jueves, 8 de octubre de 2020

POEMAS DE JOSÉ LUIS HIDALGO

 

(Torres, Cantabria, 10 de octubre de 1919 – Madrid, 3 de febrero de 1947)

Como un pájaro herido...

 

Como un pájaro herido

venía tu tristeza,

sus pobres alas mustias

sosteniéndote el alma.

 

Había un aire azul

con un cielo sin fondo

para volar...

            

                Y el pájaro

leve de tu tristeza

voló a mi corazón

¡porqué tú me querías!

 

Después del amor

 

El zumo de la noche me gotea

con racimos de estrellas en la cara,

y madura mi frente su luz triste,

como una fruta sola sin su rama.

 

He perdido mi tronco; ardientemente

ha tajado el amor en sus entrañas

con un hacha sombría. En otro cuerpo

la ceniza enrojece de mi savia.

 

A solas con la noche me he quedado,

con mi carne tendida, fruta amarga.

y suena el corazón, bajo mi pecho,

con un crudo tañido de campana.

 

Este abril

 

Cómo llegas, abril, con qué delgada

planta de junco pisas en la arena.

Un delirio de luz en cada vena

y una gota de azul en la pisada.

 

Una gota de azul, la delicada

inundación de amor ceñida y plena,

una esbelta delicia que encadena

de inabarcable aroma desbordada.

 

Algo en mí, que no es mío, se levanta

surtidor de imposibles sensaciones,

canta tu dicha y mi delicia canta.

 

Y la honda transparencia de tenerte

en la alta alegría que me impones

vencedor cada día de la muerte.

 

Hoguera de amor

 

Este día que viene a mis labios

esgrimiendo su zumo de oro,

moja el alma en su triste belleza,

y la embriaga de sueños remotos.

 

Todo acaba en su luz amarilla.

Los recuerdos se borran, y de otro

me parecen las manos que tocan,

me parecen las cosas que lloro.

 

No pensar en las hojas que sufren

y olvidar el dolor de sus troncos.

No saber si las nubes que nacen

vuelven ya de un oscuro retorno...

 

Mas sentir en el pecho, encendida

por el viento que trae el otoño,

una hoguera de fuego que, alegre,

quema el mundo con un amor loco.

 

Imposible

 

Nunca la palma blanca del amor

podrá tocar en ti y abrir las fuentes

de un alegre vivir, limpio y desnudo,

que cante como un pájaro en tus sienes.

 

Nunca, porque el amor deja a los hombres

cuando dejan de serlo con la muerte.

Como sombra de nube, si se apaga

la luz, también el amor muere.

 

Llueven tus ojos palomas somnolientas de ceniza...

 

Llueven tus ojos palomas somnolientas de ceniza

que hieren lentamente el silencio de este ciervo de

                             música que tengo entre los brazos.

 

(De Norte a Sur abre su boca el firmamento

como un gran perro que tuviera dentadura de estrellas.)

 

Te quiero como nunca. Supón que te creciera el cabello

                                                                 tantas veces

que fuera para mí un río navegable de pluma.

 

Supón mis veinte años, uno a uno en tus dedos

o mi sonrisa lenta nevándote la frente.

 

Supón mis ojos tristes y pensativos, mudos,

viendo crecer el fuego desde hace muchos años.

 

Los muertos

 

Hoy vengo a hablarte, mar, como a mí mismo.

Como me hablo cuando estoy a solas,

cuando alejado de los tristes días

que nos contemplan desde el ojo humano

acerco el ascua tenebrosa y sola

al principio del ser, a las raíces

donde alborea, matinal y oscura

la caricia primera de la tierra.

 

A hablarte vengo, mar, como a mí mismo,

en esta noche mineral y lúcida

mientras la luna, desde arriba, arroja

sobre los mundos una luz calcárea

y en el bisel del horizonte hiere

su duro, lento y solitario hueso.

 

Desde hace siglos sin cesar palpitas

tu blando corazón contra las rocas

que ante tu orilla, para siempre oyéndote

se bañan mansamente o se derrumban

fingiendo limos, donde solo existen

aristas de ira para tus entrañas.

 

Hoy vengo a hablarte, porque tú, conmigo

nacistes y sin cesar crecimos

cuando en la rosa del albor primero

con vesperal y fabuloso ojo

detrás de los helechos acechaba

el paso de los corzos y la sangre,

empapando la tierra, me llamaba

hacia los bosques, como el fuego ardiente

de una lejana y cegadora estrella.

 

En esta noche en que mi historia acaba,

en que los siglos sordamente suenan

bajo las plantas de mis pies desnudos,

bajo la tierra donde crecen árboles

y las palomas y las flores vuelan

junto a la hermosa garra de las águilas...

A ti, acudo, mar, en esta hora

porque el destierro de tu voz me llama

y en el hondón de mis entrañas siento

removerse otra agua clamorosa.

Tú solo, mar y mar, gimiendo

la soledad tremenda del que a nadie

puede decir su soledad. El mundo,

las lejanas estrellas que podían

escuchar tu dolor o presentirlo,

estaban lejos, porque Dios quería

tu sola soledad, tu dolor solo

como un terrible cántico a su gloria.

 

Quieta y muda, la tierra, duramente

diques ponía a tu invasora forma

que imitaba la vida de los pétalos

o la erizada furia de la selva.

-Nunca nos conocimos. No sabíamos.

Distintas nuestras sangres se ignoraban:

la tuya verde, transparente y única;

la mía roja, sordamente múltiple...-

 

En esta noche, mar, en esta noche

cuando la luna desde arriba arroja

sobre los mundos una luz calcárea

y en el bisel del horizonte hiere

su duro, lento y solitario hueso,

yo te pregunto lo que están buscando

ese fragor dulcísimo de manos,

esas inmensas lágrimas que chocan,

el eco interminable de las aguas

que como cuerpos sobre ti se aman.

 

Dime qué buscas, mar, qué es lo que busco

cuando temblando de la orilla huyes,

cuando temblando del amor me alzo,

cuando la mano en mis entrañas hundo

y golpeo sobre ellas como un látigo

cuando royendo la caverna oscura

te rompes con horror contra un peñasco

o ya en la calma de una tarde triste

acaricias, soñando, antiguas playas...

 

En esta noche, mar, en esta noche

en que mi sino solitario tiende

su milenario cuerpo por tus costas

mientras los viejos musgos y los líquenes

prenden grises hogueras a tu orilla

donde queman su óxido de sombra

las invisibles razas invernales

que algún día se fueron de la tierra

yo pregunto el destino de los muertos

que antes que yo nacieron y gimieron

para darme a la luz, de los que en siglos

y siglos, se tendieron como gérmenes

para que el fuego vivo de mi cuerpo

alma les diera cuando los recuerde.

Yo pregunto el destino de su sangre

corriendo como un río sin orillas

al inquietante reino donde todo

-la carne con la carne, el cuero húmedo,

la tierra junto al tacto deshaciéndose-

forman breves coronas desoladas,

transparentes cenizas que se rinden.

 

Busco en la sombra. Allá, por los confines

de la mano que elevo como un pájaro

más alta que mi frente. Aquí termina

todo entero mi ser, la carne acaba

y comienza la estela de los astros,

la clamorosa luz de las estrellas.

Aquí comienza el mar. Yo soy el único

junto al que habita solo, desde siempre,

la eternidad errante de la tierra.

Aquí comienza el mar, aquí termino.

Solo después que yo mi voz humana,

un recuerdo sereno en el vacío.

 

-Por debajo de mí los enterrados,

como fríos veleros, navegando

por otro mar sombrío, el de la muerte,

donde un viento, que es tierra, los empuja

hasta el confín ardiente de mi vida.

Dios no pregunta, porque Dios se basta.

La tierra calla, porque nada espera.

El mar hermoso, bajo los luceros,

y el hombre solo, bajo los planetas,

su muerte inútil, sin morir, rechazan

contra la roca ciega del futuro.

 

Mar de tus ojos

 

Puerto de amor tus ojos,

aguas claras.

 

(Brisa que me querías

sobre la mar salada.

Aguas sin corazón

que me llevabais...)

 

Hacia el mar de tus ojos

navegará mi ansia.

 

Mi corazón, mi vida, mi sangre enarbolada...

 

Mi corazón, mi vida, mi sangre enarbolada,

bajo esta noche hosca, tumbada como un perro,

te busca para siempre, honda huella del llanto,

para estrechar tu alma estremecida y pura

contra este pecho mío tan grande como el mundo.

 

Quiero tenerte aquí, quiero hundir tu tristeza

con el hacha amorosa de mi ardiente alegría.

Quiero, como una llama, arrancarte la duda

y probar que el dolor nos enseña la herida.

Mi amor no muere nunca, pero renace siempre.

Esta noche se ha alzado con la verdad desnuda

como una espada inmensa cuando sueña en la muerte

aferrándose al puño que conduce su vida.

Tú calmarás mi fiebre, yo beberé en tus manos,

me miraré en tus ojos cuando encontrarme quiera.

De cada día haremos un corto paraíso,

una conquista nueva arrancada al vacío.

Serán cortas las horas, los meses y los años

para tanta hermosura en esta dicha altísima...

 

Aquí estoy, en la noche, llorando como un niño,

frágil cuerpo de hombre que estremecido espera.

 

Alrededor de ti crezco como la hierba

junto a la encina clara que le presta su sombra.

Porque en tu sombra habito y para ti me alzo,

corazón, hacia arriba, sangre mía cimera,

en busca de tu tierna delicadeza fresca

que en un talle dulcísimo se me entrega ofrecida.

 

No quiero más, me basta, se me sosiega el ímpetu.

Como el agua a la mano me ciño a tu presencia

y te mojo la entraña de amor inexpresable.

 

Quiero vivir amándote, quiero morir contigo,

quiero que nuestras sangres circulen paralelas

asta que nuestros cuerpos se pudran en la tierra.

Tomado de:

http://amediavoz.com/hidalgo.htm

 

Sol de la muerte

Sueño un sol misterioso, hoja de un viejo otoño,

que pasa levemente por los cuerpos sin dicha,

atardecer de un mundo que nadie ha visto nunca,

donde solo los muertos con ojos quietos miran.

 

Fuente de un oro triste, como una antigua luna,

manado de un sol vago, sin luz de mediodía;

sombrío sol, que roza sobre los muertos lívidos

y de las almas muertas su lento fulgor liba.

 

Cuando en la noche helada mi carne se deshaga,

también yo he de llamarte con voz atardecida;

también daré mi alma para que tú fulgures,

por ver si con tu llama mi cuerpo se ilumina.

 

Pero no has de quererme. Mi alma estará sola.

Las almas de los tristes a Dios sólo iluminan,

y en su noche infinita, inacabablemente,

como un espectro ardiendo, con luz opaca brillan.

Tomado de:

https://trianarts.com/recordando-a-jose-luis-hidalgo-sol-de-la-muerte/#sthash.oEhfud0w.dpbs

 

Lo fatal

He nacido entre muertos y mi vida

es tan sólo el recuerdo de sus almas

que, lentas van soñando entre mi sangre

y sobre el mundo ciego la levantan.

 

Quedó lejos la tierra, mis raíces

no saben del frescor que en ella canta.

De invisibles cenizas es mi cuerpo.

Los muertos de la tierra me separan.

 

Quisiera ser yo mismo, luz distinta

brillando cada día con el alba,

estrella de la noche, siempre joven,

que fulge de sí misma solitaria

 

Pero ya no estoy solo, mi ser vivo

lleva siempre los muertos en su entraña.

Moriré como todos y mi vida

será oscura memoria en otras almas.

Tomado de:

https://trianarts.com/jose-luis-hidalgo-lo-fatal/#sthash.rZAfo4bv.dpbs

 

 

 

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