sábado, 2 de mayo de 2015

Algunos poemas de Paul Verlaine

    Aria de antaño

      Lucen vagamente las teclas del piano
      A la luz del suave crepúsculo rosa,
      Y bajo los finos dedos de su mano

      Un aire de antaño canta y se querella
      En la diminuta cámara suntuosa
      En donde palpitan los perfumes de ella.

      Un plácido ensueño mi espíritu mece
      Mientras que el teclado sus notas desgrana;
      ¿Por qué me acaricia, por qué me enternece

      Esa canción dulce, llorosa e incierta
      Que apaciblemente muere en la ventana
      A las tibias auras del jardín abierta?

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    Canción de otoño

      Los sollozos más hondos
      Del violín del otoño
      Son igual
      Que una herida en el alma
      De congojas extrañas
      Sin final.

      Tembloroso recuerdo
      Esta huida del tiempo
      Que se fue.
      Evocando el pasado
      Y los días lejanos
      Lloraré.

      Este viento se lleva
      El ayer de tiniebla
      Que pasó,
      Una mala borrasca
      Que levanta hojarasca
      Como yo.

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    El hogar

      El hogar y la lámpara de resplandor pequeño;
      La frente entre las manos en busca del ensueño;
      Y los ojos perdidos en los ojos amados;
      La hora del té humeante y los libros cerrados;
      El dulzor de sentir fenecer la velada,
      La adorable fatiga y la espera adorada
      De la sombra nupcial y el ensueño amoroso.
      ¡Oh! ¡Todo esto, mi ensueño lo ha perseguido ansioso,
      Sin descanso, a través de mil demoras vanas,
      Impaciente de meses, furioso de semanas!

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    En el balcón

      En el balcón las amigas miraban ambas como huían las golondrinas
      Una pálida sus cabellos negros como el azabache, la otra rubia
      Y sonrosada, su vestido ligero, pálido de desgastado amarillo
      Vagamente serpenteaban las nubes en el cielo

      Y todos los días, ambas con languideces de asfódelos
      Mientras que al cielo se le ensamblaba la luna suave y redonda
      Saboreaban a grandes bocanadas la emoción profunda
      De la tarde y la felicidad triste de los corazones fieles

      Tales sus acuciantes brazos, húmedos, sus talles flexibles
      Extraña pareja que arranca la piedad de otras parejas
      De tal modo en el balcón soñaban las jóvenes mujeres

      Tras ellas al fondo de la habitación rica y sombría
      Enfática como un trono de melodramas
      Y llena de perfumes la cama vencida se abría entre las sombras

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    Id pues, vagabundos, sin tregua

      Id pues, vagabundos, sin tregua,
      Errad, funestos y malditos
      A lo largo de los abismos y las playas
      Bajo el ojo cerrado de los paraísos.

      (...)

      Y nosotros, a los que la derrota nos ha hecho sobrevivir,
      Los pies magullados, los ojos turbios, la cabeza pesada,
      Sangrantes, flojos, deshonrados, cansados,
      Vamos, penosamente ahogando un lamento sordo.

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    Lasitud

      Encantadora mía, ten dulzura, dulzura...
      Calma un poco, oh fogosa, tu fiebre pasional;
      La amante, a veces, debe tener una hora pura
      Y amarnos con un suave cariño fraternal.

      Sé lánguida, acaricia con tu mano mimosa;
      Yo prefiero al espasmo de la hora violenta
      El suspiro y la ingenua mirada luminosa
      Y una boca que me sepa besar aunque me mienta.

      Dices que se desborda tu loco corazón
      Y que grita en tu sangre la más loca pasión;
      Deja que clarinee la fiera voluptuosa.

      En mi pecho reclina tu cabeza galana;
      Júrame dulces cosas que olvidarás mañana
      Y hasta el alba lloremos, mi pequeña fogosa.

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