(12 de mayo de 1902, Juticalpa, Honduras - 1991, Tegucigalpa, Honduras)
Amor salvaje
Amor salvaje.
¡Qué bien estás,
desgarrándome toda!
Amor salvaje.
¡Qué bien estás,
amenazando mi vida!
Amor salvaje.
Qué bien estás,
contenido en lo inexplicable.
¡Qué bien estás,
desgarrándome toda!
Amor salvaje.
¡Qué bien estás,
amenazando mi vida!
Amor salvaje.
Qué bien estás,
contenido en lo inexplicable.
El Regalo
Quisiera regalarte un pedazo de mi falda,
hoy florecida como la primavera.
Un relámpago de color que detuviera tus ojos en mi talle
- brazo de mar de olas inasibles -
la ebriedad de mis pies frutales
con sus pasos sin tiempo.
La raíz de mi tobillo con su
eterno verdor,
el testimonio de una mirada que te dejara en el espejo
como arquetipo de lo eterno.
La voluble belleza de mi rostro, tan cerca de morir a cada instante
a fuerza de vivir apresurada.
La sombra de mi errante cuerpo
detenida en la propia esquina de tu casa.
El abejeante sueño de mis pupilas
cuando resbalan hasta tu frente.
La hermosura de mi cara
en una doncellez de celajes.
La ribera de mi aniñada voz con tu sombra de increíble tamaño,
y el ileso lenguaje que no maltrata la palabra.
Mi alborozo de niña que vive el desabrigo
para que tú la cubras con la armadura de tu pecho.
O con la mano aérea del que va de viaje
porque su sangre submarina jamás se detiene.
La fiebre de mis noches con duendes y fantasmas
y la virginal lluvia del río más oculto.
Que a nivel del aire, de la tierra y el fuego,
el vientre como abanico despliega.
La espalda donde bordas tus manos
hinchadas de oleaje, de nubes y de dicha.
La pasión con que desgarras
en el lecho del mismo torrente inabarcable
como si el mismo corazón se te hiciera líquido
y escapara de tu boca como un mar sediento.
El manojo de mis pies
despiertos andando sobre el césped.
Como si trémulos esperaran la inexpresada cita
donde sólo por el silencio quedaron las cadenas rotas.
Y en tus dedos apresado el apremio de la vida
que en libertad dejó tu sangre,
aunque con su cascada, con su racha,
los árboles del deshielo, algo de ti mismo destrozaran.
La cabellera que brota del aire
en líquidas miniaturas irrompibles
para que tus manos indemnes hagan nido
como en el sexo mismo de una rosa estremecida.
La entraña donde te sumerges como buscando estrellas enterradas
o el sabor a polvo que hará fértiles nuestros huesos.
La boca que te muerde
como si paladeara ríos de aromas;
o hincándote los dientes
matizara la vida con la muerte.
El tálamo en que mides mi cintura
en suave supervivencia intransitiva,
en viaje por la espuma difundido
o por la sangre encendida humanizado
el mundo en que vivo
estremecida de gestaciones inagotables.
El minuto que me unge de auroras
o de iridiscencias indescriptibles.
Como si a ritmo de tu efluvio soberano
salvaras el instante de miel inadvertida;
O dejaras en el mágico horizonte de luces apagadas
el tiempo desmedido y remedido.
En que apresados quedaran los sentidos
y al fin ya sin idioma, desnudos totalmente.
Como si ensayando el vuelo se quemaran las alas
o por tener cicatrices se extenuaran los brazos.
La piel que me viste, me contiene y resuma,
la que ata y desata mis ramajes.
La que te abre la blanca residencia de mi cuerpo
y te entrega su más íntimo secreto.
Mi vena, llaga viva, casi quemadura,
huella del fuego que me devora.
El nombre con que te llamo
para que seas el bienvenido.
El rostro que nace con la aurora
y se custodia de ángeles en la noche.
El pecho con que suspiro, el latido,
el tic-tac entrañable que ilumina tu llegada.
La sábana que te envuelve en tus horas de vigilia
y te deja cautivo en él, duerme, sueño del amor.
Árbol de mi esqueleto
hasta con sus mínimas bisagras.
El recinto sombrío
de mis fémures extendidos.
La morada de mi cráneo, desgarrado lamento,
pequeña molécula de carne jamás humillada.
El orgullo sostenido de mis huesos
al que hasta con las uñas me aferro.
Mi canto perenne y obstinado
que en morada de lucha y esperanza defiendo.
La intemporal casa
que mi polvo amoroso te va ofreciendo.
El nivel del quebranto
o la herida que conmigo pudo haber terminado.
El llanto que me ha lavado
y que este pequeño cuerpo ha trascendido.
Mi sombra tendida
a merced de tu recuerdo.
La aguja imantada
con su impensable polen y sus rojas brasas.
Mi gris existencia
con su primera mortaja
Mi muerte
con su pequeña eternidad.
hoy florecida como la primavera.
Un relámpago de color que detuviera tus ojos en mi talle
- brazo de mar de olas inasibles -
la ebriedad de mis pies frutales
con sus pasos sin tiempo.
La raíz de mi tobillo con su
eterno verdor,
el testimonio de una mirada que te dejara en el espejo
como arquetipo de lo eterno.
La voluble belleza de mi rostro, tan cerca de morir a cada instante
a fuerza de vivir apresurada.
La sombra de mi errante cuerpo
detenida en la propia esquina de tu casa.
El abejeante sueño de mis pupilas
cuando resbalan hasta tu frente.
La hermosura de mi cara
en una doncellez de celajes.
La ribera de mi aniñada voz con tu sombra de increíble tamaño,
y el ileso lenguaje que no maltrata la palabra.
Mi alborozo de niña que vive el desabrigo
para que tú la cubras con la armadura de tu pecho.
O con la mano aérea del que va de viaje
porque su sangre submarina jamás se detiene.
La fiebre de mis noches con duendes y fantasmas
y la virginal lluvia del río más oculto.
Que a nivel del aire, de la tierra y el fuego,
el vientre como abanico despliega.
La espalda donde bordas tus manos
hinchadas de oleaje, de nubes y de dicha.
La pasión con que desgarras
en el lecho del mismo torrente inabarcable
como si el mismo corazón se te hiciera líquido
y escapara de tu boca como un mar sediento.
El manojo de mis pies
despiertos andando sobre el césped.
Como si trémulos esperaran la inexpresada cita
donde sólo por el silencio quedaron las cadenas rotas.
Y en tus dedos apresado el apremio de la vida
que en libertad dejó tu sangre,
aunque con su cascada, con su racha,
los árboles del deshielo, algo de ti mismo destrozaran.
La cabellera que brota del aire
en líquidas miniaturas irrompibles
para que tus manos indemnes hagan nido
como en el sexo mismo de una rosa estremecida.
La entraña donde te sumerges como buscando estrellas enterradas
o el sabor a polvo que hará fértiles nuestros huesos.
La boca que te muerde
como si paladeara ríos de aromas;
o hincándote los dientes
matizara la vida con la muerte.
El tálamo en que mides mi cintura
en suave supervivencia intransitiva,
en viaje por la espuma difundido
o por la sangre encendida humanizado
el mundo en que vivo
estremecida de gestaciones inagotables.
El minuto que me unge de auroras
o de iridiscencias indescriptibles.
Como si a ritmo de tu efluvio soberano
salvaras el instante de miel inadvertida;
O dejaras en el mágico horizonte de luces apagadas
el tiempo desmedido y remedido.
En que apresados quedaran los sentidos
y al fin ya sin idioma, desnudos totalmente.
Como si ensayando el vuelo se quemaran las alas
o por tener cicatrices se extenuaran los brazos.
La piel que me viste, me contiene y resuma,
la que ata y desata mis ramajes.
La que te abre la blanca residencia de mi cuerpo
y te entrega su más íntimo secreto.
Mi vena, llaga viva, casi quemadura,
huella del fuego que me devora.
El nombre con que te llamo
para que seas el bienvenido.
El rostro que nace con la aurora
y se custodia de ángeles en la noche.
El pecho con que suspiro, el latido,
el tic-tac entrañable que ilumina tu llegada.
La sábana que te envuelve en tus horas de vigilia
y te deja cautivo en él, duerme, sueño del amor.
Árbol de mi esqueleto
hasta con sus mínimas bisagras.
El recinto sombrío
de mis fémures extendidos.
La morada de mi cráneo, desgarrado lamento,
pequeña molécula de carne jamás humillada.
El orgullo sostenido de mis huesos
al que hasta con las uñas me aferro.
Mi canto perenne y obstinado
que en morada de lucha y esperanza defiendo.
La intemporal casa
que mi polvo amoroso te va ofreciendo.
El nivel del quebranto
o la herida que conmigo pudo haber terminado.
El llanto que me ha lavado
y que este pequeño cuerpo ha trascendido.
Mi sombra tendida
a merced de tu recuerdo.
La aguja imantada
con su impensable polen y sus rojas brasas.
Mi gris existencia
con su primera mortaja
Mi muerte
con su pequeña eternidad.
El grito
Enfilada y firme
espero la hora
que desamarre todos los obstáculos
y me aviente a los mares de la lucha
con la alegre capacidad
del que desafiando la muerte
vence a la vida!
Yo era
una desesperada mariposa
aprisionada en las paredes
de las horas inútiles.
Pero el nuevo grito
llegó por fin a mis oídos
y yo le he abierto los brazos
como a un horizonte de luz
que me señalara
el único puerto de esperanza!
¡Alegría! De los gritos apiñados.
¡Alegría! Del dolor que florece.
¡Alegría! De mis brazos tendidos
al nuevo grito del mundo.
Una obra muerta
Yo no bajaré a la tumba convertida en harapo,
ni un sólo diente de mi boca se ha caído.
Las carnes en mi cuerpo tienen su forma intacta
y ágil en su tallo se yergue la cabeza.
yo iré a la muerte pero con el labio fresco,
con voz firme y clara responderé a la llamada.
Yo sé que están contados los minutos de la vida
y que jamás el destino su sentencia retrasa.
Sobresalto no tengo por entrar a la sombra,
nadie quiero que venga por mi muerte a llorar,
la espuma de mi sangre como aceite se acaba
y para ése instante a todos sólo pido silencio.
No quiero que ya muerta peinen mi cabello
ni que las manos juntas pongan en mi pecho,
quiero que me dejen así como me quede
y así en la tierra abierta me vayan a dejar.
No quiero que me vistan, ni que me ultrajen muerta,
estando con migo los que nunca estuvieron.
Compañeros sinceros, lo que siempre tuve,
sólo esos que se encarguen de irme a enterrar.
Tampoco quiero seña, ni que una cruz me pongan,
no quiero para mí nada que los pobres no tengan.
Pues aún después de muerta, mi puño estará cerrado
y en el viento mi nombre será como bandera.
CRECIENDO CON LA HIERBA
I
Pudo ser.
pero estaba la espina,
eterna enemiga de la rosa.
Y sola, sin orillas,
la perdida corola de mi sueño.
Y fue.
En aquel pliegue triste
de mi sangre
donde, pálida quedó la sonrisa
que se hizo hielo
sobre su pecho ausente.
Obediente la rosa a su destino,
tuvo que ir mostrando
el candor de su rostro.
Te quemará el amor los huesos.
Niña del Aire!
Paloma del amanecer!
Ya que sólo en la sangre despierta
estará el germen creador defendido.
No caerá por eso
la estrella de tu mano.
Ligaduras humanas no detienen
tu rostro, ya salvado en mil edades.
Esbelta, en tu talle de ángel,
un río es la sangre de tus venas.
Agua que trae y que lleva
la quebrada raíz de la sombra.
Tus dedos nunca sabrán
rescatar el ademán que va perdido.
¿Qué semilla no encontró surco en tu mano,
ni inmaculado nido
en el hueco de tu rodilla?
Ningún camino aparta al cielo de su cielo.
Todo te alza a la altura de tu llaga.
Conmigo. Contigo. Sola.
Atada va la sangre
a raíces que no entiende.
II
Ya ves cómo
mi pecho ilumina
una verdad tremenda.
Los ángeles que pasean por mi sangre
son ángeles rebeldes.
Y me humilla tu rostro atado
y tu corazón cerrado
por un mandato de siervos.
Cuando yo oí me dijeron:
Pequeña: No le niegues al amor tu cara.
Sólo así tu flor tendrá polen
y flotará libre,
goteando muchedumbres,
tu cara creciendo con la hierba.
Distintos son los rumbos de la carne
y sólo el viento salvará
a tu pie, que en la ceniza
quedó extraviado. . .
Criatura de mi amor!
Sólo cuando el fuego
te lleve hasta mi grito,
recuperarás intacta
la espiga que dentro
de tu piel madura.
Fuera necesario morirme y no quererte.
Golpearme la espalda
y atar mi lengua
para no decirte
que están llorando en ti los brotes
y detenidos los arroyos,
porque le niegas al surco
lo que es del surco.
III
Me oyes!
¿Me estás oyendo lo que te digo yo?
La que quisiera detener el canto
y dejar que la muerte decorara
hasta mi desnudo vientre.
Antes de mirarte de tan lejos,
desde donde
hay un planeta que se quiebra
entre mis dedos.
Y no pude decirte más.
Me dolían todas mis marcas.
Y sin saberlo, empecé a despedirme,
a despegarme
de los resabios de mis pies,
por tus mismas palabras.
De repente, algo fue distinto.
Ni tú te llamaste tú
ni yo me llamaba yo.
El barro crecido
nos unía y separaba
en mil anillos
de diferente edad.
Hubiera querido amarrarme a ti
y no preguntarte nada.
Dejar inconclusa
la vid que conmigo crece.
Pero había, entre nosotros dos,
una espada arisca,
que no me lo permitió!
La palabra iba suelta
en el aire,
indestructible
dentro de mi llanto.
Es tan fácil herirme,
que un pequeño ruido
de cristal lo logra.
Basta que tu inmóvil
faz se mueva.
Y no me sientas subir,
estremecerme
con los ojos cerrados.
Reemplazar quisiera esta sangre
por otra sangre que te tocara las raíces,
y te dejara desnudo mi ramo de huesos
limpios
de todo lo que no fuera
una inocente corteza
que acatara tu latido.
IV
Despacio,
que está madurándose
la criatura de espuma
que se queja en mi entraña.
Copo a copo
voy cubriendo
de alta atmósfera
lo que vivirá,
aún detrás de la muerte.
La urgencia de mi paso
es un puro símbolo
-nada es mío-
una flecha me curva
dentro de tu amor.
¿No sientes deshojarse
pétalos dentro de mis sienes?
¿No sientes que mis manos
te adelantan la rosa,
el aroma y el tacto?
Y que mi sueño
es una arteria abierta
que calcina al gusano.
Y que precisas otro nombre
para encontrarte
con la sonrisa
de tu primer niñez.
Era eso lo que me faltaba decirte,
antes que tu amor
la boca me consuma.
Hablarte
de este doble vivir
en la noche y la trasnoche
de una sollozante bruma.
Nunca esperes que te traiga
una espina en la mano.
Para venir y para buscarte,
ya había dejado
todos los abrojos.
Flota en la luz de mi relámpago!
No olvides
que el paso frágil
de un milagro rápido huye.
Y que la vida que te pido,
no es tu vida,
sino que la copiosa,
inagotable.
La inmortal vida.
Buscando
voy dentro de tu fondo
al árbol que te viste
y te abraza y te estrecha.
y tal vez hasta te separa
de tu mejor forma.
V
Cuántas veces
he estado
de ti separada,
dormida
en tu mejor agua.
Intacta detrás de ti,
contigo en la ausencia.
Y mi voz,
la que nunca antes oyera,
te hablaba
de cosas interpuestas
que mis quebrantados ojos
nunca vieron.
Y desde entonces
estuve segura
de que vendría un día
en que viéndome a los ojos
encontraras en mis pupilas
una flor enloquecida.
Quítala del espejo,
me dirías.
Transforma tu tamaño,
te ahoga el rostro
y te pierde en su vigilia.
En tal forma desmesurada,
te verás custodiando
olas en mi frente.
Echa tu raíz atrás!
Ensancha tu mundo!
Percibe la agonía
y la congoja.
Que acaso
con el beso y el beso,
lleguemos a conquistar
nuestro carmen florido.
Palabras encendidas
nos están despertando
No podemos quedar solos,
tardar, estar inmóviles
dentro de esta
porfiada penumbra.
El alba que va suelta
dentro de la carne
nos está gritando,
que nuestra médula
arrastra un fulgor nuevo
para la espiga sometida.
Yo sé que no es mía
la pauta que te voy dando,
ni es mío el luto,
ni la sal ni la ceniza.
Que hay una conexa ternura
en mi dócil tallo,
que busca en ti su equilibrio
para encontrarse.
Sin contorno,
en tu inagotable azul,
alcanzo una resurrección
grácil para la vida.
Tal vez
porque ha podido llegar a descubrir
que los esfenoides del cuerpo
no son lo más importante.
Que hay una esparcida vida
mordida por agudos puñales
que debemos liberar.
Y con esta honrada visión
y esta ganada excelsitud,
quedamos enlazados,
ya no en una interrogación,
ni en una aventura,
ni en ninguna elástica posición.
Sino dueños absolutos
de una verdad
que saltaba del pecho al cielo
y del cielo al pecho,
como un auténtico mundo
libre y sin riberas.
VI
De tu lecho tibio
me incorporo,
cantando.
Con un sentido radiante
del Universo
y del amor.
Nada golpea mi frente
ni mis ojos!
Estoy segura del tamaño
de mis sueños
y los agito con alegría.
Qué ternura la de tu regazo!
Madurar vi en ella
todos mis frutos.
Y en este primer día
qué livianos tus párpados
encima de los ojos.
Para mi propia
ingenua alegría.
Te decía y te volvía a decir:
Cierra los ojos!
qué limpios
los estoy mirando.
Cuelgan gotas de rocío
de tus pestañas.
Estás,
como en el primer despertar,
nuevo en el tiempo.
Estrenas el equilibrio
de un exacto ardor,
que no quita a la rosa
ni su armonía
ni su nostalgia.
Tendría que haberte amado
y escuchado
en todas tus voces.
Como si dentro del cuerpo
hubieras dejado un hijo
y estuviera todavía. . .
Que para quererte
ya estaba despierta,
mi rostro levantado
podría ofrecerte
con sostenida miel.
Y además,
sabía
que vestida de azahar,
de sangre o de arena,
el pudor de mi trébol
no se discute.
Habitar puedo en ti
con inalterable fe.
En el viento o en el agua
saltar como pez.
Juntos ya, sin nieblas,
Todo esto lo comprendo
con más suave cariño,
haciendo más pequeño
mi cuerpo en tu recuerdo.
Pero si no has podido llegar
y el paso de tu estrella
está indeciso.
Para que me oyeras,
tendría que vestirme
de novia nuevamente.
Tendría que iluminar
los rincones
y encontrar los vestidos
donde dejan el musgo
los olvidos.
Ni así. Pezuña de ceniza
apagaría mi frenesí.
Y nunca
llegaríamos al astro.
Tienes que despertar.
Levantar a tu esqueleto
del sueño.
Dejarte desnudo,
voluntario,
distinto.
No puedes esperar
a que te coman
los ojos
las hormigas.
Cómo dormir
en los vacíos lechos,
cuando hay una queja
y un abierto costado
que reclama la sangre.
Naciendo estoy,
visiblemente,
y trepándome van criaturas
ángeles y semillas
VII
Antes,
en nuestro día
era yo sólo una.
sin pensar que el amor
es una cruz
y lastima.
Estar en tu pasado,
recordar tu presencia
y hasta tu imposible presencia.
Andar tus inviernos
empezando siempre.
Someter al tiempo
a que rompa sus cifras,
hasta que logre entregarnos
un mar sin fatigas.
Sólo así,
a orillas de la vida
que busca jubilosa
algo duradero.
Empezaremos.
A ser felices,
a quererlo ser.
Asumiendo el deber
de que sólo
por un camino humano
se puede ser feliz.
Sin lo estéril
de la desigual
solitaria felicidad,
VIII
Amigo, tal vez digas:
tu corazón, para quererme,
no está en su sitio.
Es más ancho,
más puerto,
más alba sin frontera.
Oyendo está la queja
de los hombres
y por sus urgentes ansias
por ser libres.
Hoy saben que los hombres,
si sufren y trabajan
estrujados y agónicos,
es por tener su vida
y por amarla.
Ahora,
de madres
con el surco
clavado de puñales
y
de niñas que tienen
las manos con espinas
Antes,
en nuestra noche,
era un llanto mi voz
y sólo un llanto.
Hoy,
ya tan cerca del alba,
traigo despiertos ríos
de mujeres que gritan
como yo,
con el aire oxidado
por la salvada orilla,
para la azucena,
y el yermo y el amor.
Mis ruegos se dividen
en vida o muerte jubilosa.
Tú puedes apartar mis rosas,
pero no la encendida
corola de mi sueño,
más grande con la ansia
de otros sueños.
Y tú, dime,
¿estás conmigo
en este círculo de mi sangre,
o me sigues buscando
por la huella
de mis pies hundidos?
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