A la geología
A mi profesor el distinguido ingeniero
ROGELIO DE INCHAURRANDIETA
ODA
Ábreme, Tierra, las profundas hojas
que muestran de tu vida los afanes,
y, nuevamente, las antorchas rojas
enciende de tus hórridos volcanes;
que, a su luz, quiero recorrer tu historia,
cantar tus hechos, ensalzar tu gloria.
¡Cuántos siglos y siglos han pasado
en que sólo la bárbara codicia
abrió tu seno, de metal preñado!
¡Cuántos siglos, de un polo al otro polo,
indiferente el hombre, pedestal suyo te creyó tan sólo!
Bien comprendo la pena que sufriste
cuando a los sabios viste
rasgar el velo azul del firmamento,
astros y soles reducir a cuento,
y, desprendidos de tus dulces brazos,
de otros planetas estudiar los lazos,
y perseguir el vago movimiento.
Doliote ver a tus ansiosos hijos
en otros mundos los anhelos fijos;
pero tú, como madre cariñosa,
perdonaste su amante desvarío,
y, llorando a tus solas su desvío,
hacinabas prudente y afanosa
preciosos materiales para el día
en que viera la luz la Geología:
y aquel día llegó; por fin el sabio
bajó hacia el suelo los alzados ojos,
reemplazó la piqueta al astrolabio,
y removió tus fósiles despojos.
Y él, que del primer libro
buscara ansioso la edición primera,
miró impresas con hondos caracteres
las formas primitivas de los seres
que a Dios plugo lanzar a nuestra esfera.
Con sorpresas crecientes,
a la luz de la Ciencia,
en sobrepuestas losas funerarias,
descubrió la existencia
de ya perdidas razas embrionarias,
y de razas que aún están presentes:
vio en tus hondas heridas
el paso de unas vidas a otras vidas,
y te abarcó en conjunto,
desde el sublime punto
en que Dios te llamó con voz de trueno,
y el caos arrojote de su seno.
Lloraste ya al nacer, ¡quién no ha llorado!
tus lágrimas copiosas desprendidas
el monte abandonaron por el llano.
en los cóncavos senos recogidas,
rellenaron el férvido Oceano:
flotó en la nada tu gigante cuna,
la gravedad colgote en el espacio,
pabellones de nácar y topacio
te dio el Sol en las gasas de sus nieblas,
y, rasgando las lóbregas tinieblas,
para tus noches encendió la luna.
La materia candente
se enfrió de las aguas al contacto,
como el dolor que siente
del llanto amigo silencioso tacto;
formada la película primera
sintió del fuego el ardoroso brío,
y a ondular comenzó, de igual manera
que las mieses ondulan en estío;
pero vencido y encerrado luego
por nuevas capas el hirviente fuego,
desahogó su furor lanzando al alto
columnas mil de lava y de basalto.
Como sencilla virgen ruborosa,
al vislumbrar el sol entre celajes,
con florecientes y verdosos trajes
cubrió su desnudez la tierra hermosa;
y, mientras las erráticas estrellas
la ley fijaban de sus claras huellas,
arrebatando al iris los colores,
pintó la Flora sus primeras flores:
la Fauna apareció; vida rastrera
tuvieron los primeros moradores,
que terminó en el cieno;
el aire impuro, irrespirable era,
y nunca vieron el azul sereno:
no bastó de las conchas la defensa
de los arrastres a evitar la ofensa;
y en pétreas fosas yacen,
que ni al golpe del hierro se deshacen;
el sabio, al ascender de prole en prole,
dic con la de hulla portentosa mole,
profeta de la industria de estos días,
y, al vislumbrar plausibles armonías
entre aquel mineral y nuestra fragua,
y estudiar de su enlace la potencia,
bendijo a la divina Providencia
que, antes de darnos sed, dionos el agua.
En oscuras cavernas hacinados
animales halló tan asombrosos,
que, aunque muertos están y destrozados,
ponen miedo en los pechos animosos:
aves que al sol lucieron sendas galas,
que, en rastreante vuelo,
recorrían el suelo,
y que de piedra tienen hoy las alas:
sepultos en el lodo,
los escualos y saurios devorantes,
los mamutes gigantes,
que de rehacer la Ciencia encuentra modo;
razas que un día el orbe dominaron,
y, por fortuna, a no volver pasaron:
tan sólo allá en las márgenes del Nilo,
recuerdo vivo, asoma el cocodrilo.
Cual madre cariñosa
que, presintiendo de otro ser la vida,
apercibe afanosa
cuanto al reposo y al placer convida;
así, Naturaleza
con diligente mano,
ya la morada a preparar empieza
para el huésped cercano;
apaga los volcanes
cuya luz le ofendiera;
de los raudos inquietos huracanes
amengua la carrera;
y, en sus antros ignotos,
encierra los terribles terremotos.
Con valladar de arena,
del mar soberbio la pujanza enfrena;
cuelga del árbol el añal tributo
de su sabroso fruto;
con incienso de flores embalsama
las brisas regaladas,
pajarillos cantores pululan
por las verdes enramadas
y, templando el ardor del seco estío,
llueve sobre las hojas el rocío.
En la espaciosa frente la clara inteligencia por diadema,
feliz y sonriente, del quebrajado seno de la ancha esfera en la tardía calma, brotó
de vida lleno un cuerpo hermoso atesorando un alma; y en sus ojos rayó la luz
primera que iluminara al mundo, contemplando con éxtasis fecundo gentil cuanto
amorosa compañera.
Las capas del plioceno diéronle debatida sepultura que acorde
no está el sabio en si es figura humana la que encierra aquel terreno,
Bien presto por la mísera existencia comenzó el hombre la
batalla ruda, que aumenta con los siglos en vehemencia, de lo futuro ante la
negra duda; que hállanse, en formas raras, hachas labradas por sus propias
manos, pregonando á las claras
que, nacidos á un tiempo, el trabajo y el hombre son hermanos.
De entonces, sin notable sacudida paso á paso siguió lenta la
vida; tan sólo un día, de recuerdo triste, que en erráticos bloques está
escrito, para lavar el mundo de un delito, Dios rompió el freno que á la mar
resiste.
Las aguas se cernieron sobre el monte, y, al arrastrar con
ímpetu salvaje, para que más á su Hacedor no afronte, casi en conjunto el
humanal linaje, ¡tanta hez en su curso recogieron, que amargas á sus Senos se
volvien
Mas ya todo acabó; con nuevo brío
retoñó el árbol áa cercén cortado,
volvió a hacer nido el pajarillo alado,
volvió a su cauce el abundoso río,
y, del sol a la luz y de la luna,
volvió el mar a mecerse en su ancha cuna.
Geología esplendente,
peana de la historia que en ti fija
la planta prepotente,
y recibe de ti blasón y gloria;
tu luz es la tan pura
que presidió del mundo el nacimiento,
y, en las ondas del viento,
dic un ósculo a su virgen hermosura.
Tuyo es el sacro fuego
que mantienen incógnitas Vestales
de la tierra en el centro, sin sosiego.
Ciencia nacida ayer, ya eres gigante;
para a tu arbitrio manejar la tierra,
y remover cuanto su fondo encierra,
heredaste los músculos de Atlante.
Hasta en Nerón el hombre has convertido;
pues, rasgando los senos de su madre,
sus entrañas has hecho que taladre
para ver el lugar donde ha nacido.
Tú miras otras ciencias de estos días
como al sol del saber raudas se elevan,
mas de improviso caen, porque llevan
alas de cera, débiles teorías.
Tú buscas en la muerte caminos de verdad,
y de esta suerte, con firme planta,
subes por escalas de piedra, hasta las nubes.
Colección tienes ordenada y rica
de fósiles y huellas naturales,
(medallas que ninguno falsifica),
tus teorías son fijas e inmortales,
que en mármoles se basan y en granitos;
tus antiguos anales
por el dedo de Dios están escritos
La unidad de las fuerzas
SONETO
A mi amigo el escultor Querol
Veo brotar de tu fecunda mano,
a que tantas creaciones son debidas,
la Unidad de las fuerzas conocidas,
que la vetusta alquimia buscó en vano.
Como para tu genio todo es llano,
das cima a las ideas concebidas,
y el mundo verá en mármol convertidas,
grandes conquistas del saber humano.
La unidad celular Haeckel proclama;
por la unidad de un Dios, con entereza,
van mártires cristianos a la llama;
uno es el Arte; una la Belleza;
uno es el hilo que las vidas trama,
y una, en su variedad, Naturaleza.
Al carbón de piedra
ODA
Este, que veis, carbón endurecido,
yacer a mantos en terrestre fosa,
rayos de claro sol un tiempo ha sido,
A la voz de la Industria poderosa,
abandona, cual Lázaro, su tumba,
y a más vida resurge esplendorosa.
Con su aliento, no hay miedo que sucumba
la que es de nuestro siglo predilecta
hija febril, y cual abeja zumba.
Que, a medida que avanza más perfecta,
a la Ciencia siguiendo va anhelante
y sobre el Arte su fulgor proyecta.
Ella nos dice que llegó el instante,
aun cuando en la
substancia son hermanos
de apreciar el carbón más que el díamante.
De que cesen los míseros humanos
de prosternarse ante el inútil fuego,
y de tenderle codiciosas manos
Nunca su brillo me turbó el sosiego,
mas del pan de la industria a la excelencia
férvido canto de mi lira entrego.
Cantar quiero su enérgica potencia
los bronces al fundir, nuncios de saña,
defensores de patria independencia,
Cuando caldea y en su lumbre baña
a la férrea fugaz locomotora,
sierpe que tiene el silo en la montaña.
Que, cual ave o Jóve vóladora,
se encumbra a los más arduos peñascales,
y el espacio famélica devora.
Por él llega a los témpanos glaciales
el buque, sin más trapo que su enseña,
contrastando los recios vendavales.
Reemplaza activo la fluvial aceña;
vigor produce en la nerviosa pila;
las creaciones artísticas diseña.
Por él la roca su metal destila;
por él dice el crisol la verdad pura;
el átomo su afine se asimila.
Hasta gérmenes ricos en dulzura
la Química halla en él para su gloria,
colores y matices la Pintura.
Y, de fúlgido origen en memoria,
demás que rasga de la noche el velo,
despide lumbre en exprimida escoria.
Solar emanación con vivo anhelo,
la luz, la fuerza, y el calor prodiga.
Como su padre que recorre el cielo.
Y que cual
suele previsora hormiga,
en la estación de abrasador verano,
sin un punto ceder en la fatiga
temiendo el filo del invierno cano,
almacenar bajo escondidos techos,
el robado a los trojes rubio grano
en la época feraz de los helechos
presintiendo el invierno del planeta,
guardó el carbón en insondables lechos.
La faz del globo de arbolado escueta,
diera la Industria el postrimer suspiro
a no surtirla tan copiosa veta.
Ved al carbono en incesante giro
recorrer los tres reinos naturales;
ya inficionar la atmósfera le miro,
ya, atraído por fibras vegetales,
el germen de sabroso fruto,
ya, salvando los límites florales,
nutrir la grácil ave, el tardo bruto,
ya tornar al espacio con empeño,
de la muerte y la vida fiel tributo.
Mas tú, sepulto en ataud roqueño,
a ciclo tan fecundo substraído,
dormiste largo, indiferente sueño.
Te han pisado, mas no te han conocido;
pasaron sobre ti, cual polvo leve,
las varias razas que en el mundo han sido.
Tocábale al gran siglo diez y nueve,
explorar tus veneros con acierto,
aun bajo la polar cándida nieve.
¡Qué fuera de la Industria tú encubierto!
con gratitud en su aflicción te nombra
negro maná de su árido desierto.
Un día fuiste gigantesca alfombra;
henchir hoy hallamos calor y luz radiante
donde otros seres disfrutaron sombra:
Que Dios, previendo nuestro afán constante,
para su hartura reservarnos quiso
esa fecunda flora exuberante,
que adorno fue quizá del Paraíso.
El rayo
I
Como caballo salvaje,
saltando de nube en nube,
corre inquieto, baja y sube
sin frenos y sin rendaje;
tenido fue por mensaje
de celestiales enojos,
pues, lanzando dardos rojos,
el alto muro derrumba,
y abre inesperada tumba
a polvorientos despojos.
II
Caudillo de la tormenta
que agita los hondos mares,
tronza robles seculares
y al fuego voraz afrenta:
¿quién tomará por su cuenta
domeñar su furia brava?
¿quién del torrente de lava
pondrá dique a la carrera?
El hombre, el hombre a la fiera
convierte en dócil esclava.
III
Franklin, con el rayo en guerra,
en su empeño no decae, y, encadenado,
lo atrae a los senos de la tierra;
ya con su lampo río aterra
a la ignara muchedumbre;
ya con fatídica lumbre
centelleando no corre;
ya no abate excelsa torre
ni perfora la techumbre.
IV
Pero es poco: el hombre quiere
mostrar su egregio blasón,
trocando la condición
del rayo que mata o hiere;
que ha de conseguirlo infiere
frente a frente o de soslayo,
y, in tregua ni desmayo,
tan ardua tarea empieza,
que se ha puesto en la cabeza
dar educación al rayo.
V
Ya por hilos conductores
le dirige con cariño,
como al inseguro niño
que camina entre andadores;
tras luchas y sinsabores,
tal enseñanza recibe,
tanto por él se desvive,
y sus facultades labra
que transmite la palabra,
y, andando el tiempo, la escribe.
VI
Pero es poco: ya triunfante
fijó la indecisa luz
que, con signo de la cruz,
saludaba el caminante;
ya la luna vergonzante
casi a salir no se atreve,
y, con pena que conmueve,
lo contemplan desmedradas,
esas luces decantadas
del gran siglo diez y nueve.
VII
Pero es poco: de los mares
rugientes, al otro lado,
la ambición ha transportado
parte de los patrios lares;
los europeos hogares
enciende con fuego indiano,
y, hendiendo del Oceano
el abismo bullidor, nos repite
con amor el saludo del hermano.
VIII
El convierte en fuerza viva,
y con buen éxito explota,
la fuerza que, por remota,
permaneciera inactiva;
en los alambres cautiva,
es a otros puntos llevada,
y, la soberbia cascada,
de antes indolente arrullo,
murmura con noble orgullo,
al sentirse utilizada.
IX
Hoy, si abate el muro fuerte,
si, rompiendo pétreos lazos,
arroja un monte en pedazos,
libra al hombre de la muerte:
en su auxilio se convierte
sin miedo que se desmande,
que aunque su energía es grande,
la acción prudente retarda,
y, esclavo sumiso, aguarda
que su dueño se lo mande.
X
Él, que un tiempo la avanzada
fue de la tormenta ruda,
hoy con su poder escuda
la cosecha amenazada;
con índole transformada,
contempladlo a todas horas
cómo en ansias protectoras
siempre en vela se mantiene,
y grita «la nube viene»
a las barcas pescadoras.
XI
Si en un día, no lejano,
fuiste fatal atributo,
precursor de infausto luto
de Júpiter en la mano,
sujeto al imperio humano,
has sufrido tal mudanza,
que ya no eres la venganza
que sepulta en los avernos:
para los pueblos modernos
eres lazo de alianza.
XII
Rayo que hiendes las olas,
pase tu chispa que inspira
por las cuerdas de mi lira,
y vibrarán por sí solas;
crezca en tierras españolas
tu venidera importancia,
yo cantaré tu arrogancia
y fuerza avasalladora,
que lo que he cantado ahora
es la historia de tu infancia
Tomado de:
https://www.poemas-del-alma.com/melchor-de-palau.htm
Crepuscular
¡Cuán plácidas al alma las horas de tristeza
en que la tarde muere, al toque de oración!
Del sol en el cenit, da el rayo en la cabeza,
al ponerse en ocaso, nos da en el corazón.
En
clase
Dando vueltas al globo de los mundos,
asombrado un alumno así exclamaba
«en torno a tan pequeños continentes:
¡cuánta agua!»
mientras yo, por las penas abrumado,
murmuraba inconsciente estas palabras
«en torno a escasas dichas de la tierra:
¡cuánta lágrima!»
POEMA LAS PLANTAS INSECTIVORAS
ODA
Aun cuando es gigantesca la Natura,
a paso de gigante no camina;
desde la sombra oscura
al sol, que los espacios ilumina;
desde la ingente mole de granito,
al aire, que en su falda juguetea;
desde el cristal de roca al aerolito;
del caos a la idea;
desde la esponja al ruiseñor alado;
¡cuántas imperceptibles transiciones,
cuántos y cuán variados eslabones
la cadena sin fin de lo creado!
¡Quién a marcar se atreve
la línea divisoria
entre el ser y el no ser, si el polvo leve
recibe, en la mortuoria
morada, nueva forma transitoria,
y así la tumba aleve,
que a mentido reposo nos convida,
es semillero de fecunda vida!
¡Quién dirá con fijeza,
al contemplar el iris franjeado,
donde un color acaba y otro empieza!
¡á qué mortal es dado
señalar el momento
cuando, transformación maravillosa,
la crisálida pasa a mariposa!
¡De qué se ufana la moderna Ciencia
si precisar no sabe
la grande o la pequeña diferencia
entre el bruto y el ave!
Desde el son al silencio hay el murmullo;
entre la yema y el abierto broche,
el virginal capullo;
entre el día y la noche,
la lumbre del crepúsculo indecisa;
entre el gozo y el llanto la sonrisa,
y, de mi tesis en potente ayuda,
entre la fe, que arroba y extasía,
y la temosa negación impía
existe la penumbra de la duda.
Estas cavilaciones y otras tantas
a mi mente acudieron,
el primer día que mis ojos vieron
insectívoras plantas,
Era una tarde de apacible Mayo;
atmósfera de amor se respiraba,
y un espléndido sol amamantaba
la hermosa tierra con fecundo rayo.
Después de larga libación de flores,
y de admirar su gama de colores,
una infeliz abeja,
cuando el sol trasponía los alcores,
en la planta voraz caer se deja.
Como pequeñas trompas de elefante,
como de un pulpo los mucosos brazos,
se alzaron sus tentáculos dormidos,
y al insecto apresaron en ceñidos
inextricables lazos.
¡Quién te dijera, zumbadora abeja,
encanto del vergel,
que, cerca de tu fábrica de miel,
habías de tener tras dura reja,
en cárcel natural muerte cruel.
Quizá buscabas cariñoso amante,
que te ofreciera sus nectáreos dones;
y hallaste, ¡pobre insecto agonizante!
un vegetal estómago anhelante,
que ejercitó sus gástricas funciones.
Natura, de tres moldes poseedora,
en que fundir el átomo errabundo;
que ceba, al despuntar la clara aurora,
de de rosa el gusanillo inmundo;
que ha convertido en piedra
los saurios colosales;
que nutre de aire la lasciva yedra;
te ha destinado a pasto de una planta,
donde quizá halle jugo sustentoso
el pajarillo que en la selva canta.
La fábula de Dafne me recuerdas,
en lauro convertida;
hoy es forzoso que tu vida pierdas
y otro ser tome el ser que en ti se anida.
Tú, que del seno de las gayas flores
extraes con afán la blanda cera,
que, en el ara sagrada,
foco de luz, de incienso perfumada,
evoca la plegaria que redime;
o extendida en fonógrafo inconsciente,
donde la voz se imprime,
los sones remedando,
las flores en palabras vas cambiando;
hoy tu existencia exhalas
para alimento de una planta ignota,
la trama de tu vida ha sido rota,
hojas serán tus palpitantes alas.
¿Volverás a nacer? ¿Lucirá un día
en que surques de nuevo el firmamento,
águila real de esbelta gallardía,
O ruiseñor de melodioso acento?
¿Serás un grano de la espiga de oro?
¿pez de escamas de plata
que desaova en el raudal sonoro?
¿libélula gentil que el lago besa,
en donde su hermosura se retrata?
¿molécula de nube caprichosa?
¿célula, en el cerebro de los sabios?
¿chispa de luz en matutina estrella;
o esperarás en labios de doncella
el amoroso beso de otros labios?
¡Quién cree en el no ser! La mente humana
no resiste a tamaña desventura;
y en esta baja cárcel ya se afana
en conquistar la vida que perdura.
Si tiene la materia su mañana;
si eternamente flota
y al través de los tiempos se transmuda,
será del alma la existencia ignota
de condición más miserable y ruda?
¡Verdad por cierto rara
do la mente se abisma;
que lacten pechos yertos lo que nace
y que los seres por fatal enlace
tengan la muerte misma,
que tan sensiblemente los separa!
Vendrá mañana el balador cordero
y, con diente aguzado,
para un día vivir, tronchará fiero
la planta que a morir te ha condenado.
Que en la larga cadena de los seres
cuya íntima estructura
es y será al mortal desconocida,
alterna sabiamente la Natura
un eslabón de muerte, otro de vida.
Tomado de: