viernes, 29 de abril de 2016

POEMAS DE CINTIO VITIER




(25 de septiembre de 1921 en Florida (Estados Unidos) - (La Habana el 1 de octubre de 2009)


Calendario


entra dice la ene de la nieve
que sólo existe para el calendario
si entre eros y héroe no se atreve
a prescindir del año imaginario

sigue la fe que nos sopló el primero
al segundo del canto gregoriano
miniatura del sol feble y ligero
que todavía el frío hace lejano

las lomas de su M dan a un mar
rizándose con oes jubilosas
anunciando entretiempos de soñar
zigzagueos de amor entre las cosas

abre la i lo que la ele lanza
con lucidez que a la mirada inunda
“oh luna cuánto abril” es su semblanza
la primavera en sí su reino funda

llega la lluvia sacudiendo el rayo
como una forma natural del arte
la tarde azul deja de ser ensayo
la flor toma el poder y lo reparte

ah junio amigo de la poesía
con tus letras no he de jugar ("perdona
llamas al viento, nieve a la memoria")
y si pudiera "clámide" diría

el ser solar avanza a los umbrales
de la maduración de los colores
en las umbrías úes coloniales
como en la plaza de los resplandores

agosto al gusto ya lo agosta intacto
en la encendida miel del fruto abierto
fosco el mirar de tan radiante tacto
dormido el corazón de tan despierto

empieza a dispersarse la dulzura
en las sierpes nubosas del ocaso
secreto tinte vagamente dura 
la noche extiende de rocío el brazo

"escalando sereno las ventanas"
octubre encubre del ciclón el rosa
que lo circunda con extrañas ganas
de ser halo fatal o faz furiosa

no vi su nombre no sentí su sombra
sino de vuelo en tránsito en andenes
como aquél de mi infancia que se asombra
porque siguen silbando aquellos trenes

sensación de llegar -honda familia
callada eternidad cada momento
sabores del hogar en la vigilia-– 
ya 2todo el tiempo" un solo nacimiento.

27 de marzo 1999



La voz arrasadora


Esta es la voz de un contemplativo, no de un hombre de acción.
Ambas razas, las únicas que realmente existen, se miran con
            recelo.
Es verdad que ha habido gloriosas excepciones, aunque bien
mirarlos los rostros, bien oídas las voces,
la sagrada diferencia se mantiene se mantiene, y aún se torna
            trágica.
Pero el contemplativo entiende y muchas veces ama el rayo de la
            acción. Casi nunca lo contrario ocurre.

Esta es la voz absorta de un oscuro, de un oculto, que ha tenido
            peregrinas ambiciones.

Enumerarlas seria realizar un inventario del delirio.

Baste decir que ha querido romper los límites del fuego en las
            palabras

y ha vuelto al círculo del hogar con un puñado de cenizas.

No, sin dudas no lo comprenderéis, salvo los que sois del
            indecible oficio.

Estos hombres se alimentan de lo que hacen; hasta sus sueños y
            sus fantasmagorias son quehaceres, hechos.

¿Como entender a uno que no ha poseído nunca nada; que no ha
            tocado una cosa desnuda de alusión;

que sólo vive y muere en el mundo de lo otro, en el inalcansable
            reino de las transposiciones:

a uno que, de pronto, necesita escribir, cómo se necesita la
            comida o la mujer?

Su Suerte es dura, extraña, también irrenunciable. Y sin embargo
o por lo mismo, ya no me preguntéis,

cada vez que oye la voz arrasadora de la vida, arroja su
            fantástico tesoro

y sale cantando y llorando y resplandeciendo, y va silencioso a
ocupar el puesto que le asignan.

Marzo de 1960

Noche de Rosario


Intentemos 
lo inaudito, la derrota, 
la arrebatadora, serenísima 
catástrofe 
de lo que no puede ser. 

El ser de aquella noche 
más allá de las imágenes, 
en la carne viva de si misma, 
añora equivalencias 
que no están ni en mis poderes más recónditos. 

No están, pero no estar es algo 
semejante a los ojos más vehementes, 
como los de aquella delicada, 
con realeza joven, 
grave judía en qué espinares.

Atacar por una 
de las figuras de la noche 
con la precipitación del mar, alivia 
el desértico fuego de que no 
hay senda para llegar a ello. 

¿Qué es ello, le pregunto al humo 
a la candela, al sabio 
sabor que se me va amargando 
a la par que crece la ceniza, 
marea en sí vistosa de algún oro? 

Es sólo así, juntando puntas 
de una incandescencia que sonríe 
indescifrables bordes, como alcanzo 
a divisar lo que no fue, 
por las fervientes calles de Rosario.

Decir ¿qué es? Allí nacía 
lo que conozco a borbotones 
cuando la sed despierta su bebida, 
el hambre su alimento, 
la luz su fuego. 

Eran jóvenes, sí, con el murmullo 
de una conversación americana 
en la noche del Sur, cosa que brilla 
como la plata al fondo de la pena, 
y ofrece copas, risas. 

Risas, si esta palabra 
pudiera deletrearse como estrellas 
y masticarse como el pan 
de la menesterosidad de aquellos 
sentados a la mesa de las bodas. 

Mesa, banquete, lujo 
del ser cuando se reconoce 
incapaz de conocerse, a punto 
de lo saciado eterno en el efímero 
resplandor de los comunicantes. 

¿Efímeros, aquéllos? Las miradas 
llegaron a ordenarse en una esquina 
de una alta madrugada. Pocos 
quedamos, fuimos, solos. Éramos 
todos. No hubo ausentes. 

Y ardía la promesa del pobre ser, 
casi innombrable.




Palabras a la aridez


No hay deseos ni dones 
que puedan aplacarte. 
Acaso tú no pidas (como la sed 
o el amor) ser aplacada. La compañía 
no es tu reverso arrebatador, donde tus rayos, 
que se alargan asimétricos y ávidos 
por la playa sola, girasen melodiosamente 
como las imantadas puntas de la soledad 
cuando su centro es tocado. Tú no giras 
ni quieres cantar, aunque tu boca 
de pronto es forzada a decir algo, 
a dar una opinión sobre los árboles, a entonar en la brisa 
que levemente estremece su grandioso silencio, 
una canción perdida, imposible, como si fueras 
la soledad, o el amor, o la sed. Pero la piedra 
tirada en el fondo del pozo seco, no gira 
ni canta; solamente a veces, cuando la luna baña los siglos, 
echa un pequeño destello como unos ojos que se abrieran 
cargados de lágrimas. 

Tampoco eres
una palabra, ni tu vacío quiere ser llenado
con palabras, por más que a ratos ellas
amen tus guiños lívidos, se enciendan como espinas
en un desértico fuego,
quieran ser el árbol fulminado,
la desolación del horno, el fortín hosco y puro.
No, yo conozco
tus huraños deseos, tus disfraces. No he de confundirte
con los jardines de piedras ni los festivales
sin fin de la palabra. No la injurio por eso. Pero tú no eres ella,
sino algo que la palabra no conoce, 
y aunque de ti se sirva, como ahora, en mí, para aliviar 
el peso de los días, tú le vuelves la espalda, 
le das el pecho amargo, la miras como a extraña, la atraviesas 
sin saber su consistencia ni su gloria. La vacías. 
No se puede decir lo que tú haces 
porque tu esencia no es decir ni hacer. Antigua, 
estás, al fondo, y yo te miro. 

Todo lo que existe pide algo. 
La mano suplicante es la sustancia de los soles 
y las bestias; y de la criatura que en el medio 
es el mayor escándalo. Sólo tú, 
aridez, 
no avanzas ni retrocedes, 
no subes ni bajas, 
no pides ni das, piedra calcinada, 
hoguera en la luz del mediodía, 
espina partida, 
montón de cal que vi de niño 
reverberando en el vacío de la finca, 
velándome la vida, fondo de mi alma, ardiendo siempre, 
diurna, pálida, implacable, 
al final de todo. 

Y no hay reposo para ti, 
única almohada 
donde puede mi cabeza reposar. Y yo me vuelvo 
de las alucinantes esperanzas 
que son una sola, 
de los actos infinitos del amor 
que son uno solo, 
de las velocísimas palabras devorándome 
que son una sola, 
despegado eternamente de mí mismo, 
a tu seno indecible, ignorándolo todo, 
a tu rostro sin rasgos, a tu salvaje flor, 
amada mía. 




Preludios


1
Al despertar el primer gesto es para ti,
oh voluptuosidad perdida,
sacando de la luna y de los muros que se unen
como la flauta silenciosa del bastardo,
en las hojas lejanas una sílaba intacta.

Una hoja soplando su ventura
en el peso de la noche que desprende los espacios
como la sal de su cuerpo el que mira al horizonte,
y allí la renuncia de los días más amados
cayendo hacia el espejo donde el viento no se oye.

Los amantes aún dormidos como astros
que pierden los poderes de la duda
y se vuelven un lúcido paisaje testifican
el abandono de los sitios de dulzura, la paciencia
tirada junto al mar como un escombro.

Yo pregunto por ti,
oh voluptuosidad perdida,
y es la piedra de esplendores insaciables
lo que toca mi paladar como si yo me uniera
con el blancor del ave que remonta.

2
¿Cómo empezar, olvido, si el ave no ha empezado?
¡Rompe los textos silenciosos de la brisa,
la nieve de la noche cuando el cuerpo desnudo se le escapa
y amanece otra tela resonando en otra playa!
¿Cómo nombrar la vida con el humo,
la sangre con la calma vacía de los vastos almacenes
o con la humedad rosada que era la noche de la luz?

¡Rompe la piedra salvaje para mi tacto,
la risa del salado amanecer para mi vida
de lentitud igual a la celeridad del fuego!

¿Dónde ceñir el frenesí desierto
y los hogares a lo largo de la costa pálida mordidos
por una bestia más tranquila que la noche?
¿Cómo empezar, olvido, si tú jamás acabas?

3
Lejos están las chozas de los pescadores con las mujeres 
            grandes y pálidas
oyendo el chasquido de las olas como un ángel enmascarado.
Sus conversaciones se mezclan a los alimentos de cocción 
            clara y sumisa,
los niños juegan en las rocas, junto a las aves salvajes y el 
            firmamento vacío.

Más rápido que el tiburón lejano, más dulce que la luz en las 
            islas felices,
un desconocido como el cuerpo abre su idioma para ver
el paso de la mañana ondeante sobre las piedras rojas y oscuras.

4
Allí donde la vida es la palabra ya en desuso,
la palabra del detritus y el silencio
que olfatean los perros, que desuella la luz
sentenciosa y delirante como ultrajada madre;
allí donde maduro el arlequín
disfrazado de tiempo y de mendigo
mira al caballo que resbala en la calle húmeda, sonríe
vagamente al nacimiento de un sonido
que es el sol de los ancianos,
yo miraba el arco de la medialuna y repetía:
voy a morir como la flor.

El mar a lo lejos aún suspira
fatigosamente incorporándose y cayendo en la penumbra.
Y el rosa desabrido que levanta
una página delgada y polvorienta en la memoria,
velado y hosco el mediodía, remolino de su bestia pura,
las tardes de redes y de viento como flor de espacio,
aún me imponen la dulzura de sentir 
la palabra del escándalo saliendo de las últimas bujías
que batallan con la respiración del tiempo entre las rocas.

«Voy a oír como la flor», y contemplaba
las desérticas mujeres que barren y resisten
hasta que sus ojos alcanzan el esplendor de la luna
y un carruaje silencioso rompe ante sus labios la ciudad
            remota

5
Más rápido que yo mi sueño avanza
como el río cuya lentitud era la vida.

Está el abrupto atardecer fijo en mis ojos
con ese arabesco en el vacío hiriente
de las nubes borrascosas y rosadas que se rompen,
con ese voluptuoso arder de la ignominia en la dulzura
que me atraviesa disfrazado de mujer y ave.

Pero el sueño se detiene un instante desgarrador en otro 
            mundo
y canta como la luz, más desierta que el tiempo.

«Abridme las puertas de los días quemados
para que al fin yo estruje la rosa salvaje en el patio marino,
para que al fin yo atraviese una calle baldía del mundo
y conozca la playa infernal donde un niño está cazando,
con un hilo imposible, soledades, cangrejos.»

6
Estalla la ola en arrecife
que sale de la noche como deslumbrante sílaba
de la palabra que me apresa. El tiempo
de la flor está pasando
en el hogar cerrado, en la mansión vacía
de memoria.

¿Qué palabras,
qué vírgenes de sueño y de sonido
resistirían el contacto de una gota de este mar
o el soplo del espacio despertado? ¿Qué argumento 
-aun aquél, ilegible, con que el hombre
quema la eternidad de su deseo en una calle
fabulosa, mordida por la nada- y el escándalo en sus ojos
le deslumbra la historia?

Mi soledad entretejida
por el iris fugaz del imposible
con la gloria de las bestias absolutas en el agua y en el viento,
abre el frío desierto de los nombres.

Afuera está el tesoro, vivas alas de olvido,
fauces totales de la lejanía.

El tiempo
de la flor está pasando; la ola estalla,
otra vez, en lo oscuro.



El aire


Estoy despierto, sí, estoy mirando 
fríamente algunas cosas 
que van dejando ya de ser secretas. 
Están ahí, como los árboles 
en el desnudo aire. Sí, estoy despierto. 
Hasta la casa de mi infancia es de los otros: 
la han pintado de un color chillón, 
entran y salen por los cuartos de mi alma, 
hablando de otro asunto. La luz invade el patio 
de mis ocultas nadas. También miro 
con deseo ese rostro que es ninguno 
y que viene como un ave malherida 
de los que sufren y sonríen. 
¡Oh pueblo innumerable! Estoy despierto. 
Estoy mirando el polvo bañado por la luz, 
las tinieblas disueltas en el aire 
cuando empieza a dibujarse la verdad: 
el árbol, la alegría, el sacrificio. 
Y sé que aún tengo más recuerdos en la sangre 
de los que puedo recordar, y más olvido 
del que puede olvidarse en este mundo. 
Pero qué importa, al fin, si la mitad 
de aquella vida se me desprende y cae, 
si tanto sueño, al fin, ha despertado, 
si no hay sitio que no me esté mirando 
ni instante en que el azar no me visite. 
Quiero ser como tú, ¡oh rostro de los pobres!, 
misterio del dolor y la sonrisa, porque el aire, 
el simple aire límpido y vacío, 
llenará nuestras voces y esperanzas.





 A la Poesía


¿Vienes menos cada vez,
huyes de mí,
o es que estamos entrando en tu silencio
?el pedregal, la luz?
y ya tenemos poco que decirnos?
Pero ese poco,
¿lo diremos nunca?
pero ese poco, ¿qué es?
¿Será el alimento de los ángeles,
lo que le falta al sol,
la muerte?
No digas nada tú. Cada palabra
de tu boca es demasiado hermosa.
No puedo resistirla ya,
aunque todo mi ser quiere comerla,
y de esa hambre vivo aún. Dí
la nada que estoy acostumbrado a ver
en el pálido fulgor de la sequía,
en la brasa del deseo, allí
donde la amarga mar que adoro empieza.
Dí su mezcla con todo, en que he gozado.
La memoria
guarda trenes enteros, encendidos,
silbando por lo oscuro. No me sirven.
Mañana del ayer, una candela al mediodía
se me parece más: en ella escribo
letras para el aniversario
de mi expulsión del texto que ahora miro,
incomprensible. ¿Tú eras mi madre, entonces?
¿Tú, que ahora vienes, como el alba,
llena de lágrimas? ¡Oh materia,
templo! Haber nacido es no poder entrar en ti.
Déjame verte por el lado de la historia,
que busca también un paraíso,
pues tu nombre es justicia, noche
de aquel niño.
¿Qué está pasando ahora que los músicos
acabaron de tocar aquel danzón terrible?
Mi vida vuelve a ser el arenal de hueso
donde salí del libro, ay, sellado. ¿Y tú,
serás mi hija?
¿Y tú, serás mi patria que no terminaré de ver?
¿Dirás lo que dijiste aquella noche,
cuando la finca empezaba a ser el paraíso
entrando en el futuro de los naranjales,
bajo la risa de las estrellas?
Lo poco, ¿es ya el tesoro?
Lo poco que nos falta, ¿es ya lo inmenso?
Tanto tiempo expulsado de tu vientre
apenas pesa como un ave en el silencio.
Dame tu mano. Ayúdame a llegar.


La Sala del Pobre



La sala del pobre gigantesca, nocturna y decorada
por manos tan seniles que ya tocan el brocado persa del
serafín
dilucida mi pecho minuciosamente, abre su diálogo
como tristes fauces.

Allí los mechones grises y los lazos de luna y cenefa
indeleblemente cantan la majestad del rayo, allí la efigie
del difunto
liga el marchito abalorio a la oreja, el corazón a su
canosa lámpara.

Investidura que para mí suplico! La sala del pobre es un
verso tan maduro,
es una voz tan callada y expresada que agota la alegría,
que deshace mi pobreza en augustas cretonas de un
helor divino.



 Sellada Vigilia





I


En aquella ciudad morada y mustia
los mulos del carbón, los níveos pescadores
escanciaban la forma serena de mi angustia,
iniciaron el fúnebre ajedrez de sus rumores.

Era mi vida un sueño confuso de hondos seres,
los ojos inflexibles de ilusión se me abrían
a beberle a las cosas sus graves menesteres.
La llovizna el cine y el perro me influían.

Es dulce y es infausto por la calle de olvido
caminar ciertas noches a mi trémulo puente,
arpa de nube y viento en la velada oscura.

Y escuchar a lo lejos el piano detenido,
los mágicos hogares de frenesí latente
calándome los huesos con su vaga locura.


II


Que yo estaré soñando, dormido centinela
de una tarde profunda en olor a lejanía,
ojo de extraña tribu, puso de esta sequía
que me nace del tiempo y en lo infinito vela.

Qué se oirá de mi boca que no sea lectura,
triste cancion mezclada por las nubes y el hombre;
quién podrá distinguir de mi sonido el nombre
con que me llama Dios a beber su dulzura.

Soy como el trueno antiguo, confuso y elocuente,
que de pronto escuchaba en la sola arboleda,
íntima ya de astros y olvidada familia.

Las tardes superponen su texto transparente.
¡Quién sabrá lo que pido si mi corazón queda
delirante y remoto en sellada vigilia!

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