miércoles, 28 de octubre de 2015

Poemas de Vicente Gaos


 1919-1980

A la luna: preguntas


¿Adónde vas, cruzada por veloces
nubes, celada en vaporoso encaje
de nubes, resbalando entre un celaje
de nubes blancas, por las hondas hoces

de la distante noche? ¿Qué almos roces
de Dios ordenan tu impasible viaje
por el inmenso azul? ¿Tras qué ramaje
de estrellas bogas? ¿Qué silentes voces

altísimas escuchas? ¿Por qué tienes
el rostro virginal tan encendido,
tan dulce y triste, oh sí, tan dulce y triste?

¿Adónde vas? ¿De qué regiones vienes?
¿ Quién da a tu rostro ese celeste olvido?
¿Qué Dios sin fuego con su luz te viste?



A la tristeza


Si no fuera por ti...
si no fuera por ti, que cada tarde
tuyo me haces cuando el sol declina,
cuando todo es tan bello porque es triste,
y hundes más mis raíces
de hombre en la tierra... de hombre inmensamente
solo bajo el poniente en que Dios huye.
¿Qué sería de todo, qué sería
de nosotros? Ah, nunca
nunca hubiéramos visto
el secreto misterio de las cosas.

Oh, tú, tristeza, madre
de toda la hermosura que ha creado
el hombre en el dolor que da tu mano
con su dulce castigo...
No te apartes de mí, ven cada día
a hacerme triste, a hacerme hombre, hijo tuyo...
Visítame.




Amor

¡Qué profundo es mi sueño!
¡Qué profundo y qué claro,
qué transparente es, ahora, el universo!
Si pensando en ti, siempre,
si, soñado contigo, me desvelo,
y te miro por dentro, con mis ojos,
si te miro por dentro...
veo la oscura entrada de mi vida,
tu sorda luz de fuego,
y ya no sé si a ti te estoy mirando,
o si contemplo el cielo:
el último transfondo del poniente,
sin nubes y sin velos,
más arriba de todas las estrellas,
donde está dios, despierto.
O el inicial trasfondo de la noche
donde estás tú, durmiendo.

Y yo sobre la tierra, oscurecido
por tanta luz, yo, ciego,
soñando en dios, soñando en ti, soñando
lo mucho que te quiero.




Cuando el amor no dice la última palabra

La tarde pastoral, de alterno cielo
rayos de tu tormenta desatados,
mas luego azul total, cielo amados,
me llena de pasión o de desvelo.

Asciendo así del tormentoso anhelo
a una paz de reposos entregados,
mas desciendo otra vez a los estados
mismos de que partí para mi vuelo.

Ay, esta indócil pleamar me inunda,
esta tarde frenética y liviana.
Déjame, pues, sí, deja que me hunda

en este frenesí de lluvia vana.
Luego me elevaré hasta ti, profunda.
Luego serás mi primavera humana.




Faut-il  s'abétir?


-¿Hacia dónde vamos?
-Vamos hacia el sueño. ..
-¿De dónde venimos?
-Venimos del sueño...

Como las olas,
como los vientos...

(En vida, despiertos.
En vida, serenos
sobre el fuego.)

-¿Hacia dónde vamos?
-Vamos a la noche...
-¿De dónde venimos?
-También de la noche...

(En la vida, brote
la luz,
que el sol nos conforte.)

-¿Hacia dónde vamos?
-No vamos, no vamos...
-¿De dónde venimos?
-¿Por qué preguntamos?

Después lo veremos
si al fin vemos algo.




Hay un reguero dulce y encendido...

Hay un reguero dulce y encendido
de sol sobre los álamos dorados.
Y, a lo lejos, los montes ya nevados
encalman el paisaje atardecido.

Si ahora tuviera el corazón dormido,
los ríos de la sangre no encrespados,
y ojos para mirar enamorados
los chopos dónde aún tiembla el sol huido...

Si ahora como esa luna ser pudiera
que boga virginal, tan lentamente,
tan alma pura en el azul... Si fuera

un álamo, una luna, un dios luciente...
Más sólo soy un hombre en la ladera,
un hombre sólo, apasionadamente.




Hombre total

Ojos verdes de Marta de Nevares.
Ojos -¿negros tal vez?- de Dorotea.
Ojos azules, clara luz febea
de Camila Lucinda. ¡Qué avatares
de amor sin contención! Gozos, pesares,
gozos... Esto es amor. Quien no lo crea,
mírese en unos ojos, que se vea
en unos ojos de mujer. (Cantares:
Esos ojos que vemos no son ojos
porque nosotros los veamos, son
ojos porque nos ven.)
 Mas la ceguera
de marta, y el olvido, los despojos
de tanta lumbre extinta... Tu canción
se eleva al fin hacia la luz primera.


La voz precisa

Sella tú con tus labios, éstos míos.
Pon tu mano en mi mano.
O deja que acaricie tu cabello,
tus mejillas, tu frente,
mientras hundo mis ojos en tus ojos,
en la insondable luz de tu mirada.
Deja que, así, te exprese,
cuando huyen las palabras
-ay, expresión del tacto,
única voz precisa-,
deja que, así, te exprese mi ternura.




Luzbel

Arcángel derribado, el más hermoso
de todos tú, el más bello, el que quisiste
ser como Dios, ser Dios, mi arcángel triste,
sueño mío rebelde y ambicioso.
Dios eres en tu cielo tenebroso,
señor de la tiniebla en que te hundiste
y de este corazón en que encendiste
un fuego oscuramente luminoso.
Demonio, señor mío, haz que en mi entraña
cante siempre su música el deseo
y el insaciable amor de la hermosura,
te dije un día a ti, ebrio de saña
mortal. Y, luego a Dios también: No creo.
Pero velaba Dios desde la altura.



Mnemosyne


¿De dónde llegas tú, ilusión de un día
porvenir, tú, esperanza de un pasado
nunca cumplido, pero que yo ahora
evoco entre marchitas profecías
o anticipo en nostalgia? De recuerdos
y paciencias me nutro. Los ayeres
y los mañanas dóciles acuden
a congregárseme en el hoy, un punto
que se dilata ilimitado en ondas
concéntricas, amor, amor sin tregua.

Y todo es por tu mágico conjuro,
diosa de pies ligeros, madre mía.
Déjame que te diga apasionado
mi amor por ti, mi luz en la honda noche,
mi amparo, mi sostén en el vacío,
tan adherida a mí como mi carne,
tan enraizada en mí como mis huesos,
yo mismo, pues ¿qué soy yo, que sería
sin ti, a quien debo lo único que tengo,
mi fugitiva eternidad de hombre?

Por tu amorosa previsión ordeno
mis días y mis noches. Yo soy sólo
una memoria y un deseo, un agua
que estremecidamente fluye inmóvil.
Tú conoces mi vida, me recuerdas
fechas: murió en Valencia, veintiuno
marzo, mil novecientos diecinueve.
Nació... Dejemos el espacio en blanco
y Dios lo llenará cuando me llame
para ingresar -completo ya- en su Nada.

Porque otros son, mi amor, nuestros caminos.
Igual que al vagabundo de Manhattan,
a mí que me preocupan tantas cosas,
no me preocupa Dios, no me preocupa
la muerte. Me deslizo de tu brazo
por el tiempo (no un río que termina
en el mar del morir, sino el mar mismo
siempre consigo. ensimismado, libre
en su flujo y reflujo), por el tiempo,
ajeno al gran pecado del olvido.

Mediada está mi vida. Estoy inmerso
en aguas tan profundas que no tienen
fondo o lo desconocen. En el pecho
me late el corazón, una campana
sorda, callada, pero jubilosa
en su entrañado grito de alegría.
Sea la vida sueño, sombra, nube,
viaje, ilusión o luna mortecina.
No me preocupa Dios cuando la sangre
su música musita misteriosa.

La rosa, el chopo grácil de la orilla,
el río rumoroso y solitario,
el monasterio al pie de la montaña
y la cima nevada, aquellos ojos
que un segundo brillaron ofreciendo
amor, las rachas frescas de la lluvia
y el viento en los adioses del verano,
todo conlleva tiempo y acongoja
el corazón con mano delicada,
fábula y mito de los años muertos.

Pero guiado de tu mano avanzo
hacia el futuro, avaro me demoro
en el sueño, potencio a mi albedrío
el instante presente, me hago dueño
de su fugaz y fina consistencia,
vuelvo la vida del revés, aplaco
su curso, llego a un éxtasis tan quieto
y tan seguro que en la noche brilla
llena la luna, y ya no escucho el río
que huye ni sus consejas sibilinas.

Soy tuyo, madre mía, tú me dices
constante lo que soy, lo que no he sido,
lo que he de ser o no he de ser, tú eres
a la vez mi pasado y mi futuro,
mi ya y mi todavía, me preservas
de olvido, en esperanza cada día
me salvas, me das vida a millares,
mundo en relieve -bosques, mares, cielos-,
me das, entre las horas huidizas,
partes de eternidad, vences la muerte.

Sí, deja que te diga apasionado
mi amor por ti, luz mía y madre mía,
memoria mía en mí, puro deseo
de ser memoria en otros. Sea sueño
la vida. ¿No es también sueño la muerte?
Gracias, gracias te doy por endiosarme
mágica, humilde, breve, inmortalmente
en mi unidad dramática de hombre
bajo el cielo estrellado. Nunca cese
mi corazón de dar su sí a la vida.



No Quiero Melodía... 

No quiero melodía. Ruedan suaves,
sin melodía, las esferas. Giran
inmelódicas, suaves. ¿Ruedan, giran?
Tácito vals de las esferas suaves
Oh luminoso vuelo de las aves,
silencio de la luz. ¿Mis ojos miran
ascender a las aves? Sí, las miran
mis pupilas inmóviles. Las aves,
las esferas… No quiero melodía,
  sí luz, sí luz, sí música, sí alas,
inmelódica luz, música inmóvil,
música sideral, sin melodía,
luz de las aves, luz sobre las alas…
Música y luz, hermoso mundo inmóvil.


 Primera Epístola De Mí Mismo 

¡Mi cenicienta juventud, mis años baldíos!…
  Soy hombre.
Quisiera ser gacela inocente o el león carnicero
que do not lie awake in the dark and weep for their sins.
Mi cenicienta juventud, mi miércoles continuo sin sello alguno
en la frente,
salvo el del sol glorioso, el de la segura sabiduría incipiente, la
cruz del orgullo,
sin recordación postrimera;
  la frente vana que se alza con pura alegría, con inmortal certeza
de una mañana radiante,
sin atisbo alguno de ocaso, de cercana finitud, de arrugas-
igual que el mar azul de la niñez remota, de la promesa
incumplida.
Time writes no wrinkles on thy azure brow.
Y ahora estoy hastiado de surcos, de renglones torcidos, de
noches en vela,
de invisibles señales, de impenetrables señales, de vasos de
agua en lo oscuro,
de tumbas y cruces, polvo, protectoras ausencias.
¡Mi polvorienta juventud, mis días estériles!…
Mis noches sin nada y sin nadie excepto el llanto, el lamento,
el desvelado monólogo sobre mi condición, el prurito de
orinar, la sed, la fatiga,
el cigarrillo intempestivo del insomnio, el frío sudor sobre la
lisa frente de antaño.
Soy hombre.
Quisiera ser el árbol, la hoja agradecida
a la brisa, a la caricia de mayo, al rumor del río
que no va a dar en la mar, que no es símbolo de lo efímero.
Solamente un sonido, un frescor, un júbilo,
un estremecimiento de vida en la savia ignorante.
Quisiera ser aún más, piedra. Piedra sorda, muda. Perfecta
concentración de la nada, piedra indiferente
a todo destino, a todo origen, honda
agresiva, o juguete en manos del niño
que la arroja a la superficie del agua, estremeciéndola en aros
concéntricos, en anillos fugaces
(Time writes no wrinkles…);
o materia de construcción para alzar esas casas,
esos precarios refugios que habitamos los hombres,
como si cuatro paredes pudiesen protegernos del muro final,
como si un techo doméstico fuese cobijo eficaz contra la
inmensa bóveda de los astros,
o con astros, contra el dosel cifrado de la noche,
de nuestra vida a la intemperie de Dios, de nuestra vida al raso,
al raso.
Memoriam, entendimiento y voluntad. ¡Memoria!
¿Quién no suspira a veces por la flor del loto,
por su olvidadizo milagro, por su borrón y cuenta nueva,
proyecto nuevo,
renovada esperanza
(destinada, ay, a esfumarse como las ostras, a convertirse en
nueva flor marchita)?
¿Quién tiene la vanidad de asumir todo su pasado
sin sentir arrepentimiento, decepción, orgullo
tronchado por el soplo del viento malo? ¡Caña pensante
que te yergues con cotidiana ilusión sobre un mundo en ruinas
sobre un fracaso de cristales,
desatendiendo espejos, sueños, agendas ajadas,
álbumes de amarillenta otredad, insalvables abismos!
Nadie regresa de la ulterior ripa.
La citerior ripa.
Pues cada día tiene su orilla.
Cada jornada su puesta de sol.
Cada tarde su afán trivial.
Cada noche su memento mori.
Y la memoria disminuye si no se ejercita.
Y el olvido nos cala hasta el hueso.
Y la suerte está echada
Y la vejez nos acecha desde la cuna.
Desde la tumba.
Soy hombre.
Quisiera ser árbol, el álamo venturoso
que no pregunta nada al agua que fluye, que ignora su huida,
que no sabe que el río desemboca en su manantial
y tiene su nacimiento en el mar. ¡Río inmóvil
donde el hombre se baña eternamente en su corriente extática!
El movimiento y el reposo
son lo mismo, lo mismo, una ficción diáfana.
Y lo mismo también la luna menguante y la luna creciente,
la luna llena del verano monótono,
la luna nueva del monótono invierno.
Y en este mundo sublunar
repaso ahora retratos abandonados, desvelos inútiles, trajes
deshechados,
dioses extintos, libros no leídos, mujeres amadas
y olvidadas, cartas, papeles, sillas que crujen, espirales de
humo,
dolores intercostales, visitas incómodas, luces mortecinas,
relojes que señalaron un tiempo, saetas
que hirieron mi corazón, lo hirieron.
Soy hombre.
Y mucho de lo humano me es ajeno.
Y ni puedo decir que me conozco a mí mismo.
Pues no sé nada. Sólo
que ahora quisiera ser la gacela inocente o el león carnicero
que no yacen despiertos en lo oscuro llorando por sus pecados.
Que quisiera ser el mar de mi niñez, tú, mar.
Pues el tiempo no inscribe arrugas en tu ceño azul.
Que quisiera ser el árbol, la piedra.
Que quisiera…
Pero es de noche. Es hora de acostarse, hora de apagar la
lámpara
Out, out, brief candle!

Un Cristal

Vidrio de una ventana 
entreabierta de julio 
Hasta mí que tendido 
descanso con cansancio 
feliz de sucesivos 
tiempos y espacios llega 
el verano su soplo 
vital cálido. Vidrio 
en el que ahora contemplo 
reflejadas las casas 
fronteras unos árboles 
los de esta ciudad mía 
al regreso de otras 
y otras y otros paisajes 
fríos yermos ajenos 
Unas casas fronteras 
unas ventanas sobre 
el cristal de ésta abierta 
que me devuelve parte 
de mi ciudad ¿La mía? 
La mía imaginada 
recordada resuelta 
ahora en blando reflejo 
en deseo y en sueño 
de lo que pudo ser 
de lo que no es de lo que 
me absorbe la mirada 
la esperanza tan breve 
(Gracias memoria mía 
de lo malo aún ya trémula.) 
Cansancio julio aquí 
tendido calor nada 
nada más que un reflejo 
equívoco un deslumbre 
frágil de sol un poco 
de ilusión allá enfrente 
Sólo un cristal la vida.

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