lunes, 9 de noviembre de 2015

POEMAS DE JOSÉ GOROSTIZA

Archivo:José Gorostiza.jpg
(Mexico 1901-1973)


PAUSAS I


¡El mar, el mar!
Dentro de mí lo siento.
Ya sólo de pensar
en él, tan mío,
tiene un sabor de sal mi pensamiento.


SE ALEGRA EL MAR

(A Carlos Pellicer)

Iremos a buscar
hojas de plátano al platanar.

Se alegra el mar

Iremos a buscarlas en el camino,
padre de las madejas de lino.

Se alegra el mar

Porque la luna (cumple quince años a pena)
se pone blanca, azul, roja, morena.

Se alegra el mar.

Siete varas de nardo desprenderé
para mi novia de lindo pie.

Se alegra el mar.

Siete varas de nardo; sólo un aroma,
una sola blancura de pluma de paloma.

Se alegra el mar.

Vida -le digo- blancas las desprendí, yo bien lo sé,
para mi novia de lindo pie.

Se alegra el mar.

Vida -le digo- blancas las desprendí.
¡No se vuelvan oscuras por ser de mí!

Se alegra el mar.

DIBUJOS SOBRE UN PUERTO


1. El alba


El paisaje marino
en pesados colores se dibuja.
Duermen las cosas. Al salir, el alba
parece sobre el mar una burbuja.
Y la vida es apenas
un milagroso reposar de barcas
en la blanda quietud de las arenas.

2. La tarde


Ruedan las olas frágiles
de los atardeceres
como limpias canciones de mujeres.

3. Nocturno


El silencio por nadie se quebranta,
y nadie lo deplora.
Sólo se canta
a la puesta del sol, desde la aurora.
Mas la luna, con ser
de luz a nuestro simple parecer,
nos parece sonora
cuando derraman sus manos ligeras
las ágiles sombras de las palmeras.

4. Elegía


A veces me dan ganas de llorar,
pero las suple el mar.

5. Cantarcillo


Salen las barcas al amanecer.
No se dejan amar
pues suelen no volver
o sólo regresan a descansar.

6. El faro


Rubio pastor de barcas pescadoras.

7. Oración


La barca morena de un pescador
cansada de bogar
sobre la playa se puso a rezar:
Hazme, Señor,
un puerto en las orillas de este mar!

(De "Canciones para cantar en las barcas", 1925).

LA ORILLA DEL MAR


No es agua ni arena la orilla del mar.

El agua sonora de espuma sencilla,
el agua no puede formarse la orilla.

Y porque descanse en muelle lugar,
no es agua ni arena la orilla del mar.

Las cosas discretas, amables, sencillas;
las cosas se juntan como las orillas.

Lo mismo los labios, si quieren besar.
No es agua ni arena la orilla del mar.

Yo sólo me miro por cosa de muerto;
solo, desolado, como en un desierto.

A mí venga el lloro, pues debo penar.
No es agua ni arena la orilla del mar.

QUIEN ME COMPRA UNA NARANJA


¿Quién me compra una naranja
para mi consolación?
Una naranja madura
en forma de corazón.

La sal del mar en los labios
¡ay de mí!
la sal del mar en las venas
y en los labios recogí.

Nadie me diera los suyos
para besar.
La blanda espiga de un beso
yo no la puedo segar.

Nadie pidiera mi sangre
para beber.
Yo mismo no sé si corre
o si deja de correr.

Como se pierden las barcas
¡ay de mí!
como se pierden las nubes
y las barcas, me perdí.

Y pues nadie me lo pide,
ya no tengo corazón.
¿Quién me compra una naranja
para mi consolación?



Borrasca

Noche, madre sombría,
de nubes negras y relámpagos ágiles,
cuyos gritos de luz al mar doblegan:
Menesteroso de silencio, pido
tres palmos de la orilla
desolada,
de donde pueda regresar sencilla,
como un fuego marino, la mirada.

Nublada debo de tenerla ahora,
mientras el mar castiga sus lebreles,
si tú piensas la angustia de una estrella
- viento del norte la desprende el oro -
y yo, sin los resabios
del camino,
en un beso feliz, añejo vino,
dulce soplo de brisa entre losa labios.

En el mismo sendero son viadores
un límpido crepúsculos de luna
y el pájaro fugaz de la tormenta.
Para un mismo viajero
se divide en jornadas el camino,
porque pasan la aurora y el copo del lucero
vespertino
en un solo sendero.

Noche, madre sombría:
Cuando llegue el minuto negro de mi borrasca,
hazme sufrirlo aquí, junto a la orilla
del agua amarga.
que, si me vienen ganas de llorar,
quiero tener azules las ideas,
y en mis palabras el sonar
de las mareas.





El enfermo


Por el amplio silencio del instante
pasa un vago temor.
Tal vez gira la puerta sin motivo
y se recoge una visión distante,
como si el alma fuese un mirador.

Afuera canta un pájaro cautivo,
y con gota fugaz el surtidor.

Tal vez fingen las cortinas altas
plegarse al toque de una mano intrusa,
y el incierto rumor
a las pupilas del enfermo acusa
un camino de llanto en derredor.

En sus ojos opacos, mortecinos,
se reflejan las cosas con candor,
mientras la queja fluye
a los labios exangües de dolor.

Cuenta la Hermana cuentas de rosario
y piensa en el Calvario
del Señor.

Pero invade la sombra vespertina
un extraño temor,
y en el péndulo inmóvil se adivina
la séptima caída del amor.

Tal vez gira la puerta sin motivo.
Afuera canta un pájaro cautivo,
y con gota fugaz el surtidor.





Elegía

                                                               A Ramón López Velarde
Solo, con ruda soledad marina,
se fue por un sendero de la luna,
mi dorada madrina,
apagando sus luces como una
pestaña de lucero en la neblina.

El dolor me sangraba el pensamiento,
y en los labios tenía,
como una rosa negra, mi silencio.

Las azules cenéforas de la melancolía
derramaron sus frágiles cestillos,
y el sueño se dolía
con la luna de lánguidos lebreles amarillos.

Se pusieron de púrpura las liras;
las mujeres, en hilos de lágrimas suspensas,
cortaron las espiras
blandamente aromadas de sus trenzas.

Y al romper mis quietudes vesperales
lo gris de estas congojas,
las oí resbalar como a las hojas
en los rubios jardines otoñales.

Apaguemos las lámparas, hermanos.
De los dulces laúdes
no muevan le cordaje nuestras manos.
Se nos murieron las siete virtudes,
al asomar
los finos labios del amanecer.
¡Ponga dios una lenta lágrima de mujer
en los ojos del mar!




Espejo no: marca luminosa...

Espejo no: marca luminosa,
marca blanca.

Conforme en todo al movimiento
con que respira el agua

¡cómo se inflama en su delgada prisa
marea alta

y alumbra -qué pureza de contornos,
qué piel de flor- la distancia,

desnuda ya de peso,
ya de eminente claridad helada!

Conforme en todo a la molicie
con que reposa el agua,

¡cómo se vuelve hondura, hondura,
marea baja,

y más cristal que luz, más ojo,
intenta una mirada

en la que -espectros de color- las formas,
las claras, bellas, mal heridas, sangran!




La casa del silencio...

La casa del silencio
se yergue en un rincón de la montaña,
con el capuz de tejas carcomido.
Y parece tan dócil
que apenas se conmueve con el ruido
de algún árbol cercano, donde sueña
el amoroso cónclave de un nido.

Tal vez nadie la habita
ni la quiere,
Y acaso nunca la vivieron hombres;
pero su lento corazón palpita
con un profundo latir de resignando,
cuando el rumor la hiere
y la sangra del trémulo costado.

Imagino, en la casa del silencio,
un patio luminoso, decorado
por la hierba que roe las canales
y un muro despintado
al caer de las lluvias torrenciales.

Y en las noches azules,
la pienso conturbada si adivina
un balbucir de luz en sus escaños,
y la oigo verter con un ruido
ya casi imperceptible, contenido,
su lor paternal de tres mil años.




La luz sumisa

Alarga el día en matinal hilera
tibias manchas de sol por la ciudad.
Se adivina casi la primavera,
como si descendiera
en lentas ráfagas de claridad.

La luz, la luz sumisa
( si no fuera
la luz, la llamaran sonrisa )
al trepar en los muros, por ligera,
dibuja la imprecisa
ilusión de una blanda enredadera.
¡Ondula, danza y trémula se irisa!

Y la ciudad, con íntimo candor,
bajo el rudo metal de una campana
despierta a la inquietud de la mañana,
y en gajos de color se deshilvana.

Pero puso el Señor,
a lo largo del día,
esencias de dolor
y agudo clavo de melancolía.

Porque la claridad, al descender
en giros de canción,
enciende una alegría de mujer
en el espejo gris del corazón.

Si ayer vimos la luna, desleída
sobre un alto silencioso de montañas...
si ayer la vimos derramarse en una
indulgencia de lámpara afligida,
y duele desnatar en las pestañas
el oro de la luna.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario