(17 de octubre de 1895, Licantén, Chile - 10 de diciembre de 1968, Santiago de Chile, Chile)
A la manera de antaño
Gran hogar patriarcal lleno de nidos,
de muérdagos y rémoras felices;
un pan de sal para los días idos
y un pan de mar para los días grises.
La proa afronta contra la ola ( heridos ),
a los corsarios sobre cien países,
o andamos por la aldea atardecidos
tragando sol o cazando perdices.
Le invade de chacales la retórica,
pero yo echo la orinada histórica
sobre sus catres de metales blandos.
Y aunque toda la horda nos acosa,
medio a medio de los caminos, rosa
de humo y piedra, la tribu está brillando.
"Dinamo"
1925
Autorretrato de adolescencia
Entre serpientes verdes y verbenas,
mi condición de león domesticado
tiene un rumor lacustre de colmenas
y un ladrido de océano quemado.
Ceñido de fantasmas y cadenas,
soy religión podrida y rey tronchado,
o un castillo feudal cuyas almenas
alzan tu nombre como un pan dorado.
Torres de sangre en campos de batalla,
olor a sol heroico y a metralla,
a espada de nación despavorida.
Se escuchan en mi ser lleno de muertos
y heridos, de cenizas y desiertos,
en donde un gran poeta se suicida.
Aventurero
Oriente de cobre duro, fino y ensangrentado,
de tiempo a tiempo
tendido
de mundo a mundo.
¡Voluntad!
Soy el hombre de la danza oscura
y el ataúd de canciones degolladas;
el automovilista lluvioso,
sonriente de horrores, gobernando
la bestia ruidosa;
el tallador en piedra de catedrales hundidas:
el bailarín matemático y lúgubre.
coronado de rosas de equilibrio;
el vendedor de abismos, trágico,
dt cabellera de ciudades
y un canto enorme en la capa raída.
Tren nocturno
con ]as hojas marchitas y un vientre humoso.
¡Ay! cómo aúllan en la tierra cóncova y madura
mis leones muertos...
Voy de estrella en estrella
acariciándole los pechos violados a las guitarras.
con mi mano única;
¡oh! jugador,
agarro mi gran rueda de espanto,
despernancada,
y la arrojo contra las estrellas,
arriba del cielo, más arriba del cielo
que no existe.
Y suelo estarme cuatro y cincn mil lunarios,
como un idiota yiejo,
jugando con bolitas de tristeza,
jugando con bolitas de locura
que hago yo mismo manoseando la soledad;
entonces me río,
con mis 33 dientes,
entonces me río,
entonces me río,
con la risa quebrada de las motocicletas,
colgado de la cola del mundo.
La campana negra del sexo
toca a ánimas adentro de mi melancolía,
y una mujer múltiple y una
múltiple y una
como un triángulo de setenta lados y muchos claveles.
se desnuda multiplicando las heridas
sobre mis mundos quemantes y llenos de senos de mujeres estupefactas.
"Agonal" 1925
Balada de Pablo de Rokha
Yo canto, canto sin querer, necesariamente, irremediablemente, fatalmente, al azar de los sucesos, como quien come,
bebe o anda y porque sí; moriría si no cantase, moriría si no cantase; el acontecimiento popular del poema estimula mis nervios sonantes, no puedo hablar, entono, pienso en canciones, no puedo hablar, no puedo hablar; las ruidosas, trascendentales
epopeyas me definen, e ignoro el sentido de mi flauta; aprendí a cantar siendo nebulosa, odio, odio las utilitarias labores erradas, cuotidianas, prosaicas, y amo la ociosidad ilustre de lo bello; cantar, cantar, cantar... he ahí lo único que sabes, Pablo de Rokha...
Los sofismas universales, las cósmicas, subterráneas leyes dinámicas, me rigen, mi canción natural, polifónica se abre más allá
del espíritu, la ancha belleza subconciente, trágica, matemática, fúnebre, guía mis pasos en la obscura claridad; cruzo las épocas cantando como un gran sueño deforme, mi verdad es la verdadera verdad, el corazón orquestal, musical, orquestal, dionisíaco, flota en la augusta, perfecta, la eximia resonancia unánime, los fenómenos convergen a él, y agrandan su sonora sonoridad sonora, sonora; y estas fatales manos van, sonámbulas, apartando la vida externa, —conceptos, fórmulas, costumbres, apariencias-; mi intuición sigue los caminos de las cosas, vidente, iluminada y feliz, porque todo se hace canto en mis huesos, todo se hace canto en mis huesos.
Pus, llanto y nieblas lúgubres, dolor, solo dolor mamo en los roñosos pechos de la vida, no tengo casa y mi vestido es pobre; sin embargo, mis cantares dramáticos-inéditos, modestísimos suman el pensamiento, todo el pensamiento de la raza y la voz del instante; soy un país hecho poeta, por la gracia de "Dios"; desprecio el determinismo de las ciencias parciales, convencionales, pues mi sabiduría monumental surge pariendo axiomas desde lo infinito, y su elocuencia errante, fabulosa y terrible crea mundos e inventa universos continuamente; afirmo o niego, y mi pasión gigante atraviesa tronando el pueblo imbécil del prejuicio, la mala aldea clerical de la rutina.
Atardeciendo me arrodillé junto a una inmensa y gris piedra humilde, democrática, trágica, y su oratoria, su elocuencia inmóvil habló conmigo, en aquel sordo lenguaje cosmopolita e ingenuo del ritmo universal; hoy, tendido a la sombra de los lagos, he sentido el llanto de los muertos flotando en las corolas; oigo crecer las plantas y morir los viajeros planetas degollados igual que animales, el sol se pone al fondo de mis años lúgubres, amarillos, amarillos, amarillos, las espigas van naciéndome, a media noche los eternos ríos lloran a la orilla de mi tristeza y a mis dolores maximalistas se les caen las hojas... "buenos días, buenos días árbol", dije al reventar la mañana sobre las rubias cumbres chilenas, y más tarde clamaba: "estrellas, sois estrellas, ¡oh prodigio!..."
Mis pensamientos hacen sonar los siglos contra los siglos; voy caminando, caminando, caminando musicalmente y mis actos son himnos, cánticos naturales, completamente naturales; las campanas del tiempo repican cuando me oyen sentirme; constituyo el principio y la razón primordial de todas las tonadas, el eco de mis trancos restalla en la eternidad, los triángulos paradójicos de mi actitud resumen el gesto de los gestos, el gesto, la figura del superhombre loco que balanceó la cuna macabra del orbe e iba enseñándole a hablar.
Los cantos de mi lengua tienen ojos y pies, ojos y pies, músculos, alma, sensaciones, grandiosidad de héroes y pequeñas costumbres modestas, simplicísimas, mínimas, simplicísimas de recién nacidos, aúllan y hacen congojas enormes, enormes, enormemente enormes, sonríen, lloran, sonríen, escupen al cielo infame o echan serpientes por la boca, obran, obran lo mismo que gentes o pájaros, dignifican el reino animal, el reino vegetal, el reino mineral, y son bestias de mármol, bestias, bestias cuya sangre ardiendo y triste-triste, asciende a ellos desde las entrañas del globo, y cuyo ser poliédrico, múltiple, simultáneo está en los quinientos horizontes geográficos; florecen gozosos, redondos, sonoros en octubre, dan frutos rurales a principios de mayo o junio o a fines de agosto, maduran todo el año y desde nunca a desde nunca; anarquistas, estridentes, impávidos, crean un individuo y una gigante realidad nueva, algo que antes, antes, algo que antes no estaba en la tierra, prolongan mi anatomía terrible hacia lo absoluto, aún existiendo independientemente; ¡tocad su cuerpo, tocad su cuerpo y os ensangrentareis los dedos miserables!...
Ariel y Calibán, Grecia, Egipto, Roma, el país judío y Chile, las polvosas naciones prehistóricas, Jesús de Nazareth, los cielos, las montañas, el mar y los hombres más hombres, las oceánicas multitudes, ciudades, campos, talleres, usinas, árboles, flores, sepulcros, sanatorios, hospicios u hospitales, brutos de piel terrosa y lejano mirar, lleno de églogas, insectos y aves, pequeñas, armoniosas mujeres pálidas; el cosmos idiota, maravilloso, maravilloso, maravilloso, orienta mis palabras, y rodaré sonando eternamente, como el viejo del viejo, nidal en donde anidan todos los gorjeos del mundo!...
Círculo
Ayer jugaba el mundo como un gato en tu falda;
hoy te lame las finas botitas de paloma;
tienes el corazón poblado de cigarras,
y un parecido a muertas vihuelas desveladas,
gran melancólica.
Posiblemente quepa todo el mar en tus ojos
y quepa todo el sol en tu actitud de acuario;
como un perro amarillo te siguen los otoños,
y, ceñida de dioses fluviales y astronómicos,
eres la eternidad en la gota de espanto.
Tu ilusión se parece a una ciudad antigua,
a las caobas llenas de aroma entristecido,
a las piedras eternas ya las niñas heridas;
un pájaro de agosto se ahoga en tus pupilas,
y, como un traje obscuro, se te cae el delirio.
Seria como una espada, tienes la gran dulzura
de los viejos y tiernos sonetos del crepúsculo;
tu dignidad pueril arde como las frutas;
tus cantos se parecen a una gran jarra obscura
que se volcase arriba del ideal del mundo.
Tal como las semillas, te desgarraste en hijos,
y, lo mismo que un sueño que se multiplicara,
la carne dolorosa se te llenó de niños;
mujercita de invierno, nublada de suspiros,
la tristeza del sexo te muerde la palabra.
Todo el siglo te envuelve como una echarpe de oro;
y, desde la verdad lluviosa de mi enigma,
entonas la tonada de los últimos novios;
tu arrobamiento errante canta en los matrimonios,
cual una alondra de humo, con las alas ardidas.
Enterrada en los cubos sellados de la angustia,
como Dios en la negra botella de los cielos,
nieta de hombres, nacida en pueblos de locura,
a tu gran flor herida la acuestas en mi angustia,
debajo de mis sienes aradas de silencio.
Asocio tu figura a las hembras hebreas,
y te veo, mordida de aceites y ciudades,
escribir la amargura de las tierras morenas
en la táctica azul de la gran danza horrenda
con la cuchilla rosa del pie inabordable.
Niña de las historias melancólicas, niña,
niña de las novelas, niña de las tonadas,
tienes un gesto inmóvil de estampa de provincia
en el agua de asombro de la cara perdida
y en los serios cabellos goteados de dramas.
Estás sobre mi vida de piedra y hierro ardiente,
como la eternidad encima de los muertos,
recuerdo que viniste y has existido siempre,
mujer, mi mujer mía, conjunto de mujeres,
toda la especie humana se lamenta en tus huesos.
Llenas la tierra entera, como un viento rodante,
y tus cabellos huelen a tonada oceánica;
naranjo de los pueblos terrosos y joviales,
tienes la soledad llena de soledades,
y tu corazón tiene la forma de una lágrima.
Semejante a un rebaño de nubes, arrastrando
la cola inmensa y turbia de lo desconocido
tu alma enorme rebasa tus hechos y tus cantos,
y es lo mismo que un viento terrible y milenario
encadenado a una matita de suspiros.
Te pareces a esas cántaras populares,
tan graciosas y tan modestas de costumbres;
tu aristocracia inmóvil huele a yuyos rurales,
muchacha del país, florida de velámenes,
y la greda morena, triste de aves azules.
Derivas de mineros y de conquistadores,
ancha y violenta gente llevó tu sangre extraña,
y tu abuelo, Domingo Sánderson fue un HOMBRE;
yo los miro y los veo cruzando el horizonte
con tu actitud futura encima de la espalda.
Eres la permanencia de las cosas profundas
y la amada geografía llenando el Occidente;
tus labios y tus pechos son un panal de angustia,
y tu vientre maduro es un racimo de uvas
colgado del parrón colosal de la muerte.
Ay, amiga, mi amiga, tan amiga mi amiga,
cariñosa, lo mismo que el pan del hombre pobre;
naciste tú llorando y sollozó la vida;
yo te comparo a una cadena de fatigas
hecha para amarrar estrellas en desorden.
Zig-Zag 1925
El viajero de sí mismo
Voy pisando cadáveres de amantes
y viejas tumbas llenas de pasado,
cubierto con cabello horripilante
del gran sepulcro universal tragado.
Acumulo mi yo exorbitante
y mi ilusión de Dios ensangrentado,
pues soy un espectáculo clamante
y un macho-santo ya desorbitado.
Mi amor te muerde como un perro de oro,
pero te exhibe en sus ancas de oro.
Wínétt, como una flor de extranjería.
Porque sin ti no hubiera descubierto
como una jarra de agua en el desierto
la mina antigua de mi poesía.
Epitalamio
Dios te ampare, mujer, inmaculada y triste como una flor que oliese a hojas
caídas.
Universo, universo, universo, ave-niña, ilusión más ingenua, más ingenua aún,
más ingenua que las cunas azules
cuando el sol clarea los pueblos fúnebres, melancólicos.
Tú que pastoreabas las palomas del lugar por cuatro reales...
Filosofando caminas sobre las tumbas del planeta-Winétt.
Reíste a los tres días de nacer, dulcemente de nacer, porque ya eras madre de
lo creado y abuela de los muertos.
Paz, sonora canción nacida de un tajo hecho en la tierra, sin héroes o
niños divinos antes de ayer.
Y manas
sangre de árbol-árbol con olor a surcos llenos de simiente.
Contigo el pánico florece y las tristezas dan frutos dulces.
E iluminas el camino hacia el hombre distante.
Desengañada te crees y tus días son cuentos para niños.
He aquí que eres máquina de nieve encendida.
Andas por
los caminos de la vida y la muerte con el ritmo enorme que fluyen cantando a
ciegas los fenómenos,
cantando a ciegas los fenómenos, cantando a ciegas los fenómenos.
Yo conozco, siento que tus raíces cándidas horadaron mi estupor...
Atardeciendo,
cuando el farol invernal del crepúsculo alumbra lo melancólico, el porvenir de
las tumbas lluviosas
e irremediables, la cara absurda del vacío, entonces, yo estoy, querida,
deshojándote hoja a hoja... hoja a hoja...
Ejemplo de mujer casada, niña de octubre y mariposa, mi corazón se está
incendiando a tus pies.
El cataclismo universal de tu agonía me tronchará los huesos marchitos y
sentiré que moriré llamándote.
Soy tuyo entero, encadéname con sollozos y alimenta con besos golosos al animal
feroz que elegiste por amo.
La forma épica del engaño
El mundo no lo entiendo, soy yo mismo
las montañas, el mar, la agricultura,
pues mi intuición procrea un magnetismo
entre el paisaje y la literatura.
Los anchos ríos hondos en mi abismo,
al arrastrar pedazos de locura,
van por adentro del metabolismo,
como el veneno por la mordedura.
Relincha un potro en mi vocabulario,
y antiguas norias dan un son agrario,
como un novillo, a la imagen tallada.
Un gran lagar nacional hierve adentro,
y cuando busco lo inmenso lo encuentro
en la voz popular de tu mirada.
La idolatrada
Montaña de versos, brazada de sueños
ardiendo,
tú
sobre mi sexo;
llaga de sol, llaga de miel, llaga de luz encima de las frutas clásicas,
incendio,
leña de pena...
Como camino polvoroso
de canciones,
como recuerdo polvoroso,
así
tu amor
embellece y alegra entristeciendo.
Viejo y negro pueblo de tórtolas crepusculares;
casa de los naranjos melancólicos
y las tejas lluviosas;
casona de herrumbre con gatos oblicuos y tristes;
con limoneros, solteronas y días domingos,
con villorrios y viajeros, con postinos de cansancio, con carretas de tonadas
en las vitrinas anacrónicas;
país de las provincias y los pianos ruinosos
bajo el poniente irremediable,
país de los sepulcros, los borrachos y las rutas de otoño,
yo.
y tú,
tú, pequeña, curiosa, morena, asomada en las ventanas...
Quiero la vida porque tú eres vida,
quiero la sombra porque tú eres sombra, mujer,
quiero la tierra porque tú eres tierra;
y tus besos como higos
como agua de fuentes rurales.
como uvas
llenas de mar, cantando desde las viñas cósmicas;
acepto la materia y la tristeza
porque tu carne es triste,
porque tu alma es triste
como la higuera de las parábolas.
Abierta
frente al universo
abierta,
eres cual una herida de la Tierra.
poblada de voces mundiales,
madura de goces fragantes...
¡palabras del siglo, muñeca con ojazos negros!...
panorama del hombre y del tiempo
cruzando mis huesos!...
Aventurero con espanto,
columpio mi gesto pirata,
como un fruto enorme y podrido,
entre la nada y la nada;
encima tú, como un beso en un mundo,
encima tú, temblando,
encima tú, como un canto en un muerto,
encima tú, como un nido en un árbol
estupendo,
paloma de las lindes últimas.
Eres clara como la muerte,
eres buena como la muerte
y profunda como la muerte;
dulce y triste como sol de invierno;
llena de nidos y frutos,
como un bosque inmenso o una humilde casa de campo:
arada por la maternidad,
los hijos te engrandecen como a la tierra el surco,
mujer, la idolatrada.
mujer, la idolatrada.
Hermana de la luna,
la pena,
la lluvia
y el destino de las cosas,
determinas el límite
de l0 absoluto y l0 infinito
con la rayita azul de tu existencia.
Embajadora de las golondrinas,
mujer, la idolatrada;
se enorgullece "Dios" de haberte hecho
y haberte mirado en los tiempos, haberte mirado en los mundos, haberte
mirado en los sueños
frente a la creación, adolorida;
bendita y amada
por
los siglos
de
los siglos...
¡coronada de pueblos y de niños!...
"Claridad" 1925
Niña de las historias melancólicas, niña...
Niña de las historias melancólicas, niña,
niña de las novelas, niña de las tonadas
tienes un gesto inmóvil de estampa de provincia
en el agua de otoño de la cara perdida
y en los serios cabellos goteados de dramas.
Estás sobre mi vida de piedra y hierro ardiente
como la eternidad encima de los muertos,
recuerdo que viniste y has existido siempre,
mujer, mi mujer mía, conjunto de mujeres,
toda la especie humana se lamenta en tus huesos.
Llenas la tierra entera, como un viento rodante,
y tus cabellos huelen a tonada oceánica,
naranjo de los pueblos terrosos y joviales,
tienes la soledad llena de soledades,
y tu corazón tiene la forma de una lágrima.
Semejante a un rebaño de nubes, arrastrando
la cola inmensa y turbia de lo desconocido,
tu alma enorme rebasa tus huesos y tus cantos,
y es lo mismo que un viento terrible y milenario
encadenado a una matita de suspiros.
Te pareces a esas cántaras populares,
tan graciosas y tan modestas de costumbres;
tu aristocracia inmóvil huele a yuyos rurales,
muchacha del país, florecida de velámenes,
y la greda morena, triste de aves azules.
Derivas de mineros y de conquistadores,
ancha y violenta gente llevó tu sangre extraña,
y tu abuelo, Domingo de Sánderson, fue un hombre;
yo los miro y los veo cruzando el horizonte
con tu actitud futura encima de la espalda.
Eres la permanencia de las cosas profundas
y la amada geográfica, llenando el Occidente;
tus labios y tus pechos son un panal de angustia,
y tu vientre maduro es un racimo de uvas
colgado del parrón colosal de la muerte.
Ay, amiga, mi amiga, tan amiga mi amiga,
cariñosa lo mismo que el pan del hombre pobre;
naciste tú llorando y sollozó la vida;
yo te comparo a una cadena de fatigas
hecha para amarrar estrellas en desorden.
Nocturno muy obscuro
La noche inmensa no resuena, estalla
como un bramido colosal, retumba
con un tremendo estruendo de batalla
que saliera de adentro de una tumba.
Fué un pedazo de espanto que restalla
o una convicción que se derrumba,
una doncella a quien violó un canalla
y una montura en una catacumba.
Calla con un lenguaje de volcanes,
como si un escuadrón de capitanes
galopara en caballos de basalto.
Porque el silencio es tan infinito
tan espantoso y grande como un grito
que cae degollado desde lo alto.
Poema sin nombre
Como una gran niebla ardida
desde todas las distancias emergiendo
o lo mismo que el horizonte...
Te recuerdo y vienen piando
las hojas marchitas del atardecer,
hermana, amiga, esposa,
a cantar la tonada del viaje y las guitarras
en las cruces lluviosas de mi padecimiento.
Llegas desde la orilla de las congojas sumas
con la cara trizada de eternidad y cantos.
Mis pájaros de alambre triste
se ahogan en tus crepúsculos,
y yo gimo mamando nieblas.
Voy como los perros mojados
a la siga de tu recuerd0,
sujetándome las palabras.
Desde tu ausencia está lloviendo, mi hijita;
las rotas lágrimas
extienden una gran cortina de pájaros agonizantes
encima de mi sueño enorme;
y desde la abertura de las noches caídas
cantan los gallos humosos...
(El invierno te llena de canciones amarillas) .
Sé que todos los barcos que emigran van a fondear en tu corazón,
que las golondrinas saludan con su bandera azul,
la melancolía morena de tus actitudes deshojadas y vagabundas,
y voy edificando canciones
a la manera que grandes ciudades extranjeras.
¡Quién degolló las gaviotas claras de la alegría
debajo de los ríos eternos?...
¿Quién canta desde el Poniente, la canción de todas las tristezas?
¿Quién enluta de llanto la enrojecida soledad,
alargándola en lo obscuro, obscuramente obscuro,
extendiéndola en lo amargo amargamente amargo
como una gran cama de sangre tronadora y crepuscular
o una gran manta violenta?...
¡Ay! querida, el tiempo se ha parado como un águila en tu memoria.
Tú das al Universo este color rodante
y este rumor violeta cruzado de cigarras;
la inmensa bruma aquella viene de tus sollozos;
siento que se ha trizado la curva de la tierra
al peso colosal de tu pie entristecido.
Los cantos dorados del tiempo, o por mejor decirlo, los mundos
llovidos del tiempo
tiritan amontonados encima de mi angustia,
y una gran paloma negra se suicida en las arboladuras del occidente.
La pena cuadrada,
el dolor animal y rotundo, la llagadura horrenda de sentirse
¡medio a medio de la circunferencia!...
parado
¡medio a medio de la circunferencia!
Niña-Winétt!...
Y tu actitud de pájaro haciendo con besos la puntería a mi corazón.
De
"Nuevos rumbos" 1925
Poeta de provincia
Parezco un gran murciélago tremendo,
lengua del mundo a una edad remota,
con un balazo en la garganta, ardiendo
y rugiendo de horror la forma ignota.
Provincias de polillas en lo horrendo
que se desangra en lluvias gota a gota,
y es una trial frazada del estruendo
o un piano negro con la lengua rota.
Definitivamente masculino,
me he de encontrar con el puñal talquino
en el desván de las calles malditas.
Sólo contra la luna, dificulto
que haya un varón en los antiguos cultos
con un cacho de heridas más bonitas.
EPITAFIO EN LA TUMBA DE JUAN, EL CARPINTERO
Aquí
Yace «Juan, el carpintero»; vivió setenta y tres años sobre la tierra,
pobremente, vió grandes a sus nietos menores y amó, amó, amó su oficio con la
honorabilidad del hombre decente, odió a la capitalista imbécil y al peón
canalla, vil o utilitario; —juzgaba a los demás según el espíritu—.
* * *
Las
sencillas gentes honestas del pueblo veíanle al atardecer explicado a sus hijos
el valor funeral de las cosas del mundo; anochecido ya, cantaba ingenuamente
junto a la tumba del rorro, —un olor a lavirutas de álamo o quillay, maqui,
litre, boldo y peumos geniales perfumaba el ambiente rústico de la casa, su
mujer sonreía; no claudicó jamás, y así fue su existencia, así fue su
existencia.
* * *
Ejerció
diariamente el grande sacerdocio del trabajo desde el alba, pues quiso ser
humilde e infantil, modesto en ambiciones; los Domingos leía a Kant, Crevantes
o Job; hablaba poco y prefería las sanas legumbres del campo; vivió setenta y
tres años sobre la tierra, falleció en el patíbulo, POR REVOLUCIONARIO. R.I.P.
GRAN MARCHA HEROICA
Arriba,
un atrevimiento de águilas, abajo, el pecho del pueblo y en la línea
definitiva, entre los altos y anchos candelabros de la Humanidad, y las
trompetas que braman como vacas, entre naranjos y duraznos y manzanos que, como
caballos, relinchan, entre barcos y espadas, rifles y banderas en flor, al paso
de parada negro y fundamental de los héroes, tú y tu ataúd de acero.
La
multitud descomunal y subterránea, abate en oleaje su ímpetu de serpiente y
ataca su fantasma y su palabra, como un toro la estrella ensangrentada.
Caemos
de rodillas en el gran crepúsculo universal, y lloran las sirenas de todos los
barcos del mundo, como perritas sin alojamiento; se acabó la comida en los
establos contemporáneos y el último buey se destapa los sesos, gritando; el
bofetón del huracán, partiendo los terciopelos del Oriente, araña el ocaso y le
desgarra el corazón a puñaladas, cuando el fusil imperial de la burguesía pare
un lirio de pólvora y se suicida.
Al
quillay litoral le desgarran la pana los relámpagos de las montañas, y
tremendamente da quejidos de potrillo recién nacido en el estercolero, porque
su conciencia vegetal naufraga en el aroma a sangre.
Canto
de estatuas, grito de coronas, llanto de corazas y bahías, y el discurso
funeral de los cipreses que persiguen eternamente lo amarillo, te rodean;
nosotros, entre lenguas de perro y lágrimas elementales, no somos sino sólo
fantasmas en vigencia; lo heroico, lo definitivo, la ley oscura de la materia
en la cual todas las cosas se levantan y se derrumban con el único fin de
engendrar padecimiento, emerge de ti, porque de ti, porque tú eres la realidad
categórica; y cuando los pollitos nuevos del mar a cuya orilla enorme te
criaste, pían al asesinato general del ocaso, los huesos de Tamerlán echan grandes
llamas; escucho el funeral de Beethoven ejecutado por setecientos maestros de
orquesta, frenar la tempestad, sujetándola, como el desnudo adolescente los
caballos rojos de Fidias y el cielo está negro lo mismo que mi corazón; las
espadas anchas, las anchas espadas que abrieron los surcos profundos que no
cavaron los arados, las espadas embanderadas de historia, se te someten y te
lamen como el perro del mendigo; cuadrigas y centurias, haciendo estallar el
sol sonoro, al golpear la tierra hinchada con el eslabón de la herradura,
levantan polvaredas de migración y el bramido de las lanzas es acusatorio y
terrible debajo de la lluvia oscura como la mala intención o un cobarde;
adentro de las campanas choca la luciérnaga rota con su farol a la espalda, llorando;
huyendo del incendio general, leones y chacales se arrojan a la mar ignota y
las serpientes repletas de furor se rompen los colmillos en las antiguas
lanzas; un gran caballo azul se suicida; borrachos de sol y parición en
generaciones del Dios pánico y dionysíaco, los sacerdos-escarabajos están
gritando la maternidad aterradora en miel de pinares y resinas de gran
potencial alcohólico, que debaten entre ramajes la violencia tremenda de la
naturaleza; el Clarín del Señor de los Ejércitos empuña la espuela de oro de la
gran alarma y los soldados.
Cargado
por nosotros, marcha el féretro como una rosa negra o un pabellón caído, con
espanto aterrador de fusilamiento; rajados a hachazos los pellines encadenados
al huracán aúllan; tú eres lo único definitivo, hundida en tu belleza de
pretéritos y de crepúsculos totales, caída en todo lo solo, herida por el
resplandor de la eternidad deslumbradora, mientras errados, nos arrinconamos
adentro de nuestras viejas negras chaquetas de perros.
Por
el camino real que va a la nada marcharé (caballo de invierno), en las
milenarias edades; hoy, mi espada está quebrada, como el mascarón de proa del
barco que se estrelló contra lo infinito y soy el animal abandonado en la
soledad del bramadero; perteneces al granero humano, tétrico de matanza en
matanza, y te robaron de mis besos terribles; braman las campanas pateando la
atmósfera histórica en la cual se degüellan hasta las dulces violetas que son
como copitas de vino inmortal; la tinaja de las provincias echa un ancho llanto
de parrones descomunales, gritando desde el origen.
Arde
tu alma grande y deslumbradora como un fusil en botón y a la persona muerta la
secunda la ciudadanía universal otorgándole la vida épica como a una guitarra
el sonido; como un solo animal, acumular la eternidad, triste y furioso a tus
orillas, es mi ocupación de suicida; como ola de sombra, el comercio-puñal de
la literatura nos ladra al alma cansada y los cuatreros, los cuchilleros, los
aventureros y el gran escorpión de la bohemia nos destinan su sonrisa de
degolladores, echada en sus ojos de cerdo.
Sobre
el instante, la polvareda familiar gravita y empuña el pabellón de los antiguos
clanes; tu eres el escudo popular de los de Rokha: tronchados, desorientados,
conmigo a la cabeza de la carreta grande, tirada por dos inmensos toros
muertos, hijos e hijas, nietos y nietas, yernos y nueras dan la batalla contra
la mixtificación tenebrosa y estupenda de los viejos payasos convertidos en
asesinos; a miel envenenada hiede el ambiente o a calumnia y perro; los
chacales se ríen furiosamente y tremendamente arañan la casa sola como sombra
en el arrabal del mundo, allá en donde remuelen el pelele y la maldición,
tierra de escupos y demagogia, llena de lenguas quemadas; porque mi
desesperación se retuerce las manos como un reo que enfrenta los inquisidores,
a cuya espalda chilla, furiosa la Reacción, como negra perra vieja en celo;
andando por abajo, los degenerados nos aceitan y nos embarran el camino, a fin
de que el cegado por las lágrimas dé el resbalón mortal y definitivo del que se
desploma en el mar rabioso que solloza echando espuma y se derrumbe
horriblemente.
Juramos
pelear hasta derrotar al enemigo enmascarado en el enemigo del pueblo, al
calumniador y al difamador con ojo pequeño de ofidio y las setenta lenguas
ajenas de los testigos falsos, a la rana-pulpo-sapo del sabotaje; juramos
solemnemente cortarnos y comernos la lengua antes de lanzarle al olvido;
juramos los látigos de la venganza, porque es mentira la misericordia y no
tememos atacar la eternidad frente a frente, ensangrentados como pabellones.
Tranco
a tranco en el pantano del horror, vi destruir a la naturaleza en ti el esquema
total de lo bello y lo bueno; como un niño loco, el espanto se ensañó en tu
figura incomparable, que no volverá a lograr nunca jamás la línea de la
Humanidad, y caíste asesinada y pisoteada por lo infinito, tú, que
representabas lo infinito en la vida humana, y el sol de "Dios" en la
gran tiniebla del hombre; caías, pero caía contigo el significado de lo humano,
y en este instante todas las cosas están sin sentido, gritando, boca abajo,
solas, y es fea la tierra; como a aquel infeliz cualquiera a quien le revuelven
la puñalada en el corazón, el perro idiota de la literatura, vestido de obispo
o caracol, levanta la pata y orina mi tragedia de macho, porque como todo lo
hermoso, todo lo vertical, todo lo heroico se hundió contigo en el abismo, yo
soy el viudo terrible, y acaso la bestia arcaica sublimándose en el intelectual
acusatorio que da lenguaje a las tinieblas; como la naturaleza es descomunal y
sólo lo monstruoso le incumbe íntegramente, su injusticia fue tenebrosa con tu
régimen floral de copa y el destino te cavó de horror como a una montaña de
fuego; sin embargo, como soy humano, no acepto tu muerte, no creo en tu muerte,
no entiendo tu muerte y el andrajo de mi corazón se retuerce salvajemente y se
avalanza contra la muralla inmortal, contra la muralla desesperada, contra la
muralla ensangrentada, contra la muralla despedazada, que se incendia entre las
montañas y sudando y bramando y sangrando, me revuelco como un toro con tu
nombre sagrado entre los dientes, mordido como el puñal rojo del pirata; a la
espalda aúllan las desorbitadas máscaras gruñendo entre complejos de buitre
aventurero y trajes vacíos, en los que respiran las épocas demagógicas.
Entre
los grandes peñascos apuñalados por el sol, sudando como soldados de antaño,
roídos por inmenso musgo crepuscular y lágrimas de antiguas botellas, tú y la
paloma torcaz de los desiertos lloran; mar afuera, en el corazón de flor de las
mojadas islas oceánicas, en las que la eternidad se agarra como entraña de
animal vacuno a la soledad de la materia y el gemido de los orígenes gravita en
la gran placenta del agua, tú das la majestad al huracán por cuyos látigos ruge
la muerte su secreto total, tremendo; encima de los carros de topacio del
crepúsculo, tirados por siete caballos amarillos, cruzados de llamas como
Jehová, tú eres el balido azul de los corderos; aquí, a la orilla de tu
sepulcro que ruge, terrible, en su condición de miel de abejas y de pólvora,
haciendo estallar el huracán sobre los viejos túmulos que tu vencidad obliga a
relampaguear, tú empuñas una gran trompeta de oro, tal como se empuña una gran
bandera de fuego y convocas a asamblea general de muertos, a fin de arrojar la
eternidad contra la eternidad, como dos peñascos; emerges de entre toneles,
como la voz de las vasijas, y la gran humedad del pretérito, que huele a fruta
madura y a caoba matrimonial, enarbola su pabellón en el corazón de las bodegas,
cuando yo recuerdo tu virginidad resplandeciente...
Condiciona
sus muchedumbres la mar-océano del Sur y tu multitud le responde terriblemente;
yo estoy sentado a la orilla del que tanto amabas mar, y la oceanidad da la
tónica al gigante dolor que requiere inmensidades para manifestarse y el
lenguaje de la masa humana o la montaña incendiándose; remece sus instintos la
inmensa bestia oceánica y el crepúsculo ensangrienta la bandera de los navíos y
el cañón funeral del puerto; el mar y yo bramamos, el mar, el mar, y crujen los
huesos tremendos de Chile, cuando con mi caballo nos bañamos solos en la gran
soledad del mar y el mar prolonga mi relincho con su bramido por todas las
costas, desde las tierras protervas de Babilonia al Mediterráneo celestial de
las tuyas glicinas y a los sangrientos mares vikingos, o arrastra mi voz
tronchada y sangrienta como un capitel roto y mi lenguaje de campanario que se
derrumba en la gran campana del mar, con tu recuerdo gimiendo adentro; rememoro
nuestro matrimonio provincial-marino y la carrera desenfrenada, desnudos, sobre
la arena y el sol; es la mar soberbia, la mar oscura, la mar grandiosa en la
cual gravita el estupor horizontal de humanidad que azota los vientres de las
madres y relumbran las panoplias huracanadas de los viejos guerreros de hierro,
que ascienden y descienden por las arboladuras como un tigre a una antigua
catedral caída; lagrimones de acordeones, de leones y fantasmas dan al pirata
el relumbrón de los atardeceres y el tajo del rostro atrae el sable crepuscular
hacia la figura agigantada; el ron furioso da gritazos y mordiscos de alcohol
degollado a la tiniebla aventurera y la pólvora roja es rosa de llamas rugiendo
con perros y espadas entre la matanza histórica, adentro de la cual nosotros
dos rajamos el cuaderno de bitácora sobre el acero acerbo del pecho, que es
pluma y rifle, Luisita; asomándome a la descomunal profundidad heroica, veo lo
eterno y tu cara en todo lo hondo; naufragios y guitarras y el lamento del
destierro en los archipiélagos sociales del Tirreno y el Egeo, se revuelve a la
bencina cosmopolita de los grandes Imperios de hoy, con sus navíos y sus
aviones sembrando la sangre en los mares: pero el tam-tam de los tambores
ensangrentados me desgarra el cerebro; sin embargo, hay dulzuras maravillosas,
y te vuelvo a encontrar en esta gran agua salada por el origen y el olor animal
del mundo, con tu melena de sirena clásica y tu pie marino de conchaperla y
aventura.
Braman
las águilas del amor eterno en nosotros...
El
huracán del amor nos arrasó antaño, y ahora tu belleza de plenilunio con
duraznos, como llorando en la grandeza aterradora, contiene todo el pasado del
ser humano; truenan las grandes vacas tristes del amanecer y tú rajas la mañana
con tu actitud, que es un puñal quebrado; fuiste "mi dulce tormento"
y ahora, Winétt, como el Arca de la Alianza o como Dionysos, medio a medio de
los estuarios mediterráneos y el de los sargazos mar, entre el régimen del
laurel y el dolorido asfodelo diluido en la colina acumulada de los héroes,
hacia la cual apunta el océano su fusilería y desde la que emergen los pinos
solarios, tú, lo mismo exacto que a una gran diosa antigua de Asia, la
eternidad bravía te circunda; galopan los cuatro caballos del Apocalipsis, se
derrumban las murallas de Jericó al son de las trompetas que ladran como alas
en la degollación y el Sinaí embiste como el toro egipcio, cuando tu paso de
tórtola hiende los asfaltos ensangrentados de la poesía, gran
poetisa-Continente; y las generaciones de todos los pobres, entre todos los
pobres del mundo, te levantan bajo los palios llagados del sudor popular en el
instante en que tu voz se distiende, creciendo y multiplicándose como el oleaje
de los grandes mares desconocidos, a cuya ribera los hombres crearon los dioses
barbudos del agro y los sentaron y los clavaron en las regiones acuarias, que
eran el llanto de fuego de los volcanes; como fuiste tremendamente dulce,
graciosamente fuerte, pequeñamente grande con lo oscuro y descomunal del genio
en un régimen de corolas, el hijo del pueblo te entiende; tenías la divina
atracción del átomo, que, al estallar, incendia la tierra, por eso, adentro del
silencio mundial, yo escucho exactamente a la multitud romana o babilónica,
arreada y gobernada a latigazos, a las muchedumbres grecolatinas que poblaron
Marsella de gentes que huelen a ajo, a prostitución, a guitarra, a
conspiración, a sardina y a cuchilla, a tabaco y a sol mojado y caliente como
sobaco, a presidio, a miseria, a heroicidad, a flojera o a tristeza, al vikingo
ladrón, guerrero, viril y sublime en gran hombría y a los beduinos enfurecidos
por el hambre y los desiertos del simoum, áspero y trágico, y te adoro como a
una antigua y oscura diosa en la cual los pueblos guerreros practicaban la idolatría
de lo femenino definitivo y terrible; forrado en cueros de fuego, montado un
caballo de asfalto, yo voy adentro de la multitud, como una maldición en el
cañón del revólver.
Románico
de cúpulas y óperas el atardecer de los amantes desventurados me encubre, y cae
una paloma negra, Luisita-azúcar.
Soplan
las ráfagas del dolor su chicotazo vagabundo y la angustia se clava rugiendo,
en fijación tremenda, como un ojo enorme que quemase, como una gran araña, como
un trueno con el reflejo hacia adentro y la quijada de Caín en el hocico; es
entonces cuando arde el colchón con sudor oscuro de légamo, cuando la noche
afila su cuchilla sin resplandor, cuando el volcán destripa a la montaña y se
parte el vientre terrible, que arroja un caldo de llamas horrendo y definitivo,
cuando lloran todas las cosas un llanto demencial y lluvioso, cuando el
paisaje, que es la corbata de la naturaleza, se raja el corazón de avena y pan
y se repleta de leones; sin embargo, medio a medio de la catástrofe, se me
reconstituye el ser a objeto de que el padecimiento se encarne más adentro y la
llaga, quemada por el horror, se agrande; con tu ataúd al hombro, resuenan mis
trancos en la soledad del siglo, en la cual gravita el cadáver de Stalin, que
es enorme y cubre el Oriente en mil leguas reales a la redonda, encima de un
carro gigante que arrastran doscientos millones de obreros; semejante a una
inmensa cosechadora de granjeros, la máquina viuda de los panteones degüella
las cabezas negras y la Humanidad brama como vaca en el matadero; yo arrastro
la porquería maldita de la vida como la pierna tronchada un idiota y espero el
veneno del envenenador, la solitaria puñalada literaria por la espalda, en el
minuto crucial de los crepúsculos, el balazo del hermano en la literatura, como
quien aguarda que le llegue un cheque en blanco desde la otra vida; me da
vergüenza ser un ser humano desde que te vi agonizar defendiéndote, perseguida
y acosada por la Eternidad como una dulce garza por una gran perra sarnosa;
como con asco de existir, duermo como perro solo encima de una gran piedra
tremenda, que bramara en el desierto, hablo con espanto de cortarme la lengua
con la cuchilla de la palabra y quisiera que un dolor físico enorme me situase
a tu altura, medio a medio de este gigante y negro desfile de horror del cual
estalla mi cabeza incendiándose como antigua famosa posada de vagabundos; no
deseo el sol sino llorando y la noche maldita con la tempestad en el vientre;
por degüellos y asesinatos camino, y ando en campos de batalla, estoy mordido por
buitres de negrura, y es de pólvora y de lágrimas, Luisita-Amor, el gran
canasto de violetas, con el cual me allego a tu sepulcro humildemente; a mi
desesperación se le divisa la cacha del arma de fuego, Luisita-Amor, cuyos
grandes frutos caen...
Éramos
Filemón y Baltis de Frigia y el grito conyugal del mundo, pero se desgarró una
gran cadena en la historia y yo cruzo gritando a la siga del mí mismo que se
fue contigo para siempre nunca, esta gran sonata fúnebre de héroes caídos...
ORACIÓN A LA BELLEZA
El
mundo está llorando RECIÉN nacido, oh! divinidad del sueño, y tú arrullas
maternalmente, maternalmente al pequeño idiota RUBIO, con el problema azul de
las últimas canciones...
* * *
A
compas del minuto evolucionas, y eres eterna e INMUTABLE; tu actitud asciende
al PULPITO ideal de las estrellas y SANTIFICA los excrementos del asno, nivela
los fenómenos, el bien y el mal; y tus pies, llenos de claridad, caminan sobre
el dolor mineral de los pueblos colmando de verdades la milenaria y vil,
errante voz «del animal HUMANO»
* * *
Conmoción
religiosa, trágica, dyonisiaca de la substancia INNUMERABLE, espíritu del
universo y pan del TRISTE, pan del TRISTE, belleza, raíz de Dios, —el temblor
de su dedo enorme, la nocturna luz MUERTA de sus pupilas inexistentes—, mujer
que enloqueciste con tus caricias al mas GRANDE de los poetas: Satanás.
* * *
Lo
verdadero es múltiple y tú UNA y MUCHAS, MUCHAS; tus axiomas son absolutos
frente a la vanidad del conocimiento, floreces por encima de la verdad y
constituyes, sollozando, la VERDADERA sensación del COSMOS.
* * *
Ha
treinta épocas, ha treinta épocas, tu ilusión temblaba en los ELEMENTOS del
orbe. —ERES anterior a la materia,—hoy, iluminas el capullo irremediable de sus
consecuencias, sus resultados conclusiones: el automovil A LA LUNA, la pálida
locomotora hija de metales grises, la hulla y las aguas eximias y egregias, los
aeroplanos errantes, y las oscuras multitudes, las oscuras multitudes, las
oscuras multitudes revolucionarias conmoviendo LA SOCIEDAD con su ideal grandilocuente.
* * *
Belleza,
prolongación de LO INFINITO y COSA inútil, belleza, belleza, madre de LA
SABIDURIA, colosal lirio de aguas y humo, aguas y humo sobre un ATARDECER,
extraordinario como el NACIMIENTO de un HOMBRE... —¿Qué quieres conmigo, belleza
qué quieres conmigo?.. ... ...
ESTILO DEL FANTASMA
Ya
por añejos vinos,
corre sangre, corren caballos negros, corren sollozos, corre muerte,
y el sol relumbra en materias extrañas.
Sobre el fluir fluyente, abandonado, entre banderas fuertes,
sujeto tu ilusión, como un pájaro rojo,
a la orilla de los dramáticos océanos de números;
y, cuando las viejas águilas,
atardecen tus pupilas de otoño, llenas de pasado guerrero,
y el escorpión del suceder nos troncha la espada,
mi furiosa pasión,
mi soberbia,
mi quemada pasión,
contra "la muerte inmortal", levantándose, frente a frente,
enarbola sus ámbitos,
la marcha contra la nada, a la vanguardia de aquellos ejércitos tremendos,
en donde relucen las calaveras de los héroes.
Si, el incendio en las últimas cumbres;
guarda las lágrimas en su tinaja el vendimiador de dolores,
y sopla un hálito como trágico,
de tal manera ardido y helado, simultáneamente;
suena el miedo, de ser, entonces.
Encaramados a todos los símbolos,
feas bestias, negras bestias nos arrojan fruta podrida, cocos de tontos y
obscuras imágenes hediondas,
y los degeneras de verula,
vestidos de perras,
largan amarga baba de lacayos sobre nosotros;
es, amiga, la familia del mundo,
no, es la flor del estiércol, es la flor, es la flor morada y rabiosa de la
burguesía;
pero a la medida que nos empequeñecemos de años y de llantos, para bajar hacia
la montaña de abajo,
y la figura de la verdad nos marca la cara,
avanzan hijos e hijas, retozando la historia, derrochando, derramando
grandes copas dulces, y el vino y la miel rosada de la juventud, se les caen
como la risa a la Rusia soviética;
tú y yo nos miramos y envejecemos, porque nos miramos,
y porque el arte patina las cosas,
levantando su ataúd entre individuo e infinito.
Ahora, si nosotros nos derrumbamos,
con todo aquello que nos amamos y nos besamos, mutuamente, cargados de vida,
y en lo cual radicó el honor de la existencia,
va a ser ceniza la figura del sexo y de la lengua y del pecho y del corazón,
que ya alumbra,
y en los pies estará todo el peso del mundo,
y ya nos vamos llegando, aproximando a la órbita, llenando de dispersión,
colmando sombra,
y tu belleza batalla contra tu belleza...
Emigran las golondrinas desde tu pelo de pueblos;
el tiempo de las cosechas del trigo y el vino
flamea en tu corazón cubierto de huevos de tiempo y manzanas,
Emigran las golondrinas desde tu pelo de pueblos;
el tiempo de las cosechas del trigo y el vino
flamea en tu corazón cubierto de huevos de tiempo y manzanas,
es decir, como tarde, cuando la tarde arrea sus rebaños;
nosotros dos, nosotros, cómo nos morimos, y cómo,
en ti la niña marchita, tan linda,
entristece de dignidad feliz a la mujer hermosa y profunda, como un carro de
fuego,
en mí, el adolescente agresivo y estusiasta,
yace en este animal desesperado, con pecho tremendo, que agita la dialéctica;
país de soledad, adentro del cual golpea y revienta el océano,
y es una enorme isla, tan pequeña, que da espanto, y gira rugiendo,
porque dos criaturas están abrazadas;
huele a agua mojada, a paloma amarilla, a novela, a laguna, a vasija de otoño,
y un horizonte de suspiros y sollozos
suspende una gran tormenta sobre las nuestras cabezas;
el pájaro pálido de las hojas cedas
aletea a la ribera de los recuerdos, entre los braseros arrodillados,
y retornan las viejas lámparas del pretérito,
la angustia resplandece, como una virtud, en nosotros,
y el terror de los proletarios abandonados
nos raja el pecho, desde adentro como con fuego tremendo.
Imponente como la popa de un gran barco,
amarillo y espantoso de presencia,
el sol inicia la caída definitiva, tranco a tranco, como el buey de la tarde
eterna;
besos de piedra,
todas las máscaras de dios se despluman,
y caen destrozados los penachos;
un ataúd de fuego grita desde el oriente.
TERCETOS DANTESCOS A CASIANO BASUALTO
(Dedicado a Pablo Neruda)
Gallipavo
senil y cogotero
de una poesía sucia, de macacos,
tienes la panza hinchada de dinero.
Defeca en el
portal de los maracos,
tu egolatría de imbécil famoso
tal como en el chiquero los verracos.
Legas a ser
hediondo de baboso,
y los tontos te llaman: ¡«gran podeta»!
en las alcobas de lo tenebroso.
Si fueras un
andrajo de opereta,
y únicamente un pajarón flautista,
¡sólo un par depatadas en la jeta!...
Pero tu
índole sadomasoquista,
un tiburón de las cloacas suma
a la carroña del oportunista.
Y si eres
infantil como la espuma,
eres absurdo Cacaseno oscuro,
si el escribir con menstruación te abruma.
Granburgués,
te arrodillas junto al muro
del panteón de la Academia Sueca,
a mendigar... ¡dual amoral impuro!
Y emerge el
delincuente hacia la pleca
de la carátula facinerosa,
que exhibe al sol la criadilla seca.
Astuto,
ruin, tarado, voz gangosa,
saqueas a la U.R.S.S, envilecido,
con la tremenda mano estropajosa.
Flojo
arribista, tonto y bien comido,
dijiste de este norme pueblo ardiente:
«Chile, país de cafres», ¡gran bandido!
Eres la
negra cabeza de puente
de la horrorosa corrupción burguesa
en el filo-marxismo decadente.
Avido como
pájaro de presa,
refleja tu persona a un mar de idiotas,
y es su retrato, en ti, lo que interesa.
Por eso no
caminas, y rebotas
contra la parte más noble y sufriente
de tu partido, y te ladran las botas.
¡Tú, el
discriminador impenitente,
burócrata y plutócrata racista
que insulta a herida, a eterna, a heroica gente!...
Es que
tienes costumbres de alquimista
de fiambrería, y es que estás vendido,
todo, al gran criminal imperialista.
Es que
tienes costumbres de alquimista
de fiambrería, y es que estás vendido,
todo, al gran criminal imperialista.
La baba
oscura del hampón, hundido
en la maldad oblicua del plagiario,
te chorrea del corazón podrido.
Y las
pelotas del «estravagario»,
juegan al campeonato del canalla
en el gran orinal «crepusculario».
Eres el
«jefe» de una tal morralla,
tan desleal como todo cobarde,
y mereces escupos, no metralla.
Calumniador
e infamador, tu alarde
de apropiarte de un muerto es de demente,
que se ahoga en los mares de la tarde.
Abominando
del hombre valiente,
echas en cara la desgracia humana,
y, al insultar, muestras la bestia ingente.
¡Es tan
abyecta tu actitud marrana
y es tan de amoral tu ejecutoria...
¡debiste ser hijo de puto y rana!...
Chillas por
eso pidiendo euforia
necio-anormal de «un puntapié en el culo»,
y el ser pro-imperialista es tu victoria.
Tu condición
de Judas y de Chulo,
corrompe con dinero mal habido,
y a quien explotas, lo declaras nulo.
Tu verso
inmoral se ha «enriquecido»
de un mil de pederastas de prontuario:
cantas por paga, en tu rabel transido.
Estafándola,
alzando su calvario,
a aquella fiel humilde «hormiguita»,
formas la roña del prostibulario.
Por tu gran
colección hermafrodita
sin que falte una loca Concha sola,
la Reacción mundial te felicita.
la miendo
por debajo de la cola
al ladrón del Viet Nam, al asesino,
eres el héroe de la coca-cola.
Gran
comensal del Wall Street ladino
miras a Cuba como los «gusanos»,
y su martirio te importa un comino.
Tu comunismo
es farsa de Casi Anos
emputacidos y escandalosos,
que vende, como reses, sus hermanos.
Ceñido de
mugrientos y roñosos,
tinterillo de latifundistas,
yo te comparo a los perros tiñosos.
Defiendes,
pisoteando comunistas,
a los patrones contra los peones,
y los dueños de fundo son tus pistas.
Ladroneando,
eres tú flor de bribones,
y como vives de seres dudosos,
auspicias guardaespaldas maricones.
Insultador
de héroes grandiosos,
como Mao Tse-tung y su Partido,
entregas sangre ajena alos golosos.
Tu
«pedosita» es pacotilla, herido
de vanidad añeja de ramera,
«gozas» de «fama», pero estás vencido.
A la
siniestra mafia aventurera
de la chacota en la literatura
tu camarilla le dio pedorrera.
¡Oh!
mixtificador, tu sinecura
de atorrante político, «escruchante»
poético, es un tarro de basura.
Engañas a
«las musas», y el cantante
de prostíbulo que hay en tus muletas,
en las ideas es un comerciante.
Sodomitas,
rufianes, proxenetas,
pacotilleros y filibusteros,
te corretean entre cuchufletas.
Bohemio y
metafísico, en usleros
de material confuso estás sentado,
como en grandes divanes de braseros.
De «Derecha»
y de «Izquierda» te has timbrado
y oscilas de entre alones y loyolas,
manoseando para lado y lado.
Como te
arrastran las sesenta bolas
de las antologías criminales,
te balanceas en las carambolas.
Un rebizno
mundial de homosexuales,
monta la máquina cosmopolita
de tus negocios internacionales.
Y hasta el
cura pronazi aranedita
llorando se arremanga las polleras
en honor de tu gran guata «bendita».
Yegua de
arreo, riega las praderas
de la bohemia tu meada de piojo
funeral, corroído de goteras.
Los de
Hernanes, el negro y el rojo,
son los sucios eunucos amarillos
de tu harem: Cardenal y Matapiojo.
Ellos te
chupan de los calzoncillos
la bazofia, con lengua de lacayos:
pían sin pico, aunque son pajarillos.
Tal como dos
esclavos, dos cipayos
enmascarados en su podredumbre,
sirvientes del verdugo y papagayos.
Los «capos»
de la antigua servidumbre
te abandonaron por ingrato e inmundo
como a un cuchillo mordido de herrumbe.
Hoy por hoy,
solo, en el hoyo del mundo
chillas y gritas, espantosamente,
lo mismo que un zapato moribundo.
Y aunque
manchas tu patria, impunemente,
contrbandeando éxito por mérito,
te escupe un gran gargajo frente a frente.
Vendido a
Norteamérica, el pretérito
de tus engaños al proletariado,
da vuelta la chaqueta al benemérito.
Traidor y
desertor calificado,
te burlaste de los trabajadores
yendo de negociado en negociado.
Tu frenesí
es corruptor de menores
intelectuales, «regolucionario»
a lo Mansilla, «Rey» de embaucadores.
«La araña
negra» y «el patibulario»
te llamó Juan de Luigi, al cual echabas
en cara la ceguera... ¡oh!, mal corsario.
Telarañoso y
mercantil, alabas
lo que negaste, como equilibrista,
y al Premio Nobel lo llenas de babas.
De país en
país, gran arribista,
tu gonorrea literaria has ido
vendiendo como egregio pendolista.
Tu
«reconciliación» de forajido
con el imperialismo, es lo más lógico:
se van de corrompido a corrompido.
Como un
bruto o eunuco patológico
estás sobre las clases defecando
y a tu estiércol lo estimas antológico.
Un viejo
perro muerto anda aullando
en tus quejidos de gran roña ahita
y, al vomitar, te vas desintegrando...
Toda tu obra
mal robada, imita:
«Macchu-Picchu» es Ramponi, el argentino,
a quien plagiaste su «Piedra Infinita».
Tagore,
Baudelaire, Vallejo, (vino
y mito), te encubren, y te aterra
haber transado tu alma de cochino.
El fosil
colonial de Inglaterra
entre biblias y whiskyes y serpientes
engendró «Residencia en la Tierra».
Si hablando
a gentes proletarias, mientes,
mientes cantando y llorando y, mintiendo,
mientes a delincuentes y a inocentes.
Como lo
heroico no lo estás viviendo,
tú frenas la potencia de las masas
con tu veneno «poético» horrendo.
Por tus
siete maletas, sobrepasas
el equipaje multimillonario,
cuando el botín repleta tus tres casas.
A alguna
menopáusica de acuario,
«tu Farewell» ¡de Blomberg!, le produjo
alteraciones en su calendario.
Sabat
Ercasty te dejó con pujo
sangriento, y «El Hondero Entusiasta»,
es la baraja y el moco del brujo.
Siendo un
feto, te das de iconoclasta,
y a mí me has estafado desde el nombre
a esta línea de fuego, que te aplasta.
No eres un
hombre pobre un pobre hombre
condecorado como a un espía
del anticomunismo, cobre a cobre.
«Punta de lanza»
de la porquería
capitalista, porque no batallas,
en la agonía de la burguesía.
Ni Trujillo
agregó a tantas medallas
tanta asquerosa maldad engañosa,
y «Chapitas» fue ejemplo de canallas.
El gran
oficialismo es tu ruidosa
pantalla, adulas a cualquier Gobierno
y le cambias por plata, verso o prosa.
«Gran mal
poeta», (engendro del infierno),
te llamó Juan Ramón en «Españoles
de Tres Mundos», Caín de mas de un cuerno.
¡Y tú,
coleccionando caracoles
o mascarones en que te defines!...
«Radio La Habana» baleó tus controles...
Entre los
más rosados querubines,
te «canonizarán» de comunista
con la trompeta de los malandrines.
Un Belaúnde
pronacifascista
y asesinador de guerrilleros
coronó tu cinismo de pancista.
Como a
chancha «matada», los culeros
te lastiman el lomo y las berijas,
(dos instrumentos de los marulleros).
Es decir,
las ambiguas sabandijas
de la retórica y de la poética,
ya sólo en los sobacos las prohijas.
Porque como
eres «loco» de la estética
y el robot parroquial de un clan idiota,
hasta tus cómplices piden genética.
¿Tú
revolucionario? La pelota
del trotzquismo te cuelga del hocico,
enmascarándote. Y Lenin te azota.
Con tu
conducta de sapo y de mico
ofendes a la inmensa clase obrera,
y a costillas del pueblo eres tan rico.
Además, el
Pentágono reitera
en dólares sonantes y contantes,
su amor a la canalla aventurera.
Y la CIA
procura resonantes
éxitos al carajo «bien portado»
y condecoraciones y diamantes.
Y un
horrendo esplendor prefabricado
y queso y pan y vino, todo de oro,
y los difraces del enmascarado.
La gritería
universal, el toro
de cartón rojo, el Caballo de Troya,
la gran máquina-jaula para el loro.
Turbia gran
bruja macabra de Goya
es tu aflicción de «Toribio Gallina,
el Náufrago», colgando de una bo... ya.
A tu
«realismo» échale formalina
en el tronco esencial de la macana,
porque muestra su lengua femenina.
La épica
social americana
la escribo yo, rugiendo pueblo adentro,
con mi pluma-fusil, (gran hacha humana).
Y tu canción
de amor es epicentro
de mistificadores, y bolina
de maricas, con punto y como al centro.
Lo
bautizaste como «Guillermina»
al «Mascarón», que oculta tus «apremios»
de bailarín de la Tía Carlina.
Y si aún
deseas premios y más premios,
te ofrezco el premio a la sirvengüenzura
colosal y feroz de los bohemios,
que se cavan
la propia sepultura:
no importas tú, ¡importa tu impostura!...
GENIO Y FIGURA
A
Winétt
Yo soy como el fracaso total del mundo, ¡oh, Pueblos!
El canto frente a frente al mismo Satanás,
dialoga con la ciencia tremenda de los muertos,
y mi dolor chorrea de sangre la ciudad.
Aún mis días son restos de enormes muebles viejos,
anoche «Dios» llevaba entre mundos que van
así, mi niña, solos, y tú dices: «te quiero»
cuando hablas con «tu» Pablo, sin oírle jamás.
El hombre y la mujer tienen olor a tumba,
El cuerpo se me cae sobre la tierra bruta
Lo mismo que el ataúd rojo del infeliz.
Enemigo total, aúllo por los barrios,
un espanto más bárbaro, más bárbaro, más bárbaro
que el hipo de cien perros botados a morir.
POESÍA FUNERARIA
Indiscutiblemente, en casas de arriendo,
a la ribera del pan y su situación aldeana de sombrero de sol,
contra empleados grandes o desesperados
y viudas terribles, que desprenden cabellos de estructura amarilla,
así moriremos, tal vez, al bramar contra la montaña.
Después de haber gastado electricidad y pantalones,
sudando terror y dignidad de asesino al cual van a fusilar los aterrados
soldados,
y mirando, con la dentadura repleta de misterio,
cómo la querida mujer ya estará ruinosa y rajada de años, y enormemente
grandiosa de grandiosidad inútil,
y aprieta su triste carne contra las murallas,
o estará llena de llamas, como en la época del durazno que fue paloma, y cuando
nos miramos ante un muerto.
Se destruye la esperanza humana, la azucena,
y su escudo va corroyéndose de herrumbre entre azules tiestos y serios difuntos
en espectáculo,
luego se gasta la gana llevada adentro
y unos orines con cementerio azotan este sepulcro de condición boreal, que el
catre parece,
resonando.
No haber bebido,
¡ah!, no haber bebido más tinajas del principal vino tinto, del substancial
elemento de abejas
eternas,
no haber tenido el cintunón del general de tribu,
y aquella gran cama tirada de mundo a mundo,
en donde creciesen bestias agrestes,
abejas de funeral, panteras del tormento a la guitarra, relampagueando,
y una gran espada roja
con la cual escribir la revolución proletaria,
y, en aquellos millones de atardeceres,
en los que nos sacamos los zapatos, sollozando,
no haber venido la luna desnuda
que florece, eternamente, a consolar a los moribundos.
A la criatura, cómo se le despluma y cómo se le inunda, a la simultaneidad, el
reflejo
de materia de sepulcro,
porque es lúgubre cuando fallan las glándulas,
y en lo hondo del hígado del hombre se deshojan las violetas.
Hay que poseer el heroísmo de agonizar correctamente,
clavando los dedos de los ojos y su puñal en la tiniebla acumulada,
sin abandonar la voluntad de podrirse.
Ahora, si sabemos de qué manera las plantas de los pies rajan la miseria solar
y alguna vez le oímos la bala a la tumba,
y el oro y el hecho en la garganta se nos va a atajar.
Si catre de bronce adquiere, morirá el burócrata contento como gusano,
con la lengua afuera entre la familia,
enderezando su conciencia de bruto y de pájaro y de siervo,
como quien levanta la casa
y la va a ubicar en donde concluyen las cosas.
Se apagaron todas las lámparas, gotea el viento, y el sol toma la forma del
embudo.
En aquel entonces entenderemos al que asaltó y degolló a la humanidad para
comprarle
laureles a su amiga,
al que edificó su tribu en la plaza pública gritando como acero,
al que desgarró mujeres y naciones y se revolcó con todos los relámpagos, en la
sociedad
y sus potreros de desventura,
y no nos entenderemos nosotros, porque todo ha sido inútil y se ha perdido:
un traje, heroico de terrores, cubriendo tiempos eternos, y el infinito
alimento provinciano,
morir en colchón, enormemente estupendo y afligido,
rempujando amargos carros de tercera, rempujando empeños, rempujando
cantando, rempujando abismos, rempujando palomas, abandonados,
porque el que se muere es él y su corazón, el que se muere, entonces,
y a quien invaden las poderosas arenas, el mar océano, su caballo gris, y la
perla obscura, que está dentro de la naranja,
aunque se designe Lucho o Domingo o Pancho.
Los que ardientes y alegres estábamos,
cabelleras de sepultura arrastrando, nos iremos descomponiendo y haciendo
aceite,
haciendo narices, haciendo gusanos, haciendo historia,
hasta que quedemos desnudos, sin carne, sin entrañas, sin huesos,
nosotros, sin nosotros,
solamente un agujero de lo que fuimos, cuando con esto éramos esta misma
lengua,
cuando ni siquiera el hombre
nunca fue lo que quería y lo que podía, nunca,
y toma, también, hacia la vida dispersa,
cansado e insatisfecho, como los caballos del idealista.
Allí, una sola uva será igual a una culebra y a una idea, o a un becerro de
parafina,
y el escorpión sobre muchachas en violeta,
o anidará la araña religiosa en cuna de pájaro, desnudándose;
deshojando sus árboles, los acontecimientos
cubrirán el rol de la hoja caída, su silabario amarillo;
a tal altura, miserables botellas de soldado,
la espantosa necesidad de agarrarse a los propios suspiros, arañándolos colchón
abajo,
derrumbándose,
cuando inicia la agonía su invasión de naufragio, de inundación tremenda,
y pierden los muebles hecho, empieza a hacerse uno todo girando, gritando,
rodando en vorágine,
para que caiga ahí el difunto en su pellejo.
Rosas sobre negro y negros pueblos de viento,
amargura en fermentación de adioses, temporal de tripas a las lágrimas,
creciendo los pelos en la obscuridad su alarido.
No digamos el porvenir de sollozos,
cuando la futura ciudad con nosotros cal y cemento organice,
entonces, soledad colosal del átomo,
contra nuestra forma y su ámbito: su ámbito, ¡oh! naufragado corazón,
la intimidad desencadenada,
su no oído grito, su grito tenaz, su grito de sangre que perece,
recuperando el terror inicial.
Solamente, no haber podido nunca comprender adentro, en los huesos,
que lo substancial no somos nosotros, nuestro proceder, nuestros zapatos,
nuestros amores, nuestros sentidos, nuestras costillas, nuestras ideas,
sino el universo infinito y la sociedad aclamándolo,
la energía histórico-dialéctica, expresándose por la persona y la
transitoriedad de la persona,
sobre estos atados turbios y polvorosos,
que pudiesen ser manzanas o pólvora grande,
la afligida costumbre, el héroe,
lo abandonado, lo obscuro y copretérito en las burocracias acumuladas,
el afán de afanes, tantas cosas duras con pecho rosado,
en las que ubicamos nuestro poderoso amor y su látigo — y a alga marina su
calzón echaba aroma-,
porque la abrazábamos desnuda, se ponía más bonita,
riéndose, blanca como plata o como agua, al agitar la bandera negra del pelo
contra los desiertos,
encima de éste, aquéste montón de terror en el que nos morimos.
He ahí la conciencia y el ser, mezclándose de árboles incendiados y panoramas,
a la canción pretérita,
revolviendo sesos y versos en la memoria —un grande espacio—, y entra el muerto
a la izquierda, y aquel pájaro en cántico de los álamos del cementerio,
peleando con nosotros, agusanados, como sardina podrida, o embalsamados en
caricatura de almacén triste,
Porque tiene gusto a muerte la comida,
y olor a adiós y a muerte la piel y todos los negocios,
la fruta, la plata, la ropa, la sepultura,
y sólo la hoz y el martillo nos alumbran la materia,
como grandes casas de hierro con incendio.
SOY EL HOMBRE CASADO
Soy el
hombre casado, soy el hombre casado que inventó el matrimonio;
varón antiguo y egregio, ceñido de catástrofes, lúgubre;
hace mil, mil años hace que no duermo cuidando los chiquillos y las estrellas
desveladas;
por eso arrastro mis carnes peludas de sueño
encima del país gutural de las chimeneas de ópalo.
Dromedario, polvoroso dromedario,
gran animal andariego y amarillo de verdades crepusculares,
voy trotando con mi montura de amores tristes...
Alta y ancha rebota la vida tremenda
sobre mi enorme lomo de toro ;
el pájaro con tongo de lo cuotidiano se sonríe de mis guitarras tentaculares y
absortas;
acostumbrado a criar hijos y cantos en la montaña,
degüello los sarcasmos del ave terrible con mis cuchillos inexistentes,
y continúo mis grandes estatuas de llanto;
los pueblos futuros aplauden la vieja chaqueta de verdugo de mis tonadas.
Comparo mi corazón al preceptor de la escuela del barrio,
y papiroteo en las tumbas usadas
la canción oscura de aquel que tiene deberes y obligaciones con lo infinito.
Además van, a orillas mías, los difuntos precipitados de ahora y sus andróginos
en aceite ;
los domino con la mirada muerta de mi corbata,
y mi actitud continúa encendiendo las lámparas despavoridas.
Cuando los perros mojados del invierno aúllan, desde la otra vida,
y, desde la otra vida, gotean las aguas,
yo estoy comiendo charqui asado en carbones rumorosos,
los vinos maduros cantan en mis bodegas espirituales ;
sueña la pequeña Winétt, acurrucada en su finura triste y herida,
ríen los niños y las brasas alabando la alegría del fuego,
y todos nos sentimos millonarios de felicidad, poderosos de felicidad,
contentas de la buena pobreza,
y tranquilos,
seguros de la buena pobreza y la buena tristeza que nos torna humildes y
emancipados,
...entonces, cuando los perros mojados del invierno aúllan, desde la otra
vida...
—Bueno es que el hombre aguante, le digo—,
así le digo al esqueleto cuando se me anda quedando atrás, refunfuñando,
y le pego un puntapié en las costillas.
Frecuentemente voy a comprar avellanas o aceitunas al cementerio,
voy con todos los mocosos, bien alegre,
como un fabricante de enfermedades que se hiciese vendedor de rosas;
a veces encuentro a la muerte meando detrás de la esquina,
o a una estrella virgen con todos los pechos desnudos.
Mis dolores cuarteladas
tienen un ardor tropical de orangutanes; poeta del Occidente,
tengo los nervios mugrientos de fábricas y de máquinas,
las dactilógrafas de la actividad me desparraman la cara trizada de
abatimiento,
y las ciudades enloquecieron mi tristeza
con la figura trepidante y estridente del automóvil:
civiles y municipales,
mis pantalones continúan la raya quebrada del siglo;
semejante a una inmensa oficina de notario,
poblada de aburrimiento,
la tinaja ciega de la voluntad llena de moscas.
Un muerto errante llora debajo de mis canciones deshabitadas.
Y un pájaro de pólvora
canta en mis manos tremendas y honorables, lo mismo que el permanganato,
la vieja tonada de la gallina de los huevos azules.
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