(12 de mayo de 1882, Tongoy, Chile - 20 de agosto de 1960, Santiago de Chile, Chile)
PROFESIÓN DE FE
Aquí estoy. Soy el rapsoda. Camino
y canto al par. Me absorbo en lo
profundo
de la naturaleza. Peregrino
del pensamiento^ "^oy,
meditabundo
entre la hostilidad de los humanos
odios y — esos oscuros salteadores —
esparciendo mis sueños como granos,
deshojando mis versos como flores...
Asi voy, visionario de la vida,
amando lo que vibra y lo que late,
dejándome llevar, tendiendo brida
a mis intimas ansias de combate;
soñando con el bien, como Quijote,
odiando el mal y provocando el pasmo
de las gentes beatificas, al trote
del menguado rocin de mi entusiasmo.
Nací así. ¿Qué he de hacerle? Soy un loco.
Nací para luchar. Por eso vivo,
y tengo algo de Dios cuando desflocó
a todo viento mi penacho altivo.
Vivo para los sueños que fecundo,
vivo para los versos que derramo
y no comprendo la razón del mundo
sino por la virtud de lo que amo...
Así voy, saludado por la gracia
de mi propia ilusión. No es mi quimera
más fuerte ni más noble que mi audacia.
Mi fe está en mi, mi brazo es mi bandera,
mi solo culto la belleza. Vivo
por la divina fiebre en que me abrazo.
No tengo, como Pan, los pies de chivo;
pero calla la selva cuando paso...
Porque la selva, ese órgano sonoro,
sabe de la armonía de mis voces
y yo entiendo su lengua, que es de oro.
Habla la selva, y son los tenues roces
ACCIÓN DE GRACIAS
A tí, mujer, que me amaste
un minuto de tu vida,
cuando a mi alero llegaste
como una alondra perdida;
y a tí, amable vendedora
de besos, que no quisiste
con tu boca pecadora
beber de mi vino triste;
y a tí, musa de mi infancia
que siento en mi alma vibrar
con la dulce resonancia
de una campana escolar;
y a tí, hermosa, a quien un día
con muda sorpresa oí
decir una poesía
escrita antaño por mí;
II
y a tí, traviesa y coqueta;
y a tí, suave y soñadora;
y a tí, por tu alta silueta;
y a tí, por tu tez de aurora;
y a tí, por saber reír;
y a tí por saber cantar;
y a tí por saber sentir;
y a tí por saber soñar;
y a todas, por haber puesto
en mi vida vagabunda
un rayo, una nota, un gesto
que la tornaron fecunda;
a todas por haber sido
como el arroyo que pasa
cantando gloria al oído
del viajero que se abrasa;
por haber hecho brotar
en mi alma una luz de estrella,
como la arena del mar
vierte agua bajo la huella;
POR LOS BARRIOS LEJANOS
PASEO mis tristezas por los barrios lejanos.
De pronto, por la clara ventana se desata
[lacia la paz nocturna, la clásica sonata
! ue en su temblor denuncia la inquietud de las manos.
I ¡Oh, idilios familiares en que los viejos pianos
ion cómplices que guiñan a la luna de plata!
iQué candidas ternuras son esas? Ese «ingrata»
ue se oye, ¿no lo dicen unos celos tiranos?
Recuerdo! qué me quieres? no soy más que una sombra.
' ante el clamor de una alma lejana que me nombra,
li corazón, eterno Don Juan, suspira: amor...
La luna... La ventana... Silencio y poesía.
— Ah, — pienso — si estuviera la que me puso un día
)s labios en los labios y en el ojal la flor!
OBSESIÓN
HASTA aquí me persigues! Es en vano
que huya y me oculte con medroso tiento.
La mustia flor me acecha desde el piano,
está lleno de tu alma el aposento.
En la hoja de un libro, arde tu mano;
en el quieto marfil, duerme tu acento.
jAh, si cual nos vengamos de un tirano,
pudiese estrangular, mi pensamiento!
Morir! Y a qué?... No es que se tome inerte
mi brazo, ante el espanto de la muerte.
¡Es que me acusarían mis despojos,
pues sé que, aún más allá de mi agonía,
tu luminosa imagen surgiría
sobre el ópalo turbio de mis ojos!
EL SONETO DE LA TARDE
j pOR qué estoy melancólico? Es la hora
Ijl del vermouth, del fastidio y la neblina»
cuando de nuestro espíritu en la ruina
cada recuerdo es una trepadora.
Sobre la urbe espléndida y sonora
va la sombra a tender su muselina
y el cielo, con su estrella vespertina,
es una inmensa soledad que llora.
Dejo la copa y pienso... Pienso mucho.
No sé que hacer... la charla me contrista.
Me parece de súbito que escucho
las confidencias de un dolor secreto,
y cuando en el papel clavo la vista
hallo, en vez de una lágrima, un soneto.
POBRE ILUSIÓN
DIVISO un sombrero, una pluma
coronando una grácil silueta^
La ilusión me engaña,
y mis ojos se van persiguiéndola...
Pero mi corazón habla, y me dice:
— No es ella...
Contemplo unos ojos profundos
sobre dos amorosas ojeras.
La ilusión me engaña
y los míos se avanzan a verla...
Pero mi corazón, habla y me dice:
— No es ella...
Escucho una voz en que se unen
alegrías, ternuras, tristezas.
ROSTROS DE MUJERES
E todas mis andanzas y peregrinaciones,
como un licor celeste guardo las emociones.
Cansado a veces, harto de vivir esta vida
vulgar, siempre tirana, pero siempre aburrida
^elvo los ojos mustios a los días tempranos
en que erré por cien pueblos distintos y lejanos.
Y siempre son las mismas visiones femeninas
las que van, como flores en medio de las ruinas,
surgiendo, sin contomos precisos, del pasado
para hacerme de nuevo soñar lo ya soñado.
¡Amables rostros, gestos dulces, suaves sonrisas
de adolescentes, tenues miradas indecisas,
}s ¡uro que, al sentiros, mi corazón gastado
[lo acarició siquiera la sombra de un pecado!
¡Cuántas veces, al paso del tren, entre el tumulto
ie las gentes viajeras, divisé medio oculto
3or el celoso alero, como una golondrina
m rostro curiosillo moviendo una cortina!
LA FUENTE
HAY en mi corazón una fuente infinita
de límpido raudal.
Mas nadie, ni un perdido viajero, la visita:
sólo los astros besan, llorando, su cristal.
Hay en mi corazón una fuente serena
brindándose a merced.
De agua pura está siempre hasta los bordes llena,
mas nadie a sus orillas viene a apagar la sed.
Hay en mi corazón una fuente secreta
que canta con fervor.
Pero nadie la escucha, ni sigue ni interpreta
su música... ¡ni un eco repite su clamor!
¿Nunca hasta mi retiro torceréis las pisadas?
¿Nunca pondréis oídos a mi canción doliente?
¿No me darán un rayo de amor vuestras miradas?
¿De ansia por vuestros besos se secará mi fuente?
DESDE LEJOS
NINA gentil que ante mis ojos pasas
como la sombra de mi amor primero,
jqué dulce es el ensueño en que te abrasas!
¡qué crueles las angustias en que muerol
. Pasas ante mis ojos encendida
de adorable rubor. Eres hermosa
con la hermosura que hace amar la vida
en la estrella, en la perla, y en la rosa.
Se abren tus ilusiones ante el cielo
que te dá su alegría. Tienes alas,
y cual si fueras a emprender el vuelo
sin movimiento ni rumor resbalas.
Aún es pura tu edad! Esos quince años
con que todo lo encantas y alborozas,
ante mis días lóbregos y huraños
pasan como otras quince mariposas.
Mariposas de luz que en torno mío
rondar zumbando y cabrilleando siento
cuando, sólo con tu alma, desvarío
y echo hacia tí a volar mi pensamiento!
SOLOS
AQUÍ, bien ¡unto a mí. Su hombro en mi hombro
y su mejilla en mi mejilla...
]0h, pena!
Fe desafío. Riéndome te nombro
f te incito a venir... La vida es buena,
f a no me asalta el tedio, ni el cuidado
de nuestro porvenir. Ya no estoy triste.
\h! solos otra vez, y ella a mi lado...
Mó, solos nó; la soledad no existe.
La soledad no existe... Así, perdido
ú pensamiento en vaguedades de oro;
isi, bajo>«l crepúsculo, en el nido
f oyendo el repicar claro y sonoro
ie una risa infantil ¡unto a la cuna;
isí, ante el cielo plácido y profundo
)ue se baña en un éxtasis de luna,
^qué puede ser la soledad del mundo?
¿Qué puede ser la soledad, qué el miedo
del vacío esterior? En todo estamos
porque todo lo somos ... En la sombra
no erije ya, trájicamente, el dedo
la visión de la dicha que añoramos.
En medio del silencio, alguien nos nombra
con el acento de una voz amada:
no sabemos quién es, y nos miramos
y sonreimos, llenos de ternura,
y nos besamos sin decirnos nada...
¿De dónde aquella voz? Surjió evocada
por la propia emoción: la oimos pura
y titida vibrar: no fué un reproche,
sino un suspiro...
En la remota altura
cada estrella es un ansia que perdura
sobre el celeste sueño de la noche,
mientras, en nuestros labios, las delicias
de estas inmensas horas solitarias,
ponen frases de amor que son caricias,
pero que escucha Dios como plegarias.
EL REGRESO
ME acosté llorando por mi hogar desierto,
por mi infancia ida, por mi padre muerto.
Días, meses, años han pasado ya
y en la casa en ruinas, desde los cimientos
hasta las cornisas de los aposentos,
todo qué distinto, qué cambiado está!
Me acosté llorando por las viejas horas
(mañanas alegres, tardes soñadoras,
perezosas siestas!) Me dormí y soñé
que «él» había vuelto de un viaje le|^o,
curvas las espaldas y el cabello can)p^..
También muy distinto de cuando se fué.
Aguardando siempre, siempre! su regreso,
no nos estrañamos. Sentimos su beso
sobre nuestras frentes, tibio y familiar.
Mi madre suspira. Los viejos sirvientes
tienen a su vista gestos reverentes
y el can favorito se pone a brincar.
¡Qué viaje tan largo, tan largo, Dios mío!
Durante su ausencia, qué rachas de hastío,
qué sombras de pena, qué nieblas de horror!
El calla. Parece que lee en nosotros:
la tristeza en unos, el cansancio en otros
y en todos un mundo de ensueño y dolor.
Qué viaje tan largo, tan largo. Dios mío!
Ante la ceniza del hogar ya frío,
rodeado de todos, nos pregunta: — Y bien,
¿muy viejo me encuentran? Hablen sin cuidado.
— Sí, padre (decimos) estás muy cambiado.
Y él: — jPobres muchachos! Ustedes también!
armonía de otoño
VAMOS al campo, dulce niña! Vamos...
{Que sean unas mismas nuestras huellas!
¿Ves? Las hojas marchitas forman ramos
para que pases por encima de ellas...
¿Ves? Las hojas marchitas caen solas.
Se ciñen ya los árboles sus lutos
y, hundidas en el fango, las corolas
se abren como abanicos diminutos.
Ven! Parece que el campo nos convida...
No ves? No escuchas? Un gorrión parlero
nos dice que dejemos la avenida
y que tomemos el primer sendero.
Ven! No parece respirar la tierra
ni un vaho de humedad. Hay sol. No llueve...
Y hace sus flancos cabrillear la sierra,
medio garabateados por la nievel
Los humos de una fábrica a lo lejos
amotinan su oscura polvareda,
y parece, aureada de reflejos,
que se fuera estrechando la alameda...
Cuchichean los árboles, se enfilan
para vemos pasar, solos, felices...
Y lentamente su ramaje oscilan
como si celebraran lo que dices!
Vamos, niñal ¡Qué alegre está el camino!
Suelta un zorzal un solo improvisado,
y, moviendo sus aspas, un molino
chilla como un violín desafinado...
Oye! El campo nos dice: «les espero...»
Se va abriendo el camino a nuestro paso
y corre hacia nosotros el estero
abierto en dos como un inmenso abrazo.
Bajo los olmos que el quintral invade,
entre una lluvia de hojas amarillas,
te irá desmenuzando mi saudade
charlas sentimentales y sencillas.
A nuestro paso, crujirá la alfombra
de húmeda arena... Asidos por las manos,
será una sola nuestra doble sombra:
conversaremos como dos hermanos!
Hablaremos de todo, — de la ausencia,
<lel amor, del olvido, del orgullo... —
con esa encantadora incoherencia
que hace a la frase parecer arrullo.
Te hablaré torpemente, vagamente,
cuando con tu silencio a hablar me impulses,
esas cosas que brotan de repente
y que por eso mismo son más dulces...
Y callaré cuando me digas: «tonto...»
Serán tus ojos como dos abismos,
y ávidos, deteniéndonos de pronto,
nos reiremos de nosotros mismos...
¡Subiremos al puente! Yo primero,
para poder mirar, mientras tú subes,
sobre el pálido fondo del estero
la indecisa regata de las nubes...
Luego... por el camino! Siempre junta,
muy ¡unta a mí querré tenerte. Y luego
titubeará en mi boca una pregunta
tímida y dolorosa como un ruego.
Y en ritmo suave se alzará tu seno . . .
Y dejarás que tu cabello enrosque
algo de ese aire con olor a heno
que es el olor del corazón del bosque!
Por el paisaje gris, tan bello ahora, —
campos sin viñas, viñas sin retoño, —
seremos vida, juventud, aurora...
|la primavera en medio del otoño!
Entre la lluvia de hojas amarillas
me irás diciendo que no te hable de eso...
Y habrá para un sonrojo dos mejillas
y cuatro labios para un solo beso!
Y esa explosión de besos y sonrojos
pondrá maravillosos resplandores
entre los claroscuros de tus ojos
maravillosamente arrulladores. . .
Dejaremos la sombra del boscaje,
y oyendo el claro tararear de un grillo
sentiremos caer sobre el paisaje
el llanto de un crepúsculo amarillo.
Y por los campos solos, ya de vuelta,
entre estas nieblas últimas de Junio,
argentará tu cabellera suelta
la caricia de luz del plenilunio.
Después?... Adiós! Un beso... Frente al cielo,
se erguirán mi pereza y tu donaire,
y habrá un rumor de briznas en el suelo
y una fuga de alondras en el aire.
De entre los sauces que la senda orillan,
un suspiro, una lágrima, un pañuelo . . .
Y luego, — adiós! — parecerá que brillan
miles de estrellas nuevas en el cielo!
TEMPORAL EN EL RIO
I I UEVE! Llueve sobre el campo y sobre el río.
IjIJ Cielo turbio. Viento loco. Niebla. Frío.
Qué tristeza en el ambiente I
Qué orfandad!
en las márgenes sin rucas y sin gente,
en las vegas que ha anegado la corriente,
qué doliente
soledad!
¡Viejo invierno de la túnica de hielol
Mago torvo, Rey tirano, mal Abuelol
Mientras pasan hojas, nidos
de agua a flor,
por los cerros, en islotes convertidos,
van lanzando los ganados ateridos
alaridos
de dolor.
Ramas, troncos aparecen de repente
como restos de naufragio en la corriente.
Hay un muerto en la ribera
desde ayer...
Y allá lejos, en su casa de madera,
quizás se halle la valiente compañera
que lo espera
ver volver!
Llueve! Llueve sobre el río y sobre el campo.
Zumba el viento. Se oye un trueno en pos de un lampo.
¿Ha estallado algún mortero
colosal?
Tiembla el barco, cruje, bufa, chilla, . . . pero
va de frente, ni cobarde ni altanero,
contra el fiero
temporal.
Pasajero como el viento y como el río,
solitario, melancólico, sombrío,
voy tejiendo quedamente
mi canción
y medito, reclinado sobre el puente,
mientras sueña, a todo el mundo indiferente,
mi doliente
corazón!
CARTA FILIAL
HADRE! de tu tristeza
yo sé el secreto: todas las mañanas
observo con dolor que en tu cabeza
nievan, más que la víspera, las canas
y como sé también que no te aflige
la ancianidad, a mi pesar evoco
esa tarde tan triste en que te dije
que todo el mundo me creía un loco...
¿Recuerdas? Fué a la puerta
del hogar. Tú llorabas la partida
del noble compañero
que con el alma a tu cariño abierta,
te adelantó en la senda de la vida.
— No llores. Yo no quiero,
yo no puedo (te dije) ver el llanto
en tus ojos amados, madre mía.
Y tú me respondiste:
— ¡Pero si sufro tanto!
La triste soledad de la bahía
a nuestros ojos pareció más ti'iste
y el último fulgor crepusculario
hizo que el pueblo solitario y pobre
pareciera más pobre y solitario.
El viejo campanario
fué deshilando su tin-tin de cobre
al toque de oración... Doblé la frente
y unimos nuestras lágrimas. lOh, instantel
Aún me parece oir tu voz, velada
de infinita emoción, como una fuente
trémula y desbordante:
— Calla, hijo mío! No me cuentes nada!
Y es que tú adivinabas mi secreto;
tú leías en mí; tú conocías
esta ansiedad, este vivir inquieto
y estas penas de amor que son tan hondas
{tan hondas y tan mías!
— i Calla! Calla! Es lo mismo que me escondas
o me reveles tu preñar...» Mis ojos
te hablaban del delirio de mis noches,
de mis sueños violados y dispersos,
de mi vida hecha abrojos,
más que las quejas, más que los reproches,
|más que toda la angustia de mis versos!
Te hablaban del fracaso
de mi continuo aventurar, mi paso
torpe; mi palidez; el ansia incierta
con que mi pensamiento vagabundo,
creía ver, tras la entornada puerta,
como una fíera muerta de hambre, al mundo.
Y me hablaste de tí, de tu ternura,
de tu orfandad, de todo lo que ha sido
rayo de sol o niebla entre la oscura
ramazón que sostuvo nuestro nido.
Me hablaste de «él» y sollocé contigo.
Comprendí que, aunque en ruinas,
el nido familiar era un abrigo
para nuestro desvelo.
Y, — ¡Felices (pensé) las golondrinas
que saben dónde han de posar su vuelo!
Me sentí aniquilado,
como una oscura golondrina, inerme,
y escondí mi cabeza en tu adorado
regazo, madre mía,
como cuando, a tu dulce «duerme! duerme!»
conversar con los ángeles creía...
Hoy nada queda ya! Todo ha caído,
en el tiempo, en la sombra, en el olvido...
A los golpes adversos,
del azar, ese viento despiadado,
los hijos de tu amor, todos dispersos,
todos buscando el pan, se han alejado.
Ya no están a tu lado
para besar tus ojos, madre mía,
y trasformar tu soledad de pena,
en bullicioso encanto de alegría.
Forzado del trabajo todavía
cada cual va arrastrando su cadena.
Recordamos, a solas, tus consejos
y lloramos por tí, que eres tan buena,
y estás siempre tan lejos!
Perdona tú, perdona,
(perdonar es de madre) si te abrumo
con tanta queja. Mi penar me abona.
Mi vida es un cadáver que yo exhumo,
pero para quemarlo... Es sólo un poco
de ceniza y de humo:
la fe de un niño y la ambición de un loco...
No te asuste el silencio, no te alarme
el no saber de mí. Corriente arriba,
he de bracear hasta poder echarme
sobre el verdor de la ribera, esquiva
como toda ilusión. ¡Es la postrera
a que prestó mi corazón abrigo!
Sé que me aguardas tú, sé que me espera
tu corazón contigo!
Aún me parece que tu voz me exhorta
a confíar en tu amor y en tu cuidado...
¿Que el mundo no me entiende? j Y qué me importa
si sé que tú me entiendes demasiado!
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