(24 de octubre de 1923, Ilford, Reino Unido - 20 de diciembre de 1997, Seattle, Washington, Estados Unidos)
UN ÁRBOL HABLA DE ORFEO
Amanecer
blanco. Quietud. Cuando empezó el
rumor,
lo confundí con una brisa marina que llegaba a nuestro valle
con susurros de sal, de horizontes sin árboles. Pero la bruma blanca
no se
agitó, las hojas de mis hermanos seguían tendidas,
inmóviles.
Después, el rumor
se acercó—y mis ramas exteriores
se
estremecieron como si, demasiado cerca, abajo
hubieran
encendido un fuego y las puntas
se
empezaran a secar y a enroscar.
Así y
todo, no estaba asustado, sino
en extremo
alerta.
Yo fui el
primero en verlo, porque crecí
en el pastizal de la ladera, detrás del bosque.
Me
pareció que era un hombre: los dos
tallos en
movimiento, el tronco corto, las dos
ramas
flexibles, cada una terminada en cinco
ramitas sin hojas,
y la
cabeza coronada por follaje marrón o dorado,
con una
cara no como la cara picuda de los pájaros,
sino mas bien como la de una flor.
Llevaba un bulto hecho de
alguna
rama que doblaron cuando todavía estaba verde,
con guías
de enredadera tensadas a través. De ahí,
al
pulsarlo, y de su voz,
que a
diferencia de la del viento no precisaba
de
nuestras hojas y ramas para completar el sonido,
venía el rumor.
Pero no
era más un rumor (él se había acercado y
detenido
en mi primera sombra), era una ola que me bañaba
como si la lluvia
subiera desde abajo y alrededor
en lugar de caer.
Y lo que
yo sentía ya no era un temblor seco:
parecía que cantaba cuando cantaba él, parecía saber
lo que sabe la alondra; toda mi savia
arremetía hacia el sol, que ya estaba alto,
la niebla se
había levantado, el pasto
se
secaba, y mis raíces seguían sintiendo la humedad de la música
en lo
profundo de la tierra.
Él se acercó un poco más, se recostó en mi tronco:
la corteza se estremeció como una hoja al abrirse.
¡La
Música! No hubo una rama en mí que no
temblara
de miedo y de alegría.
Después,
cuando cantó
no eran
solo sonidos los que formaban la música:
él habló.
Y yo escuché, como ningún árbol, y el lenguaje
penetró mis raíces
desde la tierra,
mi tronco
desde el aire,
los poros de mis brotes más verdes,
suave como el rocío,
y no hubo
palabra que él cantara cuyo significado yo ignorase.
Me habló
de viajes,
de dónde van el sol y la luna cuando quedamos a oscuras,
de un viaje bajo tierra que soñaba hacer alguna vez
más allá
de las raíces…
Habló de
los sueños del hombre, de las guerras, las pasiones, los pesares,
y yo, un árbol, comprendí las palabras —ah, si parecía que
mi
corteza sólida iba a abrirse como se abre un pimpollo
que creció demasiado rápido en primavera
cuando lo
hiere una helada tardía.
Cantó
del fuego,
el que
los árboles temen, y yo, un árbol, me deleité en sus llamas.
Me
brotaron capullos en mitad del verano.
Como si su lira (ahora conocía el nombre)
fuese tanto la escarcha como el fuego, subieron sus acordes
arrasando
hasta mi corona.
Fui semilla otra vez.
Fui helecho en el estanque.
Fui carbón.
Y en el
corazón de mi madera
(así de
cerca estuve de convertirme en hombre o en dios)
había una especie de silencio, de enfermedad,
algo, como eso que los hombres llaman hastío,
algo,
dijo él,
(y el
poema bajó un tono, como un río sobre las piedras)
que puede enfriar una vela
pese al vaho de su ardor.
Fue
entonces,
cuando en la gloria de su fuerza, que
me alcanzó y me
cambió
y creí que iba a voltearme,
que el
cantor me empezó
a abandonar.
Lentamente
salió de mi sombra del mediodía
a plena luz,
las
palabras saltaban y bailaban sobre sus hombros
y para mí
el río de
tonos de la lira de a poco se fue
convirtiendo
de nuevo
en
un rumor.
Y yo
aterrado
pero sin dudar
de lo que debía hacerse
con
angustia, con urgencia
arranqué de la tierra raíz por raíz,
con el
suelo retumbando y agrietándose, y el musgo hecho pedazos—
y detrás
de mí, los otros: mis hermanos
olvidados
desde el alba. Ellos también
habían
oído desde el bosque
y tiraban
con dolor de sus raíces
bajo una
capa de mil años de hojas muertas,
apartando las rocas,
liberándose
de su
profundidad.
Cualquiera
habría pensado que íbamos a perder el sonido de la lira,
y del canto
con tan
terribles ruidos de tormenta, donde no había tormenta,
ni más viento que el agitarse de nuestras
ramas, nuestros troncos que hendían el aire.
Pero ¡la música!
La música llegaba hasta nosotros.
Torpemente,
tropezando con nuestras raíces,
haciendo crujir las hojas
como respuesta,
avanzamos,
seguimos.
Todo el
día seguimos, colina arriba y colina abajo.
Aprendimos a bailar,
porque él
paraba, donde el terreno era llano,
y las palabras
que decía
nos
enseñaban a saltar y a girar para un lado y para el otro
alrededor
nuestro a trazar figuras con el diseño de la lira.
El
cantor
al vernos, reía
hasta llorar de contento.
Al atardecer
vinimos a
este lugar donde estoy ahora, a esta loma
con su
arboleda añosa, que entonces apenas era pasto.
Bajo la última luz de aquel día su canto se fue volviendo
despedida.
Él calmó nuestro anhelo.
Devolvió nuestras raíces secas a la tierra
y las
regó: toda la noche una lluvia de música tan leve
que
casi
no podíamos oírla
en la oscuridad sin luna.
Para el
amanecer se había ido.
Desde entonces estamos aquí,
en
nuestra vida nueva.
Esperamos.
Y él no
vuelve.
Dicen que
emprendió su viaje bajo la tierra, y que perdió
lo que
buscaba.
Dicen que lo derribaron
y
cortaron sus miembros para hacer leña.
Y dicen
que su
cabeza todavía cantaba y que, cantando, la arrojaron al mar.
Puede que
no vuelva nunca.
Pero lo que vivimos sí
vuelve a
nosotros.
Vemos más.
Sentimos, a medida que aumentan nuestros anillos,
algo que
nos tira de las ramas, que nos extiende las hojas
más distantes
todavía
más allá.
Ni el viento ni los pájaros,
suenan más pobres, sino más claros,
recordándonos
nuestra agonía, y de qué modo bailamos.
¡La música!
LA ACÓLITA
La gran cocina está casi a
oscuras.
A través del plano de la luz
constante, difusa,
las ollas de cobre en la pared y
el geranio en la ventana
alimentan fogatas diferentes.
La hierba cuelga de las vigas su
musgo negro.
Sobre la mesa, con las manos
enharinadas
y los pies bien plantados
en las baldosas, una mujer
sopesa las futuras hogazas.
Levadura y harina, agua y sal,
van a encontrarse en el gran bol.
No es
en el pan que hornea, enfría y
corta
en lo que piensa,
sino en el modo
en que la masa sube y cobra vida
propia.
No es en el horno en lo que
piensa,
sino en el modo
en que ese olor ácido se
transforma
en fragancia.
Quiere poner
una rosa de plata o una campana
de diamantes
en cada pan;
quiere
hornear dentro de una hogaza una
maldición
y en otra, las palabras que
rompen
los hechizos y transforman en
ellos mismos a los héroes;
ella quiere hacer pan
que sea más que pan.
Versión
en castellano de Sandra Toro.
LA VIGILIA
Cuando
los ratones se despiertan
y salen a
hacer su trabajo de buscar
la vida,
las migas de la vida,
yo me
siento en silencio en el cuarto de atrás
intentando
calmar mi mente de su parloteo,
rumores y
sucesos, y encontrar
vida,
migas de vida, para nutrirla
hasta
que, replegado en la quietud,
desde el
santuario del desorden
el dios
animal habla
Ay,
pobres
ratones— No dejé
nada para
ellos, ni pan,
ni grasa,
ni un plato sin lavar.
Vayan por
las paredes a otras cocinas;
acá
hagamos silencio.
Voy a
sentarme en vela
a esperar
al Gato
que con
lengua humana
profiere
oráculos inhumanos
o con sus
garras, abre delicadamente
las cajas
chinas, cada una de las cuales
contiene
el Mundo y su sombra.
Versión en castellano de Sandra Toro
CÓMO SERÍA MI CASA SI FUERA UNA PERSONA
Esa persona sería un animal.
Y ese animal sería grande; por lo menos, grande
como un caballo de tiro. Rumiaría, como las vacas,
con varios estómagos.
Nadie podría seguirlo
hasta la espesura del matorral para presenciar
sus hábitos de apareo. Escondido por el pelaje,
el sexo sería difícil de determinar.
Definitivamente desalentaría
la investigación. Pero, si no lo molestaran,
sería un animal bueno, amigable,
confiado como un pichoncito. Su inteligencia
sería de un orden superior,
ni humana ni animal, élfica.
Y ronronearía. Aunque, claro,
tratándose de una casa, tendrías que sentarte en su regazo
y no al revés.
Versión en castellano de Sandra Toro
EL SABIO
El gato está comiéndose las rosas:
él es así.
Déjenlo, dejen
al mundo girar,
las cosas son así.
El tres de mayo
hubo niebla; el cuatro,
quién sabe.
Barré la carne de la rosa,
tirale los pedazos a la lluvia.
Nunca se come
hasta el último bocado, dice
que el corazón es amargo.
Él es así, él sabe
del mundo y del tiempo.
EL CAMBIO
Por años,
los muertos
fueron el
peso terrible de su ausencia,
el peso
de lo que no se puso en sus manos.
Rara vez,
una aparición —visión o sueño—
sostenía
un instante esa carga, como quien
se para
detrás y brevemente recibe
el peso
de una mochila.
Pero las
correas, y el dolor, seguían ahí—
aunque se
puede aprender a no sentirlas
excepto
cuando la memoria malvada
tira de
golpe hacia abajo.
De a poco
llega la sensación
de que,
por un tiempo, esa carga fue
lo que de
alguna manera necesitabas.
Qué
endeble andar sin eso, suelto,
de acá
para allá, chocando contra lo sólido.
Y después
empiezan a volver, los muertos:
pero ya
no como visiones. No están más
separados,
no son visibles, no.
Son ellos
los que ven: por segundos, minutos,
a veces
más, su mirada desplaza
la del
deudo. Ahora mismo,
ese
cambio de luz, arpegio
en el
arpa del océano—
no es el
portador habitual
del peso
de la ausencia el que lo vio, lo percibieron
los que
murieron hace mucho, los que hace mucho están ausentes,
y miran desde
nuestros propios ojos abiertos.
HIMNO A EROS
Oh Eros,
silencioso sonriente, escúchame.
Deja que
la sombra de tus alas
me
acaricie.
Deja que
tu presencia
me
envuelva, como si la oscuridad
fuese un
vellón.
Déjame
ver esa oscuridad
lámpara
en mano,
esta
patria se convierte
en la
otra patria
sagrada
para el deseo.
Amodorrado
dios,
detén las
ruedas de mi pensamiento
para que
sólo escuche
la nieve
silenciosa de
tu
abrazo.
Encierra
a mi amado conmigo
en el
anillo de humo de tu poder,
para que
seamos, el uno para el otro,
figuras
de fuego
figuras
de humo
figuras
de carne
vistas
nuevamente en el ocaso.
SOBRE EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN
Es cuando
por un momento enfrentamos
lo peor
de nuestra naturaleza, y nos estremece
saber de
la mancha en nosotros mismos, ese espanto
rompe la
cáscara del entendimiento y penetra el corazón:
ni a una
flor, ni a un delfín,
a ninguna
forma inocente
sino a
esta criatura vanidosa, segura
de que ella
y no otra fue hecha a imagen de Dios,
Dios
(compadeciéndose de nuestro vil
fracaso
para evolucionar) nos confía
como
huésped, como hermano,
a la
Palabra.
CANCIÓN PARA ISHTAR
La luna
es una puerca
que gruñe
en mi garganta
Su enorme
brillo me atraviesa
y el
barro de mi agujero reluce
y estalla
en burbujas de plata
Ella es
una puerca
y yo una
cerda y una poeta
Cuando
abre sus labios blancos
para
devorarme le devuelvo el mordisco
y la luna
se sacude de risa
En lo
oscuro del deseo
nos
estremecemos y gruñimos, gruñimos y
brillamos
CAEDMON
Los demás
hablaban como si
la
conversación fuese una danza.
Yo,
campesina, iba a romper la ronda
con mis
pies torpes.
Pronto
aprendí
a
agazaparme
junto a
la puerta:
cuando la
charla empezaba
me
despintaba la boca escabulléndome
de nuevo
al establo
con las
cálidas bestias
muda
entre los ruidos corporales
de los
simples.
Veía
al
agitarse el aire iluminado
las motas
de oro
moviéndose
de la sombra a la sombra
lentas en
ese despertar
de
suspiros serenos.
Las vacas
masticando
o revolviéndose o quietas. Y yo
en casa y
sola a la vez. Hasta que
el ángel
súbito me aterrorizó – una luz que borró
mi rayo
endeble,
un bosque
de antorchas, plumas de fuego, chispas volando:
pero las
vacas tranquilas
como
siempre, y nada se incendiaba
excepto
yo, cuando esa mano de fuego
tocó mis
labios y abrasó mi lengua
y
arrastró mi voz
hasta la
pista de baile.
CONTRABANDO
El árbol
del conocimiento era el árbol de la razón.
Es por
eso que probarlo
nos
arrojó del Edén. Esa fruta
era para
secar y moler hasta volverla un polvo fino,
un
condimento para usar una pizca a la vez.
Probablemente
Dios tenía pensado hablarnos
más
adelante sobre este nuevo deleite.
Con él
nos llenamos la boca,
atragantándonos
de pero y cómo y si,
y de
nuevo pero, sin saber.
Resulta
tóxico en grandes cantidades, los vapores
se
enroscaron en nuestras cabezas y en torno de nosotros
formando
una nube densa que endureció como el acero,
un muro
entre nosotros y Dios, Que era el Paraíso.
No es que
Dios no sea razonable, es que la razón
en
semejante exceso era tiranía
y nos
encerró entre sus límites, una celda pulida donde
se
reflejaban nuestros propios rostros. Al otro lado
de ese
espejo vive Dios,
pero a
través de la hendija donde la valla no alcanza
a tocar
el piso, se las arregla
para
colarse – una luz que se filtra,
esquirlas
de fuego, una música que se oye
luego se
pierde, y luego se oye otra vez.
Dolor matrimonial
El dolor matrimonial:
la lengua y los
muslos, querido,
se vuelven pesados,
y nos late con fuerza en los dientes.
se vuelven pesados,
y nos late con fuerza en los dientes.
Buscamos una comunión
y somos rechazados, querido,
uno a uno.
y somos rechazados, querido,
uno a uno.
Es el leviatán y
estamos
dentro de su panza,
buscando alegría, alguna alegría
que no se conozca fuera
dentro de su panza,
buscando alegría, alguna alegría
que no se conozca fuera
dos por dos en el
arca
de lo que nos duele.
de lo que nos duele.
No perder el rumbo
Entre tareas
–deshojar fresas,
responder cartas–
o entre poemas,
–deshojar fresas,
responder cartas–
o entre poemas,
volver al espejo
para ver si estoy ahí.
para ver si estoy ahí.
El tigre de la luna
El tigre de la luna.
Aquí, en el cuarto.
Ha entrado y hurga elegante
por encima y por debajo
de nuestras dos camas.
Mírale la cabeza pequeña,
el color suave de plata,
oye la pisada sorda
de sus pezuñas grandes.
Mírale las rayas blancas
en la luz que resbala
a través de las persianas.
Nos husmea la ropa,
con el hocico frío
toca nuestros cuerpos.
Las camas son estrechas,
pero aun así me acostaré contigo.
Aquí, en el cuarto.
Ha entrado y hurga elegante
por encima y por debajo
de nuestras dos camas.
Mírale la cabeza pequeña,
el color suave de plata,
oye la pisada sorda
de sus pezuñas grandes.
Mírale las rayas blancas
en la luz que resbala
a través de las persianas.
Nos husmea la ropa,
con el hocico frío
toca nuestros cuerpos.
Las camas son estrechas,
pero aun así me acostaré contigo.
Lo que se da
Quiero dar a alguien
el abrigo grueso
que compré pero que encuentro
frío y anticuado.
que compré pero que encuentro
frío y anticuado.
Lo llevará la esposa
de un hombre,
y él a cambio desmantelará
el porche feo de una casa vacía,
y él a cambio desmantelará
el porche feo de una casa vacía,
lo dejará como
estaba:
desnudo, digno de verse.
desnudo, digno de verse.
Invocación
Callados, cercana la
hora de dejar la casa.
La madera cruje, intenta sollozar impaciente.
Los dientes de las ardillas repiquetean en el desván.
Las camas desnudas, los sofás sin sus alegres fundas.
La madera cruje, intenta sollozar impaciente.
Los dientes de las ardillas repiquetean en el desván.
Las camas desnudas, los sofás sin sus alegres fundas.
Tapará la nieve densa
todas las entradas
y oprimirá el tejado y quedarán oscuras
las ventanas. Oh lares,
no os vayáis.
La casa bosteza como un oso.
Cuidadnos sus sueños profundos,
para que regrese cuando regresemos.
y oprimirá el tejado y quedarán oscuras
las ventanas. Oh lares,
no os vayáis.
La casa bosteza como un oso.
Cuidadnos sus sueños profundos,
para que regrese cuando regresemos.
Traducción
de José Morella.
ESPERO
En los bancos, en las esquinas
de las salas de espera de la tierra,
al lado de árboles cuya savia se eleva, se eleva
para escapar en hojas grises y perderse
en el aire último.
Espero
por quien viene al fin,
tarde, perdido, por siempre
añorado, caminando
no mi camino sino cruzando
la esquina donde yo espero.
EL GOLFO II
(Fines de diciembre, 1968)
Mi alma es un muchacho negro con un largo camino
que recorrer,
un largo camino para saber si lo negro es hermoso.
¿Pero no vuela tu alma, no sabes quién eres?
Vuela, ha volado, sí, poemas y alabanzas
lo atestiguan, pero como un gastado barrilete,
la seda vieja remendada con papel,
resiste al viento, tropieza, se ladea,
está cayendo.
¿Y hablaste de ella
como de un muchacho?
Aquel muchacho con largos, fríos
tallos de gladiolos robados doliendo en sus brazos:
sin lugar adonde ir.
EL POEMA NO ESCRITO
Por semanas el poema de tu cuerpo,
de mis manos sobre tu cuerpo
que acarician, recorren, en el rito de
adoración, descendiendo
su camino de maravilla
desde el latido de la garganta al vello del pecho
al sereno vientre al pene;
por semanas aquel poema, aquella oración
no escrita.
El poema no escrito, el acto
abandonado en la mente, sin hacer. Los años
un bosque de piedras gigantes, de troncos fósiles,
bloqueando el altar.
El inocente
El gato tiene su deporte
Y el ratón sufre
Pero el gato
Es inocente
No habiendo imagen de dolor en él
Un ángel danza con su presa
Lo lleva, lo libera, salta otra vez
Con gozo sobre su querido juguete
¡Una danza, una plegaria!
Qué cruel es el gato a nuestros ojos culpables
Poema de amor
Tal vez yo sea ‘la parte enferma
De una cosa enferma’
Tal vez algo
Me ha atrapado
Ciertamente hay una
Bruma entre nosotros
Yo apenas puedo
Verte
Pero tus manos
Son dos animales que empujan la
Bruma a un costado y me tocan.
Intimación
Me
exasperan estas ramas, esta luz.
El cielo,
aunque azul, importuna.
Atónita,
he empezado a sentir
que debo
hacer algo más,
no puedo
siquiera seguirle el ritmo
a días
con los que bailé otros inviernos.
Al árbol
del campanario
lo
cortaron, ése al que el amanecer
solía
dorar – y un fervor de pájaros y querubines
subyugaba.
La sequía melló
más de
una hoja verde.
Porque sé
que una
necesidad distinta ha comenzado
a arrojar
sus líneas de mí hacia
un lugar
que no conozco, es que trato
de
alcanzar un silencio apenas presente,
elusivo,
entre los latidos de mi corazón.
Versión
de Sandra Toro
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