martes, 20 de agosto de 2019

POEMAS DE MARÍA BENEYTO


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(14 de mayo de 1925 - 15 de marzo de 2011, Valencia, España)



Cotidiana llegada


Estoy aquí.
Pasa. Un momento y termino.
Algo difícil sobre consonantes
absurdas... ¿Hace frío?
¿Hace amor, lluvia, viento?
¿Qué me traes?
¿Hemos tenido hijos
esta noche? Siéntate. ¿Puedes?
Quito libros, papeles. Como siempre
la invasión de las letras
que ya trepan, ¿las ves?,
por paredes y techos.

Tienes las manos pálidas
y en tu cara
amanece el cansancio.
Deja que también pasen
los árboles, contigo,
el bosque, el mar, las grandes cataratas.
Esa ardilla que tengo aquí,
en el hombro,
me cuchichea brisas
y los pájaros llenan
de insurrección la casa.
¿Quieres café, un zumo, coca-cola?
La silla tiene flojos
los huesos, has de perdonarla,
ya es vieja... (¿Un ave lira?
¿La flor del Paraíso
a punto ya de ser manzana?
¡Qué detalle!)
Quiero que estés contento
de mí. Escribo mucho.
Tanto como querías tú.
¿Qué ocurre?
La niebla se interpone, no te veo.
Los pájaros te ocultan
y esas ramas me vuelven
parte del bosque. Habla.
Que te oigan mis hojas.
Que mis ojos vegetales
te sepan cerca. Tengo nidos
en los brazos y el pelo.
Llega una taza de café volando
del comedor, y a la terraza
le nace un sauce, ese árbol triste,
ese árbol que llora.

De "El mar desde la playa" 1999

 Criatura múltiple


                           "Pero Dios, deshabítame el alma de este enjambre
                           de estas abejas negras que yo dulce alimento..."

Ni siquiera yo sé por qué me vive
la vida, este aluvión de torpes luces
en criaturas reunidas, aguas
que vienen a mezclarse al caudal mío...

Soy yo tantas mujeres en mí misma!
¡Están viviendo en mí tantas promesas,
tantas desolaciones y amarguras,
tanta verdad que no me pertenece!

Tengo la vida demasiado ciega
con recuerdos -¿de dónde?- que me agobian,
con nostalgias profundas -¿de qué cimas?-
¡Y mi voz, viene a veces tan lejos!

¿Qué estéril hembra honda me recorre
esta heredad vital que soy, gritando?
¿Qué mujer oscurísima y humilde
dispone en mí este sol para el consuelo?

¿Qué caminante altísima se cansa
de poblarse en la luz hacia la sombra
y se acoge al origen, a mi orilla,
junto a los dulces animales vivos?

¿Vengo de raza de mujeres tristes,
con todas las tristezas silenciadas,
o que callaron el susurro exacto
del amor, y me empujan a decirlo?

¿Quién me ha ordenado ineludiblemente
hablar con voz ajena a mi silencio,
presintiendo, crecida, o recordando,
existiendo a la vez de tantos modos?

Yo, múltiple, plural, amigos míos,
no soy nada. Soy todo. Soy aquélla
que se quejaba a Dios de no ser río
y ser mar, ser clamor y no palabra,
ser laberinto y no sencilla ruta,
ser colmena y no ser única abeja...

De "Criatura múltiple" 1954

Diez veces siete y una más...


Diez veces siete y una más. Ya sabes:
setenta y siete cabriolas, once
mujeres de cristal que se rompieron
en mí, y en mí se quedan enterradas,
calcinadas algunas, otras libres
de escogerse final. Yo, soportándolas,
muriéndome con ellas, como ellas
se morirán conmigo. Once mujeres
en donde estoy, salen a escena juntas
se despiden por mí con reverencias
teatrales, y acusan al misterio
de tenerlas con fuerza encadenadas
las unas a las otras. Yo renuncio
en su favor, a lo que me negasteis.
Ellas serán, así, mis sustitutas,
soportarán mejor el menosprecio,
y hasta quizás pondrán la otra mejilla
a vuestras manos sucias. No me importa
esa puesta en escena. Me despido
en voz baja o afónica, en la esquina
de la pena, con todos mis errores
alrededor. Que Dios os dé la vida
que merecéis, ya mí me dé el descanso
de no pertenecer a vuestro mundo
brutal, machista, hipócrita y cobarde.
Once mujeres os dirán .que lloro
perdón y amor aún. Y, genuflexas,
esperarán que me aplaudáis la huida.

De "Eva en el laberinto" 2006

El día que será


Ya no importa saberlo. Será el día
del arco iris cómplice del agua
que llore demasiado por los muertos,
y habrá quizás en el ambiente estigmas
de señalada indecisión, palomas
que endulzarán la luz, gaviotas grises
salobres de renuncia y de recuerdo
y golondrinas, golondrinas blancas...
Hasta vendrán las olas más rebeldes
llenas de pez disuelto, a verte quieta
y a dejarte la brisa en vez del viento
sobre la piel, con terquedad amorosa.

Un día como tantos. De la huida
tan sólo quedará aquella palabra
que seguirá secreta, intraducible,
y, cada vez que vuelva el arco iris,
vendrás -roja, amarilla, azul y verde-
a pretender decirla.

De "Casi un poco de nada" 2000

Forastera


"No soy de aquí". No. Procedía
de lugares mineros.
De tinieblas totales encerradas y ocultas.
De la sombra apresada
que ya la hizo suya, así, predestinándola
a ser noche, a ser dura claustrofobia
que se disfraza de panal, que inventa
brazos para el contacto
y senos, piernas
y sexo acogedor.

"No soy de aquí." Él último en saberlo
miró la mina en ella:
antracita rabiosa en el cabello,
ojos de acecho en donde se encrespaban
grillos enfebrecidos.
Era el muchacho que iba de la novia
-casta o así-
a sus profundidades flácidas.
Novia inocente o algo parecido. Desde ella
a la tan ensayada entregada
de algo vacío y sórdido.)

"No soy de aquí." De aquí, ¿quién es?
Todos vinimos de úteros felices,
paraísos de nata y luz atónita.
¿En dónde estaban, al llamarnos, ellos?
¿Cuál era su país, entonces,
cuál su pequeña patria, la parcela
de amor y de placer,
su desmesura
en la alegría y en el ansia...?

No es de aquí. Pero aquí está y aquí espera.
¿Qué?
Ella sabe que está aguardando algo
distinto, extraño, que no será nunca
el cotidiano santo y seña.
Algo quizás que estuvo el1 el principio
y va a volver
a recobrarla, a desnacerla, a darle
finalmente, parte mínima en lo suyo:
así, espera.
Cada noche. Impasible.

De "Nocturnidad y alevosía" 1993

Greta I de Suecia


                                                  A Rosa Mª Rodríguez Magda

Se llamaba -yo creo que se ha muerto
y lo que a veces surge es su cadáver-
Greta Garbo o Gustafson, una sombra,
una mujer que siempre regresaba
de mundos golpeados, derruidos,
y se acostaba, leve, en el silencio,
larga, flotante Ofelia de las nieves.
Era la niebla de una isla nórdica
poblada por abetos y abedules.
Una santa Lucía sin corona
de resplandor, sonámbula y felina,
que siempre parecía estar sacando
su mirada del agua. Mujer presa
de la fatalidad y la amenaza,
tenía horror al viento, miedo al día
y se huía a sí misma, distanciándose
como si al verse no se conociera.
Bebía siempre luz glacial. Llevaba
la luz por dentro, en lugar de sangre
y goteaba luz cuando lloraba.
Sin embargo, más que estrella era luna
sola y feliz, en soledad creciendo,
satélite que roba claridades
para vivir en claridad perfecta.

Era además, la extraña criatura
de la lluvia, el ser febril y altivo
tormentoso y feroz de la tragedia,
el gesto femenino despertándose
en un tiempo de bruma y desconcierto,
después de haber dormido sueños hondos
sin más amanecer que la esperanza.
Era el amor, pero otro amor, traía
con carne estremecida y beso fiero
la pasión, no encubierta, de la hembra
que no se deja poseer, posee...
Ignoro si era actriz, pero tenía
de todas las mujeres que se fueron
y anticipó el futuro como suyo.
Ella se reinventó, con la energía
de esgrimir su elección y su derecho
a esa absoluta soledad, tremenda,
de los seres nacidos islas libres
y se fue, se perdió bajo la lluvia
de donde nos llegó a través del agua.

(Una anciana sarcástica, pasea
soledades vestidas con su nombre.
No nos recuerda ya. Ni se recuerda.)

De "Hojas para algún día de noviembre" 1993

La inesperada


                                  Era Eva, su infancia nunca usada
                                  emergida del polvo de los astros
                                  Eva la niña, corazón de selva,
                                  selvática pastora de alimañas...
                                                            (De "Vida anterior")

Eva la niña, nacerá del viento
y del amanecer
cuando se acabe
el tiempo, y el tiempo vuelva
a encarnarse en el sol.
Vendrá ilesa
y, a través de su infancia nunca usada
descenderá, pausada, del asombro.
Flores flotantes, casi aves, lirios
alados, le darán soporte
donde apoyar su luz.
Nadie la espera.
Nadie sabe que está, cerca, aguardando.
Nadie
sabe que va a existir.
(Yo lo sé, porque vino a ser soñada
por mis horas de ausencia,
esas que se me llevan y aproximan
al corazón astral.)
Y vendrá a ser la niñez del mundo
que la gran creación conserva intacta,
embrión de criatura
total,
alevín de mujer, presagio, magia,
y esperanza,
esa esperanza otra
por estrenar,
desconocida y libre...

Cuando se acabe el tiempo.
Este tiempo, esta extraña aberración que se va
a lo oscuro, a morir,
como una fiera herida
va al osario.
El tiempo que dará la mano a otro
sucesivo, de dulces manantiales,
cuando ella ponga el pie en el aire, lúcida,
trasportando la paz.
Sí, nacerá. Y muy pronto.
Observa el vientre de la tierra, tenso,
cómo late impaciencia
ocultando arboledas, bosques, flora
de inédito color intermitente,
que serán dados a nacer con ella.
Ha de llegar riendo,
y con su risa
incendiará la luz.
Seres ocultos
de los que ahora tienen miedo y guardan
en su voz musical
pájaros nuevos,
la predicen, y en nombre suyo intentan
ser,
atreviéndose a izar la melodía
que avisa la llegada de la noche
en los veranos plácidos, inmunes
al desamor.

Vendrá, Eva, la inédita, la otra,
la anterior, y con ella
bajarán las montañas a las simas
del mar, de donde fueron arrancadas,
y lo harán en silencio, porque todo
encontrará el lugar de sus ausencias
en la mañana que la traiga
-extraiga-
del viento, de la aurora
y del cósmico amor que la retiene
y no la deja ir.
Vendrá, y el día encontrará su origen,
su pérdida, su olor a madreselvas,
su música olvidada, su reverso.
Eva la niña ayudará a la vida
y todo lo nonato
nacerá con ella.

De "Hojas para algún día de noviembre" 1993

La peregrina


                                                            A Angelina Gatell

Yo era la mujer que se alzó de la tierra
para mirar las luces siderales.
Dejé el hogar con apagados troncos
cansada de ser sólo estela de humo
que prolongase así mi ser ardido.
Esa mujer del hueco tibio
que allí me contenía,
se despertó del sueño profundo de la especie
y decidió buscar, a plena luz, caminos.
La inquieta,
la andariega mujer a quien no bastan dulces
menesteres pequeños,
ésa me fue de súbito encontrada
en los más hondos pliegues de mi túnica
y yo no quise renunciar, quedarme.

Otras renunciaciones sí quedaron, sombras
que tenían la forma tan amada
de los pasados sueños, hijos
que estaban programados en mi sangre
a cambio de ceder y estarme quieta;
la rueca y el silencio de las horas
protegidas, pausadas, sin peligros,
las flores habituales, la inocencia...
Pero inocente no quería ser.
Quería
como Eva, saber, estar; ser libre
para el conocimiento de la luz, perderme
en la verdad, encontrarme, saberme,
llegar a las montañas que siempre estaban lejos,
pisar ciudades que edifica el miedo,
integrarme a las turbias caravanas
que hieren el desierto, someterme
a la carga común, y ser hallada
solidaria, eficaz, y no apartada
de ese esfuerzo que late
en el gran corazón que nos da vida;
el corazón del mundo, unido al nuestro
por invisible venas del misterio.
Así
atravesé la risa,
hendí la densa lágrima
deseando quedarme en cada gota
de sudor, en la mano encallecida,
en los niños sin ojos
o en la mujer que teje por las noches
debajo de la angustia.
Pero no me detuve ni siquiera
cuando cerró de pronto mi camino
la mirada absorbente del deseo
y su mágica voz
traduciendo la música más dulce.

La primavera

descendiendo en mis venas
de mujer en mujer; desde el principio
intentó mutilar -casi lo hizo-
mi ilusión por llegar a la asamblea
donde severa, la verdad, aguardaba.
Arañada de espinos,
vapuleada por los vientos, rota,
pude llegar, aún de día.
En lo alto del monte
reunidos, estaban.
Los hombres más ancianos y los otros,
como si no me viesen
hablaban, poseían
inefables vocablos.
Me acerqué con el triunfo cenital en los ojos,
con un contento de alas súbitas
en mis hombros felices,
pero no me dejaron entregar mis palabras
porque en ellos la ira de Dios resplandecía.
Bíblicas maldiciones
inflamaron mi oído,
y me dijeron Eva una y mil veces,
manantial del dolor, impúdica pureza,
hembra evadida del rincón oscuro
del lugar de vigía en la ventana,
desertora
de la orilla del fuego
y el hogar apagado...
Vergüenza de mi sexo acongojó mis hombros
que se creyeron alas para el vuelo.
Vergüenza de bajar de las alturas
sin lograr la palabra que buscaba.
Y ni siquiera en otras asambleas
vi algo de la luz que me justificase,
porque tampoco ellos encontraban nada,
a pesar de su hoz interrogante,
a pesar del secreto pretencioso y estéril
con que arropaban -delicadamente-
su poco de vacío...
Así regreso, con pies llagados
y ropas destrozadas, junto al fuego,
perseguida, insultada, y viendo activa
la maldición de Dios que llega
desde el vivir primero.
Carne de escándalo, asombrada,
aquí estoy para siempre quieta y muda;
jueces casi benignos me condenan
a la inmovilidad,
y me salva de ser lapidada
el silencio.

De "Eva en el laberinto" 2006

Museo romántico


Dama desconocida. Esquivel.
(Me hace daño
la luz.)
A ella, no. A ella
la protege, la inventa,
falsifica
las fases sucesivas
de su inmovilidad.
La trae
hacia el televisor
donde quiere asomar sombras,
residuos,
restos de lluvia, manos
inactivas,
huidas que se acercan,
tiempo, nube, oquedades,
silencios que alguien lleva en grito,
o simplemente músicas perdidas
y olvidadas.

Románticas blondas. Abanicos que huyen
-no abanicos no, son golondrinas
que exhiben plumón y ala- rozan
la fiebre del latido.
Dama en negro (travestida tal vez
de golondrina)
asomada al pequeño barandal del aire
para no ser jamás.

Desesperado
el alarido se estremece,
se re inventa la tristeza,
se suicidan las ansias de vivir
de tanto querer ser y no ser vida...

El museo te guarda, dama angélica,
que huyes de ti misma, que no quieres
ser mujer, sino extraña
forma de lo imposible,
isleña de ti misma,
rodeada
de semáforos tuertos
y asfaltos que te ignoran.

De "Para desconocer la primavera" 1997









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