miércoles, 28 de enero de 2015

UN CHOCOLATE PARA DIANA

UN CHOCOLATE PARA DIANA

De Diana me enamoré en el paradero del bus, siempre puntual la dama soñada, sus azules y profundos ojos, siempre como chispa de vida, ella baila cuando camina, y el viento le hace reverencia.

Adoró llegar al paradero, antes de tomar mi transporte para llegar a la importadora de chocolates donde soy, un almacenista más… un número más, un empleado oscuro, lo sé, callado, solo saben que en silencio desde hace un par de años Amo a Diana, amo que estudie para salvar al mundo, amo su caminar, ese aire de gacela que deja al pasar frente a todos.

Luego de un ligero desayuno, salí de casa apresurado, este día iba algo retrasado, y me preocupaba la congestión en las vías.

Llegué al paradero del bus, tomé mi puesto en la fila, como siempre, un segundo después me percaté de la presencia de Diana, joven estudiante de medicina; ella con su bolso de cuero atestado de libros, y su bata blanca colgando con algo de descuido hacían de la espera algo más digno. Me acerqué, lentamente como ladrón, miré fijamente el azul intenso de sus ojos, sudé un millón de dolores. Metí cuidadosamente la mano al bolsillo de la chaqueta; un par de maniobras con la mano, como lo aprendí viendo a los magos del circo. Un chocolate finamente envuelto en papel metálico, asomó de la palma de mi mano, se lo ofrecí, como si fuese el sacrificio a un Dios ancestral, y ella, sin mediar palabra lo arrebató con fuerza, lo llevó a sus labios, la envoltura voló por los aires, y el chocolate dio un fuerte grito, batió sus delicados brazos, empujando con sus confitados pies los dientes de Diana, oponiéndose a ser tragado, pero sus pequeñas extremidades, pronto cedieron derrotadas por la fuerza mandibular de Diana, finalmente entre chillidos, el chocolate abandonó su lucha, se dejo tragar por los carnosos y dulces labios de Diana, al final, en un fuerte suspiro, Diana se acercó a mí, posó sus achocolatados labios en mi mejilla y con una voz titilante me dijo gracias… nunca la vi como era realmente, y ese monstruo que acababa de ver rompió totalmente el encanto, desde ese día las pesadillas me acompañan,  miro sus profundos ojos azules y me doy cuenta, que realmente puede ser un monstruo si se lo propone.


Bogotá Noviembre 9 de 20014 Autor: Fausto Marcelo Ávila Ávila Contacto: Tel. 3 03 35 88- cel. 320 395 08 63. Correo faustomarceloavila@hotmail.com

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