(Suiza, 1925)
El alma, tan friolera y miedosa...
¿tendrá que caminar sin fin sobre este hielo,
sola, descalza, sin saber ya ni siquiera balbucear
la oración de la infancia,
castigada sin fin su frialdad por este frío?
De "Pensamientos bajo las nubes" 1983
Versión de Rafael-José Díaz
El ignorante
Cuanto más envejezco, más crezco en ignorancia,
cuanto más he vivido, menos poseo y menos reino.
Todo lo que tengo es un espacio alternativamente
nevado o brillante, pero nunca habitado.
¿Dónde está el dador, el guía, el guardián?
Permanezco en mi cuarto y de momento me callo
(el silencio, como un sirviente, viene a poner un poco de orden),
y espero a que las mentiras se aparten una a una:
¿qué queda? ¿Qué le queda a quien muere
que le impide morir? ¿Qué fuerza
le hace hablar aún entre sus cuatro paredes?
De "El ignorante" 1957
Versión de Rafael-José Díaz
Escucha, mira...
de la tierra, de mucho más abajo,
como una luz, en oleadas, como un Lázaro
herido, absorto, en lento batir de alas
blancas -mientras que por un instante todo calla,
y es en verdad aquí donde estamos, asustados,
y no descienden así de más allá del cielo,
a su encuentro, otros vuelos, más blancos
-por no haber discurrido entre raíces de barro-,
y no corren ahora unos contra otros
cada vez más deprisa, a la manera
de los encuentros amorosos?
Ah, piénsalo, dilo, sea lo que sea,
di que algo así puede ser visto,
que sabréis aún correr así,
pero dentro del áspero manto de la noche.
De "A la luz del invierno" 1973
Versión de Rafael-José Díaz
Guardaré en mi mirada...
Guardaré en mi mirada
como un rojo que fuera más de crepúsculo que de alba
que llamara no al día sino a la noche
llama que deseara esconderse en la noche
Llevaré en mí esta marca
de la nostalgia de la noche
aun cuando la atravesara
con una hoz de leche
De "Aires" 1967
Versión de Rafael-José Díaz
La lechuza
La noche es una gran ciudad dormida
donde sopla el viento... Llegó de lejos hasta
el asilo de este lecho. Es junio, y medianoche.
Tú duermes, me han llevado a estos bordes infinitos,
el viento mueve el avellano. Esta llamada
se acerca y se retira, diríamos que es
un destello huyendo entre los bosques, o bien
las sombras que giran, se dice, en los infiernos.
(De esta llamada, cuántas cosas podría decir
en la noche de estío, y de tus ojos...) Pero no es
sino la lechuza, ese pájaro, llamándonos desde el fondo
de estos bosques de suburbio. Y ya nuestro olor
es el de la podredumbre al alba,
ya bajo nuestra cálida piel apunta el hueso,
mientras se apagan los astros en todas las esquinas.
De "La lechuza y otros poemas" 1953
Versión de Rafael-José Díaz
La voz
¿Quién canta ahí cuando toda voz se calla? ¿Quién canta
con esta voz sorda y pura un canto tan bello?
¿Será fuera de la ciudad, en Robinson, en un
jardín cubierto de nieve? ¿O es ahí, muy cerca,
alguien que no sospechaba que se le escuchase?
No nos impacientemos por saberlo,
pues no de otro modo precede al día
el pájaro invisible. Tan sólo permanezcamos
en silencio. Una voz sube y, como un viento de marzo
restituye su fuerza a los bosques cansados, nos llega
sin lágrimas, más bien sonriendo ante la muerte.
¿Quién cantaba ahí cuando se apagó nuestra lámpara?
Nadie lo sabe. Pero sólo puede oír el corazón
que no busca posesión ni victoria.
De "El ignorante" 1957
Versión de Rafael-José Díaz
Mientras te escucho...
Mientras te escucho,
el reflejo de una vela
tiembla en el espejo
como una llama trenzada
en agua.
Esta voz, también, ¿no es el eco
de otra, más real?
¿ Va él a escucharla, él que se debate
entre las manos siempre demasiado lentas
del verdugo?
¿La oiré yo?
Si alguna vez hablan por encima de nosotros
entre los árboles constelados de su abril.
Tú estás aquí
Tú estás aquí, el ave de viento gira
Dulzura mía, herida mía, amor mío.
Viejas torres de luz se desvanecen
Y la ternura entreabre los caminos.
La tierra es ahora nuestra patria.
Entre la hierba y las aguas avanzamos,
Del lavandero donde brillan nuestros besos
Al espacio que fulminará la guadaña.
“¿dónde estamos?” Perdidos en el corazón
de la paz. Aquí, bajo nuestra piel,
bajo la corteza y el barro, sólo habla.
Con su violencia de toro, la sangre
Fugitiva que nos confunde y nos conmueve
Como esas maduras campanas sobre el campo
Ahora sé
Ahora sé que no poseo nada, ni siquiera
Ese oro hermoso hecho de hojas marchitas,
Ni esos días que vuelan del ayer al mañana
Con grandes aletazos hacia una feliz patria.
La emigrante mustia , la belleza liviana, huyó
Con ellos, con sus falaces secretos,
Envuelta en brumas. Sin duda la conducirán
A otro lugar,; a través de estos bosques lluviosos.
Como antaño, me hallo en el umbral de un invierno
Irreal, donde canta el pardillo, obstinado, única llamada
Que no cesa, como yedra . Mas ¿quién puede decir
Cuál es su sentido? Veo mi salud disminuir,
Semejante a ese leve fuego de más allá de la niebla
Que un frío viento aviva, apaga... Ya es tarde.
Interior
HACE mucho tiempo que intento vivir aquí,
En esta habitación que aparentemente amo,
Con la mesa, los objetos indiferentes, la ventana
Que se abre al final de cada noche a otro ramaje,
El corazón del mirlo late e la hiedra sombría,
En resplandor consume en todas partes la antigua oscuridad.
Yo también acepto creer que todo es aquí dulce,
Que estoy en mi casa, que el día será hermoso.
Pero justo al pie de la cama está esa araña
(A causa del jardín) que no he pisoteado
Bastante, y se diría que aún fabrica
La trampa que espera a mi frágil fantasma
Caminata al final del verano
Avanzamos sobre peñascos cubiertos de conchas,
placas hechas de libélulas y arena,
caminantes enamorados, sorprendidos de su propio viaje,
cuerpos provisorios, reencuentros sin fortuna.
placas hechas de libélulas y arena,
caminantes enamorados, sorprendidos de su propio viaje,
cuerpos provisorios, reencuentros sin fortuna.
Una hora de descanso en las terrazas bajas del litoral.
Palabras sin demasiado eco. Destellos de hiedra.
Caminamos rodeados por los últimos pájaros del otoño
y bordonea la flama invisible de los años en el madero
de nuestros cuerpos. Agradecimientos sin embargo
al viento que entre las encinas no sabe callar.
Palabras sin demasiado eco. Destellos de hiedra.
Caminamos rodeados por los últimos pájaros del otoño
y bordonea la flama invisible de los años en el madero
de nuestros cuerpos. Agradecimientos sin embargo
al viento que entre las encinas no sabe callar.
Abajo se amontona la bastedad de los muertos antiguos,
la precipitación del polvo que antaño fuera claro,
la petrificación de las mariposas y los enjambres,
y en la parte baja del cementerio semilla y piedra,
las bases de nuestro amor, de nuestras miradas y quejas,
lecho profundo del que se aleja de noche cualquier temor.
la precipitación del polvo que antaño fuera claro,
la petrificación de las mariposas y los enjambres,
y en la parte baja del cementerio semilla y piedra,
las bases de nuestro amor, de nuestras miradas y quejas,
lecho profundo del que se aleja de noche cualquier temor.
Arriba tiembla lo que aún se resiste a la derrota,
arriba brillan las hojas y los ecos de alguna fiesta;
antes de hundirse a su vez en los cimientos
los vencejos fulguran encima de nuestras casas.
arriba brillan las hojas y los ecos de alguna fiesta;
antes de hundirse a su vez en los cimientos
los vencejos fulguran encima de nuestras casas.
Luego llega por fin lo que podría vencer nuestro infortunio,
el aire más ligero que el aire y en las cimas la luz,
tal vez las palabras de un hombre evocando su juventud,
oídos cuando la noche se acerca y que un vano ruido de guerra
por décima vez viene a molestar la exhalación de los campos.
el aire más ligero que el aire y en las cimas la luz,
tal vez las palabras de un hombre evocando su juventud,
oídos cuando la noche se acerca y que un vano ruido de guerra
por décima vez viene a molestar la exhalación de los campos.
El poeta tardío
El poeta tardío escribe:
“Mi espíritu se deshilacha poco a poco.
Incluso la malva rosa y el pinzón me parecen lejanos
y lejanos cada vez con menor seguridad.
y lejanos cada vez con menor seguridad.
Llegaré incluso a solicitar
que me descarguen de este saco de luz:
¡gloria extravagante!”
que me descarguen de este saco de luz:
¡gloria extravagante!”
¿Quién entre estas bellezas responderá?
¿No habrá alguien entre ustedes,
incluso sin decir nada, para venir en pos de él?
¿No habrá alguien entre ustedes,
incluso sin decir nada, para venir en pos de él?
Vaya, como se dispersa, la manada de fuentes
que creímos haber conducido alguna vez por estas praderas…
que creímos haber conducido alguna vez por estas praderas…
He aquí que a partir de entonces
cualquier música de antaño se le sube a los ojos
convertida en gruesas lágrimas:
cualquier música de antaño se le sube a los ojos
convertida en gruesas lágrimas:
“Vuelven los alhelíes y las peonías,
la hierba y el mirlo también,
pero la que esperamos ¿dónde? ¿dónde las esperadas?
¿Acaso nunca más volveremos a tener sed?
¿Ya no habrá más cascadas
para que aprieten en sus manos la fresca cintura?
la hierba y el mirlo también,
pero la que esperamos ¿dónde? ¿dónde las esperadas?
¿Acaso nunca más volveremos a tener sed?
¿Ya no habrá más cascadas
para que aprieten en sus manos la fresca cintura?
Cualquier música te aflige desde entonces
con el peso de las lágrimas”.
con el peso de las lágrimas”.
El hombre sigue hablando,
y su rumor avanza como un arroyo de enero
con ese temblor de hojas cada vez que un pájaro
asustado huye gritando hacia allí donde la lluvia escampa.
y su rumor avanza como un arroyo de enero
con ese temblor de hojas cada vez que un pájaro
asustado huye gritando hacia allí donde la lluvia escampa.
Autor: Philippe Jaccottet
Versión al castellano: Jorge Nájar
Versión al castellano: Jorge Nájar
Me Gusta su blog. Gracias
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