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Cuatro Vientos |
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Nocturno de cristal |
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cobijan la luna
bajo sus alas.
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¿Quién ha sembrado
el fondo negro
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de anzuelos de oro?
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Las hojas de los
árboles
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sobre el estanque
sueñan
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con un viaje a
ultramar.
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Me ha tentado el
suicidio
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y al mirarme en el
espejo
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me ha espantado mi
doble
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ahogándose en el
fondo.
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Es en vano |
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dejamos un rastro
de cadáveres.
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A
cuántos los quisiéramos resucitar
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y darles su sol y
su cantar y su sonrisa
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Nada
hay que pueda ponerlos en pie
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De
algunos nos hemos traído el perfume
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pero ellos van en
sus cajas negras
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río abajo.
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Paisaje de arrabal |
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Anochecer de domingo
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Domingo |
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en
el fondo
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cansada de mirar
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siempre
el mismo paisaje
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En el plano del
alma
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nadie pone su mano.
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En
la ciudad
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la
cinta cinemática
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desenrolla
su metraje.
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No quiero
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no quiero
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no quiero
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Film
para los horteras
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y
las porteras.
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La semana
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canta su
estribillo.
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El lago del
recuerdo
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se colma de
suspiros
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Un
gramófono ronca
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Domingo
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domingo
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domingo.
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Paisaje en el recuerdo |
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y el agua que
cantaba suena ahora,
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a la luz indecisa
de la hora,
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un paisaje sin voz,
yerto de frío.
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En finísima nube de
rocío
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la pereza del agua
se evapora,
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y mojando la
atmósfera, colora
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de un tenue violeta
el praderío.
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El paisaje en la
niebla sepultado,
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dudando entre lo
real y lo soñado,
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un mensaje nos trae
en cada cosa.
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Y tan alto y tan
hondo lo sentimos
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que acude la
palabra temblorosa
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sólo por
recordarnos que vivimos.
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A Sara, muerta, que clamó a Dios desesperadamente |
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No más que ayer... |
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bien yerta sí, bien
fría, fatalmente,
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nada podrás hallar
que te caliente;
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estás
definitivamente muerta.
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Ayer, no más,
creías estar cierta
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que campanas de
gloria de repente
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cantaban para ti, y
alegremente,
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para oír la señal,
fuiste a la puerta.
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No más que ayer...
pero hoy has escuchado
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un doblar de
campana acompasado
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que te avisa que ya
no estás despierta.
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Y en vano junto a
ti la vida grita,
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porque era de
verdad que estabas muerta,
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y un muerto de
verdad no resucita.
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Canto nuevo
¡Oh,
cuánto tiempo HORA NUESTRA
te
hemos esperado!, ¡cuánto!
Oh,
cuántas veces tendimos
el
cable de nuestra mirada limpia al futuro
y
aplicamos el oído extático
al
viento,
ávidos
de distinguir
tu
música en embrión!
¡Oh,
cuántas veces
el
diamante de nuestro deseo
partió
el cristal del horizonte
buscándote
más allá de la aurora!
Y al
fin te poseemos,
HORA
NUESTRA;
al
fin podremos mecerte en nuestros brazos
y
escribir tu claro nombre en nuestras frentes.
Hermanos,
he
aquí, todo cumplido;
hagamos
braserillos en el hueco de nuestras manos
para
esta “LLAMA ALARGADA”.
El
horizonte es la pauta, hermanos.
Nuestros
martillos, pulidos y brillantes
como
uña de mujer,
canten
sobre las columnas truncas,
sobre
los frisos rotos.
Tal
un vendaval impetuoso
borremos
todos los caminos,
arruinemos
todos los puentes,
desarraiguemos
todos los rosales;
sea
todo liso como una laguna
para
trazar después
la
ciudad nueva.
Tiranos
del esfuerzo
nuestros
brazos levantarán esta vieja Tierra
como
en una consagración.
Un
abanico de llamas
consumirá
las viejas vestiduras
y
triunfaremos, desnudos y blancos,
como
las estrellas.
Lo
que hemos creado esta hora
alcanzaremos
todas las audacias;
NOSOTROS
EDIFICAREMOS
LAS
PIRÁMIDES INVERTIDAS.
(1920)
Romance de Durruti
¿Qué bala te cortó el paso
-¡Maldición de aquella hora!-
atardecer de noviembre
camino de la victoria?
Las sierras del Guadarrama
cortan la luz y sombra
un horizonte mojado
de agua turbia y sangre heroica.
Y a tus espaldas Madrid,
con el ojo atento a tu bota,
mordido por los incendios,
con jadeos de leona,
tus pasos iba midiendo
prietos el puño y la boca.
¡Atardecer de noviembre,
borrón negro de la historia!
Buenaventura Durruti,
¿Quién conoció otra congoja
más amarga que tu muerte
sobre tierra española?
Acaso estabas soñando
las calles de Zaragoza
y el agua espesa del Ebro
caminos de laurel rosa
cuando el grito de Madrid
cortó tu sueño en mal hora...
Gigante de las montañas
donde tallabas tu gloria,
hasta Castilla desnuda
bajaste como una tromba
para raer de las tierras
pardas la negra carroña,
y detrás de ti, en alud,
tu gente, como tu sombra.
Hasta los cielos de Iberia
te dispararon las bocas.
El aire agito tu nombre
entre banderas de gloria
-canto sonoro de guerra
y dura función de forja-
Y una tarde de noviembre
mojada de sangre heroica,
en cenizas de crepúsculo
caía tu vida rota.
Sólo hablaste estas palabras
al filo ya de tu hora:
Unidad y firmeza, amigos;
¡para vencer hais de sobra!
Durruti, hermano Durruti,
jamás se vió otra congoja
más amarga que tu muerte
sobre la tierra española.
Rostros curtidos del cierzo
quiebran su durez de roca;
como tallos quebradizos
hasta la tierra se doblan
hercules del mismo acero
¡Hombres de hierro, sollozan!
Fúnebres tambores baten
apisonando la fosa.
¡Durruti es muerto, soldados,
que nadie mengüe su obra!
Sen buscan manos tendidas,
los odios se desmoronan,
y en las trincheras profundas
cuajan realidades hondas
porque a la faz de la muerte
los imposibles se agotan.
-Aquí está mi diestra, hermano,
calma tu sed en mi boca,
mezcla tu sangre a la mía
y tu aliento a mi voz ronca.
Parte conmigo tu pan
y tus lágrimas si lloras.
Durruti bajo la tierra
en esto espera su honra.
Rugen los pechos hermanos.
Las armas al aire chocan.
Sobre las rudas cabezas
sólo una enseña tremola.
Durruti es muerto. ¡Malhaya
aquel que mengüe su obra!
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