viernes, 10 de julio de 2015

POEMAS de Rafael Alberti

Ángel de las bodegas

Fue cuando la flor del vino se moría en penumbra
y dijeron que el mar la salvaría del sueño.
Aquel día bajé a tientas a tu alma encalada y húmeda,
y comprobé que un alma oculta frío y escaleras
y que más de una ventana puede abrir con su eco otra voz, si es buena.
Te vi flotar a ti, flor de agonía, flotar sobre tu mismo espíritu.
(Alguien había jurado que el mar te salvaría del sueño.)
Fue cuando comprobé que murallas se quiebran con suspiros
y que hay puertas al mar que se abren con palabras.



Asombro de la estrella ante el destello...

Asombro de la estrella ante el destello
de su cardada lumbre en alborozo.
Sueña el melocotón en que su bozo
Al aire pueda amanecer cabello.

Atónito el limón y agriado el cuello,
Sufre en la greña del membrillo mozo,
Y no hay para la rosa mayor gozo
Que ver sus piernas de espinado vello.

Ensombrecida entre las lajas, triste
De sufrirlas tan duras y tan solas,
Lisas para el desnudo de sus manos,

Ante el crinado mar que las embiste,
Mira la adolescente por las olas
Poblársele las ingles de vilanos.



El ángel ángel

Y el mar fue y le dio un nombre
y un apellido el viento
y las nubes un cuerpo
y un alma el fuego.
La tierra, nada.
Ese reino movible,
colgado de las águilas,
no la conoce.
Nunca escribió su sombra
la figura de un hombre.



El ángel bueno

Un año, ya dormido,
alguien que no esperaba
se paró en mi ventana.

¡Levántate! Y mis ojos
vieron plumas y espadas.

Atrás montes y mares,
nubes, picos y alas,
los ocasos, las albas.

‹¡Mírala ahí! Su sueño,
pendiente de la nada.

¡Oh anhelo, fijo mármol,
fija luz, fijas aguas
movibles de mi alma!

Alguien dijo: ¡Levántate!
Y me encontré en tu estancia.



El ángel bueno 2

Dentro del pecho se abren
corredores anchos, largos,
que sorben todas las mares.

Vidrieras,
que alumbran todas las calles.

Miradores,
que acercan todas las torres.
Ciudades deshabitadas
se pueblan, de pronto. Trenes
descarrilados, unidos
marchan.

Naufragios antiguos flotan.
La luz moja el pie en el agua.

¡Campanas!

Gira más de prisa el aire.
El mundo, con ser el mundo,
en la mano de un niña cabe.

¡Campanas!

Una carta del cielo bajó un ángel.



El ángel bueno 3
Vino el que yo quería,
el que yo llamaba.

No aquel que barre cielos sin defensas,
luceros sin cabañas,
lunas sin patria,
nieves.
Nieves de esas caídas de una mano,
un nombre,
un sueño,
una frente.

No aquel que a sus cabellos
ató la muerte.

El que yo quería.
Sin arañar los aires,
sin herir hojas ni mover cristales.

Aquel que a sus cabellos
ató el silencio.

Para, sin lastimarme,
cavar una ribera de luz, dulce en mi pecho,
y hacerme el alma navegable.

Marinero en tierra

... Y ya estarán los esteros
rezumando azul de mar. 
¡Dejadme ser, salineros, 
granito del salinar! 
¡Qué bien, a la madrugada,
correr en las vagonetas, 
llenas de nieve salada, 
hacia las blancas casetas! 
¡Dejo de ser marinero, 
madre, por ser salinero! 

Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar 
y nombradla capitana 
de un blanco bajel de guerra.
¡Oh mi voz condecorada 
con la insignia marinera: 
sobre el corazón un ancla 
y sobre el ancla una estrella 
y sobre la estrella el viento 
y sobre el viento la vela! 

Cal y canto

Carta abierta
(Falta el primer pliego)

... Hay peces que se bañan en la arena
y ciclistas que corren por las olas. 
Yo pienso en mí. Colegio sobre el mar. 
Infancia ya en balandro o bicicleta. 
Globo libre, el primer balón flotaba 
sobre el grito espiral de los vapores. 
Roma y Cartago frente a frente iban, 
marineras fugaces sus sandalias. 
Nadie bebe latín a los diez años. 
El Álgebra, ¡quién sabe lo que era! 
La Física y la Química, ¡Dios mío, 
si ya el sol se cazaba en hidroplano! 
... Y el cine al aire libre. Ana Bolena,
no sé por qué, de azul va por la playa. 
Si el mar no la descubre, un policía 
la disuelve en la flor de su linterna. 
Bandoleros de smoking, a mis ojos 
sus pistolas apuntan. Detenidos, 
por ciudades de cielos instantáneos, 
me los llevan sin alma, vista sólo. 
New York está en Cádiz o en el Puerto.
Sevilla está en París, Islandia o Persia. 
Un chino no es un chino. Un transeúnte 
puede ser blanco al par que verde y negro. 
En todas partes tú, desde tu rosa, 
desde tu centro inmóvil, sin billete, 
muda la lengua, riges, rey del todo... 
Y es que el mundo es un álbum de postales. 
Multiplicando pasas en los vientos, 
en la fuga del tren y los tranvías. 
No en ti muere el relámpago que piensas,
sino a un millón de lunas de tus labios. 
Yo nací -¡respetadme!- con el cine. 
Bajo una red de cables y de aviones. 
Cuando abolidas fueron las carrozas
de los reyes y al auto subió el Papa. 
Vi los telefonemas que llovían, 
plumas de ángel azul, desde los cielos.
Las orquestas seráficas del aire 
guardó el auricular en mis oídos. 
De lona y níquel, peces de las nubes, 
bajan al mar periódicos y cartas. 
(Los carteros no creen en las sirenas 
ni en el vals de las olas, sí en la muerte.
Y aún hay calvas marchitas a la luna 
y llorosos cabellos en los libros. 
Un polisón de nieve, blanqueando 
las sombras, se suicida en los jardines.
¿Qué será de mi alma, que hace tiempo 
bate el récord continuo de la ausencia? 
¿Qué de mi corazón, que ya ni brinca, 
picado ante el azar y el accidente? 
Exploradme los ojos, y, perdidos, 
os herirán las ansias de los náufragos, 
la balumba de nortes ya difuntos, 
el solo bamboleo de los mares. 
Cascos de chispa y pólvora, jinetes 
sin alma y sin montura entre los trigos; 
basílicas de escombros, levantadas 
trombas de fuego, sangre, cal, ceniza. 
Pero también, un sol en cada brazo, 
el alba aviadora, pez de oro, 
sobre la frente un número, una letra,
y en el pico una carta azul, sin sello. 
Nuncio -la voz, eléctrica, y la cola- 
del aceleramiento de los astros, 
del confín del amor, del estampido 
de la rosa mecánica del mundo. 
Sabed de mí, que dije por teléfono
mi madrigal dinámico a los hombres: 
¿Quién eres tú, de acero, estaño y plomo?
-Un relámpago más, la nueva vida. 

(Falta el último pliego)



Retornos Del Amor Tal Como Era

Eras en aquel tiempo rubia y grande,
sólida espuma ardiente y levantada
Parecías un cuerpo desprendido
de los centros del sol, abandonado
por un golpe de mar en las arenas.

Todo era fuego en aquel tiempo. Ardía
la playa en tu contorno. A rutilantes
vidrios de voz quedaban reducidos
las algas, los moluscos y las piedras
que el oleaje contra ti mandaba.

Todo era fuego, exhalación, latido
de onda caliente en ti. Si era una mano
la atrevida o los labios, ciegas ascuas,
voladoras, silbaban por el aire.
Tiempo abrasado, sueño consumido.

Yo me volqué en tu espuma en aquel tiempo.


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