lunes, 20 de mayo de 2019

POEMAS DE HÉRIB CAMPOS CERVERA


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(30 de marzo de 1905, Asunción, Paraguay - 28 de agosto de 1953, Asunción, Paraguay)


Palabras para nombrar a los míos


los míos El Hombre cae en la tierra, mas
su tiempo cae en la Eternidad.Federico:te he visto, aquí,
sentado, sobre una piedra negra, frente al mar que amansaba su furor en la
playa, mientras el sol pulía tu perfil de gitano sobre el remolino limbo
de la tarde dormida. Te he visto así: sentado, con la camisa
abierta calcinando tu pecho bruñido de marino; apagando las voces de tu
guitarra ardiente con el opaco grito de un puñado de
arena. Verde gitano nuestro que maduró la muerte cuando pasen
mil años, junto a esta misma piedra, la misma arena amarga que levantó tu
mano aún estará llorando tu nombre amanecido. Cuando te
arrodillaste sobre la tierra tuya el mar, que oreó tu pecho con su aliento de
yodo, calló... Las caracolas rumorosas de música apagaron de pronto sus
milenarios cánticos. Granos de terciopelo de la arena
marítima; caminos de los vientos que se llevan los sueños; noches
enloquecidas por júbilos de mundos; alas que traen y llevan su música
encendida; todo: viento y arena; mundos y alas y noches lloran albas de
sangre sobre tu nombre claro. Federico: los años han secado tus
carnes; en ellas han penetrado gusanos de la tierra; pero tu voz remota,
poderosa de símbolos, como el mar, no está muerta...Entre un vuelo de
albatros y un tumulto de estrellas, se volvió al infinito tu fiesta de
canciones. Cuando pasen mil años, junto a esta misma piedra que
destacó tu estampa sobre el telón atlántico, aún estaré esperando que otra


Simple ruego por el ausente esperado

el ausente esperado Para el recuerdo de Andrés
Campos Cervera - (Julián de la Herrería)-, que era de mi amistad y de mi
sangre. Yo te esperé: eras como un hermano cuya mano se
busca, para oprimir los labios calientes de una herida. Y
faltaste, hermano: te quedaste sin voz cuando todos rogaban tu
presencia. Pero vino tu sombra: nada más que tu sombra, hermano
ausente. Abrió la boca antigua, todavía sellada, y dejó florecer
sobre los labios duros esta solicitud de perdón por la ausencia: «...Ya he
devuelto a la tierra lo que era de la tierra, pero os queda a vosotros lo que
seré mañana.» No me lloréis, hermanos: estoy entre vosotros. Ya
no me lleva el tiempo con sus manos de leguas, ni me oprime los ojos la forma
del espacio.» Mi vestidura flota sobre el Alba y la Noche, más
allá del recuerdo. Mis avatares buscan otro vaso más puro, para infundirme
un cuerpo que regrese a vosotros». Calló tu voz: sentimos que
temblabas de frío, pensando en que podrías sufrir otra
caída. Como quien se defiende de una angustia
indecible, murmuré, como un rezo, tu súplica inefable: «Ya no me
lleva el Tiempo con sus manos de leguas ni me oprime los ojos la forma del
espacio...». Así sea.

Baladas

La noche de los toldos Para José Asunción
Flores Siete hogueras arden... Siete hogueras
cantan músicas de luces. En la noche blanca de los toldos
indios, siete hogueras arden... Palmeras salvajes del
desierto mudo, destrenzan al viento su música verde. En los
algarrobos madura la chichaque emborracha al indio da a sus
tobillos, cosquillas de danzas. Mientras, en la noche de los
toldos indios, siete hogueras arden... Furor de tan-tanes: se
puebla el silencio de mudas presencias. Máscara de
piedra sobre el rostro verde tiene el indio joven; culebras
azules surcan sus mejillas, ajorcas de plumas ciñen los tobillos de
la joven india. Mientras, en la noche de los toldos indios siete
hogueras arden... Frente al Sacerdote siete hogueras
arden. Callan los tan-tanes de la voz de cuero. En la noche
blanca de los toldos indios sube a las estrellas un rumor de
ruego: «Kilikamá oú...Kilikamá oú...Kifikamá
oú...Kilikamá oú...» En la noche blanca de los toldos,
arden siete hogueras rojas. El jhú-jhú acelera su ritmo frenético y
arroja a los indios hacia las doncellas, en un entrevero de danza
nupcial. Los labios ofrecen sus copas de fuego, para que mis
indios ardan en amor. La Luna, que otorga sus lágrimas rojas a las
indias núbiles, escucha los ruegos del Gran Sacerdote, que en la noche
blanca de los toldos indios le pide su amparo: «Ta-Ana
oú...Ta-aná tojhó...Ta-aná tojhó...Ta-aná tojhó...» La
noche del toldo huye hacia los montes; ponchos de cenizas cubren los
rescoldos de las siete hogueras... Duermen los tan-tañese
la voz de cuero, pero aún se escuchan en la noche blanca rumores de
ruego: «Kilikamá ojhó...Kilikamá ojhó...Kilikamá
ojhó...Kilikamá ojhó...» Ya no hay siete hogueras: la noche
del toldo se durmió en el alba...

Poemas no incluidos en Ceniza Redimida

no incluidos en Ceniza Redimida Desde Espartaco hasta hoy, nuestros héroes
se llamaron: Stenka Razin, caudillo campesino, vengador de su
clase; comuneros de París, innumerables y anónimos, fusilados en el
muro; pero sobrevivientes para siempre en el gran corazón de
los obreros; trabajadores de Moscú, de Leningrado, de Hamburgo y
de Viena. Los héroes de nuestra clase se llamaron: Rosa Luxemburgo y
Carlos Liebknecht: ambos fuego, corazón y brazo de la Revolución; ambos padres
y madre del Partido Comunista Alemán. Los poetas revolucionarios de
hoy cuando queremos cantar a un héroe proletario, cantamos a Jorge
Dimitrof. Cada clase tiene los héroes que se merecen: que los
poetas burgueses levanten hasta las nubes a sus
héroes sangrientos; que canten epopeyas a sus masacradores de obreros
y a sus mariscales de la matanza; que tallen estatuas a sus
financieros de la rapiña; dejemos que tejan charreteras de oro para los
generales que han sobrevivido a los millones de soldados que condujeron a
la carnicería; que ellos canten al rufián Horst Wessel -héroe de las
bandas de Hitler-Nosotros, los poetas revolucionarios de
hoy, cantaremos a un descamisado; a un revolucionario, al héroe
proletario Jorge Dimitrof. Sobre los escombros de la Europa
imperialista y guerrera todos los días amanece una aurora roja. Hoy es
Hamburgo la que levanta su voz de metralla; ayer fue Reval la que cantó su
himno insurgente; luego Bulgaria inició su guerra campesina. El fuego del
incendio alumbró la estampa del obrero Dimitrof, alta, la
figura; imponente, la voz; todo él, extraordinario y
vencedor. Asia se despereza y contesta: Cantón la Roja ha izado
una vez y otra vez la bandera de la Hoz y el Martillo. El «Zeven
Provincien» -hermano glorioso del Potemkin-telegrafía al
mundo: «¡Hermanos! ¡No disparéis sobre nosotros! “Entre el mar de las
banderas rojas; entre el sordo rugido de las masas que se aprestan a la
lucha final, las ametralladoras y los gases acuestan sobre las
calzadas a las blusas azules. Caen, se levantan, caen y se yerguen de
nuevo; héroes sin nombre sostienen en alto el símbolo rojo de
la gloria revolucionaria; voces anónimas cantan la marsellesa
proletaria: «...Es la lucha final......Unámonos todos con
valor......Por la Internacional...». Luego llegó «la noche de
los largos cuchillos”. Sangre, cadenas, ley de fuga, «suicidios», horas y
hachas; noche de San Bartolomé de los asesinos al servicio de la
Alta Finanza. El fuego, las torturas: un aquelarre de la Edad
Media fue lo que la burguesía ofreció a los obreros de
Alemania. Pero las blusas azules prepararon su
desquite…Y amaneció la mañana de Leipzig. El Mundo, de nuevo pudo ver
la estampa del héroe; alta, la figura, imponente, la voz; encadenadas
las manos laboriosas, pero todo él, extraordinario y
vencedor. Los jueces callaron; los falsos testigos agacharon la
cabeza, y el preso clavó a sus verdugos en el banco de los
acusados. Habló. Habló para los suyos. Dijo su verdad de clase. El
supremo verdugo chilló aterrorizado: «¡Sus palabras son excesivamente
duras!». El obrero Dimitrof piensa en la vida, en el dolor y en
las luchas de todos los suyos, y exclama: “Mis palabras son
ardientes y duras porque ardiente y dura ha sido toda mi vida; mis
palabras son como la vida y la lucha de todos los míos!». Y
venció. Venció porque era un proletario comunista, venció porque sabía que
todos los obreros del mundo estarían a su lado en la agonía y en el
triunfo. Los verdugos desarmaron la guillotina; Goering se hundió en su
noche de crímenes y de morfina. Manchester, Chicago, Skoda y
Creuset han parado sus máquinas; los negros de la Carolina del Sur, de
Liberia y del África Central, los comunistas chinos que siembran de
Soviet su país milenario, los «mensúes» del Alto Paraná y los mineros
taciturnos de las montañas de Bolivia, todos han escuchado la palabra
de Jorge Dimitrof, el corazón del mundo no tiene más que un único
latido. Una voz rompe el hilo de todos los telégrafos y se derrama por las
calles y por los caminos del campo y de las ciudades; la consigna del
Socorro Rojo Internacional pone de pie a todos los oprimidos de la
tierra. “Libertad para Jorge Dimitrof! ¡Abajo los jueces de
Leipzig! Las radios de Moscú interrogan a Berlín: “Capitán Goering:
¿Quién incendió el Reichstag?» La respuesta fue un avión que cruzó
el cielo de Varsovia: La Patria del Proletariado -que reclamó la vida de
sus hijos-la Unión Soviética, desde el Ártico hasta Crimea abrió sus
170 millones de brazos para recibir al héroe vencedor. Nosotros,
los poetas revolucionarios de hoy, cuando queremos cantar a un héroe
proletario cantamos a Jorge
Dimitrof.

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