Trozo
Techo,
sombrero de zinc,
para el flamante palacio.
Se lo coloca el obrero.
Un sol capataz fustiga
el ángulo de su cuerpo.
(¡No te yergas..., no te yergas,
que vas a romper el cielo!)
¡Qué edificio...!
¡Si disfrutarlo pudiera
quien persistente lo hizo!
Infancia
¡Este chiquillo inquieto...! Gira que gira. Péndola.
Chorro entregado al vicio de la nerviosidad.
A conquistarlo, mudo, en las auroras viene
Eolo, su compinche, para vagabundear.
Velada su pupila, como el remedio amargo,
a la lectura -néctar- desazonado ve.
Encolerizo a veces; mas la memoria surge
de mi niñez entonces a intervenir per él.
¡Este chiquillo inquieto...! Atónito, inseguro,
sus suaves impresiones intenta relatar.
Simula, de pie, un tallo, renuevo que palpita
corriendo, la bandera de la felicidad.
Me turba, me enloque (¡girándula rabiosa!);
pero, dichoso, cuenta con mi satisfacción.
¡Este chiquillo inquieto...! Sus travesuras matan,
y al repudiarlo siento, que me repudio yo.
Vida Pobre
He vuelto triste a mi tugurio. Triste.
Mi madre, perspicaz, ha comprendido
que nada he conseguido...
nada contra el dolor que nos asiste.
Está el fogón cual lo dejé: dormido.
Pero la pobre en ocultarme insiste
el hambre que su rostro ha deprimido,
y, "mañana, -me alienta- tú persiste".
Dúlcidas expresiones que comprendo!
No quiere -madre al fin- mirar conmigo, ...
conmigo el mal, sobre mi mal creciendo.
Y así marchamos, tras la misma estrella:
hoy ella riendo, y yo, porque consigo;
mañana sin reir, ni yo, ni ella.
del libro: Los Poemas del Pueblo
Nocturno de las Calles
En la rodilla de un poste
--rubí que luce la noche--
el foco sobresaltado
de una cajilla de alarma.
Los faroles eléctricos
--candelabros ante el muerto
de la calle--
echan sus brazos de luz
en las espaldas sedosas,
del silencio.
Están las casas pensando.
Y el cielo --mesa de Dios--
viste su carpeta bruma.
Traigo la mirada: grave
me va observando la sombra.
Entre la sombra hay un bulto:
algún fantasma en la sombra.
Abro el compás de mis piernas
y marco un punto
2
3...
y marco miles de puntos.
La soledad ha dormido
a la ciudad en sus brazos.
Sólo mi existencia sigue:
la lleva el sueño a empellones
hacia sus paredes 4.
Del libro: Kodak. 1937.
Domingo
Las fachadas,
curiosas,
agrúpanse en las aceras
para mirar al que pasa.
La tarde pasea en autobús.
El sol tiene una mano
metida en la cantina
y hay un danzón travieso
que me está haciendo cosquillas.
Niños.
Corrillo sin brújula.
Un auto duerme la siesta,
y desde los balcones
saludan las banderas.
En la esquina,
un poste se entretiene
viendo en ropa interior,...
a unas naranjas.
Del libro: Kodak. 1937
Jacinto
Para Domingo H. Turner
"Dejad que surja el verso despeinado y sonoro"
Geenzier
La tarde está cabizbaja.
El viento, que tanto viaja,
a reposar se detiene.
Unos por la acera van,
otros por la acera vienen.
Entre tan simple ajetreo,
tan cuotidiana revuelta,
va Jacinto, el carpintero,
que de su labor regresa.
Le pesa la hora del ángelus
y su cansancio le pesa.
Sucio y mostrando en la faz
del sol furioso castigo,
va, pues, Jacinto Tejada,
sudoroso, pensativo,
cuando al momento se pára.
Es una linda muñeca
lo que su atención le roba.
Cautiva en una vidriera,
nota que libre quisiera
verse de prisión traidora;
que una sonrisa le envía,
que en la sonrisa le implora.
Horrible araña que tiembla,
la mano ruda y callosa
hundió el obrero en el hondo
bolsillo del pantalón.
Quiere librar la princesa...
Quiere despertar la quieta
hija de su corazón
"Aislada en el cuarto oscuro
donde le echó la pobreza,
ya no vivirá llorando,
ya no extrañará mi ausencia;
pues de consuelo y de amiga
le servirá la muñeca".
(Esto susurró al oído
de su corazón, Tejada).
Y, veraz, cual si temiera
que de la vitrina huyera
tan codiciado juguete,
tan sonreída ilusión,
ágil, celoso, ipso facto,
sumó sonriendo el intacto
producto de su labor.
(El pobre tiene la dicha
de soñar;
como también la desdicha
de no poder realizar
lo que venturoso sueña).
Bullicioso ejemplo es
en este caso, Jacinto.
Que no quedaba, oh sorpresa!.
del devengado salario
para llevar la muñeca.
Duriglacial desengaño
que hasta la roca entristece.
Y cual aquel que de algo
que no creyó, se convence,
movió y, moviendo, siguió
su atormentada cabeza.
Era un vaivén demorado.
Era el péndulo cansado
del reloj de la tristeza.
Cuántas veces oyó hablar
Jacinto a sus compañeros
de la injusta explotación
de que es víctima el obrero!...
Pero, sumiso, inseguro,
apenas si darle pudo
tibio valor callejero.
Apreciación indolente
que falleció aquella tarde.
Pensó en su inmensa labor
y en la remuneración
conque quisieron mimarle.
¡Ni para la baratica
muñeca supo alcanzarle!
En tal escena, oportuna
y de aflicción inaudita,
miró el obrero --¡por fin!--
la desmelenada y ruin
cabeza de la injusticia.
Era un ciego que, de pronto,
ante un axioma precioso
recuperaba la vista.
Continuó andando Jacinto
bajo la noche, que ya,
a recorrer la ciudad,
como acostumbra empezaba.
Iba sumido en la más
apocadora tibieza.
Iba pensando que nada
de su dinero restaba
con qué adquirir la muñeca.
¡Pobre obrero, carpintero!
Mil veces le vi parar,
tornar los ojos, mil veces...
Todas sus miradas eran
hacia la hermosa vidriera
donde quedaba el juguete.
Del libro: La Canción del Pueblo. 1939.
Elogio de la Enfermera
Por el amplio silencio del dolor se desliza:
su figura, terneza; su vestido, azahar.
Inestable paloma que su vuelo esclaviza,
arrullando un infante, suavizando un penar.
De su boca, que es vaso carmesí, la sonrisa
--incentivo, consuelo-- se desborda al cruzar.
Y es así como entonces el paciente divisa
la furtiva esperanza, de volver a cantar.
Que tal va por las salas la enfermera querida:
la poción en los dedos, en los labios la vida,
que con ellos quisiera presurosa partir.
Por lo mismo resalta del enfermo la duda;
pues no ve si es Hipócrates, o si, grata y menuda,
la sonrisa de ella, lo que le hace vivir.
Del libro: La Canción del Pueblo. 1939
Letania de las Calles
Para el licenciado don Angel L. Casís,
que también siente.
Conozco las calles. Las calles conocen
también mi infortunio, mi ensueño, mi voz.
Las calles son largas mujeres tendidas
que el hombre a martirio tenaz condenó.
Sujetas, prendidas por brazos terribles,
las hieren los coches, las tuesta el calor.
Las calles no logran quitarse la ruda,
la ruda y sañuda, lanzada del sol.
Tacones... Tacones... Con dura inclemencia
golpeando su alma, gozosos se ven.
No tienen quien cure su trágica herida,
quien borre su angustia, quien salve su ser.
A veces enroscan su cuerpo de piedra.
Ocultan, a veces, su pecho viril.
Las matan los golpes --gritón sonsonete--
que el mundo, perverso, las suele inferir.
En noches profundas las hallo rendidas;
las deja, cansado, el ruido voraz.
Las calles parecen, dormidas, los muertos,...
los muertos de alguna contienda brutal.
¡Quien sabe qué sueñan entonces las calles!
¡Quien sabe qué cosas sus sueños dirán!
(Tan solo pedazos hacer las cadenas,
aquel que las sufre, precisa soñar).
La bala: chispazo, corcel invisible
que corre la Muerte, que silba al correr,
su rostro empurpura con sangre del uno,
con sangre del otro, con sangre de aquel.
¡Oh calles cautivas!... Si al menos pudieran
gritar sus pesares, decir lo que ven!
Caifás pisa ufano su cuello deforme
y Judas las tiene de hogar y cuartel.
¡Anónimo errante, me acogen las calles!
Las calles conocen mi paso, mi voz.
Las calles me quieren, porque, como ellas,
sufro sin que a nadie le interese yo.
Valientes, soportan serenas el yugo;
indóciles, rugen atroz gravedad.
Yo veo en las calles el noble, ¡el magnífico
afán de pararse, de hablar y luchar!
¡Oh calles amigas!... Cadáver la fiebre
feroz de libraros, la pena es en mí.
Atadas, tiradas al suelo, ultrajadas,
oh calles amigas!, tenéis que vivir.
¡Yo sí, Yo sí puedo!... Que lúgubres miro
mi estrella soñada, mi sol, mi ideal?...
Poderosas alas, seguiré a la cima;
persistencia cruda, lograré llegar.
Mas no la victoria, la meta, la gloria,
hermanas en cuita, me envanecerán.
Que desde mi cielo,... ¡que desde mi cumbre!
como de costumbre, con vosotras, calles,
oh calles cautivas!, vendré a platicar.
Del libro: La Canción del Pueblo. 1939.
Un Grito a las Balas
Para el licenciado José Isaac Fábrega, periodista
de fuste y amigo sincero de la democracia.
Oh balas viajeras, furiosas, temibles
que andáis con la muerte! Oh balas de horror!
Audaces, fugaces y casi invisibles,
silbáis un silbido que causa pavor.
Os ven las uaroras. Cual pérfidas aves
os ven las mañanas en jira fatal;
las noches que tristes, inquietas y graves
tornasteis ¡oh balas!... Oh balas del mal.
Sois dedos, mil dedos malignos y rudos
que niños y ancianos hacéis sucumbir.
Que mal os hicieron ¡oh trágicos nudos!
oh dedos sañudos! que haceislos morir?...
Matáis los sembrados. Las débiles chozas,
¡oh balas ansiosas!, ¡perenne matáis!
¿Qué mano os impele, criaturas odiosas;
qué mano rabiosa, que así torturáis?
Cambiad vuestra ruta. Las almas que libres
anhelan mirarse, no deben caer.
De grasos, de grises, de gruesos calibres
salís como locas, sin ver ni creer.
Oh balas terribles, horribles viajeras
que andáis con la muerte! Oh balas de horror!
Moled ¡implacables! --si sois justicieras--
cualquier asesino...
cualquier opresor.
Del libro: La Canción del Pueblo. 1939.
Sabatina
Sábados de la ciudad
en las noches. Las cantinas,
la ciudad.
Todo lo incendian los hombres
que trabajan en la Zona
del Canal.
Los billetes de a 10 dólares;
las reyertas embriagadas;
el zigzag...
Y los hogares ayunos;
pues que muchos derritieron
sus dineros,
en el bar.
Son las cantinas aprieto
de jauría que saloma.
¡Qué distinto el canto ése!
No se parece al que entona
allá en la sierra el labriego
que va subiendo la loma.
Sábados de la ciudad,
bullangueros! Las cantinas,
Panamá.
Todo lo incendian los hombres; ...
esos hombres que vinieron
a la Zona
del Canal.
Del libro: La Canción del Pueblo. 1939.
Parque de Santa Ana
Para Eliseo Echévez
¡Parque “Santa Ana”! Carrosel antiguo,
deliciosa rueda de la distracción.
Te recuerdo tanto ¡tanto! que atestiguo
que soy una rama, de tu ramazón.
Tu figura, necio, maltraté irritado
sin que te inmutases por mi proceder.
Estoicismo santo que ha vigorizado
esta tolerancia de mi padecer.
¡Parque Santa Ana! Lírica bandeja
donde exhibe el pobre su penalidad.
Cromo de tertulias donde se festeja,
donde se moteja, sin perplejidad.
En las noches danza sobre tu corona,
visitante, el viento, con nervioso son.
Y un susurro grave, como de persona,
va surgiendo entonces de tu floración.
Empaparon lobos tu sencilla frente
en la sangre núbil de Ferdín Jaén.
Les miró la torre, resignadamente,
resignado, el cielo, les miró también.
Parque Santa Ana. Circular y craso,
eres fuerte abrazo de mi Panamá.
En sus calles --cintas de potente lazo--
la ciudad tu imagen ostentando está.
¡Te venero mucho! No hay en la mañana
--que madruga a verte-- mi veneración.
Es que soy tu amigo, Parque Santa Ana.
Más que amigo: rama, de tu ramazón.
Del libro: La Canción del Pueblo. 1939.
Una Canción Muy Frágil
Para República Aguilera,
chiquilla inteligente, quien
cumple hoy sus nueve años
Qué luce en las calles
la rosa más blanca
de todas las rosas
que vió la comarca?...
Por ese, por ese
motivo es que falta
allá en mis jardines
la rosa más blanca.
La rosa de nieve.
La rosa de nácar.
Ah sí, que tú eres!
Ayer que jugabas
con otras chiquillas
al pie de tu casa,
miré en tu terneza
la rosa que falta
allá en mis jardines...
La rosa que siente,
que grita y que salta.
Muñeca --te dicen--
ha tiempo escapada
de alguna vitrina
brutal, que atajaba
tus pies: azucenas
recién recortadas.
Muñeca que mira
por gotas de malva;
por dos aceitunas,
por dos esmeraldas.
Juguete, Florero
de seda, de nácar
do siempre surgiendo
se advierte una mata;
tu mata de pelo,
tu pelo de brasa.
Que digan. Que digan,
criatura de plata!
Mas eres aquella
feliz rosa blanca
que allá en mis jardines,
ha mucho que falta.
Te llevo. Las flores
--que son tus hermanas--
te quieren, te piden,
te piden, te llaman.
¡Ah sí!, que tú eres
y aquella es tu casa!
Lo cantan las aves...
Graciosa lo canta
la brisa que, inquieta,
buscándote pasa.
Por eso te llevo.
Por eso no escapas.
Por eso te buscan,
racimo de gracia.
Las flores más bellas
--que son tus hermanas--
te piden, te quieren,
te quieren...
te aclaman.
Del libro: Cambiantes.
Yo Soy Tu Presidente
Esa sonrisa alegre de la mañana
es tuya.
Esa sonrisa tierna;
se la prestaste tú.
Que digo de memoria tus gustos y tus dones.
Que puedo denunciarte por esos incendiarios
abrazos repentinos que inventa tu vigor.
¡Ah, sí!
Pues soy el alba riente. La luz. ¡El presidente
de la república fresca de tu gracia!
Y,
rubricaré un decreto, ...
prohibiendo que te miren.
Canela de mis ansias; rizófora flexible.
Canela que en aurora con música de ave,
tornó mi anochecer.
El níspero es la fruta más dulce, ¡más sabrosa
que da la tierra mía!
Por ello me reclino, ...
sobre tus senos púberes.
Todo te sigue a ti.
Todo te sigue.
El sol
que escandaliza porque te besa y huyes;
porque te besa el aire,
sin que protestes tú.
Todo te sigue a ti...
Mas me proclamo dueño,
único... ¡efervescente!
de toda tu hermosura.
Imán: en tu pupila.
El garbo, --fino imán-- de tu contorno.
Presidente absoluto
de la república tierna de tu gracia,
hoy,
rubricaré un decreto, ...
prohibiendo que te miren.
Del libro: Cambiantes.
Tomado de:
http://poesiapanama.blogspot.com/2016/01/demetrio-korsi-demetrio-herrera.html
“Por qué cantáis la rosa ¡oh poetas!
hacedla florecer en el poema.
……..
El poeta es un pequeño dios.”
Vicente Huidobro
EL POEMA DE LA ARTERIA PRINCIPAL
He aquí
mi retrato
a esta loca Avenida.
Empujones,
Codazos.
La gente que entra y sale de las tiendas
como niños felices que juegan a “La Pega”.
Los artistas asaltan al vestíbulo
a la calle
nos lanzan
sus aceras.
Las casas se han cubierto
el metatrasto de números
y el policía del tránsito
abofetea el ambiente.
Despedazando el sol de la vitrina,
pasan los automóviles.
Ave.
¡Oh Avenida multánime,
encendida de ruidos
y de trajes!
Tus grupos…
y tus cables.
Los anuncios que gritan.
Los postes –indiscretos-
que atisban las alcobas.
Tus heridas gemelas,
abiertas dejan los tranvías.
NUBES
Por la plaza del espacio,
pensando vienen
y van.
¿Procesión de dirigibles
en un vuelo sin parada
por el mundo sideral? ….
¡Míralas!
Están cansadas
y doloridas de andar.
¡Oh, las nubes!
¡Pobrecitas!
¡En qué conflicto estarán!
CIUDAD
Ahora voy
trazando
una línea de construcción
con los lápices de mis piernas.
Los automóviles
abren los ojos.
La gente sube a las casas
por acordeones en desperezo.
En este pasadizo
la oscuridad,
me ha extraído
las pupilas.
Anuncios trepadores
contemplan sonreídos
la ciudad
De las habitaciones
salen a tomar aire
los reflejos.
Así cruzo las calles indefensas
que el paso hiere sin piedad.
Y mis recuerdos
son
también
motivo
de mi entretenimiento.
Suave los llevo
de una mano
a otra
cual blonda colección de figuritas
de estrellas,
del cinema.
NOCHEBUENA
¡Nochebuena!
¡Nochebuena!
Halagadora y risueña
noche del Niño-Jesús.
Fúlgida boche que alumbra
la más lejana penumbra
con su sonrisa de luz.
Noche de fiesta y cariño,
en la que al dormirse el niño,
aparece Santa Claus.
Santa Claus que astuto pone,
los pitos y cañones
en nombre del Niño-Dios.
Noche en la que yo solía
soñar con la fantasía
de un ejército francés.
¡Ah! ¿qué dulce Nochebuena!
Noche graciosa y amena
sólo para la niñez.
Noche que al infante besa;
noche que en mí es aspereza
desde que mi infancia murió.
Que hoy, en vez de batallones,
de pitos y de cañones,
sólo angusias
tengo yo.
¡Nochebuena!
¡Nochebuena!
Halagadora y serena
noche del Niño-Jesús.
Mágica noche que alumbra,
La más lejana penumbra
con su sonrisa de luz.
Ríe… Ríe, Nochebuena,
mientras retoza risueña
en tus brazos, la niñez
y
mientras yo, en mi martirio,
quisiera volverme niño
para gozarte otra vez.
Tomado de:
https://www.revistaaltazor.cl/demetrio-herrera-sevillano-2/
En la esquina
Trémula ramita,
rítmico vaivén,
la hija del obrero
va para el taller.
Olvidó el colegio
por necesidad:
peligra la madre,
pequeño salario
devenga el papá.
Por los arrabales,
tronchador de sueños,
al Destino siempre
pasearse vi.
La hija del obrero…
en el labio, brasa;
en la ceja, hollín.
Tomado de:
https://bayanodigital.com/la-poesia-de-demetrio-herrera-sevillano/
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