefiero
la melodía indómita del zurna.

No leo por las salas y salones
para vestidos y chaquetas negras
sino que son las nubes, los dragones
y cascadas quien oye mis poemas.

Amo, como el beduino en el desierto,
que inclina todo el cuerpo y bebe el agua;
no como el caballero sobre el lienzo,
que mira las estrellas y que aguarda.

Y no pienso morirme en una cama
-el notario y el médico a la vera-,
sino desamparado en una zanja
oculta en la espesura de la hiedra,

para ir no al paraíso inmaculado
y abierto para todos, protestante;
sino don del bandido, el publicano
y la ramera gritarán: «Levántate».

OCHO VERSOS


Ni el rumor de las lejanías,
ni las canciones que le oímos
a la madre: nunca entendimos
aquello que lo merecía.
Y, símbolo de gracia eterna,
como un benigno testamento,
el don de un alto balbuceo
ha recaído en ti, poeta.

LA TARDE


Inútil, otro día pasa,
majestuoso e inservible.
Ven, sombra cariñosa, y viste
mi desasosegada alma
con una túnica de nácar.

Llegas para ahuyentar los pájaros
de mal agüero, mis quebrantos.
No hay nadie, ¡oh, noche soberana!
que pueda sujetar el paso
arrollador de tus sandalias.

La luna –tu pulsera- brilla,
vuela el silencio de los astros
y en sueños, nuevamente mía,
gozo la Tierra Prometida,
la dicha que tanto he llorado.

PRESAGIO


Abandonábamos Southampton
y el mar estaba azul celeste;
cuando atracamos en Le Havre
se había puesto todo negro.
Siempre he creído en los presagios,
como en los sueños matutinos.
Señor, piedad de nuestras almas:
una desgracia se avecina.

(sin título)


Vienen, se van, indiferentes,
los tristes días de mi vida:
así las rosas se marchitan,
así los ruiseñores mueren.

Pero también está sufriendo
ella, mi amor, mi destinada,
y bajo aquella piel, tan blanca,
la sangre fluye con veneno.

Y si aún vivo en esta Tierra
es solamente por un sueño:
iremos, como niños ciegos,
los dos, hacia las altas sierras,

por donde yerran los rebecos
y el mundo es sólo blanca niebla;
en busca de las rosas secas
y de los ruiseñores muertos.

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