JOSEFA A. PERDOMO
Ya se integró al espíritu fecundo
que un tiempo hiciera palpitar su lira,
ya es átomo y celaje y blando efluvio
del perfume, la luz y la armonía.
Nos deja en sus melódicos cantares
inmaculado resplandor celeste,
como el halo divino de una estrella
cuando traspone trémula el Poniente.
Enamorada del ameno valle
y del florido soto fue calandria
que alguna vez al éter ascendiera
con la serena majestad del águila.
Gloria y honor del sexo en que el futuro
vincula honor y gloria y alegría,
fue de aquellas que irradian las virtudes
prez del hogar, que los hogares nimban.
Y es de aquellas criaturas venturosas
cuya vida fue salmo, hermoso y noble;
y ante cuyo sepulcro esparce adelfas
y cíñese la patria de crespones.
EN EL BOTADO
Cacique de una tribu de esmeralda,
aquel palacio indígena, el bohío
de la corta heredad a que respalda
un monte, que a su vez respalda un río;
cuando el idilio de un Adán silvestre
y su costilla montaraz, le hiciera
venturoso hospedaje,
paraíso terrestre;
lo más saliente y copetudo era
del ameno paisaje.
Su flamante armazón de tabla oscura,
su gris penacho de lucientes yaguas,
hacían reverberar con nuevas aguas
la circunstante joya de verdura.
Aplanada en el techo,
se oxidaba la luz cual plata vieja:
o se colgaba a lomos y antepecho,
en rubia palidísima crineja.
No era sino común que se trepase
un ruiseñor a su cumbrera holgada,
y en fugitivas notas ensayase
la trémula canción de la alborada.
O que bajo su alero, en que pendía
mazorcado maíz de granos de oro,
el gallo, al enervante mediodía
victorease sonoro.
Entonces, ese albergue en que bullía
la vida crepitante,
más que un detalle de la huerta, era
o su tono, o su arteria, o su semblante.
Pero en una lluviosa primavera,
la débil cerca desligada y rota
empujó la pareja enamorada
a otra huerta remota;
y en medio a tanta flor recién abierta,
quedóse la heredad abandonada,
y la mansión desierta.
Advertido, no tanto del saqueo,
entre cuyo costal desaparece
de la ventana en pos la que fue puerta;
ni tanto del goloso merodeo
de la turba infantil, donde perece
aun no puesto en sazón, el verde fruto;
mas del monte advertido, porque invade
con apretadas filas de maleza
la botada heredad, el Tiempo hirsuto
a comprender empieza
que hay algo allí que estorba;
¡y aferra en la mansión su garra corva!
Fue primero una horrible puñalada,
y después una serie,
conque se abrió por la techumbre entrada
a la malsana y húmeda intemperie.
Si el sol que se filtraba por el techo,
solía escapar por los abiertos vanos,
no así las aguas del turbión deshecho;
cavaban y cavaban hondo lecho
a turbias miniaturas de pantanos.
Furiosa ventolera
por allí no pasara que no hiciera
de las yaguas decrépitas, añicos;
y tragedia mayor aconteciera,
si en júcaro el más negro y más bravío
no angulara el bohío.
Torcido, deslustrado,
por reptiles del cieno visitado;
el albergue que fuera de la huerta
lo más noble y sereno,
gozo, atracción y gala deleitosas,
ni es más que una verruga del terreno,
ni menos que un sarcasmo de las cosas!
Como al herido por la suerte aleve,
¡hasta la misma timidez se atreve!...
Un bejucal de plantas trepadoras,
que en torno a la vivienda
cerraban toda senda;
avanzando traidoras,
e indicando a la ruina; cuchicheaban:
¡ni se defiende, ni hay quién la defienda!
Y enlazando sus ramos
como para animarse, murmuraban:
si tal pasa, y tal vemos, ¿qué esperamos?
Fue un aguinaldo lívido quien dijo:
¡o es que trepáis, o treparé de fijo!
A lo que una "saudosa" pasionaria
expuso, comentando la aventura:
¡por cierto que es bizarra coyuntura
para mirar el sol desde más alto!
Fue la palabra fulminante!, todas
clamaron en un punto
trémulas y erizadas, "¡al asalto!"...
¡Qué embrollado conjunto
de hojas, antenas, vástagos, sarmientos!...
Y cuán terrible asalto presenciaron
los troncos azorados y los vientos.
Cual, por la tabla escueta
tal sube que parece que resbala;
cual se columpia inquieta
de algún clavo saliente haciendo escala.
Cual la mansión en torno circunvala,
vuelta enroscado caracol, y asciende
con estrechura tal y tan precisa,
que es cuestión insoluble e indecisa
si ahogaría o si mediría es lo que emprende.
Cual, errando el camino,
con impaciente afán la puerta allana,
y luego adentro, recobrado el tino,
sus músculos asoma a la ventana.
No hay menudo resquicio
en que su flujo de invasión no apuren;
ni hueco ni intersticio
que sus hojas no tapien y no muren.
Ya el albergue sombrío
es un alcor en forma de bohío;
ya su contorno lúgubre se pierde
en la gama riquísima del verde;
ya brota en tanta planta que le enreda,
con matizada y colosal guirnalda,
satinados renuevos de esmeralda,
iris de tul, campánulas de seda...
¡Transformación magnifica y divina!
cómo de ti se cuida generosa,
Naturaleza, el hada portentosa,
Naturaleza, el hada peregrina!...
¡Renovación piadosa
que en tan grande esplendor cubre una ruina;
desde una inerte hechura
a la humana criatura,
con hilos invisibles cuán intensa
relación estableces!...
¿Quién dentro, en lo que siente o lo que piensa
por el dolor severo fulminadas,
no se ha dejado a veces
alcázar, quinta o choza abandonadas?...
¡Quizás quien no!... Mas a la oculta mina
labrada por recónditos dolores,
alguna trepadora se avecina;
algo que sube a cobijar la ruina,
algo lozano que revienta en flores!...
CANTIGA
Cuando el viento ladra;
cuando gruñe el trueno;
a pares se miran
los nidos repletos.
Si el mal confinante
fulmina certero
sobre un ala sola,
¡herirá dos pechos!
Así de las almas:
con doblados nexos
se juntan y ligan,
cuando gruñe el trueno,
cuando el viento ladra,
cuando oprime el cerco
de egolatrías sordas
e intereses ciegos.
Viandantes amables,
vosotros -¡sea presto!-
seréis de la vida
conjuntos viajeros;
¡y el mal circunstante
no podrá soberbio
descargar un golpe,
sin alzar dos ecos!
Que sólo os fulminen
(¡mi voto oiga el cielo!)
nublados de rosas,
granizos de ensueño.
Y ya de partida,
vosotros -¡sea presto!-
hagáis el gran viaje,
cantando y riendo.
SONETOS
1
Quisqueyana
Mientras combate hermano contra hermano,
la savia tropical fecunda amores,
y cuaja frutos y burila flores,
sin aprensión de invierno ni verano.
Mientras riega la sangre loma y llano,
espíranse de valles y de alcores
voluptuosos arrullos gemidores
que no interrumpe el grito del milano.
Y cuando para el trueno belicoso,
quédense los occisos alazanes,
¡oh, combustión solar! -a lo que arbitres;
que en esta tierra donde no hay volcanes,
donde no hay ofidiano ponzoñoso
ni felino feroz, tampoco hay buitres.
2
Memento
Los Magnos de la Patria, en lazo estrecho
tornaron indomable su impericia
ante el altar donde la unión oficia.
Abríguese la unión en nuestro pecho.
Para alentar el ponderoso hecho
que la victoria diademó propicia,
amaron el derecho y la justicia.
Amemos la justicia y el derecho.
Ese el alto tribute, y no los dones
de evanescente incienso y vano ruido,
a su santa memoria y sus blasones.
Cuando la bien amada ha fenecido,
recordar sólo el nombre -¡oh, corazones!-
es una ambigua forma del olvido.
3
Entremés olímpico
La raza de Saturno, derribada
por el ligero soplo de una idea,
baja a morar sobre la triste Gea,
en una lamentable desbandada.
Con su atributo y distintivo, cada
dios osa abrir nueva pelea;
y mueve la dolosa contra-idea,
penetrante y sutil como una espada.
A devolver sonrojo por sonrojo
al nuevo cielo, voluntad y brío
previene airado su rencor tremendo;
y se apresta a la acción; pero creyendo
que el Olimpo a la postre es un enojo,
y la inmortalidad, un grave hastío.
4
Las más gratas primicias
Las más gratas primicias y más bellas,
le son donadas con querer jocundo;
y le consagran, contra amor fecundo,
su pubertad mancebos y doncellas.
En cuanto se conoce, están sus huellas
como un sello de lo Alto y lo Profundo;
y aun se lanza a ganar un nuevo mundo,
en cuyo dombo austral bórdanla estrellas.
Y luego ve que, al conjurado influjo,
como a la intermitencia del reflujo
duerme silente en la ribera el mar;
en torno del neo-bíblico madero
el entusiasmo, enantes vocinglero,
ha callado, se calla, o va a callar...
OLOLOI
Yo, que observo con vista anodina,
cual si fuesen pasajes de China...
Tú, prudencia, que hablas muy quedo;
y te abstienes, zebrada de miedo;
tú, pereza, que el alma te dejas
en un plato de chatas lentejas:
tú, apatía, rendida en tu empeño
por el mal africano del sueño;
y ¡oh, tú, laxo no-importa! que aspiras
sin vigor; y mirando, no miras...
El, de un temple felino y zorruno,
halagüeño y feroz todo en uno;
por aquel y el de allá y otros modos,
se hizo dueño de todo y de todos.
Y redujo sus varias acciones,
a una sola esencial: ¡violaciones!
Los preceptos del Código citas,
y las leyes sagradas no escritas;
la flor viva que el himen aureola,
y el hogar y su honor... ¿qué no viola...?
Y pregona su orgullo inaudito,
que es mirar sus delitos, delito:
y que de ellos murmúrese y hable,
es delito más grande y notable;
y prepara y acota y advierte,
para tales delitos, la muerte.
Adulando a aquel ídolo falso,
(que de veces irguióse el cadalso!
Y a nutrir su hemofagia larvada,
¡cuántas veces sinuó la emboscada!
Ante el lago de sangre humeante,
como ante una esperanza constante,
exclamaba la eterna justicia:
¡Ololoi, ololoi! (¡sea propicia!)
Y la eterna Equidad, consternada
ante el pliegue de alguna emboscada,
tras el golpe clamaba y el ay:
¡sea propicia!: ¡ololoi! ¡ololoi!...
Y clamando, clamaban no en vano,
ya aquel pueblo detesta al tirano:
y por más que indicándolo, actúe;
y por más que su estrella fluctúe,
augurando propincuos adioses,
no lo vio. 1Lo impidieron los dioses!
Y por mucho que en gamas variables,
-no prudentes, mas no refrenables-
estallasen los odios en coro,
-como estalla en tal templo sonoro
un insólito enjambre de toses-
no lo oyó. ¡Lo impidieron los dioses!
Y pasó que la sangre vertida
con baldón de la ley y la vida,
trasponiendo el cadalso vetusto,
¡se cuajó... se cuajó... se hizo un busto!
Y pasó, que la ruin puñalada,
a traición o en la sombra vibrada,
con su mismo diabólico trazo
¡se alargó... se alargó... se hizo un brazo!
Cuyo extremo terrífico lanza
un gran gesto de muda venganza.
Y la ingente maldad vampirina
de aquella alma zorruna y felina,
de aquel hombre de sangre y pecado,
vióse frente del tubo argentado
de una maza que gira y que ruge.
¡Y ha caído el coloso al empuje
de un minuto y dos onzas de plomo!
Los que odiáis la opresión, ved ahí cómo!
Si después no han de ver sus paisanos,
cual malaria de muertos pantanos,
otra peste brotar cual la suya;
¡aleluya! ¡aleluya! ¡aleluya!
Si soltada la Fuerza cautiva,
ha de hacer que resurja y reviva
lo estancado, lo hundido, lo inerte;
¡paz al muerto! ¡loor a la Muerte!
escurre luego por tranquilo cauce,
purpura las hojas y las flores
un abrojo rastrero...
ROMANCES
1
Esbozo típico
(Medio a lo Quevedo)
Velando están a las doce
a quien velaba al de a prima,
y andan bebiendo en la muerte
de quien los vientos bebía.
Corre el velorio, rumboso:
marcha la fiesta, rompida;
de aquel para quien fue fiesta
cada sol que amanecía.
A la testa, la Altagracia;
el cirio sobre una silla;
sobre la cama, el jayán
y encima de él, cuatro heridas.
Por aquí salió, hecha sangre
y mosto, su brava vida;
no el alma, que no la tuvo
quien desalmado vivía.
Por excusar tal olvido,
y también porque no diga
la gente, presto un vecino
a más de zapato, almilla:
quién busca unos pantalones;
quién regala una camisa,
quién allega al burdo catre
sábana al fin, si no limpia.
Y de esta guisa vestido,
casi decente en tal guisa,
estáse en la cama el muerto,
y alrededor la pandilla:
¿Le lloran?... ¡claro que sí!
pero son las obras pías
llamadas casas de juego
por el vulgo y la justicia:
los malos bailes le llaman
a las pasadas vigilias;
le gritan los alambiques,
del palo por las palizas.
De él se duele el contrabando
por las cápsulas que cría,
que más de éstas le vendió
que otras venden las boticas.
Está de gala el silencio;
y el escándalo de grima
se calla, porque acabó
quien del brazo le traía.
-¡Pues se llenó el medio almud!
dice, en voz enternecida,
de aguardiente y del velorio
(ya de pestañas caídas).
-¡Pues se llenó el medio almud!
dice el Bobo (y es malicia
que así le llamen), ni Dios
puede volverle a la vida!
Soñaba con ser Ministro;
¡logrado tal vez lo habría!
|Y hasta más!... que de buen taco
fue entre los natas, natilla.
Pero no alcanzando a tal,
mas ni a cosa de hacer sisa,
¡véndase lo que tuviere,
para su entierro y su misa!
Y vienen al inventario
que al instante se improvisa,
amén de otros varios chismes
de menos prez y valía;
los dos revólveres, que son
dos trozos de Historia antigua;
páginas de cien combates,
testigos de mil heridas;
el machete, sempiterno
aprendiz de Geometría;
pero en trozos de tangentes,
de consumada pericia;
el cuchillo, que es de Collins
y de ello por ser, sería
que fue en vida del difunto
de puñaladas colina;
luego el garrote, de un dicho
parodia, más negativa;
pues se sacó sin razón
y se guardó con falsía;
y el estoque, que por arma
como aleve conocida,
hizo de aleve asador
de las hurtadas gallinas.
¡Válgame Dios! Lo que pudo
el uso en tales reliquias,
¡que al entierro de su dueño
no ayudan, mas ni a su misa!
Desechadas por no buenas,
y de los autos en vista,
y resumiendo el debate,
así habló el Bobo y se explica:
-Pues no se halla el hospital
a ningunas doce millas,
¡quien a tantos puso en cama
vaya señor en camilla!
Y mientras los unos roncan,
y los despiertos desfilan,
allá se acaba el velorio;
y el romance aquí termina!
2
Visita a la Isabela
Habían hecho la jornada
a lo que fue la Isabela,
con la unción del mahometano
que camina hacia la Meca.
Viejo propósito ha sido;
concierto que desde Iberia
formaron, y cumplen hoy
como devota promesa.
Vienen a ver los lugares
en que sus deudos murieron,
bajo el yugo abrumador
de ocupaciones plebeyas.
Caballeros de Castilla,
con disciplina severa,
Colón les puso al trabajo,
y les mató la faena.
Vienen a ver las ruinas,
el leve polvo que resta
de aquella ciudad famosa,
hace diez lustros deshecha.
¡Y ora frente a su perímetro
están, con el alma opresa,
y en silencio que había más
que la mayor elocuencia!
-”! Oh, tú, villa! bautizada
en honor de la gran reina!
¡Oh, ciudad, del Nuevo Mundo
la que fundaron primera!
Llamada a ser de estas Indias
indisputable cabeza,
¡quién te ve, que no se asombra...!
¡quién te ve, que no se apena...!
Eres patrona del vulgo;
de los ociosos conseja;
y te dominan, impunes,
la broza, terrible dueña
de tu asiento, y el lagarto,
monarca de la maleza".
De altos recuerdos henchida;
subsolada de osamentas
humanas; sin pueblo y triste;
todo ruido adquiere en ella
repercusión alarmante,
sonoridades siniestras.
Los arbustos que a los pies
de ambos hidalgos se quiebran,
emiten chasquido sordo,
chasquido de calaveras.
Zumba un enjambre en las flores;
y el zumbido tenaz, suena
como el roncan melancólico
de alguna gaita gallega.
El airecillo sutil
que se tuerce y culebrea
al pasar entre la fronda,
se plañe, como alma en pena.
O bien, un pájaro-mosca
de un aletazo se aleja.
moviendo un bronco rumor,
tan extraño que consterna.
Hasta el mismo sol ayuda
a la fatídica escena:
entre una nube que pasa
y otra nube que se acerca,
ilumina incierto a ratos;
a ratos su lumbre vela.
De pronto, los peregrinos
abocan una amplia senda;
de corpulentos yagrumos
y jabillas corpulentas
hermosamente sombreada
a una mano y a la opuesta.
Allá en el fondo unos muros
hechos pedazos, blanquean:
son de casas derruidas
de la difunta Isabela.
Y hacia mitad del camino,
de espaldas a los que llegan,
unos doce caballeros
lentamente se pasean.
Van con los negros sombreros
ornados en plumas negras;
los vestidos, enlutados,
y las capas, cenicientas.
Como en una procesión,
discurren en dos hileras
pausados, ceremoniosos,
en silencio, y con cautela.
Es de ver que los estoques
y la oscura vestimenta,
lucen pautados por moda
que hace tiempo no se lleva.
Y en tanto que las pisadas
de los hidalgos son huecas,
las suyas no alzan más ruido
que el que las sombras hicieran.
De súbito se detienen;
las enjutas caras vueltas
a los intrusos; les miran
con insistente fijeza;
taciturna la expresión,
y muy juntadas las cejas.
Saludando los hidalgos
con airosa continencia,
de su sombrero, en las manos,
las pintadas plumas tiemblan.
¡Dios guarde a los caballeros
por largos años! Empresa
sin duda muy semejante
y acomodada a la nuestra,
os traerá por estos sitios,
donde en bravísima época
tales sucesos pasaron
que una larga historia llenan.
Callando se están los doce;
pero en cortés reverencia,
a los chambergos levantan
pausadamente las diestras;
saludan y, al saludar,
¡horror que la sangre hiela!
se vienen con los sombreros
desprendidas las cabezas...!
3
Las Sanjuaneras
A occidente las palomas
en bandadas pasan ya,
como heraldos veraniegos
de la aurora tropical.
Remontadas, en la calma
de la etérea soledad,
sus menudas manchas negras
tonifican la vivaz
explosión de azul de leche
que decora cielo y mar.
Y en la urbe consagrada
a Domingo de Guzmán,
las cofrades del Bautista
-bellas magas de hora tal-
a cumplir tradicionales
ceremonias, leves van.
Sol oblicuo, del naciente
se complace en alfombrar
con tapices de oro mate
su sendero matinal.
Y dejando atrás los muros
de la histórica ciudad,
y atrechando buen espacio
de un camino vecinal;
aunque consta que en su día
muy dormido está San Juan,
evocarle es necesario
con la copla de ritual:
-Desde el higuerito
hasta el naranjal,
buscando venimos
al señor San Juan.
Ni el parece, ni responde;
y sin él, se traen de allá
varas húmedas de higuero
y puchitas de azahar.
Y ora empieza la femínea.
inocente bacanal;
las maracas, como tirsos,
como foro, la amistad;
un instante volandero
como puente del cantar,
y una danza, como aéreo
don a la hospitalidad.
Son las mozas más garridas;
el encanto y calidad
de la urbe melancólica
y del sueño colonial.
De refajo todas ellas,
sirve en grande a denunciar
la pureza de unas curvas
tentadoras por demás.
Que descienden ondulando,
pero que solivia audaz
de la breve zapatilla
el muy corto valladar.
Entre el seno erecto y combo
y el ambiente, sólo hay
el encaje y la blancura
perfumada del holán.
Y anudado a la garganta
el finísimo foulard;
con tal garbo, que del nudo
forma un pétalo floral.
En el par de trenzas luengas,
una rosa a cada par,
rosas blancas, rosas rojas,
vivas, más que en el rosal.
Hechas a las asperezas
del librillo de rezar,
o a la cuenta de las cuentas
del rosario vesperal;
son sus manos -afiladas
y carnosas además-
como flores de molicie,
de afelpada suavidad.
Cuando no en la luz serena
y silente del hogar,
a la lumbre tamizada
de la amplia catedral,
son los rayos de sus ojos
la reversibilidad
de los lampos que se sorbe
el policromo vitral.
No turbada por pasiones
de rabioso tumultuar,
es su risa la sonrisa
de la Inefabilidad.
Y aunque junte lo devoto,
su tibieza a lo sexual;
tiene formas opulentas
su virgínea castidad.
De ellas no hablará la Historia;
pues no son ni lo serán,
ambulante articulado
de algún código penal.
Son perfume: ¡y ya se sabe!
después de aromatizar,
el perfume se disuelve
como un bólido fugaz.
Y las dulces sanjuaneras,
peregrinas de un ritual,
bravamente peregrinan
con su danza y su cantar;
y tan sólo tocan treguas
cuando sube el astro a la
coruscante apoteosis
de la pompa cenital.
Tomado de:
http://www.los-poetas.com/n/gaston1.htm
Los galaripsos
En la liana vistosa y empinada
funden los galaripsos su esbelteza,
como una aspiración que se anonada
–temblando de pasión– en la belleza.
Tejiéndose al imán de sus amores,
su follaje nervioso, se estremece;
y presume quizás, al echar flores,
que es el árbol amado el que florece.
Teclado son de vientos vagarosos
y cual la mirra de sagrado rito
en espiral remóntanse, ganosos
de holgar entre el planeta y lo infinito.
Memento
Los Magnos de la Patria, en lazo estrecho
tornaron indomable su impericia
ante el altar donde la unión oficia.
Abríguese la unión en nuestro pecho.
Para alentar el poderoso hecho
que la victoria diademó propicia,
amaron el derecho y la justicia.
Amemos la justicia y el derecho.
Ese el alto tribute, y no los dones
de evanescente incienso y vano ruido,
a su santa memoria y sus blasones.
Cuando la bien amada ha fenecido,
recordar sólo el nombre –¡oh corazones! –
es una ambigua forma del olvido.
Tomado de:
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