Carta desde Torremolinos
Un laurel es tu mano entre mi mano
y agua unitiva el río de tu brazo,
ansias somos unidas por un lazo
tenso de resistir y cotidiano.
El roce de tus labios no fue en vano
y para comprobarlo te doy plazo:
sobre mi pecho de hombre está tu trazo
y tu aliento a mi boca está cercano.
Mujer ausente y todopoderosa
no deseo olvidar tu cuerpo fino,
ni tu caricia misericordiosa.
Amo tu risa de fulgente lino
y al recordarte ahora, dolorosa
se me vuelve la sangre y agrio el vino.
El fuego
Frotó el indio la yesca,
el pedernal, el pino
con otro pino viejo,
la madera, las hojas
de roble, la corteza
de los ceibos caídos,
el cuerpo del animal
salvaje, el carbón
mineral endurecido.
El mundo cambió entonces
otro espejo movible
que no era el del agua,
alzó su brazo rojo
en la espesa maleza,
en el ámbito crudo
de miles de años
a la sombra, iluminados
solamente por el rayo
o por el centelleo
de los lúcidos ojos
de las fieras.
Tú te callaste entonces
viendo crecer la lengua
clarísima, la llama
que levantó su lanza,
su corona de espinas
y que lamió la noche
como animal salvaje.
Ante tu limpio rostro
de indígena doncella
nacía otro milagro:
el milagro del fuego.
El nombre de la Patria
Mi patria es altísima.
No puedo escribir una letra sin oír
el viento que viene de su nombre.
Su forma irregular la hace más bella
porque dan deseos de formarla, de hacerla
como a un niño a quien se enseña a hablar,
a decir palabras tiernas y verdaderas,
a quien se le muestran los peligros del mundo.
Mi patria es altísima.
Por eso digo que su nombre se descompone
en millones de cosas para recordármela.
Lo he oído sonar en los caracoles incesantes.
Venía en los caballos y en los fuegos
que mis ojos han visto y admirado.
Lo traían las muchachas hermosas en la voz
y en una guitarra.
Mi patria es altísima.
No puedo imaginármela bajo el mar
o escondiéndose bajo su propia sombra.
Por eso digo que más allá del hombre,
del amor que nos dan en cucharadas,
de la presencia viva del cadáver,
está ardiendo el nombre de la patria.
El rostro
De tu rostro purísimo y resplandeciente
surge una luz silenciosa
que todo lo desnuda, descubre
paraísos y mares de ceniza,
oculta sombras con su bella campana
y vuela como un pájaro.
Olvidar tu rostro es ahogar el corazón,
tratar de ignorarlo es vivir
a ciegas, dando tumbos;
no es necesario volver a decir
que tu rostro nos promete un reino
en un universo inmóvil y destruido.
Escrito en piedra
Yo vi, joven señora,
su bello cuerpo
entre las piedras
como una orquídea.
No había fuego entonces
al servicio del hombre,
ni dúctiles metales
mostraban al asombro
del primitivo ser
sus formas.
Andábamos descalzos
como niños,
desnudos como peces
en el agua
y corríamos libres
como ágiles leopardos
Era el año dos mil
o cuatro mil
antes de Jesucristo.
Las tribus combatían
con pedernales,
con piedras
y cuchillos.
Antes de ir al combate
pinto estos signos
en la pared antigua
de una cálida cueva,
junto a otros símbolos
que mis antepasados
en ocasiones similares
escribieron.
Ignoro quién recogerá
estas frases.
Es posible que entonces
no seamos, tú y yo,
ni estática ceniza
ni barro sumergido.
Desde mi monarquía
compartida, te recuerdo.
Y si volvieras a nacer
te prometo que siempre
serías, como ahora lo eres,
mi mujer y mi reina.
II
En la mesa veo frutas,
agua en los cántaros,
peces con los ojos abiertos
en las cuerdas del patio,
el maíz calentándose en los cuartos.
El cazador soy yo,
el cazador que sale
en la noche a buscar
el alimento diario,
las hojas para el lecho,
la fibra para el manto,
la flor para tu pelo,
la piel para el zapato.
Hoy te traigo una flor
selvática, una luna caída,
un perfume barato,
yo quiero que la pongas
en tu pecho blanquísimo,
en tu seno cubierto
con cuero de venado.
Eso te traigo ahora,
compañera mía, ojo
para mi llanto.
III
Para ti las fúlgidas naranjas,
la dura carne de las ciruelas,
el azúcar mojado de la piña,
la suavísima daga del plátano,
la invicta blancura de la caña,
el agua limpia del cocotero,
el vello niño del durazno,
la división de la guanábana,
la aristocracia de la manzana
y la tristeza de la guayaba.
Para ti todo eso con la mano
que recoge en el monte la fruta,
la deja en la mesa de cedro
y la corta todas las mañanas.
Formas del amor
"Niña invicta,
te
he visto ya en las onzas españolas"
Medardo Mejía
Mis manos tocan, niña mía, tu rumorosa piel,
tu dulcísima carne que tranquilos ángeles habitan,
tu cabellera suave,
tu corazón pequeño.
Oye la campana del día
apagando el luto de la noche
mira la luz que silenciosamente nos cubre,
mira el cielo:
ese jardín sobre tu pecho;
respira el aire quieto
que el ruiseñor anuncia con su lanza,
conduce tu desamor
a un lago sepultado
y háblame con tus labios excelsos.
Llegué a sentir sobre las manos
el agua efímera,
el verano derribando sus torres,
el abismo cerrando sus ventanas,
el fruto abandonado,
el mar abriéndose las venas,
el fuego hundido,
hasta que tú, niña mía,
perfecta virgen repetida,
me entregaste tu rostro.
Veo de cerca la copa
confusa de las aguas,
busco tu claro nombre entre las rosas,
tu dulzura en la esencia de los árboles,
tu vigilia en el beso,
tu olor en los duraznos,
tu luz en el rocío
y me doy cuenta sorprendido
que todo me lo traes, niña mía,
con tu mano sagrada.
La estrella
Sobre mi pecho abatido por los golpes
está tu estrella tibia, dolorosamente azul,
diríase un cielo toda ella.
No quiebra el agua su perfecta dulzura,
su sencillez es transparente y tiene
el uniforme brillo de la lluvia alta.
Déjame este lucero, este cuerpo celeste
sembrando sobre mi pecho lleno de golpes,
estás ya tan humilde que tu nombre
se puede decir con respeto y con pequeñas
letras de amor, dios mío.
Los amantes
Los amantes se tienden en el lecho
y suavemente van ocultando las palabras y los besos.
Están desnudos como niños desvalidos
y en sus sentidos se concentra el mundo.
No hay luz y sombra para sus ojos apagados
y la vida no tiene para ellos forma alguna.
La hermosa cabellera de la mujer puede ser una rosa,
el agua tibia o un surtidor enamorado.
El fuego es solamente un golpe oscuro.
Los amantes están tendidos en el lecho.
Tomado de:
http://amediavoz.com/acosta.htm
Llegar a ti, entonces, es buscar
Llegar a ti, entonces, es buscar
la voz de un niño entre las multitud,
recoger el miedo interminable
que origina un viento nocturno,
iluminar el amor con una lámpara
de primitivo y de dulce aceite,
tocar con los dedos un pájaro de azúcar
que besa el cuello de las mujeres,
limitar la invasión de la nieve
que llega con sus armaduras de frío
y verte tranquilo y reposado
quemando el intacto silencio.
Tomado de:
https://www.postposmo.com/poemas-de-oscar-acosta/#Llegar_a_ti_entonces_es_buscar
La presencia en las cosas
Tienen algo de ti los vestidos que llevas, los botones
que protegen tu pecho de las miradas ávidas del mundo
o los zapatos que te conducen sobre la nieve y el sueño.
Algo de ti me llega al observar un color, aspirar un aroma
que deja alguien, una mujer o una niña, al pasar
por el viento y continuar su travesía entre las calles que
conozco.
En los sucesos triviales, en los objetos humildísimos,
lo he repetido tantas veces, aquí o en otra parte,
me acerco a ti, a tu pequeño corazón, a las cosas que
guardas
y no podría, aunque algún día lo intentara, escapar
de esta atracción que gira y que me invade.
(de
Poesía menor, 1957)
Literatura innecesaria
Tú no apareces en los libros, no tienes
jerarquía en la tinta, no puedes
subir al monte de la palabra escrita,
al risco de la literatura.
Tú no sabes lo que es un hemistiquio,
un verso de pie quebrado,
dónde vivió Góngora y Argote,
quién era el Arcipreste.
Tú no figuras en ninguna décima,
en el agua liviana de un romance
o en el oro de las octava reales,
Ante tu poderío de mujer amorosa,
ante la realidad me duele
lo innecesario de la literatura.
(de Tiempo europeo, 1960)
Tu nombre
Entre escombros, entre flores
caídas en desgracia, entre el humo
que coloca su laurel en la estatua,
veo tu nombre tibio.
Es una palabra sin corona,
sin sorpresas ni luces soberanas,
sin vino confidente, sin deseos
formando un orden establecido.
Palabra sólo tuya
tu dulce nombre.
De no estar a tu lado
me acompaña y lo pronuncio a solas
como un ciego que solicita ayuda
para atravesar la calle.
De otro modo, la vida
no sería el milagro que es ahora
que tú existes.
Habitación cerrada
Entre cuatro paredes apareces
y desapareces.
El recuerdo es araña hilando fino,
ave golpeando las ventanas,
lluvia insistente.
Sé que regresarás. Que has ido
de compras con tu bolso de hilo,
con tus sólidos muslos
y con tus manos claras.
Sabes bien que te aguardo. Y eso hace
que regreses tarde. Que vengas
cuando cansado de esperarte
cierro los ojos para verte
rodeada por una luz dorada
y beso tu purísimo rostro
eternizado por la gracia
y ausente hace unas horas
de esta tristísima habitación cerrada.
Estación última
Como quien llega en tren
a la estación última de la vida
llegué a tus brazos absolutamente diáfanos.
Paraíso o bosque o virginal recipiente
me esperaban; vi las marismas lejanas
y los pantanos inmóviles.
Tu magia borraba todos los peligros.
Así viví los años, feliz y trémulo
ante tu beso mañanero,
ante la porción de cotidiano alimento
y el líquido que purifica los cuerpos
y une las existencias.
Mi pecho se hizo más cóncavo
para que cupiese más amor.
Tuve que dejarme crecer las manos
para tocar toda tu pureza
y alargar más las piernas
para llegar temprano a ti.
Todo te lo mereces. La miel
que las abejas traen. El rocío
que llega a tu epidermis súbitamente.
Los geranios que crecen a la orilla de tu casa.
El agua hecha adorable materia.
Oh amada, río fulgurante,
pan cegador, fuego sagrado,
eres lo mejor de la vida,
lo más alto, lo que deseado
y ahora tengo a mi lado
para siempre.
La ciudad
Esta ciudad de fieras y cuchillos,
rodeada por la selva y por los lagos
de aire melódico, cercada por los pájaros,
inundada por la maravilla de los soles,
es una ciudad redonda y varia
como las piedras verdes del río,
como las llamas del potente roble,
como los espejos de la vigilia.
Ciudad de hombres y mujeres
bellas y feas.
Colectiva visión
de seres humanos y bestias
aturdidas por el tiempo.
Lejos de esta ciudad soy otro,
distinto a todos
los habitantes de este sitio.
Solo tu amor me acerca al paisaje que vi
por vez primera, que me dio luz y sombra,
que amo y odio confusamente
por ser suelo sin paz,
tierra golpeada todavía.
(de Escritura amorosa, 1962)
Mi país
Mi país está hecho de niños
ciegos,
de mujeres olorosas a ropa,
de sujetos violentos,
de ancianos
de bruces sobre el olvido.
Escribo sobre la piel de la patria
arrugada como un lienzo
o como una túnica endurecida.
Y quiero que lo que diga
no sea sólo amor acumulado,
verdes ramos sobre los hombros
de marmóreos héroes,
música de tambores
de hojalata.
Un hombre de pie
puede tocar sin miedo
a los astutos reptiles.
Archivero mayor
En los libros encuentras
voces errantes de mi país,
secretos de gobierno,
cóleras populares reprimidas
y cobardías.
Los viejos infolios
son cortezas
que forman
el árbol de la patria.
En las gacetas oficiales,
en las históricas proclamas,
en los hebdomadarios,
en las amarillentas hojas sueltas
aparece la mano vulgar
del dictador instruido,
del caudillo
y del locuaz parlamentario
que compararon con una mula.
Se oye el ruido de cadenas
y los lamentos de los prisioneros
en la torre de papel sellado
de los juicios amañados.
Qué piensas del pasado,
sonriente abuelo del archivo,
magnánimo varón bibliotecario,
tú que conversas con horrísonos libros,
con las cursis revistas de la época
y con ex funcionarios.
Mas lo que importa ahora
es el futuro
de este país
que habitan
obedientes
y tímidos
vasallos
(de Mi país, 1971)
Tomado de:
http://sinalefa.blogspot.com/2012/03/poemas-de-oscar-acosta.html
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