miércoles, 27 de septiembre de 2017

POEMAS DE PETRARCA

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(20 de julio de 1304, Arezzo, Italia - julio de 1374, Arquà Petrarca, Italia)

Bendito sea el año, el punto, el día...       

Bendito sea el año, el punto, el día,
la estación, el lugar, el mes, la hora
y el país, en el cual su encantadora
mirada encadenóse al alma mía.
Bendita la dulcísima porfía
de entregarme a ese amor que en mi alma mora,
y el arco y las saetas, de que ahora
las llagas siento abiertas todavía.
Benditas las palabras con que canto
el nombre de mi amada; y mi tormento,
mis ansias, mis suspiros y mi llanto.
Y benditos mis versos y mi arte
pues la ensalzan, y, en fin, mi pensamiento,
puesto que ella tan sólo lo comparte.
Versión de F. Maristany

  

El que su arte infinita y providencia...

El que su arte infinita y providencia
demostró en su admirable magisterio,
que, con éste, creó el otro hemisferio
y a Jove, más que a Marte, dio clemencia,

vino al mundo alumbrando con su ciencia
la verdad que en el libro era misterio,
cambió de Pedro y Juan el ministerio
y, por la red, les dio el cielo en herencia.

Al nacer, no le plugo a Roma darse,
sí a Judea: que, más que todo estado,
exaltar la humildad le complacía;

y hoy, de una aldea chica, un sol ha dado,
que a Natura y al sitio hace alegrarse
donde mujer tan bella ha visto el día.


En la muerte de Laura


Sus ojos que canté amorosamente,
su cuerpo hermoso que adoré constante,
y que vivir me hiciera tan distante
de mí mismo, y huyendo de la gente,

Su cabellera de oro reluciente,
la risa de su angélico semblante
que hizo la tierra al cielo semejante,
¡poco polvo son ya que nada siente!

¡Y sin embargo vivo todavía!
A ciegas, sin la lumbre que amé tanto,
surca mi nave la extensión vacía...

Aquí termine mi amoroso canto:
seca la fuente está de mi alegría,
mi lira yace convertida en llanto.

Versión de Alejandro Araoz Fraser


Fue el día en que del sol palidecieron... 


Fue el día en que del sol palidecieron
los rayos, de su autor compadecido,
cuando, hallándome yo desprevenido,
vuestros ojos, señora, me prendieron.

En tal tiempo, los míos no entendieron
defenderse de Amor: que protegido
me juzgaba; y mi pena y mi gemido
principio en el común dolor tuvieron.

Amor me halló del todo desarmado
y abierto al corazón encontró el paso
de mis ojos, del llanto puerta y barco:

pero, a mi parecer, no quedó honrado
hiriéndome de flecha en aquel caso
y a vos, armada, no mostrando el arco.



Los que, en mis rimas sueltas...


Los que, en mis rimas sueltas, el sonido
oís del suspirar que alimentaba
al joven corazón que desvariaba
cuando era otro hombre del que luego he sido;

del vario estilo con que me he dolido
cuando a esperanzas vanas me entregaba,
si alguno de saber de amor se alaba,
tanta piedad como perdón le pido.

Que anduve en boca de la gente siento
mucho tiempo y, así, frecuentemente
me advierto avergonzado y me confundo;

y que es vergüenza, y loco sentimiento,
el fruto de mi amor é claramente,
y breve sueño cuanto place al mundo.

 


Mi loco afán está tan extraviado...

Mi loco afán está tan extraviado
de seguir a la que huye tan resuelta,
y de lazos de Amor ligera y suelta
vuela ante mi correr desalentado,

que menos me oye cuanto más airado
busco hacia el buen camino la revuelta:
no me vale espolearlo, o darle vuelta,
que, por su índole, Amor le hace obstinado.

Y cuando ya el bocado ha sacudido,
yo quedo a su merced y, a mi pesar,
hacia un trance de muerte me transporta:

por llegar al laurel donde es cogido
fruto amargo que, dándolo a probar,
la llama ajena aflige y no conforta.


Mis venturas se acercan lentamente...


Mis venturas se acercan lentamente,
dudando espero, el ansia en mí renace,
y aguardar y apartarme me desplace,
pues se van, como el tigre, velozmente.

Ay de mí, nieve habrá negra y caliente,
sierras con peces, mar que olas no hace,
y el sol se acostará por donde nace
Eufrate y Tigris de una misma fuente,

antes que ella una tregua, o paz, me ofrezca,
o Amor otro uso enseñe a mi señora,
que en contra mía ya han pactado alianza:

que si algo hay dulce, tras la amarga hora,
hace el desdén que el gusto desfallezca;
y de sus gracias nada más me alcanza.

 

No tengo paz ni puedo hacer la guerra...


No tengo paz ni puedo hacer la guerra;
temo y espero, y del ardor al hielo paso,
y vuelo para el cielo, bajo a la tierra,
nada aprieto, y a todo el mundo abrazo.

Prisión que no se cierra ni des-cierra,
No me detiene ni suelta el duro lazo;
entre libre y sumisa el alma errante,
no es vivo ni muerto el cuerpo lacio.

Veo sin ojos, grito en vano;
sueño morir y ayuda imploro;
a mí me odio y a otros después amo.

Me alimenta el dolor y llorando reí;
La muerte y la vida al fin deploro:
En este estado estoy, mujer, por tí.

Versión de Julián del Valle



Porque una hermosa en mí quiso vengarse...


Porque una hermosa en mí quiso vengarse
y enmendar mil ofensas en un día,
escondido el Amor su arco traía
como el que espera el tiempo de ensañarse.

En mi pecho, do suele cobijarse,
mi virtud pecho y ojos defendía
cuando el golpe mortal, donde solía
mellarse cualquier dardo fue a encajarse.

Pero aturdida en el primer asalto,
sentí que tiempo y fuerza le faltaba
para que en la ocasión pudiera armarme,

o en el collado fatigoso y alto
esquivar el dolor que me asaltaba,
del que hoy quisiera, y no puedo, guardarme.


Si con suspiros de llamaros trato...

Si con suspiros de llamaros trato,
y al nombre que en mi pecho ha escrito Amor,
de que el Laude comienza ya el rumor
del primer dulce acento me percato.

Vuestra realeza, que hallo de inmediato,
redobla, en la alta empresa, mi valor;
pero ¡Tate!, me grita el fin, que honor
rendirle es de otros hombros peso grato.

Al Laude, así, y a reverencia, enseña
la misma voz, sin más, cuando os nombramos,
oh de alabanza y de respeto digna:

sino que, si mortal lengua se empeña
en hablar de sus siempre verdes ramos,
su presunción tal vez a Apolo indigna.


Si el fuego con el fuego no perece...


Si el fuego con el fuego no perece
ni hay río al que la lluvia haya secado,
pues lo igual por lo igual es ayudado,
y a menudo un contrario al otro acrece,

Amor -que un alma en dos cuerpos guarece-,
si has siempre nuestras mentes gobernado,
¿qué haces tú que, de moda desusado,
con más querer, así el de ella decrece?

Tal vez igual que el Nilo que, cayendo
desde muy alto, su contorno atruena,
o cual sol que, al mirarlo, está ofuscando,

el deseo que consigo no consuena,
en su objeto extremado va cediendo
y, al espolear demás, se va frenando.


Soneto

Bendecidos el año, el mes, el día
y la estación y el sitio y el instante
y el hermoso país en que delante
de su mirar mi voluntad rendía.

Y bendecida la tenaz porfía
de amor entre mi pecho palpitante,
y el arco y la saeta y la sangrante
herida que en mi corazón se abría.

Bendecida la voz que repitiendo
va por doquier el nombre de mi amada,
suspiros, ansias, lágrimas vertiendo.
Y bendecido todo cuanto escribe
la mente que al loarla consagrada
en Ella y sólo para Ella vive.
Versión de Carlos López Narváez

Soneto a Laura
Paz no encuentro ni puedo hacer la guerra,
y ardo y soy hielo; y temo y todo aplazo;
y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra;
y nada aprieto y todo el mundo abrazo.
Quien me tiene en prisión, ni abre ni cierra,
ni me retiene ni me suelta el lazo;
y no me mata Amor ni me deshierra,
ni me quiere ni quita mi embarazo.
Veo sin ojos y sin lengua grito;
y pido ayuda y parecer anhelo;
a otros amo y por mí me siento odiado.
Llorando grito y el dolor transito;
muerte y vida me dan igual desvelo;
por vos estoy, Señora, en este estado.
Versión de Jorge A. Piris

A Una Joven Bajo Un Verde Laurel


Vi más blanca y más fría que la nieve
que no golpea el sol por años y años;
y su voz, faz hermosa y los cabellos
tanto amo que ahora van ante mis ojos,
y siempre irán, por montes o en la riba.
Irán mis pensamientos a la riba
cuando no dé hojas verde el laurel;
quieto mi corazón, secos los ojos,
verán helarse al fuego, arder la nieve:
porque no tengo yo tantos cabellos
cuantos por ese día aguardara años.
Mas porque el tiempo vuela, huyen los años
y en un punto a la muerte el hombre arriba,
ya oscuros o ya blancos los cabellos,
la sombra ha de seguir de aquel laurel
por el ardiente sol y por la nieve,
hasta el día en que al fin cierre estos ojos.
No se vieron jamás tan bellos ojos,
en nuestra edad o en los primeros años,
que me derritan como el sol la nieve:
y así un río de llanto va a la riba
que Amor conduce hasta el cruel laurel
de ramas de diamante, áureos cabellos.
Temo cambiar de faz y de cabellos
sin que me muestre con piedad los ojos
el ídolo esculpido en tal laurel:
Que, si al contar no yerro, hace siete años
que suspirando voy de riba en riba,
noche y día, al calor y con la nieve.
Mas fuego dentro, y fuera blanca nieve,
pensando igual, mudados los cabellos,
llorando iré yo siempre a cada riba
por que tal vez piedad muestren los ojos
de alguien que nazca dentro de mil años;
si aún vive, cultivado, este laurel.
A oro y topacio al sul sobre la nieve
vencen blondos cabellos, y los ojos
que apresuran mis años a la riba.

Yo voy pensando y al pensar asido
me siento de piedad de mí tan fuerte,
que me hace que liberte
lágrimas como nunca antes llorara;
pues, viendo ya cuán cerca está la muerte,
a Dios mil veces alas he pedido,
que alcen a eterno nido
la mente que en mortal cárcel repara;
mas tengo al fin aquí por cosa avara
suspiro o llanto que hoy me haga pedazos;
y así conviene que a razón me traiga
que el que, pudiendo en pie, al suelo caiga,
es digno de que yazga en los ribazos.
Aquellos tiernos brazos
en que confío, abiertos veo ahora;
pero el temor me azora
de otros ejemplos, y mi estado temo,
que hay quien me aguija, y soy quizá al extremo.

Dice, conmigo hablando, un pensamiento:
«¿Qué ansías? ¿Qué consuelo es el que atiendes?
Ay mísera, ¿no entiendes
con cuánto deshonor tu tiempo vuela?
Obra con seso presto, no te arriendes;
arranca de tu pecho todo asiento
del placer, que contento
no puede darte más, y te desvela.
Si te ahíta la continua bagatela
de aquel mentido dulce fugitivo
que puede dar traidor el mundo a otro,
¿por qué esperar aún de ese quillotro,
de toda paz y de firmeza esquivo?
Mientras que el cuerpo es vivo,
al freno aún del pensamiento accedes.
Sujétalo hoy que puedes,
que incierto es demorarse, como sabes,
y, antes de empezar, puede que acabes.

Bien sabes la dulzura que le ha hecho
a tus ojos la vista de esa fiera,
la cual más nos valiera
que más por nuestra paz fuese nacida.
Bien debes acordarte cómo era
cuando llegó corriendo hasta tu pecho,
allá donde de hecho
quizás no entrara llama otra prendida.
Ella la encendió; y si fementida
tanto tiempo duró ofreciendo un día,
que en pro de nuestro bien ya nunca vino,
hoy alza tu esperanza a otro camino
que al cielo lleva y que tu alma cría,
nueva, inmortal y pía:
que pues, si de ese mal que aquí os inquieta,
vuestro deseo aquieta
un pestañeo, un razonar, un canto,
¿cuál gozo será aquel, si es este tanto?»

Por otra un dulce y agrio pensamiento
con carga fatigante y deleitosa
en el alma se posa,
del que afán y esperanza el pecho pace;
que solo por la fama alma y gloriosa
no siente si yo sol o hielo siento,
o enflaco macilento;
y si lo mato, más fuerte renace.
Y día a día en mí mayor se hace
desde la cuna y mi más tierno juego,
y temo que un sepulcro a ambos encierre;
pues, cuando el cuerpo el alma ya deshierre,
no pienso que menguar pueda su fuego.
Mas que en latín o en griego
hablen de mí ya muerto, será viento;
si, porque siempre intento
ganar lo que en un hora se malogra,
por ir tras sombra, el alma a Dios no logra.

Mas aquel otro afán, del que estoy lleno,
cuanto se yergue junto a él derruye;
y así el tiempo huye
que, escribiendo de otro, a mí me olvido;
y la luz del mirar que me destruye
süavemente a su calor sereno
me tiene con un freno
contra el que maña o fuerza en vano mido.
¿Qué importa, pues, que el casco haya bruñido
de mi barquilla, si en escollo luego
de dos rocas la veo aún encallada?
Tú que del resto que en la mar enfada,
has librado mi rumbo y mi trasiego,
¿por qué, Señor, te ruego,
no impides que en la faz venga a correrme?
Que, como aquel que duerme,
ya de la muerte la visión me alarma;
y quiero hacer defensa, y voy sin arma.

Cuanto hago, sé; y embuste disfrazado
no me engaña, que Amor antes me esfuerza,
el cual no seguir fuerza
la senda del honor a quien de él fía;
y siento poco a poco en mí con fuerza
un severo desdén antes no usado,
que todo mi cuidado,
por que ella vea, saca a la faz mía;
que amar cosa mortal con pleitesía
que sólo a Dios por deuda le es debida,
desacredita a quien con ruegos clama.
Y esto aún a voces me reclama
tras los sentidos la razón perdida,
mas, porque no sea oída,
la costumbre viciada más la empuja,
y en los ojos dibuja
la que nació por sólo darme muerte,
porque harto gustó a ambos mal tan fuerte.

Y no sé el tiempo que me diera el cielo,
cuando primera vez pisé la tierra
a sufrir la cruel guerra
que yo contra mí mismo he practicado,
ni puedo el día que la vida cierra
prever a causa del corpóreo velo;
mas veo mudar el pelo,
y cambiar dentro de mí todo cuidado.
Y, pues creo ya casi haber llegado
al tiempo de partir, que cerca inquieta,
como aquel que el perder hace discreto,
pienso en dónde dejé aquel vericueto
que guía la derrota a buena meta;
y de un lado me aprieta
vergüenza y llanto a que me dé la vuelta;
del otro no me suelta
un placer por costumbre en mí tan fuerte
que a hacer pacto se atreve con la muerte.

Heme, canción, aquí más frío el pecho
por el propio temor que helada nieve,
sintiéndome morir ya en tal barullo;
que así pensando he vuelto ya al enjullo
gran parte de esta tela mía breve;
y todo peso es leve
cargando el que sostengo en tal estado,
que con la muerte al lado
busco de mi vivir consejo nuevo,
y conozco el mejor, y el peor apruebo.


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