martes, 10 de marzo de 2015

POEMAS DE WILDE

A mi mujer
                                              Con una copia de mis poemas
No puedo escribir majestuoso proemio
      como preludio a mi canción,
de poeta a poema,
      me atrevería a decir.

Pues si de estos pétalos caídos
      uno te pareciera bello,
irá el amor por el aire
      hasta detenerse en tu cabello.

Y cuando el viento e invierno endurezcan
      toda la tierra sin amor,
dirá un susurro algo del jardín
      y tú lo entenderás.

Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001



Amor intellectualis

A menudo pisamos los valles de Castalia
     y de antiguas cañas oímos la música silvana,
     ignorada del común de las gentes;
e hicimos nuestra barca a la mar
que Musas tienen por imperio suyo,
     y aramos libres surcos por ola y por espuma,
     y hacia lar más seguro no izamos reacias velas
hasta bien rebosar nuestro navío.
De tales despojados tesoros algo queda:
     la pasión de Sordello y el verso de miel
del joven Endimión; altivo Tamerlán
     portando sus jades tan cuidados, y, más aún,
     las siete visiones del Florentino.
Y del Milton severo, solemnes armonías.

Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001



Apología

¿Es tu voluntad que yo crezca y decline?
     Trueca mi paño de oro por la gris estameña
y teje a tu antojo esa tela de angustia
     cuya hebra más brillante es día malgastado.

¿Es tu voluntad -Amor que tanto amo-
     que la Casa de mi Alma sea lugar atormentado
donde deban morar, cual malvados amantes,
     la llama inextinguible y el gusano inmortal?

Si tal es tu voluntad la he de sobrellevar
     y venderé ambición en el mercado,
y dejaré que el gris fracaso sea mi pelaje
     y que en mi corazón cave el dolor su tumba.

Tal vez sea mejor así -al menos
     no hice de mi corazón algo de piedra,
ni privé a mi juventud de su pródigo festín,
     ni caminé donde lo Bello es ignorado.

Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001



Casa de la ramera

Seguimos la huellas de pies que bailaban
hacia la calle alumbrada de luna
y nos detuvimos bajo la casa de la ramera.

Adentro, por sobre estrépito y movimiento,
oímos los músicos tocando a gran volumen
el «Treues Liebes Herz» de Strauss.

Como formas extrañas y grotescas,
realizando fantástico arabesco
corrían sombras detrás de las cortinas.

Vimos girar los fantasmales bailarines
al ritmo de violines y de cuernos
cual hojas negras llevadas por el viento.
Igual que marionetas tiradas de sus hilos
las siluetas de magros esqueletos
se deslizaban en la lenta cuadrilla.

Tomados de la mano
bailaban majestuosa zarabanda;
y el eco de las risas era agudo y crispado.

veces un títere de reloj apretaba
la amante inexistente contra el pecho,
y otras parecía que querían cantar.

A veces una horrible marioneta
se asomaba al umbral fumando un cigarrillo
Como cosa viviente.

Entonces, volviéndome a mi amor dije,
«Los muertos bailan con los muertos,
el polvo se arremolina con el polvo».

Pero ella escuchó el violín,
se apartó de mi lado y entró:
entró el Amor en casa de Lujuria.

Súbitamente, desentonó la melodía,
se fatigaron de danzar el vals,
las sombras dejaron de girar.

Y por la larga y silenciosa calle
en sandalias de plata asomó el alba
como niña asustada.

Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001

 


El cuarto movimiento
Le Réveillon

      El cielo está manchado con espasmos de rojo,
      huyen las brumas envolventes y las sombras;
      el alba se levanta desde el mar
como una blanca dama de su lecho.

      Y caen flechas melladas, insolentes
      a través de las plumas de la noche,
      y una ola larga de luz gualda
rompe en silencio sobre torre y casa,

      y extendiéndose amplia sobre el campo inculto
      un batir de alas que despiertan al vuelo,
      castaños que se agitan en la copa
y ramas con estrías de oro.

Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001



En el salón dorado

Una Armonía

Sus manos de marfil en el teclado
      extraviadas en pasmo de fantasía;
así los álamos agitan sus plateadas hojas
      lánguidas y pálidas.
     Como la espuma a la deriva en el mar inquieto
cuando muestran las olas los dientes a la brisa.

Cayó un muro de oro: su pelo dorado.
      Delicado tul cuya maraña se hila
en el disco bruñido de las maravillas.
      Girasol que se vuelve para encontrar el sol
      cuando pasaron las sombras de la noche negra
y la lanza del lirio está aureolada.

Y sus dulces labios rojos en estos labios míos
      ardieron como fuego de rubíes engarzados
en el móvil candil de la capilla grana
      o en sangrantes heridas de granadas,
      o en el corazón del loto anegado
en la sangre vertida del vino rojo.

Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001



Escrito en el Lyceum Theatre
Portia

                                                                        A Ellen Terry

Poco me maravilla la osadía de Basanio
       de arriesgar todo lo que tenía al plomo,
       o que el orgulloso Aragón bajara la cabeza,
o que Marroquí de corazón en llamas se enfriara:
pues en ese atavío de oro batido
       que es más dorado que el dorado sol,
       ninguna mujer que Veronese mirara
era tan bella como tú a quien contemplo.
Aún más bella cuando con la sabiduría por escudo
        al vestir la toga severa del jurista
y no permitieras que las leyes de Venecia cedieran
        el corazón de Antonio a ese judío maldito.
        ¡Oh Portia!, toma mi corazón: es tu debido pago;
no he de objetar a ese aval.

Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001 


 


Flores de amor
Ґ λνkύιкрς  Έρώς

Amor, no te culpo; la culpa fue mía,
          no hubiera yo sido de arcilla común
habría escalado alturas más altas aún no alcanzadas,
          visto aire más lleno, y día más pleno.

Desde mi locura de pasión gastada
          habría tañido más clara canción,
encendido luz más luminosa, libertad más libre,
          luchado con malas cabezas de hidra.

Hubieran mis labios sido doblegados hasta hacerse música
          por besos que sólo hicieran sangrar,
habrías caminado con Bice y los ángeles
          en el prado verde y esmaltado.

Si hubiera seguido el camino en que Dante viera
          los siete círculos brillantes,
¡Ay!, tal vez observara los cielos abrirse, como
          se abrieran para el florentino.

Y las poderosas naciones me habrían coronado,
          a mí que no tengo nombre ni corona;
y un alba oriental me hallaría postrado
          al umbral de la Casa de la Fama.

Me habría sentado en el círculo de mármol donde
          el más viejo bardo es como el más joven,
y la flauta siempre produce su miel, y cuerdas
          de lira están siempre prestas.

Hubiera Keats sacado sus rizos himeneos
          del vino con adormidera,
habría besado mi frente con boca de ambrosía,
          tomado la mano del noble amor en la mía.

Y en primavera, cuando flor de manzano
          acaricia un pecho bruñido de paloma,
dos jóvenes amantes yaciendo en la huerta
          habrían leído nuestra historia de amor.

Habrían leído la leyenda de mi pasión, conocido
          el amargo secreto de mi corazón,
habrían besado igual que nosotros, sin estar
          destinados por siempre a separarse.

Pues la roja flor de nuestra vida es roída
          por el gusano de la verdad
y ninguna mano puede recoger los restos caídos:
          pétalos de rosa juventud.

Sin embargo, no lamento haberte amado -¡ah, qué más
          podía hacer un muchacho,
cuando el diente del tiempo devora y los silenciosos
          años persiguen!

Sin timón, vamos a la deriva en la tempestad
          y cuando la tormenta de juventud ha pasado,
sin lira, sin laúd ni coro, la Muerte,
          el piloto silencioso, arriba al fin.

Y en la tumba no hay placer, pues el ciego
          gusano se ceba en la raíz,
y el Deseo tiembla hasta tornarse ceniza,
          y el árbol de la pasión ya no tiene fruto.

¡Ah!, qué más debía hacer sino amarte; aún
          la madre de Dios me era menos querida,
y menos querida la elevación citérea desde el mar
          como un lirio argénteo.

He elegido, he vivido mis poemas y, aunque
          la juventud se fuera en días perdidos,
hallé mejor la corona de mirto del amante
          que la de laurel del poeta.

Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001 

 


Hélas!

Con cada pasión a la deriva hasta que mi alma
sea un laúd en cuyas cuerdas todos los vientos tañen.
¿Para esto renuncié
a mi sabiduría antigua ya mi austero control?
Mi vida es un palimpsesto
garabateado en alguna vacación de muchacho
con canciones ociosas para flauta y rondó
que solamente ocultan el secreto del todo.
Por cierto que hubo un tiempo cuando osé pisar
las alturas soleadas y de las disonancias de la vida
logré claros acordes para llegar al oído de Dios.
¿Está muerto ese tiempo? Mirad, con mi pequeña vara
apenas toqué la miel del romance,
¿y debo yo perder la herencia de un alma?

Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001 

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