miércoles, 19 de julio de 2017

POEMAS DE EDUARDO CASTILLO

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(5 de febrero de 1889, Zipaquirá - 21 de junio de 1938, Bogotá)

EL HERMAFRODITA


A Samaín

Cabe el sinfónico archipiélago
En donde albean como cisnes
Las islas, sueña el bello andrógino
Enguirnaldado de jazmines.

Vago sopor flota en sus ojos
-crisoberilos increíbles-
Y en su armonioso cuerpo, dúctil
Como el cuerpo de los reptiles.

Sus finos flancos y sus senos
Duros y eréctiles de virgen
Hacen pensar en besos raros
Y en himeneos imposibles.

Monstruo exquisito y sobrehumano
De sangre azul y gracia insigne,
Nació en los cielos superiores
De los arquetipos sutiles.

Perverso hechizo decadente
Hay en sus labios que sonríen
Ambiguos, con sonrisa hermana
De la fatal noche sin límites.

Y en sus cabellos, semejantes
A los racimos de las vides,
Y en su cuerpo de gracia equívoca,
Sus oros trémulos deslíe,

El resplandor del sol pagano,
Que lo engendró, radioso y triste,
De tu espuma de oro, belleza,
Superaguda e inasible.


Soliloquios

I.
Una imagen del pasado
es un pasado sin imagen.
Papá, por ejemplo,
cuando dejó de arreglar el jardín
abandonó accidentalmente sus manos en la tierra.
Meses después,
papá y jardín,
diluyeron fertilidad en las ramitas de un pino
que todavía sobresale frente a la ventana de mi cuarto.
II.
También dejó de arreglar el librero.
Se empolvó el rostro,
no quiso salir los domingos
y destrozó, por accidente,
un sinnúmero de las porcelanas habidas en el repertorio.
Mamá dice
que de eso están hechas sus manos.
III.
Una imagen del pasado
es papá, machete en mano,
dando forma al desértico jardín
que hoy hace las grietas menos tímidas del suelo.

Cualquier vendedor ambulante lo sabe

                               Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
                             Toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte
                                                                                            T.S. Elliot

Una roca
bien acomodada debajo de
dos ladrillos
siempre puede ser
una
linda tabla de surf.
Sabemos todos
cuánto se ignora en
las olas
y esperamos eso
porque
para qué queremos saber más.

Crátilo quiere decir silencio.
Es el silencio conveniente.
Hay que poner en duda
si ese es su nombre
y por qué es ese su nombre.
¿Por qué no mejor Leónidas,
u Owen
quizá mejor Auxiliadora?
Crátilo quiere decir “sí” con un dedo.
Por la tarde yo le digo que le estimo
le digo, te estimo,
te estimo mucho,
quiero ser como tú.
Crátilo quiere decir “no” con un dedo.
Crátilo soy yo
cuando te hablo con los dedos entumidos
y pregunto sin voz frente a la cámara
¿No te gusta más el nombre de
SumisaObedienteEn4?

Caracola


" ¿Sabes? En esta bella caracola
viven los pájaros del mar.
¿Lo dudas? Ponla sobre tu oído.
¡La sentirás cantar!

Aunque tal vez... pudiera ser una guitarra
con un bosque de pinos por garganta.
Pero no... escucha bien,
¡es el mar el que canta! "


El alba y la paloma


" Apenas el alba cae desde la cordillera
la paloma sale del sueño
y esparce su relámpago.

La paloma es una flor
y el alba una gota de agua pura.

Con el lápiz azul de la madrugada
la paloma dibuja su rostro en el agua.

Con el rocío de su cabellera
el alba inscribe su nombre
en las flores.

Después,
cogidas de la mano,
ambas corren a despertar a los niños. "


SENSACIÓN CREPUSCULAR


El alma de la tarde se anuncia en la furtiva
esquila del rebaño que retorna: la laguna
- tal un gran ojo herido por una luz muy viva -
espera el milagroso vendaje de la luna piadosa. 
Bajo el Angelus el valle se apacigua;
la hora, que vestida de seda azul se aleja,
le da al paisaje, donde la lumbre se amortigua,
una dulzura ingenua, como una estampa antigua.
Deja que nos penetre toda esa calama, 
deja que el alma se disperse como un dolor de rosas
en este ambiente tibio de seda extenuada...
Es dulce cuando se ajan las tardes silenciosas
pensar las mismas cosas y no decirse nada.

INTERROGANTE


Hamlet, mi príncipe enlutado
que en tu Elsinor viste una vez 
la airada sombra de tu padre 
sobre una almena aparecer; 
que viste sobre el lago pérfido 
flotar en fúnebre vaivén
el cuerpo inánime de Ofelia, 
y que exploraste lo que fue, 
el grave enigma de la tumba, 
el cómo, el cuándo y el porqué
en la amarilla calavera 
de Yorick, el bufón del rey; 
dime qué existe para el hombre 
después del último después...
Y oigo tu voz que me responde:
-Morir, dormir..., soñar tal vez. 
Yo estoy aún entre las rosas
más fragantes, pero a mis pies 
se alarga ya, como un presagio,
la fosca sombra de un ciprés... 
Oigo a lo lejos las campanas
tristes del Angelus tañer, 
y me invade, trágicamente 
el frío del anochecer... 
Por eso, mi príncipe rubio, 
te interrogo con avidez: 
dime qué existe para el hombre 
después del último después...
y oigo tu voz que me responde: 
-Morir, dormir..., soñar tal vez

ARIETA


Bajo esta noche azul, todas las cosas
Que ven mis ojos: la dormida fuente,
Los árboles amigos, y las rosas,
Y el hechizo lunar, -todas las cosas
Que ven mis ojos, me hablan de la ausente.

¿En dónde están su gracia taciturna
Y sus manos traslúcidas? ¿En dónde
Su cabellera fértil y nocturna
Y su voz musical?

Nadie responde
Con mimo fraternal a mis acentos,
Y hay en mi corazón aletargado
La tristeza de aquellos aposentos
Donde se nos ha muerto un ser amado. 

Profesión de fe literaria


No me preocupa la gloria ilusoria
que los hombres llaman inmortalidad;
jamás he buscado ni he amado ésa gloria,
frívolo juguete, dádiva irrisoria
en que se complace nuestra vanidad.

El arte es muy largo, la vida es muy corta,
y, oh Musset divino: lo mismo que a ti
el ser admirado muy poco me importa:
sólo el ser amado me interesa a mí.

¿Qué más da el elogio que a veces nos miente
o el fallo del joven crítico sapiente?
Sólo una corona deseo poseer,
y es la que forman en torno a la frente
dos bellos, desnudos brazos de mujer.

Lo demás me tiene sin ningún cuidado:
fama que levanta su claro clarín,
guirnaldas del triunfo, laurel del Crimado
y como al olvido ya estoy resignado,
para las arañas toco mi violín. 


canción del atardecer

Ante la hembra hermosa de curvas de lira
que a mi lado pasa con triunfal alarde,
mi corazón arde como roja pira
Pero a mis oídos una voz suspira:
–Corazón, corazón, ya es muy tarde.

Ante el oro trágico, de fulgor sangriento,
que con llamaradas demoníacas arde,
mi ambición se lanza como un dardo al viento.
Pero a mis oídos dice el mismo acento:
–Corazón, corazón, ya es muy tarde.

Al oír el áureo pregón de la fama,
ansío glorias, triunfos, la apolínea rama,
pero ante la vida me siento cobarde,
y junto a mi oído la misma voz clama:
–Corazón, corazón, ya es muy tarde.

otro libro


Otro libro… otra copa en que he vertido
–noble licor en límpidos cristales–
el vino de mis viñas otoñales
todo en oro y en púrpura encendido.
Otro libro fugaz, entretejido con hilos de mis bienes y mis males;
los consagro a los númenes fatales,
a las noches, al silencio y al olvido.
Libro sin vanidad, libro de octubre:
con pompas de arte tu dolor se cubre,
ni el llanto exhibes, ni con ira imprecas…

Rómpete el viento cual fragante pomo,
o que los cierzos te arrebatan como
arrastra el huracán las hojas secas

oración a satán

Satán yo tuve un alma tan alba como el lino
o como el armiñado toisón de los pascuales
corderos, y las santas Virtudes Teologales
nevaron de azucenas de gracia mi camino.

Más exprimí tus uvas y me embriagué con vino
de tu lagar; fui príncipe de rojas saturnales
y cultivé la flora malsana de los males
en un envenenado jardín luciferino.

Hoy, solo en mi soberbia e indiferente al mundo
de flores y de danzas y músicas circundo
mis horas, con el ansia secreta de olvidar.
Más, oh Satán, oh príncipe rebelde; me quebranta
la pena que te atrajo la compasión de Santa
Teresa: la congoja de no poder amar


el eros tenebroso

Sueño con una alcoba extraña
que tuviese un monumental
hondo tálamo de caoba
y algo de cripta sepulcral.

Que fuese, en su recogimiento
y en su silencio inquietador
al par cámara de tormento
y negro asilo del amor.

Templo de vicio, de pecado
y sabia voluptuosidad,
y como lo hubiese deseado
el divino marqués de Sade.

Ricos tapices de velludo
ahogaran cómplices allí
en su espesor, el grito agudo
del espanto o del frenesí.

Filas de lúgubres espejos
dejarán en sus muros ver
multiplicadas en reflejos
las actitudes del placer.

Y como en un profundo osario
vertiera allí luz espectral
un mortuorio lapidario
de catacumba o catedral.

Tal el antro de maleficio
que anhela mi mente febril
para someterte a un suplicio
refinado, lento y sutil.

En el fúnebre lecho pulcro
deshojará con embriaguez
perversa, como en un sepulcro,
las flores de tu doncellez.

Con avideces de vampiro
chupará, oh virgen bajo el tul
de tu veste todo el zafiro
de tu procera sangre azul

Y te llevará blanca, inerte,
lirios de abril puestos en haz
al linde donde el amor y muerte
unifican su doble faz.

De una manera, en un eterno
y breve al par sueño de horror,
conocerías el infierno
de las crueldades del amor.
Mientras que grave y misterioso
en la puerta, sobre el dintel
un divino Eros tenebroso
sonreiría, dulce y cruel.

nocturno trágico

En la noche que cierra
se difunde un encanto
de quietud, sobre el llanto
y el dolor de la tierra

Sobre mí, en las regiones
del orbe estelar, veo
el débil parpadeo
de las constelaciones

Y ésos astros sin nombres
vasta clave no escrita
dicen de la infinita
orfandad de los hombres

Ni ante los golpes de Ella,
la pálida que trunca
dichas y vidas, nunca
palidece una estrella
  
E interroga mi duda
¿Los mundos de ésa eteria
bóveda con materia
sorda, impasible y muda?
¿Nuestro pávido grito
no llega a un Dios clemente
tras el indiferente
muro del infinito?

Pregunto. Y si ésos mundos
llega a mi, sobrehumano,
el terror pascaliano
de los cielos profundos

Y al mirar el siniestro
sideral panorama,
mi alma huérfana clama
con pavor: Padre Nuestro…



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