miércoles, 8 de mayo de 2019

POEMAS DE ERIK LINDEGREN


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(5 de agosto de 1910, Luleå, Suecia - 31 de mayo de 1968, Estocolmo, Suecia)



ARIOSO


Estamos siempre juntos,
en alguna parte dentro de nosotros nuestro amor nunca puede huir.
                 En alguna parte
                            en alguna parte
todos los trenes han partido y todos los relojes se han parado:
en alguna parte dentro de nosotros estamos siempre ahora y aquí,
somos siempre tú hasta confundirnos y fundirnos,
metamorfosis y la maravilla de maravillarnos,
ola que se quiebra, nieve y llama de la flor.
En alguna parte dentro de nosotros donde los huesos han blanqueado
después de la sed del buscar y la sed del dudar
hasta la huidiza negación
                                             hasta el secreto de ceder
                                             ¡nube de consuelo!
en alguna parte dentro de nosotros
donde estos huesos blanquean
y los espejismos se reconocen
brota la certeza en la lejanía como la ola en la oleada
reflejas nuestra lejanía como la estrella en la ola
y el sueño deja siempre la máscara y se vuelve tú
que te escapas
                          para volver a volver
                          para volver
                          más y más dentro de nosotros
                          más y más tú.
VII

aquí en este silencio que extermina el límite
entre los muertos vivos y el vivo deseo de los muertos

allí dos mitades se asocian en doble ceguera
para mejor aún poder oír cómo cae la luz

lenta, traicioneramente como si supiese qué quiere
cuando la noche entró y el día está vacío

y el sentido se tiende saliendo de su torre
con sigilo de miedo por mejor conservarse

en la penumbra de las gargantas donde el guardaespaldas lancea
bloquea toda salida y la sabiduría de los ahogos

aquí en este silencio que extermina el límite
donde la luz cae y agrisa la angustia

licita la tormenta de la aniquilación la seca tierra del futuro
mientras la cegera sonríe sarcástica a través de su ventana sin cristal


Gladiador moribundo


¿Quién rasgó tu cintura con tridente?
¿Quién te arrojó la red a la cabeza
y jaló -en un ardiente triunfo-
para que tú cayeras
pataleando en la arena?

No ese cuyas piernas
ves como dos columnas sobre ti.
No esa mano de puñal mordiente
que lanza larga sombra
en la arena oscura de la noche,
no él, no el esclavo del grosero César.

Pero ¿quién te ve a ti?
¿Y acaso me oyes?

Ciego está el público.
En parte por oscuridad:
una ola blanca cual espuma que
golpea la cabeza contra la roca del Hades.
En parte por deseo:
una última frontera en la sangre de la niebla
que tiene miedo de sí misma en ti.

¿Quién te ha derribado?
¿Quién te ve?

Tú lo sospechas
mas no llegas a tiempo.
Por un instante
luchas eternamente.

Así tu vida se hace tuya.
Así surge tu muerte.


I

(en la sala de los espejos donde no sólo Narciso

campea sin vértigo en el pilar de su desesperación



amamantaba la eternidad con una mueca

el país de las ilimitadas posibilidades



en la sala de los espejos donde un solo gemido infectado

escapó a las espadas cruzadas de la indiferencia



y transformó el aire en promesa y humus

que se deslizó por todas las ventanas de la ciudad



en la sala de los espejos donde la perfección se estampa

en chapa y se lleva como un preso en el pecho uniforme



donde la palabra se hace haraquiri a la luz de las explosiones

y la trompeta sabe a porcelana destrozada y a sangre moribunda



en la sala de los espejos donde uno deviene los muy demasiados

y sin embargo querría caer como rocío  en la tumba del tiempo)


V

la mano tiembla de vértigo en la escalera de los estranguladores

ávidas lágrimas rechinan en la jaula vacía del ruiseñor



hasta el propio duelo se cobra más muertos

incluso un accidente de ferrocarril balbucea perdón



un ojo descascarillado arde: cortocircuito y soledad

y el destino fotografía otro cadáver asombrado



el fuego devasta también el corazón no asegurado

y el vigilante del sufrimiento huye hacia un fondo de fe



espinas anónimas se sueñan una realidad

y meciéndose en la pendiente de la realidad se hacen espinos



pero un grito de dolor asciende rodando a una montaña

y se arroja por una pendiente para destrozarlo todo



grandioso descansa el vuelo del dolor en el paño de las águilas

mientras el viento baraja las naipes de educados rostros


XI

Y me voy hundiendo cada vez más en la primavera de la tierra

que germina en mi boca en mis manos mi garganta



mientras el crepúsculo acelera sus pasos en el valle

y las sombras arrojan lejos de sí las brasas de la impaciencia



como si oyesen los sordos gritos de la tierra que salen de mi boca

y quisiesen encender las alas que arrastran los abetos



para huir de tormentos demasiados secretos:

el impulso de la sangrienta espuela de ir a ninguna parte-



pero junto a las brillantes raíces de las fuentes donde el ojo del gigante

se deslizó de mi abrazo y ascendió hasta la camilla de las estrellas



encontré un claustro de fuerza con corrientes debilitadas

la mano de un silencio que amasaba arcilla



y yo descansé seguro bajo el peso de las piedras

bajo la protección del peso en la sangrienta primavera del crepúsculo


XXIII

el angosto corazón sufre pero las cicatrices bronceadas

resplandecen en el perfil cortado a cuchillo del amor



y por eso caen los amarillos medallones del abedul

tan serenos en esta profundidad de labios de piedras



y la lengua de piedras no disuelve la hostia

en recuerdo de las venas hinchadas de las montañas estivales



pero el crujido de la telaraña rota

asustó al pájaro del olvido haciéndolo alas de hierro



que arañaron el musgo azul celeste del cielo

y salpicaron de rojo la poderosa mano cerrada



hasta que el sonido hirvió y se abrieron las cimas de las montañas

para que el sol se demorase largo tiempo



enfriase la sangre convirtiéndola en otoñal espuma

martillease las cicatrices hasta un golpe pendular de luz


XXXVIII

 Sueño con el recuerdo de la pezuña de la cierva en el laberinto

como las palabras del impasible a aquel que le salvó la vida



sueño con espejos y agua corriente como humo de eternidad

como fe amontonada sobre fe en el capitoné de la miseria



sueño con todo lo que se repitió y creció hasta la irrealidad

como la canción de los labios rojos sobre amado y ausencia



oh recuerdo: oh furia y dios que funden todo

convirtiéndolo en nada y persiguen lo asible hasta la muerte



dile a alguien si tal vez los pies de los días caminan

sobre el tambor de la verdad con una mejoría para nosotros



di al viento que se arremolina entre las puertas de los horizontes

buscando su posición entre lo ingrávido y lo pesado



di al caminante que camina hundiéndose más en el mundo

buscando su talismán de tinieblas y luz



El hombre sin camino, Erik Lindegren

Ed. Bassarai.

Fotografías. Juan Frechina.



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