(31 de agosto de 1894, Nueva York, Nueva York - 22 de enero de 1976, Manhattan, Nueva York, Estados Unidos)
1.
El hombre
muerto yace en la calle.
Extienden
una bolsa sobre su
cabeza
sangrante.
Llovizna. La
cuneta y las aceras
son
negras.Su esposa ahora en la ventana,
la cena
hecha, la mesa puesta,
espera a que
llegue saliendo de lo
mojado.2.
En el puente
de Brooklyn vi a un
hombre
caerse muerto.
No importaba
nada más que si él
fuera un
gorrión.
Sobre
nosotros se alzaba
Manhattan;
por debajo,
el río se extendía para encontrarse con el mar y con el
cielo.
3.
Las
vendedoras se van del trabajo
silenciosamente.
Las máquinas
están quietas, las
mesas y
sillas
se
oscurecen.
Las tandas
silenciosas de ratones y cucarachas comienzan.
4.
Mi trabajo
hecho, me apoyo en el
umbral de la
ventana
mirando los
árboles gotear.
La lluvia
escampó, el pavimento
mojado
brilla.
Desde las
pequeñas ramas
desnudas
hileras de
gotas como relucientes
capullos
cuelgan.
5.
La tarde de
invierno oscurece.
El zapatero
se agacha hacia el
zapato,
su martillo
golpea más rápido.
Una anciana
espera
sobándose el
frío de sus manos.
6.
Moscas
porfiadas zumbando
en la mañana
cuando ella se
despierta.
Los techos
planos, más altos, más
bajos,
chimeneas,
tanques de agua,
cornisas.
7.
El parque en
invierno.
Llueve.
Los olmos se
curvan volviéndose nubes de pequeñas ramitas.
Los céspedes
están vacíos.
8.
Oscuro
temprano y solo el río brilla
como hielo
gris, los barcos atracaron rápidamente.
9.
Los
sándwiches son un asunto
elaborado:
tostada,
tocino, tostada, pollo,
tostada.
Sorbemos
nuestro café mirando a
las mujeres
pintadas
que caminan
velozmente hacia sus
asientos,
serias, despectivas.
10.
No
escuchamos ningún paso en el
pasillo.
Ella llegó
de repente
como un arco iris.
Tomado de:
saludo y despedida
Mientras
esperaba a cruzar la avenida
vi a un
hombre que había ido a la escuela conmigo:
habíamos
sido compañeros
y nos
reconocimos al instante.
«Qué calor,
¿no?», le dije,
como si nos
hubiéramos visto ayer, «lo menos estamos a 95 grados».
«Oh, no»,
respondió, «todavía no he llegado a los noventa y cinco».
Luego sonrió
con tristeza y dijo,
«Sabes,
estoy tan cansado
que por un
momento pensé que te referías a mi edad».
Caminamos
juntos un rato y me preguntó qué estaba haciendo.
Aunque, por
supuesto, no le importaba.
Luego,
educadamente, le pregunté por su vida
y él también
respondió con brevedad.
En la
escalera de entrada al metro me dijo,
«Me da vergüenza
confesarlo,
pero he
olvidado tu nombre».
«Descuida»,
respondí,
«yo también
he olvidado el tuyo».
Al decir
esto nos sonreímos con amargura,
dimos
nuestros nombres, y nos despedimos.
te deum
No son
victorias
lo que
canto,
pues en nada
vencí,
sino el sol
cotidiano,
la brisa,
la holgura
de la primavera.
No
victorias,
sino el
hacer mi labor cotidiana
tan bien
como pudiera;
no estar
arriba en el estrado
sino en la
mesa compartida.
Tomado de:
Mendiga
Cuando yo
tenía cuatro años mi madre me llevó al parque.
El sol
primaveral calentaba poco. La calle estaba casi desierta.
La bruja de
mi libro de cuentos de hadas vino caminando hacia nosotros.
Se detuvo
para pescar algunas uvas mohosas junto al cordón de la vereda.
Escena nocturna
Vi el
cobertizo entre las sombras del patio
y vi la
nieve en su techo:
un brillo
alargado a la luz de la luna.
No podía
descansar ni cerrar los ojos
aun cuando
sabía que a la mañana siguiente
debía
levantarme temprano y reemprender el trabajo,
y
reemprender el trabajo.
Ese día
estaba perdido, ese mes también;
y un año y
otro por lo que sé.
Tomado de:
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