De Cuarzos (1896-1901)
Prólogo
A José Juan Tablada
Uncioso amante de opulentos
Cofres cuajados de ornamentos,
Donde guardar mis pensamientos,
Viví en el místico santuario
Del arte, y mudo y solitario
Como paciente lapidario,
En las sortijas y diademas
Rimé sonetos y poemas
Con las estrofas de las gemas,
Puliendo joyas de oro fino
Para que ardiera mi divino
Sueño en esmalte peregrino.
Por su tersura y transparencia
Grabé en la clara refulgencia
De los diamantes mi paciencia.
Mi fe es el jaspe veteado,
Y en el zafiro inmaculado
Está mi anhelo cincelado.
Con el carbunclo que derrama
Su luz más roja que una llama
De mi amor digo la flama.
En la turquesa de agua pura
Ríe destellos mi ventura
Y llora el ónix mi amargura,
Y así, labrando en la faceta
De los cristales o en la veta
De oro el ensueño del poeta,
Al pensamiento más sencillo
Le transmití pureza y brillo
Con los cinceles y el martillo.
Santa Teresa
El misticismo de la celda: brilla
En la sombra el reflejo de la lámpara,
Oscilando como una moribunda
Pupila que se estrecha y se dilata.
Qué tristeza en la llama que agoniza,
Qué blancas las paredes de la estancia,
Qué implacable silencio de sepulcro
En la indecisa claridad. La Santa
Reposa sobre el lecho inmaculado,
El lecho que se eleva como un ara
En uno de los ángulos sombríos;
Por su frente que han hecho mustia y pálida
Tanta meditación y tanto ayuno
Corre el sudor en transparentes lágrimas;
Sus ojos siempre abiertos por el éxtasis
Se entornan abatiendo sus pestañas;
En sus labios enjutos y apacibles
Perfumados con mirras de plegarias
Se despiertan los besos voluptuosos,
Y sus brazos, más blancos que las sábanas,
Queriendo rodear algo invisible,
Se retuercen, se agitan y se enlazan.
Sueña: sueña que el Cristo macilento,
El cuerpo exangüe y celestial que ama,
Sonríe tras su mueca de amargura,
Que sus frescas heridas se restañan
Y sus lívidos miembros se coloran
Y se cierran las bocas de sus llagas;
Sueña que su mirada se ilumina
Y del madero ignominioso baja
Más radiante que un ángel y más bello
Al lecho que se eleva como un ara,
Y que mezclan y juntan sus alientos
Y que sus cuerpos vírgenes se enlazan,
Y que en un beso trémulo y sonoro
Se confunden sus bocas invioladas.
De Cuarzos
Caro victrix (1916)
El beso de Safo
Más pulidos que el mármol transparente,
Más blancos que los blancos vellocinos,
Se anudan los dos cuerpos femeninos
En un grupo escultórico y ardiente.
Ancas de cebra, escorzos de serpiente,
Combas rotundas, senos colombinos,
Una lumbre los labios purpurinos,
Y las dos cabelleras un torrente.
En el vivo combate, los pezones
que se embisten, parecen dos pitones
Trabados en eróticas pendencias,
Y en medio de los muslos enlazados,
Dos rosas de capullos inviolados
Destilan y confunden sus esencias.
Ante el ara
Te brindas voluptuosa e impudente,
Y se antoja tu cuerpo soberano
Intacta nieve de crestón lejano,
Nítida perla de sedoso oriente.
Ebúrneos brazos, nunca transparente,
Aromático busto beso ufano,
Y de tu breve y satinada mano
Escurren las caricias lentamente.
Tu seno se hincha como láctea ola,
El albo armiño de mullida estola
No iguala de tus muslos la blancura,
Mientras tu vientre al que mi labio inclino,
Es un vergel de lóbrega espesura,
Un edén en un páramo de lino.
Tristán e Isolda
Vivir encadenados es su suerte,
Se aman con un anhelo que no mata
La posesión, y el lazo que los ata
Desafía a la ausencia y a la muerte.
Tristán es como el bronce, obscuro y fuerte
Busca el regazo de pulida plata,
Isolda chupa el cáliz escarlata
Que en crespo matorral esencias vierte.
Porque se ven a hurto, el adulterio
Le da un sutil y criminal resabio
A su pasión que crece en el misterio.
Y atormentados de ansia abrasadora,
Beben y beben con goloso labio
Sin aplacar la sed que los devora.
Salomé
Son cual dos mariposas sus ligeros
Pies, y arrojando el velo que la escuda,
Aparece magnífica y desnuda
Al fulgor de los rojos reverberos.
Sobre su obscura tez lucen regueros
De extrañas gemas, se abre su menuda
Boca, y prodigan su fragancia cruda
Frescas flores y raros pebeteros.
Todavía anhelante y sudorosa
De la danza sensual, la abierta rosa
De su virginidad brinda al tetrarca,
Y contemplando el lívido trofeo
De Yokanán, el núbil cuerpo enarca
Sacudida de horror y de deseo.
El vampiro
Ruedan tus rizos lóbregos y gruesos
Por tus candidas formas como un río,
Y esparzo en su raudal crespo y sombrío
Las rosas encendidas de mis besos.
En tanto que descojo los espesos
Anillos, siento el roce leve y frío
De tu mano, y un largo calosfrío
Me recorre y penetra hasta los huesos.
Tus pupilas caóticas y hurañas
Destellan cuando escuchan el suspiro
Que sale desgarrando mis entrañas,
Y mientras yo agonizo, tú, sedienta,
Finges un negro y pertinaz vampiro
Que de mi ardiente sangre se sustenta.
La tentación de san Antonio
Es en vano que more en el desierto
El demacrado y hosco cenobita,
Porque no se ha calmado la infinita
Ansia de amar ni el apetito ha muerto.
Del obscuro capuz surge un incierto
Perfil que tiene albor de margarita,
Una boca encarnada y exquisita,
Una crencha olorosa como un huerto.
Ante la aparición blanca y risueña,
Se estremece su carne con ardores
Febriles bajo el sayo de estameña,
Y piensa con el alma dolorida,
Que en lugar de un edén de aves y flores,
Es un inmenso páramo la vida.
Leteo
Saturados de bíblica fragancia
Se abaten tus cabellos en racimo
De negros bucles, y con dulce mimo
En mi boca tu boca fuego escancia.
Se yerguen con indómita fragancia
Tus senos que con lenta mano oprimo,
Y tu cuerpo suave, blanco, opimo,
Se refleja en las lunas de la estancia.
En la molicie de tu rico lecho,
Quebrantando la horrible tiranía
Del dolor y la muerte exulta el pecho,
Y el fastidio letal y la sombría
Desesperanza y el feroz despecho
Se funden en tu himen de ambrosía.
De Caro victrix (1916)
Tomado de:
http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/113
El duque de Aumale
Bajo la oscura red de la pestaña
destella su pupila de deseo
al ver la grupa de esplendor sabeo
y el albo dorso que la nieve empaña.
Embiste el sexo con la enhiesta caña
igual que si campara en un torneo,
y con mano feliz ase el trofeo
de la trenza odorífera y castaña.
El garrido soldado de Lutecia
se ríe de sus triunfos, mas se precia
de haber abierto en el amor un rastro,
y gallardo, magnífico, impaciente,
como un corcel se agita cuando siente
la presión de su carga de alabastro.
Insomnio
Jidé, clamo, y tu forma idolatrada
no viene a poner fin a mi agonía;
Jidé, imploro, durante la sombría
noche y cuando despunta la alborada.
Te desea mi carne torturada,
Jidé, Jidé, y recuerdo con porfía
frescuras de tus brazos de ambrosía
y esencias de tu boca de granada.
Ven a aplacar las ansias de mi pecho,
Jidé, Jidé, sin ti como un maldito
me debato en la lumbre de mi lecho;
Jidé, sacia mi sed, amiga tierna,
Jidé, Jidé, Jidé, y el vano grito
rasga la noche lóbrega y eterna.
TU NO SABES LO QUE ES SER UN ESCLAVO
Tú no sabes que es ser un esclavo
de un amor impetuoso y ardiente
y llevar un afán como un clavo
como un clavo clavado en la frente.
Tú no sabes los males sufridos
de morder en la boca anhelada,
resbalando su inquieta caricia
por contornos de carne nevada.
Tú no sabes los males sufridos
por quien lucha sin fuerzas y ruega,
y mantiene sus brazos tendidos
hacia un cuerpo que nunca se entrega.
Y no sabes que es el despecho
de pensar en tus formas divinas,
revolviéndome solo en mi lecho
que el insomnio ha sembrado de espinas.
FAVILAS
¿Cómo quieres que te borre de mi visda
si en tus brazos muchas veces fui feliz,
Si muy grande y profunda fue la herida
¿cómo quieres que no deje cicatriz?
En tu labio de sensual color bermejo
bebí el vino del deleite hasta la hez:
en mi labio aún se conserva el dulce dejo,
aún nubla mi cerebro la embriaguez.
Cual recuerdo la penumbra tibia y grata
do besaba con transportes el albor
de tu cuello, que emergía de la bata
como el diáfano pistilo de una flor.
Aún me causa sensación perturbadora
la caricia electrizante de tu pie
aún me excita tu mirada tentadora
donde danzan los espíritus del té.
En mi queda la memoria del pasado
como dura en la epidermis la señal
que sutiles alfileres han marcado
a la huella del diamante en un cristal.
De tus ojos aún mis ojos están llenos,
y mi mano, como un molde, guarda fiel
el contorno de la curva de tus senos
y el contacto satinado de tu piel.
Y en mis noches tenebrosas se destaca
tu desnudo y escultórico perfil
de igual modo que en el tubo de una laca
resplandece la blancura del marfil.
CLARO DE LUNA
Como un cisne espectral, la luna blanca
en el espacio transparente riela,
y en el follaje espeso, Filomela
meliflua nota de su buche arranca.
Brilla en el fondo oscuro de la banca
tu peinador de vaporosa tela,
y por las frondas de satín se cuela
o en los claros la nívea luz se estanca.
Después de recorrer el mármol frío
de tu pulida tez, toco una rosa
que se abre mojada de rocío;
todo enmudece, y al sentir el grato
calor de tus caricias, mi ardorosa
virilidad se enarca como un gato.
Tomado de:
http://www.poesiaselecta.com/poeefrenrebolledo.html
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