lunes, 25 de septiembre de 2017

POEMAS DE LAUREN MENDINUETA

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(poeta, ​ ensayista y traductora de Colombia, nacida en Barranquilla el 14 de abril de 1977)


Hay sólo un tiempo

¿Hoy que vives entre cosas cotidianas
te olvidas de aquella época ilustre
cuando a tus pies tuviste la poesía?
me pregunta desde un poema Raúl Gómez Jattin.
Asustada yo no me detengo a contestar.
Dice el evangelio que allí donde está el tesoro
reposa el corazón.
¿Será por eso que quien soy
no concuerda con lo que Soy?
Decidirme por lo que no me agrada.
Pensar en el futuro como si creyera en él.
Temeridad.
Hay sólo un tiempo para ser,
para hacer. Hacerse. Hágame. Hágase en mí.
Ya no me hago. No puedo hacerme.
Me dejo hacer por lo cotidiano.
Me harta el final del día
y no hay esperaza que me ilusione más allá del lunes.
Me siento como una enamorada
que persigue a su compañera infiel, la poesía,
de antro en antro,
buscando la ocasión de darle una bofetada
para regresar con ella a casa y lamerle los pies.
Aunque sé que la verdad es otra
porque en realidad nunca salgo a buscarla
soy la infiel,
la amante egoísta y ególatra
que se deja manosear en los bares.
Tengo que reconocerlo aunque me avergüence:
en mí se ha perdido lo más valioso del recuerdo
y no sé si tendré fuerzas para salir a encontrarlo.

Interior veraniego (1909)

Cuando la realidad me repite en un cuadro de Edward Hopper
—una mujer ensimismada, un poco curva,
la insípida decoración del cuarto
y los brazos lánguidos del desaliento rodeándome—,
en mí se despliega un catálogo de paisajes abandonados,
puertas canceles que chirrían con el viento de la tarde
y de un recuerdo cierto aunque no vivido.
En esos paisajes que la habitación no puede evocar pero despierta,
me repito, me repito.
El arte alcanza la inteligencia necesaria del misterio.
Todavía sentada en el suelo
(Las piernas recogidas, un brazo encima de la cama,
la cabeza caída sobre el pecho),
busco motivos para la alegría
hasta llegar resignada y seca al confín de mi esperanza.
El silencio ya no es posible para mí en esta vida.
Mi propio ruido acompañando todos los sonidos. ¿Será un castigo
o tiene algo qué decirme esta presencia discordante? 
El ojo del pensamiento me lleva otra vez al cuadro de Edward Hopper,
donde vuelvo a existir absorta e indefensa
en las pinceladas del presente.

Poema de amor


Para Jorge Luis Borges

Me pesan
El bullicio y la injusticia
La marea turbia
Y el olor de un atardecer marino
Que no he de presenciar
Las largas despedidas
Y los encuentros fugaces
Algunas palabras
Y los silencios forzados por la distancia
La noche despoblada de ti
Que avanza indiferente
Hacia el abismo del día
Las letras que componen tu nombre
Inmensa pieza del universo que todo lo encierra
La cifra que define tu número
El género que marca tu cuerpo
El tiempo indefinido de tu existencia.

© Lauren Mendinueta



Carta de Alejandro a Aristóteles


(20 de septiembre de 336 a de J.C.)

A veces pude llamarte Maestro.
Olías a barro sudoroso
Aquellas tardes ennoblecidas
Por el humo del sacrificio.
Te pregunté por el destino
Y tus ojos chocaron
Saltando chispas.
Mi mente debe ser
Una gran hoguera.
Filipo el desgraciado me dijo:
"busca hijo mío
un reino igual a ti
porque en Macedonia no cabes".
Yo te digo a ti
Oh sabio
Un discurso no vale más que una razón.
Ya ves en cambio
Cien ciudades siempre valdrán
Más que una.
¿No reconforta la nueva máscara de estagira
la fijeza de tus días?
Cometes imprudencia irreparable
A mis ojos
Impartiendo conocimiento
Como se reparte lanza.
¿De quién me diferencio ahora?
Si antes abracé el conocimiento con fervor
Ahora abrazo la batalla.
No volverán los días
Cuando tu mano era propicia
Como al luto el silencio.
Nueva York, Abril 14 de 1977

© Lauren Mendinueta

  

Boceto de autorretrato


Insisto en no esquivar nada
Vivir es participar
¿Acaso no es más sensato elegir entre lo conocido?
Me opongo a la servidumbre
¿Lo he logrado?
Sometida a otra esclavitud
Soy verdugo y víctima
Lo acepto Lo prefiero
Reconozco la grandeza del héroe
¡Oh gloria! ¡Oh victoria! ¡Oh desdichado!
La moneda que llevo en la mano
Es un espejo pequeño
Verme ignorando mi reverso
Agujero de sombra
La cara de la moneda es hermosa
Su perfil de rayo
Su reverso feo
Formarme como una obra de mi propia mano
No es fácil
Si renuncio a esa otra parte de mí
Si la desecho para hacer triunfar la belleza
Entonces tendría que renunciar a mí misma
Me sorprendo
¿No es esta también una moral?
Renuncio a ser
Sólo lo que no es
Se construye
Hoy la infancia es un estremecimiento
"todo se ha consumado"
En el tiempo
La moneda no permanecerá
Los espejos no guardan la esencia
Única parte inamovible
Espantado del miedo de la memoria
Hay demasiados caminos para un mismo rostro
Mis palabras
Ojo de aguja
O clavo de ausencia
Vagan por las calles de la ciudad colmada
¿Es inútil este boceto?
Prematuro suplicio
De la imagen propia

© Lauren Mendinueta




El árbol de oro


(En el Popol Vuh representa la muerte y el renacimiento de la vida en la naturaleza.
Se le vincula con el dios Sol, Kinich Ahau
)

El árbol de oro transforma la apariencia del paisaje.
Lo que nosotros llamamos naturaleza está ahí,
pero la vida del árbol le trajo un relieve,
una claridad que antes no tenía.
Crecen en sus ramas resplandores sin sol,
y sus altas luces obligan a mirar hacia arriba,
hacia la amplitud del cielo, que él,
con la delicadeza de sus hojas, resalta.
Su firme presencia
hace visible el espacio invisible del aire.
© Lauren Mendinueta

  

El espacio en su jardín


Lo visible y lo invisible
están en eterna contradicción,
y esta lucha tiene por fuerza
el poder de matarme lentamente.
El triunfo de lo invisible,
carece de espectáculo,
mientras incluso en la derrota
lo visible gana en notoriedad.
Si la brevedad es el signo de la vida humana,
el tiempo es asunto mío, también.
Y la roca gritó, otra vez
El mundo habla en lengua extranjera,
al tiempo que en él la voluntad se cumple
portadora de exilio y soledad.
Creo en los signos secretos,
en las llamadas sin responder
y en ciertos árboles abandonados
en la orilla equivocada de los caminos.
Si se desnudara lo original,
se reflejaría en la superficie de la tierra
y no en la cara teatral de lo humano,
estoy segura.
En medio de tanto ruido,
el grito ignorado de la roca
dice lo que otra vez preferimos no entender:
si esto es vivir, la muerte es un jardín florido.
© Lauren Mendinueta

  

El Danubio


Lo que pacientes elaboraron los años
no tiene título por ahora,
sólo un olor y un sonido que lo distingue
del tumulto de lo real y notable.
El Danubio que yo conozco
no lo frecuenta el mundo;
es el escenario de los últimos vasos de leche
que tomé gustosa de las ubres;
la cama junto a la cama de mis abuelos paternos,
que anhelaron encaminar su hacienda, y así fue,
y sembraron tres hijos en sus jardines.
En El Danubio pude ver hacia el universo,
y me atemorizó la imagen del infinito;
aquella aparición del vacío
que amenazaba con tragarse el mundo.
Todo lo que yo conocí en mis primeros años,
fiel a lo anunciado por mis visiones, desapareció;
y ahora cumplido el presagio, perdida la niñez,
los amigos tempranos, la casa en la que nací,
perdida la calle Felicidad para habitarla,
me sigue quedando El Danubio y su jazmín,
el naranjal, unos corrales,
y las cumbres nevadas de la Sierra:
es decir, un paisaje que se pierde
en el temor de perderse otra vez,
otra vez en lo definitivo.
© Lauren Mendinueta



Venecia

Para Silvia Favaretto

Quisiera capturar en vida tu imagen,
guardarla en la galería de mi mente,
desenterrarte del lugar donde te has refugiado
mientras aumenta cada día tu esplendor
y voy ciega a tu existencia.
Eres como un velo tendido sobre la arena,
toda transparencia y gravedad;
pareces tan tenue, tan serena,
tan desnuda de todo
salvo de tu gracia.
Me pregunto al contemplar las imágenes
grabadas en la laguna,
cuál es la ciudad real y cuál es su reflejo.
© Lauren Mendinueta


  

Poema auto-referencial


La que sin ser yo
No es otra
La de tirantes dedos para acariciar
El espino
Escribe
Pocos años Pocas horas
No menos de mil
No más de mil
Recoge
La herida de la tierra amarga
Para protegerse
De la orgullosa espesura
Sostenida por siete pájaros azules
Su soledad
No derrama pájaros
Árboles con amplias miradas
Antigua huella de adioses
Guardaron para ella la señal
Y las flores
Grandes triunfadoras
Le cortaron es suspiro inocente
Joven aún
No la conozco
Ella y yo
Dos manos de trazo libre
Para esquivar la espera
Dos pies en forma de pies
Para marchar al combate
Dos ojos
Que siempre miran recuerdos
Diosa y mujer
Nosotras

© Lauren Mendinueta


La felicidad, como tantas otras cosas,


depende de los reflujos de la mente.
Pero ese vaivén de la memoria lo gobierna el azar,
y por fatalidad he vivido dando rodeos
acercándome quizás, sin alcanzar lo memorable,
una y otra vez cayendo en lo peor de lo vivido.
¿Acaso la felicidad está en lo más próximo,
en lo que no es memoria sino llana realidad?
Si es así no hay esperanza
pues para llegar a lo más cercano
hay que transitar por el camino más largo,
que dicho sea de paso, es el más difícil.
La felicidad, como un legítimo tesoro,
espera en el fondo
de lo ríos más caudalosos de la memoria.
Sólo en esos acuosos mantos existe con pureza.
Aunque en tierras cotidianas contemos con réplicas exactas
dispuestas en vitrinas a precios caprichosos.
Si alguno codicia las auténticas joyas
tiene que sumergirse en innumerables aguas,
sortear atroces peligros, arriesgarse.
Pero que entienda de antemano
que los tesoros verdaderos no son hallazgos de la voluntad.
Yo prefiero abandonarme al azar,
tal vez un día aparezca ahogada en buenas aguas.
© Lauren Mendinueta


SOLA



Voy de un teatro a otro,
de una noche pizarrosa a un día ocre.
Busco mi alma que suele esconderse
en la estación clausurada del ferrocarril
y me burla la brevedad.
La muerte como un paisaje
adorna las cortinas de mi casa.
Quizás otro día tenga el valor para espantarla.
Sin tu amor estoy sola en el recuerdo,
un recuerdo, inconcluso que no cesa,
que no puede, que no acaba de morir.



YO MARINA TSVIETÁIEVA


Me acuerdo de libros sagrados
y de otros que no son más que cifras,
lo elevado no incluye lo grande.

Recuerdo días en los que se dijo de mí:
“Eres una bruja”
y otros en los que terminé encerrada por el miedo
en la jaula de la santidad.
el jorobado paga por su joroba,
el ángel paga por sus alas en la tierra.

Lo que siento no tiene cuerpo
Y otros lo miran como si fuera estéril,
-sólo la carne se prende y se pudre-.
odo se le ha dado al inocente y más al que todo lo sabe.

Yo, Marina Tsvietáieva
pienso en mí como en una flor recién segada
de mayor estatura que los hombres.
La jirafa es su cuello.

Mi vientre se ha hinchado numerosas veces,
y tres veces ha escupido su fruto:
las caras de mis hijos amados y de los menos amados
transparentes  y cortantes como el vidrio.
Yo, Marina Tsvietáieva, la testigo de esa historia
cortada en dos por la espada de Yalta,
doy fe de una mitad aún sin voz: la mía.



LOS CIRCOS DE PUEBLO


Para Armando Romero


Un payaso gordo y mutilado,
otros a los que no les faltaba nada, salvo la gracia,
varios enanos, un gigante, el hombre bala,
un mago torpe y una joven fonámbula.
Yo me acercaba a los once años
cuando aquel circo de maravillosa tristeza
llegó a mi pueblo.
La niña que caminaba sobre la cuerda no debía tener más de diez.
Sí, era mujer aquella niña del circo,
su pecho era plano como el de un buitre desnutrido,
pero en su mirada afloraba una ave exuberante.
Era menudita aquella cría de buitre
y casi parecía natural verla caminar sobre la cuerda floja.
Era un circo pobre, para los hijos de los pobres,
y con descaro feliz los payasos pregonaban:
“¡Esta noche a las siete
no se pueden perder el mayor espectáculo del planeta!”
“¡El circo más famoso del mundo,
los invita a una única función!”
Así lo anunciaron noche tras noche,
y los niños noche tras noche creímos que era cierto.
En esto consistía el milagro:
en los payasos que mentían y amaban su mentira descaradamente.
Y en aquella avecilla salvaje disfrazada de bailarina,
la pequeña fonámbula que caminó en nuestro pueblo
sin llegar a pisar tierra,
y sobre todo
en las boletas mágicas de pague uno y entren dos
y en esas funciones únicas
repetidas noche tras noche.
Ha pasado un cuarto de siglo desde aquella visita del circo
y sin embargo pocas cosas han cambiado,
la niñez sigue siendo un sueño enamorado de sus mentiras
y la vida con sus personajes de inexplicable extrañeza
continúa pareciéndose al milagro triste
de los circos de pueblo.


DESEO DE NADA


Todavía es temprano.
Mil noches han caído sobre la tierra,
y otras mil cayeron antes,
pero aún no es tarde.
El viento arropa con tanta fuerza la casa
que se diría una madre enloquecida de amor.
Pero el viento no puede amar.
Tengo miedo.
El mar no está lejos de aquí,
y yo soy esa misma arena sobre la que caen
furiosas, incontenibles y enajenadas las olas.
Más allá, en el centro mismo de la tormenta,
mi ojo busca las razones de tanta rabia.
Tengo ganas de azotar a la noche
hasta verla sangrar.
Deseo hasta el infinito
poseer algo que jamás se entregue.


 

RELOJ SIN MANECILLAS


Tengo el boleto para un viaje que promete el Jardín como destino,
la costumbre de rondar sobre cenizas para no olvidar el fuego
y la voz de mi madre que me arropó con rumor de palmas en la tarde.
Tengo también el compromiso de estar viva, de preservar lo intocable
para que el mundo siga siendo aquello que no soy.
Pero vivir en redondo como aguja de reloj termina por cansar.
Cuánta ironía: tener que envejecer para al fin recobrar la infancia,
tener que morir para que ya nadie pueda robármela.


 

EL JARDÍN COMO DESTINO


En los umbrales del jardín te espera la más hermosa nada.
No encontrarás al gran ángel negro de alas encendidas
ni saldrá a recibirte el viejo barbón que custodia la casa.
Ahí has de encontrarte con el gran desconocido que fuiste,
con aquel obscuro murmullo que aterrorizó tu niñez,
el mismo canto de sordos que cargaste la vida entera.
No encontrarás girasoles que se inclinen a occidente,
ni azaleas encarnadas que escapen al alba.
Atrás habrán quedado los árboles del Paraíso
con sus ramas desfloradas
erguidas al cielo con orgullosa inocencia
y conocerás la vergüenza de haberte avergonzado un día de tu desnudez.
Si alguna vez llegas a los confines del jardín,
ahí donde todo lo ha quemado el cielo,
donde la materia cumple su único destino,
sabrás que tu vida ha sido como un poema atravesado de tormentos
pero insensible a sus propias palabras.
Y te preguntarás cómo has podido no entender
que tu anhelo de vivir eternamente,
tu miedo animal a la soledad,
no tenía el poder de construir otros mundos.
El jardín es uno solo y a él vas y vuelves sin percatarte.
Y como el alma no siente, sólo sabe,
te sorprenderás al saber que la nada posee tu propio rostro.


  

ENCALLAR EN EL EGEO


Vi mi rostro reflejado en las aguas del Egeo.
Cada rasgo con su trazo único, apenas mío,
la imagen de una exactitud inquietante.
Esos eran por fin mis ojos. Mi boca. Mi nariz.
Mis pómulos. La inclinación exacta de mi barbilla.
Así estuve atenta días y noches
deseosa de que el reflejo intentara hablarme.
Desde entonces no importa a dónde vaya
en ese mar me quedé yo, temblando entre rocas y olas:
muda, idéntica a la felicidad que nunca tuve.


 

SIN ENTENDER NADA


La tarde se agotaba en Rodas,
abril, como toda promesa cumplida, perdía interés
y yo vi correr tus lágrimas hasta el mar.
Sin entender nada
ni tu melancolía ni la migración de las aves
ni el silbido de los barcos ni el rostro envejecido de los capitanes,
cerré los ojos.
Al volver a abrirlos, no sé si yo era distinta
o si el puerto había cambiado
pero los barcos anclados embellecieron con la noche.
Tú que mirabas hacia las colinas
no viste mis lágrimas encendiendo las primeras lámparas.



 
Poemas del libro La Vocación Suspendida (Editorial Point de lunettes, España, 2008)


 

ASÍ PASAN LOS AÑOS


Pasan los años,
y aunque la vida me acusa de inmovilidad,
también yo he viajado.
Como una partícula de polvo
he revoloteado por la casa y me he prendido a los libros.
Como  un insecto he reposado a la orilla de las acequias,
o simplemente he sido una mujer que de tarde en tarde
ha mirado hacia el mar
buscando barcos olvidados por la neblina
y que vuelven a la memoria,
sin esperanza distinta de la muerte.


 

BOGOTÁ, DESPUÉS DE UNA VISITA A HELENA IRIARTE


No hay relación entre las cosas
y aquello que las encarna.
La realidad acaso es un vacío
y el reflejo en los espejos
la evidencia de su precariedad.
Los nombres van por el mundo
retratando la angustia de no ser lo que nombran.
La gente corre afanada hacia el vagón del metro
o el autobús porque la vida depende de un concepto.
Tampoco la puntualidad corresponde a su palabra,
Pues no se puede llegar con retraso al destino.
¿Es posible que convivan alma y cuerpo?
¿no serán un binomio inseparable,
una sola cosa que no sabemos nombrar aún?
En estos temas, como en tantos otros,
me atropella la retórica,
y vuelvo a preguntarme si será posible
nada más vivir.


 

OLVIDO DE MÍ


Octubre ha llegado dominado por las lluvias,
y los demás meses lo han seguido hasta aquí.
De repente este amontonado tiempo lo ha llenado todo,
el verde de la casa, las sillas, la manta que cubre el piso
cuando en el verano me recuesto a leer.
En mí no es posible el abandono del tiempo,
la gracia que supone el olvido
me hubiese salvado de esta invasión.
Ahora debo caminar con cuidado
para no maltratarme con tantos recuerdos.
¿Me engañaré o será verdad lo que voy a decir?
Renuncio a esta visita, no le temo a la soledad.


 

LA TORRE DE MARFIL 


El mundo es una torre de marfil, en vano
busco una puerta en sus paredes curvas.
Parezco una actriz representando a un borracho,
camino tratando de hacer una línea recta,
nunca eses. No soy una profesional
de la actuación, ni siquiera me le parezco,
pero caminaré tratando de hacer una línea recta.
A veces me siento frente al ordenador y busco
toda clase de cosas, desde zapatos hasta amor.
Y sí, todo lo encuentro allí, porque el mundo es una torre
y estoy atrapada con todo lo demás, es inevitable.
Cuando me miro al espejo me sorprende lo común
que parece mi rostro, y me digo:
es bueno ser tan común, no te asustes.
Vuelvo a sentarme frente al ordenador y encuentro
las mismas cosas, todo, todo, hasta el amor.
Y allí mismo, tecleando,
trato de comprender
por qué me siento libre en la jaula del pájaro.


 

HAY SÓLO UN TIEMPO


¿Hoy que vives entre cosas cotidianas
te olvidas de aquella época ilustre
cuando a tus pies tuviste la poesía?
me pregunta desde un poema Raúl Gómez Jattin.
Asustada yo no me detengo a contestar.
Dice el evangelio que allí donde está el tesoro
reposa el corazón.
¿Será por eso que quien soy
no concuerda con lo que Soy?
Decidirme por lo que no me agrada.
Pensar en el futuro como si creyera en él.
Temeridad.
Hay sólo un tiempo para ser,
para hacer. Hacerse. Hágame. Hágase en mí.
Ya no me hago. No puedo hacerme.
Me dejo hacer por lo cotidiano.
Me harta el final del día
y no hay esperanza que me ilusione más allá del lunes.
Me siento como una enamorada
que persigue a su compañera infiel, la poesía,
de antro en antro,
buscando la ocasión de darle una bofetada
para regresar con ella a casa y lamerle los pies.
Aunque sé que la verdad es otra
porque en realidad nunca salgo a buscarla
soy la infiel,
la amante egoísta y ególatra
que se deja manosear en los bares.
Tengo que reconocerlo aunque me avergüence:
en mí se ha perdido lo más valioso del recuerdo
y no sé si tendré fuerzas para salir a encontrarlo.


 

INTERIOR VERANIEGO (1909)


Cuando la realidad me repite en un cuadro de Edward Hopper
—una mujer ensimismada, un poco curva,
la insípida decoración del cuarto
y los brazos lánguidos del desaliento rodeándome—,
en mí se despliega un catálogo de paisajes abandonados,
puertas canceles que chirrían con el viento de la tarde
y de un recuerdo cierto aunque no vivido.
En esos paisajes que la habitación no puede evocar pero despierta,
me repito, me repito.
El arte alcanza la inteligencia necesaria del misterio.

Todavía sentada en el suelo
(Las piernas recogidas, un brazo encima de la cama,
la cabeza caída sobre el pecho),
busco motivos para la alegría
hasta llegar resignada y seca al confín de mi esperanza.
El silencio ya no es posible para mí en esta vida.
Mi propio ruido acompañando todos los sonidos. ¿Será un castigo
o tiene algo qué decirme esta presencia discordante?
El ojo del pensamiento me lleva otra vez al cuadro de Edward Hopper,
donde vuelvo a existir absorta e indefensa
en las pinceladas del presente.



 
Poemas del libro Poesía en sí misma (Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2007).
 
 

EUCLIDIANA


Desde la azotea observo
la diaria geometría de los pájaros
que vuelan sin sombra de duda
por el laberinto del cielo.
El tiempo
que como ellos migra
dispone la distancia imprescindible
entre nosotros y el orden de las cosas.
El hoy en mí quiere darle las gracias
¿por qué cosa debo empezar?


 

ANTIGUA MORADA


La infancia viene de muy lejos,
de un lugar muy antiguo,
de una casa abandonada en el mundo.
Lo cumplido en aquellos años no demora.
Demasiado vieja el alma,
milenaria en su forma,
termina por imponer
su voluntad de retiro.
El resto de la vida nos queda
para fijar su extrañeza,
la severa distancia impuesta
por su opacidad inalcanzable.


 

CARTA DE BEATRIZ A DANTE

(En un día imposible de precisar)

Por voluntad divina
nos une la memoria.
La sombra de tu cercano tormento
se mezcla con la mía
blandamente como si entrara al paraíso.
¡Agonía
emerges desde el fondo de los siglos!
Si pudiera lanzaría tu nombre
a los brazos infinitos de la noche.
Libre
sería un ave no tocada por el cielo.
Espigada sombra
fulguras desterrada.
Cuando retornes al paraíso
será mi rostro
una visión con velas
encendida en desolación.
Será mi cuerpo
un traje rumoroso
en los huesos lucientes.
¿Qué fatalidad
encadena el alma
con las ilusiones fallidas?
Es bueno guardar silencio
cuando se ha visto al fuego
caer del cielo.


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