CANTO CORAL A TUPAC AMARU
Lo harán volar con dinamita.
En masa, lo cargarán, lo arrastrarán.
A golpes le llenarán de pólvora la boca,
lo volarán: ¡Y no podrán matarlo!
Le pondrán de cabeza.
Arrancarán sus deseos, sus dientes y sus gritos.
Lo patearán a toda furia.
Luego lo sangrarán. ¡Y no podrán matarlo!
Coronarán con sangre su cabeza;
sus pómulos, con golpes.
Y con clavos, sus costillas.
Le harán morder el polvo.
Lo golpearán: ¡Y no podrán matarlo!
Le sacarán los sueños y los ojos.
Querrán descuartizarlo grito a grito.
Lo escupirán.
Y a golpe de matanza lo clavarán:
¡y no podrán matarlo!
Lo pondrán en el centro de la plaza,
boca arriba, mirando al infinito.
Le amarrarán los miembros.
A la mala tirarán: ¡Y no podrán matarlo!
Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo.
Querrán descuartizarlo, triturarlo,
mancharlo, pisotearlo, desalmarlo.
Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo.
Al tercer día de los sufrimientos
cuando se crea todo consumado,
gritando ¡LIBERTAD! sobre la tierra,
ha de volver. ¡Y no podrán matarlo!
RESPONSO POR UN PAYASO NEGRO
Aquí yace Sam Brown. Aquí descansa su rueda pálida,
la que hacía girar sencillamente bojo sus pies como
un planeta o una ola.
Lejos de su infancia silvestre, de la fiebre sexual, del
tambor y la danza hirviente.
Lejos. Dejó su infancia de leopardos y grullas y flores
exóticas.
Aquí yace, más frio que la luna, más triste que el vino,
derramado y oscuro como un vaso de miel para todas las
moscas de la destrucción.
Una familia de arlequines le reza. Los astros del circo
lloran
y se apagan:
la muerte es una rueda muy traicionera, un jaguar
silencioso
que cae desde lo alto— desde cualquier hora —
como un fruto encendido cae desde cualquier estación.
Aquí yace Sam Brown, más pálido que un espejo bojo la
hierba mortal.
Su último traje ya no se arruga, el traje de la función
final
en la cual tenía que caer junto con el telón
de la vida y la rueda.
Pidamos que la muerte no nos deje decir nada.
Pidamos que la muerte nos separe, nos desgaje
suavemente.
Pidamos que nos haga desaparecer como un ilusionista.
Roguemos porque la muerte llegue como el extraño que nos
pregunta por la hora.
Porque Sam Brown ya no se mueve.
Porque aquí yace Sam Brown como un girasol ciego.
A OTRA COSA
Basta ya de agonía. No me importa
la soledad, la angustia ni la nada.
Estoy harto de escombros y de sombras.
Quiero salir al sol. Verle la cara
al mundo. Y a la vida que me toca,
quiero salir, al son de una campana
que eche a volar olivos y palomas.
Y ponerme, después, a ver qué pasa
con tanto amor. Abrir una alborada
de paz, en paz con todos los mortales,
Y penetre el amor en las entrañas
del mundo. Y hágase la luz a mares.
Déjense de sollozos y peleen
para que los señores sean hombres.
Tuérzanle el llanto a la melancolía.
Llamen siempre a las cosas por sus nombres.
Avívense la vida. Dense prisa.
Esta es la realidad. Y esta es la hora
de acabar de llorar mustios collados,
campos de soledad. ¡A otra cosa!
Basta ya de gemidos. No me importa
la soledad de nadie. Tengo ganas
de ir por el sol. Y al aire de este mundo
abrir, de paz en paz, una esperanza.
Tomado de:
https://diarioinca.com/poemas-de-alejandro-romualdo
SÉRVULO (1967)
La perdió.
Le perdieron
Rafael Alberti
Porque nadie te vio cruzar la calle,
como cruzan las lágrimas el rostro, por eso —hoy
por ti, mañana
por mí— pluma y papel se juntan
silenciosos, Sérvulo,
para ayudarte
a subir
la escalera, la calle
sin salida, el boquerón donde metiste el alma.
Pobre pincel tirado sobre el césped.
Pálido como un papel, te dejaron
en medio de la calle,
con un lamento en los ojos, cercado
por un llanto de púas. Erizado
de lágrimas gritaste
como un recién parido, que trajo la miseria de París.
No podías
más.
Te hubiera echado
(para ayudarte a soñar)
te hubiera echado un puñado de vidrios en los ojos, era
preferible
tasajearte como un lienzo los ojos en blanco, borrarte
para siempre de los ojos esta tierra de sombra en que
duramos,
para que no vieras (para ayudarte a no ver) tanta feroz
mezquindad, la insondable hipocresía de Lima.
Sin embargo.
pobre pincel quebrado, abriste
los ojos, como avisos luminosos de desesperación,
buscabas un trozo puro de pared para pintar
acorralado en tu cuarto del Hotel Richmond, y
cortaste la mañana con un trago de punta, rompiste
(pegando gritos) el silencio, como una hoja
de papel de seda en blanco, en donde
bruscamente te quedaste dormido
como un trozo final de cal y llanto.
Por eso,
porque nadie te vio cruzar la vida
como cruzó el cuchillo por tu rostro,
lienzo y pincel se juntan en silencio, Sérvulo,
para ayudarte
a vivir,
hacen el día, va haciendo
el color de la hoja verde que ardió en ti.
No salgas.
(Aún hay niebla entre nosotros.) Duerme.
Descansa como una hoja sobre la tierra que te vio
sangrar,
pintar con los colores del corazón
la increíble miseria, sufrir la batalla de fraternidad
TAMBOR DE SAUDADE
Bajo la luna y bajo el sol, en la maleza delirante,
Bembo golpea la tierra como si fuera un gran tambor,
y el vuelo de las garzas lleva el aire de los presagios.
Como si fuera un baile, todo el universo se agita:
los viejos flamencos, las hojas, las orquídeas
y el grito de los pájaros es un augurio.
Vestido de gala, sin su collar de blancos dientes,
sin piel de lagarto ni plumas de papagayo,
Bembo toca el tambor oscuro de los delirios.
En la sala de baile, bajo las luces hirientes,
y el saxofón que sopla como un elefante enloquecido,
las trompetas anuncian el juicio final de la tristeza.
Y de su caja de música, que es una caja de sorpresas,
Bembo, el brujo, hace surgir las melodías futuras.
Los tambores del Brasil suenan lentos como la vida que
empieza
o como la muerte que empieza su prodigioso nacimiento,
y el mágico tam-tam de su corazón emocionado
llena el pecho del hombre de una palpitación
indescriptible
y el vientre de la hembra de un ruido sofocante.
NI PAN NI CIRCO
Hominem, Cassiodore, comes
Marziale
Cómo cambian los tiempos,
Magnanimus,
ya no existen ni el pan ni el circo
que sobre el carro recorrías
triunfante
ni tu purpúrea túnica alcanza ya a
cubrir
tanta ensangrentada arena.
La rueda de la fortuna se detuvo
aquí
y el fiel de la balanza te traiciona.
Fuera del circo se devoran, sacan
las garras: «Non est piscis:
homos est...»
(Marco Valerio Marcial).
Escucha, oh Magnanimus, al esclavo
que ayer sostuvo tu corona
y hoy te murmura a la oreja
piadosamente:
«Proteged a los leones, proteged a
los leones».
Tomado de:
http://sol-negro.blogspot.com/2020/04/7-poemas-de-alejandro-romualdo.html
Poética
La Rosa es esta rosa. Y no la rosa
de Adán: la misteriosa y omnisciente.
Aquella que por ser la Misma Rosa
miente a los ojos y a las manos miente.
Rosa, de rosa en rosa, permanente,
así piensa Martín. Pero la cosa
es otra (y diferente) pues la rosa
es la que arde en mis manos, no en mi mente.
Ésta es la rosa misma. Y en esencia.
Olorosa. Espinosa. Y rosamente
pura. Encendida. Rosa de presencia.
La Rosa Misma es la que ve la gente.
No es la que ausente brilla por su ausencia,
sino aquella que brilla por presente.
Cuarto mundo
Poesía, fiesta
brava
de la palabra.
Contigo
me despierto
y sueño. Contigo
me levanto
hacia un aire más puro,
y los vientos
del hombre
me cubren con tu canto.
Poesía, agua mansa
y regia, cielo
revuelto
sobre el río
de los hombres.
(De esa agua
he de beber.)
… Fuente clara
de la palabra,
de la palabra de estos tiempos
de fronda.
Sobre la infancia
La infancia nos llena la cabeza de luciérnagas
de polvo las rodillas y los ojos nos cubre
dulcemente. La infancia nos llena las manos
de globos y limosnas; la boca, de pitos y azucenas
y nos cubre las espaldas con sus plumas de cigüeña.
En la infancia son monarcas los ratones y los dientes.
¡Oh la infancia, la hora blanca del reloj,
el tierno silabario, el bonete de los ángeles y el
duende!
Uno se siente nuevo, herido por un corcho,
muerto heroicamente sobre un caballo de madera:
amo mi infancia, mi corazón en pantalones cortos.
Tomado de:
https://www.vallejoandcompany.com/la-funcion-final-9-poemas-de-alejandro-romualdo/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario