lunes, 14 de noviembre de 2016

POEMAS DE JAIME JARAMILLO ESCOBAR (X-504)


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(25 de mayo de 1932 PueblorricoAntioquia, Colombia)



Ruego a Nzamé


Dame una palabra antigua para ir a Angbala, 
con mi atado de ideas sobre la cabeza.
Quiero echarlas a ahogar al agua.

Una palabra que me sirva para volverme negro,
quedarme el día entero debajo de una palma, 
y olvidarme de todo a la orilla del agua.

Dame una palabra antigua para volver a Angbala,
la más vieja de todas, la palabra más sabia.
Una que sea tan honda como el pez en el agua.

¡Quiero volver a Angbala!

Alheña y azúmbar

¡Ya no más –por favor– las aburridas descripciones de semillas tropicales!
Gabriel Jaime Franco

La digestión de la pulpa del coco demora cuarenta días y cuarenta noches.
Ni mucho, ni poco.Al plátano hartón de cáscara roja le falta un grado para ser veneno. Compadre, no coma coco. Si se ha comido banano y se toma ron, muerte segura. Nadie comió. Ni yo tampoco. La pepita de la pitahaya si la comes no la muerdas, si la muerdes no la tragues; si la tragas, allá tú.
La pepita de la granadilla si la tragas se te embucha. Para que no se te embuche, mejor que no comas mucha.
La pepita de la granada no es como la de la granadilla. La pepita de la guayaba no es como la de la granada. Y la pepita de la papaya no es como la de la guayaba. Es como la de la papayuela, pero más dulce.
Si es más dulce es más sabrosa, si es más sabrosa es más cara. Para que no sea más cara no compre papaya ni compre nada.
La pepita de la guanábana es como la de la chirimoya. Y ambas son como la de la calabaza. Cuando a uno le dan calabazas no le dan chirimoya ni le dan papaya.
Las pepitas de la guama se usan para hacer zarcillos, quiero decir que se utilizan como pendientes, o mejor dicho lo que quiero decir es que los chicos se las cuelgan de las orejas.
Trae el corozo una nuez, trae la nuez una almendra, pero la almendra de la nuez no es como la nuez del corozo. Si no se entiende que no se entienda.
La ciruela se lava, pero no se pela; el madroño se pela, pero no se lava. Para saber si una fruta se lava o se pela hay que consultar el diccionario. El diccionario tiene la palabra. Pero si no la tiene será que le falta una página.
La pulpa de la algarroba se ataruga y se atraganta. Si tomas agua se forma una pasta y se te pega en la garganta. Con la garganta atragantada tratas de ver si resuellas o si no resuellas nada. Si no resuellas mortus est.
El hicaco es una fruta especial para diabéticos: no tiene azúcar, ni tiene harina, ni tiene hicaco ni nada.
El que come patilla oxidada seguro estira la pata. Para no correr el riesgo es mejor comer sandía. La sandía es una fruta sandia.
El tamarindo es la fruta que más me gusta porque es de negros y de tierra caliente. Qué sería de los blancos cuando van a tierra caliente si los negros no les sirvieran refrescos de tamarindo. Con el sabor áspero del tamarindo se forman bolas ácidas recubiertas de azúcar que sirven para vender en las calles de Cartagena, y se hace una miel espesa de tamarindo para lamer sobre hojas de plátano. También se hacen sorbetes para el arzobispo, y además el árbol de tamarindo produce una sombra verde y fresca para construir un banquito y sentarse alrededor del tronco. El tamarindo es un tronco de árbol copudo completamente lleno de tamarindos. Sólo los negros lo pueden coger porque no es fruta de blancos. Si los blancos tuvieran tamarindo entonces los negros serían blancos. Pero no puede ser.
Hay muchas frutas que son de negros. Dios les dio a los negros la tierra caliente y las frutas porque Dios tiene predilección por los negros, eso es evidente. A los blancos los puso en tierras frías para que se resfríen, pero ellos inventaron la aspirina y las cobijas de lana. El níspero y el mamey son frutas de negros. Y el zapote también. Pero lo que pasa es que a los blancos siempre les ha gustado comerse la comida de los negros. Y la música de los negros. Y los bailes de los negros. Y las negras de los negros.

Sigamos: mi negra se emperejila, se emperespeja, se aliña,
Con alhucema y albahaca, con cidrón y toronjil,
Con lavanda, con canela, con loción y con anís.
Mi negra tiene un meneo que no cabe por la calle,
Mueve el tacón y la punta del zapato y ese baile
Derrama tantas fragancias que no caben en el aire.
Mi negra es alta y esbelta, muy lucida y bien plantada,
Su cuello es tan largo que anda su cabeza por el aire.
El donaire de mi negra no cabe en ninguna parte.
Mi negra tiene ojos blancos, dientes blancos, calzones blancos,
Calzones en diminutivo, calzoncitos, prendas íntimas…
Yo no sé qué tienen de íntimas si las anda mostrando por todos lados.
Cuando mi negra se desnuda queda completamente desnuda,
No como las blancas que aunque se desnuden siempre tienen algo que las cubre, aunque sea un concepto. Mi negra no tiene conceptos, ella nació y se crió desnuda, y por lo tanto no se puede vestir completamente porque mientras más se viste más desnuda queda.
Mi negra se aceita el codo, se pule el pelo, acicala,
Se emperimbomba, se tiñe, se sahúma, se apercala,
Se va de rumba y regresa cuando está la noche alta.
Yo no sufro por mi negra. ¡Cómo me alegra mirarla!
Mi negra camina en versos de cuatro o cinco tonadas,
Su habla es un canto largo, con las palabras cortadas.
Mi negra es dulce por fuera. Por dentro yo no sé nada.
Por dentro mi negra tiene alguna cosa guardada.

Agüita de manzanilla,
Tisana de ron y eneldo,
La raíz del limoncillo
Y un manojito de espliego.
El aire huele a linaza
Con astillas de canela.
Con alheña y con azúmbar
Viene pintada mi negra.
Pintada no es la palabra,
Viene más azul que negra,
Como esculpida en el aire
Durísimo de la piedra!

Circo

Para Victoria Helena Santos Borzacchini
Los camellos de Arabia Saudita, como reyes destronados, con sus jorobas llenas de oro, saltan con dignidad y con indiferencia un bambú atravesado a baja altura sobre la pista principal.
En la pista lateral los elefantes hacen maromas en un solo pie, barritan para agradecer los aplausos, un niño llora. No debieran traer niños al circo.
Diez tigres de Bengala se arrodillan a los pies del domador, el domador los grita, los irrespeta, hasta le metió el pie a uno en la boca. El domador no sabe lo que es un tigre de Bengala.
Siete leones desmelenados hacen su aparición de fantasía en la pista del centro. A la izquierda, los trapecistas con sus gritos y sus luces, a la derecha acróbatas y malabaristas, nos distraen afanosamente para que no veamos cuántos domadores se comen los siete leones en cinco minutos.
El payaso tragafuegos no se sacia, un montón de antorchas yacen apagadas a sus pies, está pidiendo otras, que le traigan más, este payaso se va a tragar todo el fuego del mundo, y se ríe.
El hombre traga-espadas, tan delgado, tan fino como un torero, ¿cuántas espadas se ha tragado? Tráiganle más espadas, quién tiene una espada, el capitán presta la suya, pide que se la devuelvan al final de la función, el hombre traga-espadas no habla, tiene los ojos muy abiertos, siete empuñaduras le asoman por la boca.
Dos motociclistas completamente locos de ruido se entrecruzan a la velocidad de cien kilómetros entre una esfera de metal. Cuando salen están temblorosos y demacrados, un sudor frío les cuelga de la frente; agradecen al público con una sonrisa de ultratumba. Caen desmayados sobre un colchón de aplausos.
Dos contorsionistas como dos serpientes se enroscan uno en otro, se reconocen por el color de sus mallas, una pierna rosada un brazo verde, dónde están las cabezas, se han tragado uno al otro, tiene que venir el empresario a desenredarlos, no se puede porque han hecho el nudo gordiano. El empresario saca su espada.
El triple salto mortal, con su traje blanco y el fajín de lentejuelas, se balancea en las alturas de la carpa, entre las estrellas pintadas, con el corazón en suspenso.
Abajo, los payasos están tratando de poner la red, se enredan en ella, se distraen; finalmente la extienden sobre la otra pista en el mismo momento en que la muchacha salta y el muchacho salta y todas las personas abren la boca como pescados en la playa.
Los equilibristas se encuentran en el centro de la cuerda floja, se saludan, cómo está usted, qué gusto verle, recuerdos por su casa; con permiso, hasta pronto, buena suerte; y cada uno sigue su camino.
En el último número el hombre bala, en su traje de seda ceñido de diamantes, se coloca un casco rojo con destellos de plata, se acomoda en la boca del cañón, el ingeniero dispara y la bala humana atraviesa la carpa como un cometa.
Cuando la troupe lo rodea para la despedida final, el hombre bala está desencajado y como ausente, palidece en medio de un esfuerzo desesperado por sonreír, y entonces nos damos cuenta de que se ha quedado desnudo.
Un mono monta en un perro, el perro monta en un pony, el pony monta en la cebra, la cebra en dos caballos árabes, los caballos en las jirafas, las jirafas en los elefantes, los elefantes en la troupe, la troupe en el empresario, el empresario exhibe todo el circo con carpas y luces que tambalean sobre sus hombros, el empresario está sudando, se limpia con mi pañuelo, se ha caído un enano, se descuelga un payaso, el empresario empieza a caminar lentamente
hacia otro país.


El canto del siglo

A Jorge Barros Martínez
La riqueza no necesita quién la cante, porque ella se canta a sí misma. Pero estos pobres, ¿qué canto tienen?
Voy a cantar con los pobres, allá lejos, a la orilla del río, donde no nos oigan los ricos,
Porque si nos oyen querrán comprar nuestro canto para después vendérnoslo a nosotros mismos y hacer el negocio del siglo.
Nuestro canto es hermoso y no sólo nos alegra a nosotros, sino que también podría alegrar a los ricos, si los ricos quisieran dejar esa pena que los agobia.
No somos avaros de nuestro canto, todo el mundo puede alegrarse con él, pero el canto no se vende, porque el canto es el surtidor de la garganta.

II

–¡Miren mi úlcera! La tengo desde hace muchos años. ¡Mírenla! Yo no podría vivir sin mi úlcera benefactora. Ella es la que me da de comer y a la vez ella se come mi pierna, pero es justo, señores, es justo, la reciprocidad ante todo, y mi úlcera no me impide cantar, ni arrancarle el sonido a las cuerdas; mi úlcera es lo único que tengo, me ha sido dada para provocar mi canto, le canto todo el día mientras caen algunas monedas del cielo, y al final duermo abrazado con mi dolor, mío, señores, mi dolor, del cual estoy orgulloso porque hace que os fijéis en mí, huérfano sin miradas, cantando en un rinconcito del Universo, no estorbo a nadie. Dios no me ha visto, porque si me hubiera visto, ¿cuánto apostáis vosotros que me hubiera dado si me hubiese visto?

III

–Este hijo que se me murió, sólo a mí se me murió. Tenía veintiocho años pero era mi niño, tan juicioso y trabajador porque yo le enseñé a trabajar, pero se me murió y eso es lo que vengo a decirles oh caballeros, oh dulces caballeros que pasan abriendo y cerrando su paraguas sobre mi luto; mi niño se murió hace diez años pero yo no dejo de cantarle sus arrullos; él es ahora como una cometa en el aire y en el dedo tengo enredado el hilo de la canción; oh dulces caballeros estoy viuda de mi hijo, lo tengo enredado en el dedo.

IV

–A los cinco años mi madre me enseñó a llorar y me quitó la camisa y me llevó al puente en el centro de la ciudad para que llorara, y después me llevó al parque para que llorara los domingos y los otros días de la semana lloraba en el atrio de la catedral, a la salida de los teatros, en las ferias de ganado y en las festividades públicas. También lloré en las afueras del estadio, lloré el jueves y el viernes santos y lloré en el Corpus Christi. Hasta que la ciudad se cansó de oírme llorar y de verme crecer sin mi camisa y entonces mi madre decidió llevarme a la capital y allí estuve varios años sentado llorando a las puertas de los bancos, en las gradas del Capitolio, en las plazas de mercado, en las grandes celebraciones, llorando de frío, temblando de frío, hasta que mi madre recogió todo el dinero que necesitaba, y no la volví a ver.
Entonces me fui a llorar en los trenes un largo llanto mudo picado de cuchillos.

V

–Todo el día he estado agonizante en medio de la calle, la calle principal de la ciudad, donde caí por no poder dar otro paso.
Trato de arrastrarme y mis desnudos miembros ruedan por el pavimento, advertidos apenas por los conductores de autos.
No debiera haber llegado a morir aquí, delante de ustedes, en esta calle que no es mía, lo comprendo.
Yo les pido mi perdón, oh elegantes caballeros que pasan con la prisa de sus relojes.
Mañana esta calle volverá a estar limpia como siempre, en la felicidad de la tarde adornada de árboles y helados.
A veces me atreví a solicitar una limosna, pero lo mejor que conocí fue la visión de los artísticos helados derritiéndose en los espejos al destello de los neones, el granizado de limón, el espumado de menta, la crema de nieve y coco, perfecta en el cristal de las copas, fresca lengua esquiando en el nevado de frambuesa, los sudorosos vasos de agua helada, tan altos, tan delgados, de un vidrio tan pulido, y la conversación como una llovizna sobre las cabezas engalanadas. Por qué llovía en aquel salón, todos tan jóvenes y sonrientes debajo de la lluvia. Las novias abrían sus sombrillas claras y los pianos tocaban para los helados...

VI

–Aquí venimos pagando nuestra promesa, mi hijo y yo. Llegamos de rodillas, pidiendo el agua y la sal, y estamos a punto de entrar en el santuario, adonde hemos venido por tu milagro. Cumplimos con nuestra manda, y ahora esperamos tu milagro; somos acreedores de nuestro derecho, tú tienes que saberlo, danos tu milagro. Peregrinos hemos venido desde nuestra rústica vivienda, en la cual habitamos sobre el asombro de los roquedales húmedos; unas cuantas bestias de pelo nos acompañan, y la esperanza, siempre la esperanza, no sabemos de qué, pero la esperanza.
Hasta las altas montañas sube el eco y el clamor. Somos pobres, somos ignorantes, pero escuchamos el eco y el clamor. Cuando la bruma de la mañana se dispersa, y el horizonte se corona de picos y farallones, en la vasta desolación de la cordillera sube el eco y el clamor. Sufriendo mil penalidades hemos venido a tu santuario. Muchas veces el camino desaparecía bajo nuestros pies, y sin embargo hemos venido porque así nos lo mandaron nuestros antepasados, para que lo mandásemos a nuestros descendientes. Hoy más que nunca necesitamos fuerza, sobre todo fuerza de espíritu, de voluntad, de corazón, fuerza de fuerza.
Necesitamos fuerza para luchar contra nuestros enemigos. Danos fuerza. Ellos tienen el poder de los armamentos. Danos fuerza para luchar contra los armamentos. Ellos nos han decretado el juicio final. Danos fuerza para luchar contra el juicio final. Ellos dicen que tienen la razón y el derecho de su parte. Danos fuerza para luchar contra la razón y el derecho que están de su parte. Ellos dicen que tienen la justicia de su parte. Danos fuerza para luchar contra la justicia que está de su parte. Ellos dicen que tienen a Dios de su parte. Danos fuerza. Danos fuerza.

El deseo

Hoy tengo deseo de encontrarte en la calle, 
y que nos sentemos en un café a hablar largamente 
de las cosas pequeñas de la vida, 
a recordar de cuanto tú fuiste soldado, 
o de cuando yo era joven y salíamos a recorrer juntos 
la ciudad, y en las afueras, sobre la yerba, nos echábamos 
a mirar cómo el atardecer nos iba rodeando. 
Entonces escuchábamos nuestra sangre cautelosamente 
y nos estábamos callados. 
Luego emprendíamos el regreso y tú te despedías siempre 
en la misma esquina hasta el día siguiente, 
con esa despreocupación que uno quisiera tener toda la[vida, 
pero que sólo se da en la juventud, 
cuando se duerme tranquilo en cualquier parte sin un pan 
entre el bolsillo, 
y se tienen creencias y confianzas 
así en el mundo como en uno mismo. 
Y quiero además aún hablarte, 
pues tú tienes dieciocho años y podríamos divertirnos esta 
noche con cerveza y música, 
y después yo seguir viviendo como si nada... 
o asistir a la oficina y trabajar diez o doce horas, 
mientras la Muerte me espera en el guardarropa para 
ponerme mi abrigo negro a la salida, 
yo buscando la puerta de emergencia, 
la escalera de incendios que conduce al infierno, 
todas las salidas custodiadas por desconocidos. 
Pero hoy no podré encontrarte porque tú vives en otra ciudad. 
Mientras la tarde transcurre 
evocaré el muro en cuyo saliente nos sentábamos 
a decir las últimas palabras cada noche 
o cuando fuimos a un espectáculo de lucha libre y al salir 
[comprendí que te amaba, 
y en fin, tantas otras cosas que suceden...


En la luna

Suelen decirme –a manera de crítica– que vivo en la Luna.
¿Les he dicho yo –a manera de crítica– que viven en Tierra?
Cada uno tiene que vivir en algún astro, a no ser que él mismo sea un asteroide.
Si ustedes viven en la Tierra y yo vivo en la Luna, quiere decir que somos vecinos.
Vecinos míos: vuestra Tierra se ve amenazadora allá en lo alto. ¿Qué nueva guerra estáis tramando?
Prestadme una ramita de culantro para adornar mi sopa. Comeré a vuestro nombre pero a mi buen provecho.

“FELICITACIONES FELIZ CUMPLEAÑOS STOP RECUERDA CUANTO TE GUSTABA EL CULANTRO CUANDO ESTABAS EN CASA STOP ENRIQUE Y YO TE ECHAMOS MUCHO DE MENOS STOP BENDIGOTE AMALIA
Aquí en la Luna se vive supremamente bien. Os veo rodar a mi alrededor en esa bola de tierra que va dando tumbos por el universo sin sentido y sin seso.
Y yo estoy aquí confortablemente iluminado meciéndome en el espacio sideral como en una hamaca de oro,
Vuestra pobre Tierra trastabillando en el infinito y pidiendo limosna entre los astros.

El Señor Jehová viene a hacerme la visita en la Luna nueva,
Y se queda toda la tarde aspirando el incienso que le ofrezco en un potecito,
Porque desde que se jubiló quedó eternamente enviciado con el humo del incienso.
Las conversaciones del Señor Jehová exceden todo límite de hermosura,
Y luego se despide majestuosa y cortésmente, porque tiene la piel tan delicada que no puede dormir sobre el esponjoso polvillo de la Luna.
El Señor Jehová me trajo un pastel de chocolate que quién sabe de dónde lo tomaría.
Debió haber sido de la Casa Blanca, porque estaba adornado con el signo U$A.
¡El Señor Jehová hace unas cosas!
Aquí en mi Luna me paso los días cantando,
Los felices días del Universo en el coro de las estrellas.
El Señor Jehová no me cobra el arrendamiento ni me manda la factura de la luz.
Me dice que está muy disgustado con los que venden el agua, el aire y la luz en esa Tierra desgraciada –y la señala repetidamente con el dedo.
Si yo no me hubiera venido a vivir en la Luna ya me habría muerto en vuestra Tierra inhóspita y cicatera,
A la que el Señor Jehová le tiene tanta lástima como a un hijo deforme.
Yo no le pregunto nada al Señor Jehová porque Él se maravillaría de que le preguntase algo.
El Señor Jehová, amablemente, me anuncia su visita con tres días de anticipación,
Y yo salgo a recibirlo radiante y alborozado.
Cuando lo veo venir, parecido a Walt Whitman, le lanzo gritos jubilosos para que sepa que lo espero con gusto,
Y cuando llega y me abraza me siento tan contento como un cohete que estalla.

Le he quitado a la Luna las banderillas que le clavaron rusos y norteamericanos,
Y le he puesto un poco de tintura de yodo en las heridas, para que cicatrice.
La Luna es un torito virgen que muge por el cielo; el hocico le huele a leche de nube.
Yo no voy a permitir que los gringos y los rusos me lo toreen.

La Tierra lleva a la Luna de la mano a dar un paseo por el Universo, la Luna que es su hija pequeñita.
La Tierra le da de mamar a la Luna, el seno cubierto con sus chales de nubes.

Como dicen que la Luna anda desnuda, yo le pido a mi mujer que se enlune, que se alune, que se deslune, que me enlunice.
Lo que más falta me hace en la Luna son las noches de Luna,
Cuando la Luna perfuma las noches de la Tierra.
La Tierra que adivina el porvenir en la bola de la Luna.
La Tierra que se mira en el espejo de la Luna.
La Luna recubierta con espato de Islandia.

Vecinos míos: el hijo de la Tierra en la Luna se marea,
La Luna se tambalea, se bambolea, se menea.
Yo no puedo sentirme como en mi casa en esta Luna.
Si no mandáis por mí, me arrojaré de cabeza.


Invitación a comer

Hombres sin tierra. Niños sin cuchara.
PABLO NERUDA

Ahora que la fe en el hombre ha desaparecido de los intelectuales,
Y el pesimismo enceguece el pensamiento, las artes, la literatura,
Ahora que el mundo por fin tambalea,
Precisamente en este momento tenemos hambre.
En la antigua China las leyes de la moral se dictaban después de las cosechas,
A causa de que el soberano no quería ser soberano de nada,
Y pensaba que más valía ser soberano de un pueblo fuerte,
Que ser el triste y pobre soberano de un pueblo arruinado, amenazado por ávidos enemigos.
Si hombres ambiciosos se adueñan de las tierras, son responsables por los que mueran a causa de la falta del grano.
Ellos dicen: –No somos responsables porque no existe Dios, y si existiera estaría de nuestra parte, o al menos no le permitiríamos estar de parte de ustedes.
Pero son responsables ante la humanidad y ante la historia de la humanidad, son responsables ante el polvo de la Tierra, ¡nada menos!. Ante su poquito de polvo, ante sí mismos son responsables, polvo que recibe la condena de su propia alma, polvo despavorido hasta que la combustión de los astros purifique lo inmundo en el Universo purificador.
Y el tiempo gira como agua que pasa una esponja sobre la Tierra astral para brillarla y pulirla y mantenerla habitable, palacio para los hijos de Dios, siempre perdonados, siempre acudidos, los hermosos hijos de Dios que se comportan mal como todo hijo de rey entre sus privilegios, y el Gran Padre condesciende, pero reserva para el final su mano inapelable.
En la paz el sufrimiento. Resultado de un predominio.
Muchos de los nuestros prolongan edades prehistóricas.
No somos contemporáneos de nuestros contemporáneos.
Y desde los centros del poder mundial, calculadas y sutilísimas manipulaciones nos empujan a su arbitrio.
Envilecen nuestros precios, roban nuestro trabajo, y permanecemos en la pobreza.
Construimos nuestras viviendas en los lechos secos de los ríos y cuando regresan las aguas desaparecemos en las aguas.
Nuestras casas construimos al borde de los precipicios, en las faldas de las montañas, sobre cordilleras de piedra las construimos,
Y el viento y el huracán nos arrojan a los abismos con nuestras bestias queridas, nuestras compañeras.
Al borde de los caminos construimos nuestras casas, las construimos en las orillas de los ríos y después flotamos en las grandes crecientes de invierno con nuestras gallinas y chanchitos.
Sobre cualquier pedacito sobrante de tierra construimos nuestro albergue, en lo más alto y árido lo construimos y en lo más bajo y lacustre.
Poco vestido tenemos, poca comida tenemos: con un calzón, con una saya; con un pescadito y una cebolla; y el agua de coco que es misericordiosa porque sirve también para los enfermos y los heridos.
En el mar los gigantescos portaaviones acorazados y los submarinos nucleares ocultos entre los peces.
Juanito pescó un submarino nuclear, una noche que estaba pescando y se dejaba venir la tormenta.
Se asustó muchísimo y dejó que se fuera, porque los submarinos son como el pez eléctrico, que no se come.
El niño desnudo que buscaba la cabra encontró una granada explosiva que no se le había perdido a él,
Y es sobre nuestra condición que se elevan los augustos himnos del progreso.
El mar y el cielo contra nosotros, artefactos disimulados entre las estrellas nos espían, y no conocemos más abundancia que la de nuestros corazones.
La noticia del día es que la gente humana padece hambre, diez mil años después de haber sido inventada la agricultura.
Como en Hiroshima, como en Vietnam, como en España, como en tantos otros santos lugares,
Nuestras casas a la deriva sobre la espuma del fuego.
Cinco aviones disparando a razón de 18.000 proyectiles por minuto, equivalen a 90.000 proyectiles contra nosotros por minuto, y esta es nuestra primera lección de aritmética,
Pero lo peor es que nosotros mismos somos obligados a pagar los aviones y los proyectiles y por eso es que tenemos hambre.
Preguntan si esto es poesía de la buena, o de la mala, y el poeta dice que es de la mala,
De la que dijo Blake que nadie cree que la poesía pueda causar daño alguno,
De la que dijo Juvenal que la indignación es la inspiración del poeta: “Facit indignatio versus”.




Los poliedros y las sustancias

"Una respuesta perfecta tiene siempre el carácter de un enigma" 
Henry Miller

Cuando yo estaba en la cárcel hacía gimnasia todo el día para mantenerme en forma y evitar el aniquilamiento.
Los presos se reían de mí todo el día y me llamaban Charles Atlas, para mantenerse en forma y evitar el aniquilamiento.
En el patio número siete había un joven de unos veinte años que estaba enamorado de un icosaedro de metal, y se pasaba todo el día bruñéndolo, con la saliva, con la lengua, con los dedos, con el canto de su camisa, y haciéndolo reflejar al sol contra los muros grises que le devolvían una lívida señal luminosa de cortesía.
Un mediodía en el patio quedé dormido de cara al sol, y el joven vino y se entretuvo colocando en equilibrio su poliedro sobre la punta de mi nariz, mientras, con una tiza, dibujaba sobre mi pecho extrañas señales que correspondían a las oscilaciones de su juguete, y debían determinar todo el curso de mi vida en adelante, si lograba salir de la prisión, como lo esperaba, gracias a las gestiones de mi esposa.
Mucho antes de abrir los ojos ya me había dado cuenta de lo que estaba sucediendo, pero era peligroso contradecir a este muchacho, que había matado a seis compañeros con una lezna.
Nadie se atrevía a relacionarse con él, debido a su irritabilidad y sus manías, por lo que preferían mirarlo de lejos y preguntarse quién sería su próxima víctima.
No atreviéndome, pues, a espantarlo, me estuve tan quieto como una débil respiración me lo permitía, hasta que comenzó a trazar signos sobre mí con su lezna, cuya punta me rozaba a veces con demasiada intensidad.
Entre tanto todos los presos se habían acomodado en el corredor circundante del segundo piso y miraban en silencio, según me dijo él mismo acercándose un momento a mi oreja.
Pasó la punta de la lezna por el interior de mis oídos y de mi nariz, y la acercó a mis ojos, como un enamorado que juega en la arena con una ramita mientras aparece su caracol preferido.
Después la llevó a mis labios, la colocó lentamente entre ellos, y deslizándola sobre la lengua me dijo: - ¡Trágatela!
Mientras él esperaba alargué suavemente mi mano y tomando su derecha la contuve entre mis dedos con una ternura comprensiva y dispuesta.
Como a los cinco minutos todos aplaudieron frenéticamente en el corredor del segundo piso y gritaron.
Abrí los ojos y vi entonces que con un pañuelo y mi propio sudor me limpiaba las marcas del pecho.
Fue después mi mejor amigo en el penal, y cuando me dieron de alta me regaló su brillante poliedro de acero bruñido, que destella en los poemas.
La pregunta es siempre igual, pero todas las respuestas son distintas.
La clave no está ni en la pregunta ni en las respuestas, sino en nosotros mismos.

 El callejón de los asesinos

Teniendo que hacer un viaje, me dirijo a la estación para tomar el tren de la hora Greenwich.
Así pues, comienzo a andar por ilímites potreros, me extravío, y llevo ya dos días perdido en las montañas, cuando alcanzo a divisar una especie de sendero que comienza al pie de un árbol y se inclina en el horizonte, y me encamino hacia él con la esperanza de poder llegar a tiempo, si algún otro inconveniente no me lo impide, pues lo que sucede es que ignoro por completo el camino de la estación.
A poco andar me encuentro metido en una callejuela tortuosa, de aproximadamente un metro cincuenta de ancho, y aún menos, entre negras paredes de herrerías, cubiertas de hollín, de carbón, pobladas de gente aviesa, sucia.
Qué mujeres habrá, desgreñadas, pálidas, qué niños espesos, lentos, que acechan en las puertas, desde lo oscuro, y hombres sentados en montones de arena, que se desliza grano a grano sobre la calle ciega.
Yo, asustado, continúo rápidamente, procurando no hacer ruido para que no me perciban, para evitar el asalto, hasta que subo por un barranco y allí está la estación solitaria en la noche, nadie aparece, no hay trenes.
Recorro las salas cuidadosamente, una mata me asusta con sus hojas anchas.
Voy a dar la vuelta cuando ¡zas!, el hombre, me lo encuentro a boca de jarro, detrás de una columna, me está esperando para matarme, tiene el cuchillo en la mano, me coge por la cabeza.
En el expendio de boletos no hay nadie.
El asesino, tranquilo, me mira.

Perorata

¡Señoras y señores, oh, señores!
Mirad esta caja roja. ¿La veis?
En ella traigo mi poema, que se irá desenrollando ante vosotros,aquí frente a vuestras miradas, haciendo sonar sus crótalos de colores
y estirando la cabeza para veros mejor y de vez en cuando lanzaros un picotazo.
Ya la voy a abrir, la estoy abriendo, ya se mueve, poned atención,
el poema empezará a salir pronto de esta hermosa caja roja con música incorporada,
esta caja de sorpresas tan liviana y tan bella.
Mientras muevo mi mano en su interior para amansar
el poema, os voy diciendo,
oh señores: no leáis poemas pesados, ni ásperos.
El poema tiene que ser flexible, escurridizo,
ondulante, con un cuerpo frío que os estremezca
y en la cabeza una boca capaz de haceros cualquier cosa.
Atención, señores, ya empieza a salir el poema. Mientras sale, os voy diciendo,
 oh señores: no comáis poemas calientes; el buen poema se come frío.
Yo no os traigo la serpiente más larga extensa dilatada o interminable del Amazonas; ni he cazado la flor viva de la victoria regia; ni este animal tiene pico de tucán.
Señores, oh señores, en el aeropuerto de Medellín conversaban dos señores:
 -Mi hijo mayor, ingeniero, se casó, tienen un niño; Inés Clara, su esposa, un encanto, de la mejor familia.
Pero Luis Carlos, el menor, qué desgracia, su madre está desconsolada.
Hemos hecho todo lo posible, no tiene remedio, ¡qué desgracia tan grande!
-¿¡.!?
-Se dedica a la lectura de poemas, ¿comprende usted, querido amigo?
¡Y yo que lo creía tan inteligente!
¡Señores, oh señores! Esta caja ha viajado conmigo medio mundo.
No siempre he puesto en ella ágiles y rebeldes poemas.
A veces también mi muda de ropa.
Pero es la caja del poema, de todos modos. Consideradla si queréis como una jaula. 
En ella he llevado el pájaro que no existe.
Los de más cerca, apártense un poco.
Los de más allá, acérquense más.
Hagan un círculo perfecto, tómense de las manos, aquí está saliendo esta cosa verde que es el poema.
A ver, caballero, ¿cuánto cree usted que tiene en su bolsillo?
Déme la mitad y verá el monstruo completo.
No es para mí, es para comprarle la leche a él.
Señoras y señores, en cierta ocasión, andando por un lejano país,
trabé amistad con un poeta local, uno de su provincia,
que no conocía del mundo más que unas cuantas estrellas.
Con una que hubiera conocido bastaba, porque todas son iguales, pero la cantidad era importante para él.
El mundo es mundo por ser innumerable, me dijo.
¿Qué sería de nosotros si tuviéramos un solo dios?
Aquí donde me veis, he sido muy recorrido desde niño.
Estuve en el Brasil, donde toda la tierra se llena de sapos
después de los inmensos aguaceros.
Del Brasil es esta mano roja con uñas de oro para la suerte, la suerte buena,
porque la mala me la curaron en Bahía.
Sí señores, caballeros: no temáis. Este verso es un endecasílabo,
bueno para el insomnio; y éstos son tercetos, contra las quemaduras.
Y una décima para el dolor de cabeza.
Dije una décima; no una pócima.
¡Señores, caballeros! He aquí los seres del bosque,
pálidos y mojados entre la lluvia torrencial.
En sus cuevas se esconden, en los troncos vacíos,
debajo de las hojas grandes se esconden,
pero el aguacero implacable crece.
Fabricad una casa para el tapir, un palacio para el tigre.
Los seres alados con sus alas se cubren,
pero el Padre y el Hijo sólo tienen un delgado manto, todo ensopado.
Os voy a decir, señores, sí, os lo voy a decir, qué es lo que hace el poeta:
Poner una veleta en la ventana para desorientar a los pájaros.
Labrar peces de hielo para cambiárselos al Mar por peces verdaderos.
Guardar granizo en la bodega para comer en verano delante de los amigos.
Descubrirse ante el ventarrón y entregarle su paraguas al revés.
Borrar con la manga las manchas de sombra en los cristales.
Subirse en una silla de tijeras para pintarle bigotes a la luna.
Escudriñar el horizonte par ver si en el viento hay un señor con cabeza de pájaro.
Decirle a la Aurora dónde vive un malvado para que no pase por el patio de su casa.
Cuando el arco iris aparece,
ir y amarrarlo de pies y manos para ver cómo brilla de noche.
Pescar antenas de televisión
 y rajarles el estómago para sacarles todas las imágenes de mujeres que se han tragado.
Colocar faros de espejo en la alcoba para los grandes bacalaos de ojos de reina.
Ir a contemplar los negritos en la playa,
que le arrancan mechones a una nube de verano
para hacer ovejas con cara de cera negra.
Para hacer palomas con pico negro.
Para que sus mamás los regañen por haber dañado el cielo.
Si se encuentra un cocodrilo cantar himnos con él,
y en general cantar con todos los seres,
hasta con una máquina que es tan fiera, o con un ángel supersónico.
Hacerle al jardín la visita de cortesía.
Manejar el agua con el dedo chiquito
y decir todo lo que le dé la gana, que para eso es poeta.
No dejar nunca de pensar en lo que está oculto, a fin de descubrirlo.
El poeta es el que saca un sombrero del buche de un conejo.
Y muchísimos otros trabajos que no revelo
para que vosotros no aprendáis el oficio de poeta.
Os han dicho, sí, yo sé, os lo han dicho, lo que es la poesía.
La poesía es todo eso que os han dicho, y también esta cajita roja vacía en la que,
como podéis verlo, no hay nada, absolutamente nada, sino ella misma sola por dentro.
Adiós señores, ya me voy, viene la policía.
Os dejo mi sombra.



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