UN CUARTO AZUL PARA DORMIR LA SIESTA
Fausto Marcelo Ávila Ávila/Bogotá agosto de
2014
Al llegar al pueblo de Mariela, un pueblo
chico y muy frío, almorzamos en un restaurante acogedor con paredes de barro y
piso de tierra, los manteles eran de flores, muy coloridos, al llegar los
primeros platos me percaté que casi toda la vajilla estaba extrañamente
envejecida y rota… pero tenía tanto apetito que no hice más que una mueca de
aprobación y me lancé hacia el plato que soportaba una sopa muy caliente, pero
al primer bocado entendí que tal vez el frío había cumplido su tarea y la sopa
era soportable a mi paladar, una deliciosa sopa de harina amarillenta, que
acompañé con una suerte de ají de la región… muy picante, no conforme repetí la
operación por tres platos más. Al cabo de unos 20 minutos llegó Alcira la prima
de Mariela, una jovencita de veintitantos que se ofreció amablemente a
mostrarme el caserón de Mariela. Caminamos por el parque, comimos unos dulces y
Alcira se llevó su mano al sostén, de donde sacó un manojo de llaves, atadas de
un lazo de cuero, procedió a abrir el portón y me lanzó dentro. Mariela no se
encontraba, así que Alcira se fue a la cocina a calentar café. Al rato apareció con dos pocillos metálicos
llenos de café, luego de tomarlo hablamos unos minutos de tonterías… mis ojos
empezaron a molestar y ella se percató. Se dirigió a mí y me preguntó si
deseaba descansar a lo que asentí bostezando.
De la mano me llevó por el pasillo largo que
estaba adornado alegremente por una exposición religiosa… una cantidad de
cuadros de santos desconocidos para mí… pero que ella parecía conocer al
dedillo.
Finalmente paramos antes del patio frente a
una puerta marrón que abrió. Me guió entre una suerte de trastes viejos,
canecas, armarios y sillas. Al fondo quitó unos maderos y descubrió una cama
bastante vieja, pero que se antojaba cómoda. Me tiré sobre la cama y acomodé
las almohadas. Alcira se retiró velozmente indicándome donde se encontraba el
interruptor de la luz
-
Deja
así, le grite
-
Está
bien, respondió encogiendo los hombros.
Me tiré de espalda y empecé a mirar a mi
alrededor, era un cuarto, en medio de su caos muy acogedor, en especial por el
tono azul fuerte de su interior.
No podía descansar, algo me mantenía muy
inquieto, no sé si el cuerpo grande de Alcira, o el sentimiento de culpa por pensar
en eso mientras esperaba a Mariela.
Igual no le di más vueltas al asunto y caí
absorto en una suerte de pensamientos vagos, me di cuenta de una serie de
grietas en el techo y me empecé a divertir construyendo figuras con la mente.
Un momento más y caí en una suerte de
ensoñación, dormí…
Al cabo de un rato desperté y vi la silueta
de Imelda envuelta en un vestido sencillo y casi traslucido, que no dejaba nada
a la imaginación… se acercó al borde de la cama y me tomó de la mano, la llevó
hasta su mejilla y un frío recorrió toda mi espina dorsal hasta el pié.
Me sentí intimidado, pero animoso, la tomé
del cuello y suavemente acerqué su rostro al mío… respiraba con dificultad… la
culpa atormentaba mi cuerpo, pero me sentía incapaz de soltar aquel cuello, de
piel templada y suavidad al roce, su perfume era fuerte, pero agradable, era
como algo salvaje, pero muy llamativo. Seguí jugando con su cuello y sus manos,
mientras más culpa sentía más agradable era el momento. Por un instante me
retiré y me di cuenta que era cierto, esa dama estaba aquí conmigo, en este
cuarto que parecía un cielo de trastos…, pero el olor, su olor era penetrante,
como un veneno me atraía… la acerqué más, me quería ver reflejado en sus ojos,
pero una súbita oscuridad me impedía ver mi reflejo, igual seguí acariciando su
rostro en medio de la tiniebla momentánea. Tal vez su vestido finalmente cayó, porque
sentí el calor de su piel en mi piel… la humedad de su sudor en mi cuello, y de
un momento a otro empezó a llorar. Le pregunté ¿por qué?, me respondió que se
sentía mal por Mariela, yo la tranquilicé diciéndole que me sentía mal también,
pero no por eso dejó de llorar. Toqué a gusto su cuerpo y me sentí feliz.
Me recosté de nuevo en la cama, supe que no
podía continuar, si bien no era amor lo que sentía por Mariela sí sentía
lealtad, y esto tal vez va más allá del amor; Retomé mi juego con las grietas y
volví a dormir, o eso creo… las figuras se atropellaban en mi cabeza, ahora
pensaba en Imelda y su cálida piel, en Mariela y sus ojos negros, y pensaba que
tal vez no las merecía, pero era todo lo que tenía.
Sentí de repente una gritería en la casa, un
alboroto se armó de la nada…
Me sentí desconcertado, me levanté y arreglé
mi ropa, Imelda me había dejado medio desnudo, pero con un sabor dulce en mis
labios, terminé de abotonar mi camisa y el pantalón.
Salí peinando mis cabellos del cuarto, y me encontré
con la extraña escena de gritos y lágrimas, Mariela llevaba su vestido gris de diario,
unos jeans ajustados, como me gusta verla así, pero estaba totalmente consternada,
su madre, doña Ana la sostenía y a su vez pasaba el pañuelo por sus ojos:
-Tranquila, Mariela tranquila niña de Dios no
llores más
-No es posible mamá, no es posible-,
Un escalofrío recorrió mi cuerpo,
Lo peor pasó por mi cabeza, ¿se daría cuenta
de lo que pasó con Imelda?,
Ni idea pensé mientras esperaba lo peor, que
Mariela me mandara de paseo.
Imelda no estaba y me sorprendí mucho al
percatarme de esto, si ella había estado allí apenas unos minutos antes,
Se ¿darían cuenta que salió del cuarto?,
¿Terminaría mi relación con Mariela?
Estas dudas se arremolinaban en mi ya confusa
cabeza.
Daba todo por terminado, cuando doña Ana
abrió sus brazos y le dijo a Mariela:
-
No
es tu culpa, las cosas pasan por algo¡
-
Pero
es mi culpa mamá¡
-
Respondía
a gritos Mariela-con su rostro descompuesto.
Esta conversación me
ponía más nervioso aun.
Todo parecía apuntar
a mí, o eso sentí.
Ya me daba por
perdido cuando todo se puso patas arriba
Un agente de la
policía entró con su libreta y empezó a preguntar cosas a Mariela…
Ahora me asusté más,
pues recordé que Imelda apenas iba a cumplir la mayoría de edad.
No reparé más en
estas cosas o me iba a volver loco…
Y casi lo logro.
Mariela volteó
bruscamente hacia mí y me interrogo con fuerza:
-¿Qué piensas de
Imelda?
-Que es una gran
muchacha, que este año termina de estudiar, y que es muy tímida…
-¿Verdad, Amor?,
-Verdad, Amor es lo
que pienso.
Entonces, replicó
Mariela, explícale al señor
Por qué no es posible
que haya muerto.
El corazón me saltó
hasta la garganta…
Ahora no solo iba a
ser culpado de ¿infiel?
Explíquense les dije,
yo hace rato la vi en la casa, nos saludamos y no sé más.
¡Imposible ¡ gritó el
agente de la policía
¿Imposible? Pregunté.
Por supuesto
respondieron al unísono
Si acaban de
encontrar su cadáver y llevo por lo menos tres días en la curva del violín
cerca a su finca
No caí al suelo
porque una vieja mecedora me recibió. Como iba a ser posible, si hace menos de
media hora estábamos jugando al amor…
No es posible repetí
para mis adentros, una y otra vez…
Recordaba cada
caricia, la textura de su piel, su vaporoso vestido
Y sus grandes ojos
No dije nada, esto ni
yo me lo creería…, pero era verdad…
No podía decir nada,
que ¿iba a pensar Mariela?
Nada… No dije nada…
Nada…
Recordé una y otra
vez…
Repasé su cuerpo… su
tibieza…
Han pasado 10 años y
aun recuerdo su perfume.
10 Años de dudas, de
búsqueda…
No sé lo que pasó, ¿Pasó?
He vuelto a esa casa,
y he dormido noches enteras esperando a Imelda,
A sus tiernos años, a
esa aventura. Pero nada… nada…
Adoro este cuarto
azul con la mejor siesta de mi vida…
Espero Imelda, te
espero en otro cuarto, en otro cuerpo, en otro sueño…
En otra vida ¿Tal
vez?
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