sábado, 18 de septiembre de 2021

POEMAS DE DEMETRIO HERRERA SEVILLANO

(Panamá, 27 de noviembre de 1902 - 9 de octubre de 1950)



Trozo

 

Techo,

sombrero de zinc,

para el flamante palacio.

 

Se lo coloca el obrero.

Un sol capataz fustiga

el ángulo de su cuerpo.

 

(¡No te yergas..., no te yergas,

que vas a romper el cielo!)

 

¡Qué edificio...!

¡Si disfrutarlo pudiera

quien persistente lo hizo!

 

 

 

Infancia

¡Este chiquillo inquieto...! Gira que gira. Péndola.

Chorro entregado al vicio de la nerviosidad.

A conquistarlo, mudo, en las auroras viene

Eolo, su compinche, para vagabundear.

 

Velada su pupila, como el remedio amargo,

a la lectura -néctar- desazonado ve.

Encolerizo a veces; mas la memoria surge

de mi niñez entonces a intervenir per él.

 

¡Este chiquillo inquieto...! Atónito, inseguro,

sus suaves impresiones intenta relatar.

Simula, de pie, un tallo, renuevo que palpita

corriendo, la bandera de la felicidad.

 

Me turba, me enloque (¡girándula rabiosa!);

pero, dichoso, cuenta con mi satisfacción.

¡Este chiquillo inquieto...! Sus travesuras matan,

y al repudiarlo siento, que me repudio yo.

 

 

 

 

Vida Pobre

 

He vuelto triste a mi tugurio. Triste.

Mi madre, perspicaz, ha comprendido

que nada he conseguido...

nada contra el dolor que nos asiste.

 

 

 

Está el fogón cual lo dejé: dormido.

Pero la pobre en ocultarme insiste

el hambre que su rostro ha deprimido,

y, "mañana, -me alienta- tú persiste".

 

 

Dúlcidas expresiones que comprendo!

No quiere -madre al fin- mirar conmigo, ...

conmigo el mal, sobre mi mal creciendo.

 

Y así marchamos, tras la misma estrella:

hoy ella riendo, y yo, porque consigo;

mañana sin reir, ni yo, ni ella.

 

 

del libro: Los Poemas del Pueblo

 

Nocturno de las Calles

 

En la rodilla de un poste

--rubí que luce la noche--

el foco sobresaltado

de una cajilla de alarma.

 

 

Los faroles eléctricos

--candelabros ante el muerto

de la calle--

echan sus brazos de luz

en las espaldas sedosas,

del silencio.

 

Están las casas pensando.

Y el cielo --mesa de Dios--

viste su carpeta bruma.

 

Traigo la mirada: grave

me va observando la sombra.

Entre la sombra hay un bulto:

algún fantasma en la sombra.

 

Abro el compás de mis piernas

y marco un punto

                            2

                                3...

y marco miles de puntos.

 

 

La soledad ha dormido

a la ciudad en sus brazos.

 

Sólo mi existencia sigue:

la lleva el sueño a empellones

hacia sus paredes 4.

 

Del libro: Kodak. 1937.

 

 

 

Domingo

Las fachadas,

curiosas,

agrúpanse en las aceras

para mirar al que pasa.

 

La tarde pasea en autobús.

 

El sol tiene una mano

metida en la cantina

y hay un danzón travieso

que me está haciendo cosquillas.

 

Niños.

Corrillo sin brújula.

 

Un auto duerme la siesta,

y desde los balcones

saludan las banderas.

 

En la esquina,

un poste se entretiene

viendo en ropa interior,...

a unas naranjas.

 

Del libro: Kodak. 1937

 

 

Jacinto

 

Para Domingo H. Turner

"Dejad que surja el verso despeinado y sonoro"

Geenzier

 

 

La tarde está cabizbaja.

El viento, que tanto viaja,

a reposar se detiene.

Unos por la acera van,

otros por la acera vienen.

 

 

Entre tan simple ajetreo,

tan cuotidiana revuelta,

va Jacinto, el carpintero,

que de su labor regresa.

Le pesa la hora del ángelus

y su cansancio le pesa.

 

Sucio y mostrando en la faz

del sol furioso castigo,

va, pues, Jacinto Tejada,

sudoroso, pensativo,

cuando al momento se pára.

 

 

Es una linda muñeca

lo que su atención le roba.

Cautiva en una vidriera,

nota que libre quisiera

verse de prisión traidora;

que una sonrisa le envía,

que en la sonrisa le implora.

 

 

Horrible araña que tiembla,

la mano ruda y callosa

hundió el obrero en el hondo

bolsillo del pantalón.

Quiere librar la princesa...

Quiere despertar la quieta

hija de su corazón

 

 

"Aislada en el cuarto oscuro

donde le echó la pobreza,

ya no vivirá llorando,

ya no extrañará mi ausencia;

pues de consuelo y de amiga

le servirá la muñeca".

 

 

(Esto susurró al oído

de su corazón, Tejada).

Y, veraz, cual si temiera

que de la vitrina huyera

tan codiciado juguete,

tan sonreída ilusión,

ágil, celoso, ipso facto,

sumó sonriendo el intacto

producto de su labor.

 

 

(El pobre tiene la dicha

de soñar;

como también la desdicha

de no poder realizar

lo que venturoso sueña).

 

 

Bullicioso ejemplo es

en este caso, Jacinto.

Que no quedaba, oh sorpresa!.

del devengado salario

para llevar la muñeca.

 

 

Duriglacial desengaño

que hasta la roca entristece.

Y cual aquel que de algo

que no creyó, se convence,

movió y, moviendo, siguió

su atormentada cabeza.

Era un vaivén demorado.

Era el péndulo cansado

del reloj de la tristeza.

 

Cuántas veces oyó hablar

Jacinto a sus compañeros

de la injusta explotación

de que es víctima el obrero!...

Pero, sumiso, inseguro,

apenas si darle pudo

tibio valor callejero.

 

 

Apreciación indolente

que falleció aquella tarde.

Pensó en su inmensa labor

y en la remuneración

conque quisieron mimarle.

¡Ni para la baratica

muñeca supo alcanzarle!

 

 

En tal escena, oportuna

y de aflicción inaudita,

miró el obrero --¡por fin!--

la desmelenada y ruin

cabeza de la injusticia.

Era un ciego que, de pronto,

ante un axioma precioso

recuperaba la vista.

 

Continuó andando Jacinto

bajo la noche, que ya,

a recorrer la ciudad,

como acostumbra empezaba.

 

 

Iba sumido en la más

apocadora tibieza.

Iba pensando que nada

de su dinero restaba

con qué adquirir la muñeca.

 

¡Pobre obrero, carpintero!

Mil veces le vi parar,

tornar los ojos, mil veces...

 

 

Todas sus miradas eran

hacia la hermosa vidriera

donde quedaba el juguete.

 

 

Del libro: La Canción del Pueblo. 1939.

 

 

 

Elogio de la Enfermera

 

 

Por el amplio silencio del dolor se desliza:

su figura, terneza; su vestido, azahar.

Inestable paloma que su vuelo esclaviza,

arrullando un infante, suavizando un penar.

 

 

 

De su boca, que es vaso carmesí, la sonrisa

--incentivo, consuelo-- se desborda al cruzar.

Y es así como entonces el paciente divisa

la furtiva esperanza, de volver a cantar.

 

 

Que tal va por las salas la enfermera querida:

la poción en los dedos, en los labios la vida,

que con ellos quisiera presurosa partir.

 

 

Por lo mismo resalta del enfermo la duda;

pues no ve si es Hipócrates, o si, grata y menuda,

la sonrisa de ella, lo que le hace vivir.

 

 

Del libro: La Canción del Pueblo. 1939 

 

 

 

Letania de las Calles

 

Para el licenciado don Angel L. Casís,

que también siente.

 

 

Conozco las calles. Las calles conocen

también mi infortunio, mi ensueño, mi voz.

Las calles son largas mujeres tendidas

que el hombre a martirio tenaz condenó.

 

 

Sujetas, prendidas por brazos terribles,

las hieren los coches, las tuesta el calor.

Las calles no logran quitarse la ruda,

la ruda y sañuda, lanzada del sol.

 

Tacones... Tacones... Con dura inclemencia

golpeando su alma, gozosos se ven.

No tienen quien cure su trágica herida,

quien borre su angustia, quien salve su ser.

 

 

A veces enroscan su cuerpo de piedra.

Ocultan, a veces, su pecho viril.

Las matan los golpes --gritón sonsonete--

que el mundo, perverso, las suele inferir.

 

 

En noches profundas las hallo rendidas;

las deja, cansado, el ruido voraz.

Las calles parecen, dormidas, los muertos,...

los muertos de alguna contienda brutal.

 

¡Quien sabe qué sueñan entonces las calles!

¡Quien sabe qué cosas sus sueños dirán!

(Tan solo pedazos hacer las cadenas,

aquel que las sufre, precisa soñar).

 

 

La bala: chispazo, corcel invisible

que corre la Muerte, que silba al correr,

su rostro empurpura con sangre del uno,

con sangre del otro, con sangre de aquel.

 

 

¡Oh calles cautivas!... Si al menos pudieran

gritar sus pesares, decir lo que ven!

Caifás pisa ufano su cuello deforme

y Judas las tiene de hogar y cuartel.

 

 

¡Anónimo errante, me acogen las calles!

Las calles conocen mi paso, mi voz.

Las calles me quieren, porque, como ellas,

sufro sin que a nadie le interese yo.

 

 

Valientes, soportan serenas el yugo;

indóciles, rugen atroz gravedad.

Yo veo en las calles el noble, ¡el magnífico

afán de pararse, de hablar y luchar!

 

 

¡Oh calles amigas!... Cadáver la fiebre

feroz de libraros, la pena es en mí.

Atadas, tiradas al suelo, ultrajadas,

oh calles amigas!, tenéis que vivir.

 

 

¡Yo sí, Yo sí puedo!... Que lúgubres miro

mi estrella soñada, mi sol, mi ideal?...

Poderosas alas, seguiré a la cima;

persistencia cruda, lograré llegar.

 

Mas no la victoria, la meta, la gloria,

hermanas en cuita, me envanecerán.

Que desde mi cielo,... ¡que desde mi cumbre!

como de costumbre, con vosotras, calles,

oh calles cautivas!, vendré a platicar.

 

Del libro: La Canción del Pueblo. 1939.

 

 

 

Un Grito a las Balas

Para el licenciado José Isaac Fábrega, periodista

de fuste y amigo sincero de la democracia.

 

 

 

Oh balas viajeras, furiosas, temibles

que andáis con la muerte! Oh balas de horror!

Audaces, fugaces y casi invisibles,

silbáis un silbido que causa pavor.

 

 

Os ven las uaroras. Cual pérfidas aves

os ven las mañanas en jira fatal;

las noches que tristes, inquietas y graves

tornasteis ¡oh balas!... Oh balas del mal.

 

 

Sois dedos, mil dedos malignos y rudos

que niños y ancianos hacéis sucumbir.

Que mal os hicieron ¡oh trágicos nudos!

oh dedos sañudos! que haceislos morir?...

 

 

Matáis los sembrados. Las débiles chozas,

¡oh balas ansiosas!, ¡perenne matáis!

¿Qué mano os impele, criaturas odiosas;

qué mano rabiosa, que así torturáis?

 

 

Cambiad vuestra ruta. Las almas que libres

anhelan mirarse, no deben caer.

De grasos, de grises, de gruesos calibres

salís como locas, sin ver ni creer.

 

 

Oh balas terribles, horribles viajeras

que andáis con la muerte! Oh balas de horror!

Moled ¡implacables! --si sois justicieras--

cualquier asesino...

cualquier opresor.

 

 

Del libro: La Canción del Pueblo. 1939.

 

 

Sabatina

 

 

Sábados de la ciudad

en las noches. Las cantinas,

la ciudad.

Todo lo incendian los hombres

que trabajan en la Zona

del Canal.

 

Los billetes de a 10 dólares;

las reyertas embriagadas;

el zigzag...

Y los hogares ayunos;

pues que muchos derritieron

sus dineros,

en el bar.

 

Son las cantinas aprieto

de jauría que saloma.

 

 

¡Qué distinto el canto ése!

No se parece al que entona

allá en la sierra el labriego

que va subiendo la loma.

 

 

Sábados de la ciudad,

bullangueros! Las cantinas,

Panamá.

Todo lo incendian los hombres; ...

 

 

 

esos hombres que vinieron

a la Zona

del Canal.

 

 

Del libro: La Canción del Pueblo. 1939.

 

 

 

Parque de Santa Ana

 

Para Eliseo Echévez

 

 

¡Parque “Santa Ana”! Carrosel antiguo,

deliciosa rueda de la distracción.

Te recuerdo tanto ¡tanto! que atestiguo

que soy una rama, de tu ramazón.

 

 

Tu figura, necio, maltraté irritado

sin que te inmutases por mi proceder.

Estoicismo santo que ha vigorizado

esta tolerancia de mi padecer.

 

 

 

¡Parque Santa Ana! Lírica bandeja

donde exhibe el pobre su penalidad.

Cromo de tertulias donde se festeja,

donde se moteja, sin perplejidad.

 

 

En las noches danza sobre tu corona,

visitante, el viento, con nervioso son.

Y un susurro grave, como de persona,

va surgiendo entonces de tu floración.

 

 

Empaparon lobos tu sencilla frente

en la sangre núbil de Ferdín Jaén.

Les miró la torre, resignadamente,

resignado, el cielo, les miró también.

 

 

Parque Santa Ana. Circular y craso,

eres fuerte abrazo de mi Panamá.

En sus calles --cintas de potente lazo--

la ciudad tu imagen ostentando está.

 

 

¡Te venero mucho! No hay en la mañana

--que madruga a verte-- mi veneración.

Es que soy tu amigo, Parque Santa Ana.

Más que amigo: rama, de tu ramazón.

 

 

Del libro: La Canción del Pueblo. 1939.

 

 

Una Canción Muy Frágil

 

Para República Aguilera,

chiquilla inteligente, quien

cumple hoy sus nueve años

 

 

 

Qué luce en las calles

la rosa más blanca

de todas las rosas

que vió la comarca?...

 

 

Por ese, por ese

motivo es que falta

allá en mis jardines

la rosa más blanca.

La rosa de nieve.

La rosa de nácar.

 

 

Ah sí, que tú eres!

Ayer que jugabas

con otras chiquillas

al pie de tu casa,

miré en tu terneza

la rosa que falta

allá en mis jardines...

La rosa que siente,

que grita y que salta.

 

 

Muñeca --te dicen--

ha tiempo escapada

de alguna vitrina

brutal, que atajaba

tus pies: azucenas

recién recortadas.

 

 

Muñeca que mira

por gotas de malva;

por dos aceitunas,

por dos esmeraldas.

 

 

Juguete, Florero

de seda, de nácar

do siempre surgiendo

se advierte una mata;

tu mata de pelo,

tu pelo de brasa.

 

 

 

Que digan. Que digan,

criatura de plata!

Mas eres aquella

feliz rosa blanca

que allá en mis jardines,

ha mucho que falta.

 

 

Te llevo. Las flores

--que son tus hermanas--

te quieren, te piden,

te piden, te llaman.

 

 

¡Ah sí!, que tú eres

y aquella es tu casa!

Lo cantan las aves...

Graciosa lo canta

la brisa que, inquieta,

buscándote pasa.

 

 

Por eso te llevo.

Por eso no escapas.

Por eso te buscan,

racimo de gracia.

 

Las flores más bellas

--que son tus hermanas--

te piden, te quieren,

te quieren...

te aclaman.

 

 

 

Del libro: Cambiantes.

 

 

Yo Soy Tu Presidente

 

Esa sonrisa alegre de la mañana

es tuya.

Esa sonrisa tierna;

se la prestaste tú.

Que digo de memoria tus gustos y tus dones.

Que puedo denunciarte por esos incendiarios

abrazos repentinos que inventa tu vigor.

 

 

 

¡Ah, sí!

Pues soy el alba riente. La luz. ¡El presidente

de la república fresca de tu gracia!

Y,

rubricaré un decreto, ...

prohibiendo que te miren.

 

 

Canela de mis ansias; rizófora flexible.

Canela que en aurora con música de ave,

tornó mi anochecer.

El níspero es la fruta más dulce, ¡más sabrosa

que da la tierra mía!

Por ello me reclino, ...

sobre tus senos púberes.

 

 

Todo te sigue a ti.

Todo te sigue.

El sol

que escandaliza porque te besa y huyes;

porque te besa el aire,

sin que protestes tú.

 

 

Todo te sigue a ti...

Mas me proclamo dueño,

único... ¡efervescente!

de toda tu hermosura.

 

 

 

Imán: en tu pupila.

El garbo, --fino imán-- de tu contorno.

Presidente absoluto

de la república tierna de tu gracia,

hoy,

rubricaré un decreto, ...

prohibiendo que te miren.

 

 

Del libro: Cambiantes.

Tomado de:

http://poesiapanama.blogspot.com/2016/01/demetrio-korsi-demetrio-herrera.html

 

 

 

 

“Por qué cantáis la rosa ¡oh poetas!

hacedla florecer en el poema.

 

……..

 

El poeta es un pequeño dios.”

Vicente Huidobro

 

 

EL POEMA DE LA ARTERIA PRINCIPAL

 

 

 

He aquí

 

mi retrato

 

a esta loca Avenida.

 

 

 

Empujones,

 

Codazos.

 

 

 

La gente que entra y sale de las tiendas

 

como niños felices que juegan a “La Pega”.

 

 

 

Los artistas asaltan al vestíbulo

 

a la calle

 

nos lanzan

 

sus aceras.

 

 

 

Las casas se han cubierto

 

el metatrasto de números

 

y el policía del tránsito

 

abofetea el ambiente.

 

 

 

Despedazando el sol de la vitrina,

 

pasan los automóviles.

 

 

 

Ave.

 

¡Oh Avenida multánime,

 

encendida de ruidos

 

y de trajes!

 

 

 

Tus grupos…

 

y tus cables.

 

 

 

Los anuncios que gritan.

 

Los postes –indiscretos-

 

que atisban las alcobas.

 

 

 

Tus heridas gemelas,

 

abiertas dejan los tranvías.

 

 

 

NUBES

 

 

 

Por la plaza del espacio,

 

pensando vienen

 

y van.

 

 

 

¿Procesión de dirigibles

 

en un vuelo sin parada

 

por el mundo sideral? ….

 

 

 

¡Míralas!

 

Están cansadas

 

y doloridas de andar.

 

 

 

¡Oh, las nubes!

 

¡Pobrecitas!

 

 

 

¡En qué conflicto estarán!

 

 

 

CIUDAD

 

 

 

Ahora voy

 

trazando

 

una línea de construcción

 

con los lápices de mis piernas.

 

 

 

Los automóviles

 

abren los ojos.

 

La gente sube a las casas

 

por acordeones en desperezo.

 

 

 

En este pasadizo

 

la oscuridad,

 

me ha extraído

 

las pupilas.

 

 

 

Anuncios trepadores

 

contemplan sonreídos

 

la ciudad

 

 

 

De las habitaciones

 

salen a tomar aire

 

los reflejos.

 

 

 

Así cruzo las calles indefensas

 

que el paso hiere sin piedad.

 

 

 

Y mis recuerdos

 

son

 

también

 

motivo

 

de mi entretenimiento.

 

 

 

Suave los llevo

 

de una mano

 

a otra

 

cual blonda colección de figuritas

 

de estrellas,

 

del cinema.

 

 

NOCHEBUENA

 

 

 

¡Nochebuena!  ¡Nochebuena!

 

Halagadora y risueña

 

noche del Niño-Jesús.

 

Fúlgida boche que alumbra

 

la más lejana penumbra

 

con su sonrisa de luz.

 

 

 

Noche de fiesta y cariño,

 

en la que al dormirse el niño,

 

aparece Santa Claus.

 

Santa Claus que astuto pone,

 

los pitos y cañones

 

en nombre del Niño-Dios.

 

 

 

Noche en la que yo solía

 

soñar con la fantasía

 

de un ejército francés.

 

¡Ah! ¿qué dulce Nochebuena!

 

Noche graciosa y amena

 

sólo para la niñez.

 

 

 

Noche que al infante besa;

 

noche que en mí es aspereza

 

desde que mi infancia murió.

 

Que hoy, en vez de batallones,

 

de pitos y de cañones,

 

sólo angusias

 

tengo yo.

 

 

 

¡Nochebuena!  ¡Nochebuena!

 

Halagadora y serena

 

noche del Niño-Jesús.

 

Mágica noche que alumbra,

 

La más lejana penumbra

 

con su sonrisa de luz.

 

 

 

Ríe… Ríe, Nochebuena,

 

mientras retoza risueña

 

en tus brazos, la niñez

 

y

 

mientras yo, en mi martirio,

 

quisiera volverme niño

 

para gozarte otra vez.

Tomado de:

https://www.revistaaltazor.cl/demetrio-herrera-sevillano-2/

 

En la esquina

 

Trémula ramita,

rítmico vaivén,

la hija del obrero

va para el taller.

 

Olvidó el colegio

por necesidad:

peligra la madre,

pequeño salario

devenga el papá.

 

Por los arrabales,

tronchador de sueños,

al Destino siempre

pasearse vi.

 

La hija del obrero…

en el labio, brasa;

en la ceja, hollín.

Tomado de:

https://bayanodigital.com/la-poesia-de-demetrio-herrera-sevillano/

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